"A lo largo del siglo XX, los fascismos asolaron Europa y las
dictaduras se multiplicaron en buena parte de América Latina. Hoy, en
pleno siglo XXI, aquella bestia que creímos desterrada para siempre no
solo ha resurgido sino que, saltando fronteras, acecha esta vez el mundo
entero.
Se ha nutrido de las desigualdades traídas por una crisis
interminable, ha crecido cada vez que los poderosos se han sentido
fuertes y se han desligado de toda atadura democrática. La imposición
aplastante de las políticas neoliberales le ha dado nuevo aliento,
resucitado el espíritu fascista de antaño, engendrado los neofascismos
de hoy.
¿Pueden agruparse las nuevas tendencias de extrema derecha bajo la
divisa del fascismo o del (neo) fascismo? ¿Qué diferencias existen entre
las formaciones e ideologías de ultraderecha y las llamadas
«fascistas»? ¿Estamos recorriendo, aun con diferentes acentos y
modulaciones, la misma trayectoria que tomó Europa en las décadas de
1920 y 1930? ¿Hay paralelismos entre las dictaduras de los años setenta
en América Latina y las prácticas, presentes o anunciadas, de algunos
gobiernos en las Américas? ¿Es el neoautoritarismo de mercado un
peldaño, un elemento intrínseco o una desviación de un posible
(neo)fascismo? ¿Nos condenan nuevamente las circunstancias a revivir la
barbarie de la exclusión, la persecución e incluso la aniquilación del
disidente, en nombre de la pureza y el vigor de las naciones… o
únicamente de una voluntad de recuperar la tasa de ganancia del
capital?
Estos interrogantes y otros similares se plantean con recurrencia en
la opinión pública europea desde hace años. El inesperado triunfo de
Donald Trump, seguido del auge de otras agrupaciones nacionales de
extrema derecha, los ha azuzado. El estupor de los sectores progresistas
ante el presente ascenso ultraderechista los hace más acuciantes, si
cabe.
Y, ante tanta incertidumbre acumulada, solo un indicio parece
verosímil: la conexión del incremento neofascista con la crisis y
recomposición del capitalismo financiero global, con el incremento de
las dinámicas de acumulación por desposesión, de la violencia y el
conservadurismo moral, con el machismo, la xenofobia, el racismo y con
el malestar larvado en las sociedades tras su desencadenamiento, que
explota de manera fragmentada y cada vez menos esporádica.
Como apuntó en una época oscura Max Horkheimer, no se puede abordar
la cuestión del fascismo sin plantearse la del capitalismo. Sería como
indagar en los efectos sin interrogarse sobre las causas, tal como
indicaba, en ese mismo tiempo, Bertolt Brecht.
Lo más evidente a este respecto es apreciar cómo, ayer igual que hoy,
las desigualdades y la impotencia difusa a las que nos aboca el
capitalismo desenfrenado son respondidas por parte de las elites, pero
consiguiendo gran respaldo popular, con una reavivación del mito
cohesivo y protector de la nación, mucho más cohesionada si se
identifica en sus adentros o en el exterior la figura de un enemigo
colectivo que sacrificar. Un enemigo que hoy apunta hacia las mujeres,
las personas refugiadas, las personas pobres o racializadas.
Menos
evidente aparece a nuestros ojos, aunque ya se reveló en época de
entreguerras, cómo las vías de acumulación capitalista que resultan en
situaciones de práctico monopolio terminan reclamando, para un gobierno
eficaz de la economía, fórmulas autoritarias que exceden el Estado
democrático y constitucional.
El abandono desde la década de 1980 de las
funciones democratizadoras típicas del Estado social, desde la
mercantilización de espacios sociales a la diversificación de la
economía o el combate por la igualdad real, resucitó la dinámica
inmanente al capitalismo desbocado, volviendo a colocarnos en un
escenario de gobierno corporativo transnacional, un autoritarismo de
mercado establecido por la nueva Lex Mercatoria, que necesita ser
compensado o sostenido con prácticas autoritarias nacionales.
No cabe duda de que las soluciones políticas que ofrecen las
formaciones ultraderechistas se anclan en profundas necesidades
psicológicas de carácter colectivo. Entre ellas, sobresale la necesidad
de comunidad, ante un marco de competitividad individualista descarnada.
Pero también destaca la necesidad vital de sentirse partícipe activo de
la comunidad en la que se vive. La gestión de la crisis financiera,
presidida por la máxima del «No hay alternativa», puesta en práctica con
toda virulencia en Grecia, ha sembrado en el ánimo colectivo una
sensación de impotencia que comienza a reclamar, para sanarse,
liderazgos autoritarios y ejecutivos, capaces de decidir haciendo
estallar las mallas de la legalidad.
En esta misma dirección apunta el sentimiento difuso de desafección
provocado por la independización de los representantes públicos,
traducida en muchas ocasiones en “cartelización” organizada para fines
corruptos de enriquecimiento privado. El discurso de la corrupción se
convierte en el eje para justificar la necesidad de gobiernos
autoritarios.
Como evidencia el caso de Brasil, o incluso como ya
manifiesta el gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno, estos nuevos
gobierno se deshacen del Estado de Derecho para someterse al
autoritarismo de mercado y reducir los mecanismos de la democracia
representativa a efectos de favorecer, ahora más que nunca, el saqueo
pilotado por las elites económicas. En ambos lados del Atlántico vuelve a
extenderse en el alma colectiva la necesidad de liderazgos carismáticos
que conecten en bloque con los ánimos de intervención inmediata, sin
mediaciones ni contenciones jurídicas, en el terreno político.
Bajo el capitalismo salvaje, no solo se erosionan los mecanismos
típicos de la representación y de la garantía del interés general. El
incentivo público generalizado de que goza la cultura empresarial (del
llamado “emprendimiento”), ajustándose sin roces a las necesidades de
acumulación del capital, se adecua mal a los requerimientos culturales
–pluralistas, igualitarios, horizontales– de una democracia.
El culto a
la individualidad triunfante y con capacidad de mando, que solo prospera
por la obediencia disciplinada del conjunto, fomenta los valores
autoritarios y jerárquicos cuando se traslada a la polis. Los principios
morales que rigen en muchas escuelas de negocios, conducentes al éxito
individual con desprecio de la cooperación colectiva y con necesidad de
instrumentalizara los semejantes, cosificándolos, procuran un ecosistema
inmejorable para el neofascismo rampante si terminan por convertirse,
como ocurre en nuestros días, en una ética social.
Asistimos además, y de manera paralela, al auge de los discursos
conservadores y violentos, reforzándose los tradicionales ejes de
dominación colonial, eurocéntrica, racista y patriarcal sobre el
trabajo, las y los migrantes y, muy en particular, sobre las mujeres.
Utilizando la religión, los valores conservadores tradicionalistas, la
difamación, el discurso del miedo al otro y la exacerbación del mandato
de la masculinidad, se rearma un andamio ideológico/jurídico orientado a
potenciar modelos de sumisión y explotación violenta de una mayoría de
la población, con especial impacto de género, necesarios para mantener
los procesos de acumulación y de control social.
Así, la propia cultura que se extiende en nuestros modelos de
sociedad propicia el abandono de los valores democráticos y el abrazo a
las tácticas del fascismo. En su plena orientación hacia el futuro,
tiende a relegar las exigencias instructivas de la memoria democrática,
olvido agravado en aquellos países que transitaron a la democracia sin
romper con las dictaduras que los habían oprimido.
Conocer las dinámicas que condujeron a los fascismos y sus prácticas
de exterminio y dominación no garantiza, es cierto, el no repetir la
barbarie, pero sí introduce dispositivos de amortiguación y freno, que
contribuyen a prevenirla. En el imprescindible documental de Chris
Marker sobre las izquierdas mundiales en las décadas de 1960 y 1970, “El
fondo del aire es rojo”, se funden en planos consecutivos las
manifestaciones de neonazis americanos y las de los ejecutivos de Wall
Street, coincidentes en su agresivo belicismo y en su furibundo
anticomunismo ante la Guerra del Vietnam. Liberalismo económico y
fascismo político, frente a la tergiversación inducida durante décadas
de corrección teórica demoliberal, terminan reclamándose mutuamente.
Con este escenario de fondo nace el libro titulado Neofascismo. La bestia neoliberal
y editado por Siglo XXI. El mismo, en forma de obra colectiva y
pluridisciplinar, pretende indagar en los diferentes flancos de esa
compenetración, tratando de resolver incógnitas fundamentales que flotan
hoy en la esfera pública y de destapar complicidades que permanecen
todavía ocultas a los ojos generales. Con un enorme esfuerzo coral, el
libro es una herramienta elaborada por autoras y autores, procedentes de
Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina y España, que cultivan materias
como la filosofía política, el derecho, la sociología, la antropología,
la teología, la comunicación o la historia.
Para tal fin, la obra aborda la cuestión desde una doble perspectiva.
En primer lugar, se entrecruzan los debates de carácter general,
atendiendo al aspecto general teórico e histórico del asunto, para
anclar las posibilidades reales del mismo uso del término «neofascismo».
Resulta fundamental conocer bien el ascenso de los fascismos en el
mundo de entreguerras, y sus vínculos con el capitalismo, para trazar
los paralelismos pertinentes, y también para prescindir de las
comparativas más simplistas. Igualmente crucial nos parece la
delimitación conceptual del fascismo, tanto en sus formas pasadas de
expresión, cuanto en las que comienzan a emerger en la actualidad. No
puede olvidarse tampoco la necesidad de examinar las diferentes líneas
de evolución que en la actualidad están desembocando en el auge de unas
fuerzas que, si hoy se presentan como ultraderechistas, incuban ya, de
forma inequívoca, la serpiente del fascismo futuro.
La segunda perspectiva de análisis que aborda la obra transita por un
estudio de diversas experiencias de dominación ancladas en, o cercanas
a, los axiomas neofascistas. Su campo de pruebas lo proporcionan en
ocasiones trayectorias estrictamente nacionales (como Francia o Brasil)
y, en otras ocasiones, escenarios transnacionales que consienten la
comparación de itinerarios y prácticas. Con esta aproximación, las y los
diferentes autores en diálogo han abordado la cuestión a través del
examen de los ejes y dispositivos de dominación que promueven la
jerarquización social neofascista o que se encuentran inspirados
directamente en fórmulas neofascistas.
Así, la obra incluye análisis
desde la perspectiva del trabajo, los medios de comunicación, la
religión, la memoria, la inmigración o el feminismo. Desde la pluralidad
epistemológica, los capítulos, conversan de manera permanente
esforzándose en entender y razonar sobre uno de los fenómenos más
complejos, que afecta a todos los aspectos de la sociedad y que no es
reducible a un solo plano.
El resultado de este trabajo colectivo, pluridisciplinar y
transatlántico es un libro que aporta instrumentos al análisis de lo que
acordamos denominar como “neofascismo”, los cuales explican sus
múltiples dimensiones y que desmontan lugares comunes y prejuicios
generados muchas veces por los propios movimientos de extrema derecha,
pero que se consolidan al ser repetidos por otros partidos y por los
medios de comunicación, con propuestas que suponen amenazas para los
derechos humanos y para la democracia. Como han remarcado sus autores,
este libro, escrito desde el rigor intelectual, tiene en realidad una
clara vocación de ser, ante todo, una herramienta útil en la lucha
contra los neofascismos.
Probablemente, la lectura del conjunto de la obra produzca a la vez
una multiplicación de los interrogantes, pero, ante todo, el conjunto de
autoras y autores han intentado apuntar ideas para dar respuestas a una
pregunta fundamental ¿cómo actuar contra la barbarie, derrotando a la
bestia con forma de hidra, de una vez por todas?
Sin duda, entre las posibles respuestas destaca una: hoy, como ayer,
es imprescindible instruirse, organizarse y resistir, pero más necesaria
todavía es la elaboración de propuestas alternativas para no volver a
repetir la barbarie."
(Introducción del libro ‘Neofascismo, la bestia neoliberal’. Adoración Guamán, profesora titular de derecho del trabajo en la Universitat de València, Alfons Aragoneses, y Sebastián Martín, CTXT, 10/07/19)
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