"(...) la mayoría de la clase trabajadora de raza
blanca (que es la mayoría de la clase trabajadora en EEUU) vota a Trump
y, muy probablemente, continuará votándolo en el futuro (es interesante señalar, por las razones que citaré más adelante, que parece haber un redescubrimiento en aquel país de la clase trabajadora, a la que se había dado por desaparecida u olvidada, siendo sustituida por las clases medias.) (...)
Las limitaciones políticas de carácter identitario de lo “políticamente correcto”
Frente a esta amenaza, la estrategia de la izquierda
estadounidense, a través del Partido Demócrata, fue enfatizar las
políticas antidiscriminatorias de género y de raza, encaminadas a la
integración de las mujeres y minorías en el establishment
político-mediático del país. Se seguía una
estrategia basada en lo “políticamente correcto”, es decir, con unas
prácticas y un lenguaje antidiscriminatorio focalizados en políticas
públicas de afirmación identitaria (repito, fundamentadas en el género y
la raza).
Tales intervenciones, sin embargo, aunque importantes, han sido insuficientes. Su
falta de atención hacia la discriminación de clase (es decir, hacia la
discriminación contra las clases populares) ha sido su gran punto flaco.
El fracaso de esta estrategia, en el caso del mayor movimiento
feminista en EEUU (NOW), se ve claramente en que la mayoría de mujeres
de clase trabajadora (la mayoría de mujeres) no votaron a la candidata
feminista, Hillary Clinton, sino a Trump.
El
supuesto de que el movimiento feminista estaba hablando en nombre y en
defensa de todas las mujeres no convenció a muchas mujeres, incluyendo
la mayoría de mujeres de la clase trabajadora, que no votaron por la
candidata de NOW, sino por Trump, que se presentó como el candidato
antiestablishment neoliberal, centrado –según él- en el Estado federal.
La discriminación olvidada: la discriminación de clase
Las mujeres, como los hombres, pertenecen a distintas
clases sociales, cada una de las cuales sufre distintas formas de
discriminación, sosteniendo intereses distintos e incluso opuestos. Y la
realidad es que parte de las dirigentes del movimiento feminista son
mujeres de clase media alta ilustrada (es decir, con titulación
universitaria) cuyas propuestas y cuyo discurso no atrae a las mujeres
de clase trabajadora, o no las atrae con suficiente fuerza para superar
su identidad de clase.
Como cualquier ser
humano, las mujeres tienen varias identidades, una de ellas la de ser
mujer. Pero tiene también otras identidades, como la de la clase social a
la cual pertenecen. Y esta última define también cómo se expresa la
identidad como mujer.
La mujer liberal burguesa (de clase alta)
por ejemplo, tiene una visión de “ser mujer” distinta a la visión de la
mujer trabajadora. Y esta realidad queda ocultada, sin embargo, cuando
las primeras se presentan como representantes de todas las mujeres. Lo
que ha ocurrido en las últimas elecciones presidenciales en EEUU es un
claro ejemplo de ello.
Los derechos políticos y sociales están muy determinados por los derechos económicos
El discurso identitario se ha
centrado en EEUU principalmente en los derechos políticos y sociales
(como por ejemplo los derechos de representación, puestos de poder
ocupados por las personas discriminadas, sean estas mujeres o minorías),
pero muy poco en los derechos económicos.
Más concretamente, el discurso identitario en EEUU se
ha centrado en corregir la discriminación de las minorías y de las
mujeres, con propuestas para facilitar la integración de dichas personas
discriminadas en la estructura del poder actual, asumiendo que tal integración ayudaría a todas las mujeres o miembros de las minorías.
En este sentido, la estrategia feminista se ha centrado en los temas
identitarios, facilitando la integración político-social de los sectores
discriminados, con un énfasis en el desarrollo de los derechos
políticos y sociales de representatividad, tanto en la esfera pública
como en la privada. Sin embargo, ha ofrecido una atención muy limitada a
los derechos económicos (los derechos que centran la atención de las
clases populares -mujeres y hombres- tales como el trabajo y los
salarios dignos, el acceso a la sanidad, a la educación, a la vivienda, a
la jubilación digna, etc.).
Al centrarse en combatir las
discriminaciones por raza o género, han olvidado la discriminación por
clase, facilitando así la imagen de que el objetivo de la estrategia del
Partido Demócrata era la supuesta captura del Estado federal por parte
de las minorías y las mujeres. Y así lo han percibido las clases
discriminadas.
El Partido Demócrata, por
ejemplo, ha dejado de estar liderado por hombres blancos, siendo estos
sustituidos ahora por mujeres y afroamericanos (la mayoría de clase
media ilustrada, es decir, con formación académica), que continúan
imponiendo políticas neoliberales como por ejemplo el estímulo de la
movilidad de capitales e inversiones -la odiada globalización- que ha
dañado a las clases populares.
La Sra. Clinton, líder
feminista, era la mejor promotora, como ministra de Asuntos Exteriores
del gobierno Obama, de la globalización del capital estadounidense, lo
que facilitó la desindustrialización de EEUU y dañó a la clase
trabajadora industrial, eje del apoyo a Trump. (...)
Actualmente existe un gran rechazo hacia el
capitalismo salvaje (el socialismo de los ricos) que Trump representa.
La gran mayoría de los jóvenes y de las mujeres (los dos grupos con
peores condiciones económicas) preferirían vivir en un socialismo
democrático que no el capitalismo actual. En
un país donde el 1% de la población estadounidense posee el 92% de
todas las acciones bancarias y en el que el director ejecutivo de la
compañía comercial más grande, Walmart (que tenía a la Sra. Clinton en
su dirección), gana más de mil veces más que uno de sus empleados
medios, no es sorprendente que las clases populares estén enfadadas.
Y
todo esto queda ocultado con el énfasis en Trump. Lo que es
prácticamente nuevo en EEUU es que grupos que han sido víctimas del
sistema, intenten romper con la monopolización de su victimismo para
coordinarse e incluso unirse en un proyecto común que favorezca a todos
los amplios sectores de la población que están explotados y
discriminados.
Para entender el elemento de transversalidad en su
estrategia unitaria, hay que recuperar el concepto de poder de clase y
el significado del socialismo. Este hecho, que es lo más importante en
EEUU, es lo que el establishment político-mediático español quiere
ocultar." (Vicenç Navarro, Público, 11/07/19)
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