13/12/19

EEUU votó por el cambio, que es lo que deseaba. Se percibe de un modo muy claro en el hecho de que personas que votaron por Obama en 2008 dieron su papeleta a Trump en 2016. ¿Qué ocurrió? ¿Se convirtieron en racistas en 2016? No, simplemente querían a alguien que cambiase el sistema, buscaban un 'outsider'... estamos experimentando la transformación de una república de ciudadanos en una república de fans

"Ivan Krastev, politólogo, presidente del Centro de Estrategias Liberales en Sofía y miembro permanente en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena, acaba de publicar en España ‘La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz’ (Ed. Debate), un texto coescrito con el profesor de la Universidad de Nueva York Stephen Holmes

Es una obra interesante que reflexiona sobre un mundo en transición, sometido a tensiones geopolíticas y sociales evidentes y en el que los consensos establecidos se están rompiendo. En ella, Krastev, un intelectual de gran prestigio, especialmente tras la publicación de ‘Europa después de Europa’, repara sobre todo en las causas y fortalezas de los populismos y en el creciente rechazo a la ideología dominante desde el fin de la Guerra Fría.

PREGUNTA. A la hora de explicar la elección de Trump, suele ahondarse en el carácter de sus votantes, en su racismo y nacionalismo, en lo enfadados que están. Pero hay factores esenciales que no suelen tenerse en cuenta respecto del propio liberalismo. Y quedaron bien representados en Hillary Clinton: era una mala candidata, desprendía arrogancia, esa que estaba presente en el 'establishment' del partido demócrata, y carecía de empatía y de visión respecto de los problemas reales de su sociedad. Eso explica también los populismos. 

RESPUESTA. Estoy de acuerdo con lo que dices, porque tan feo como el populismo es la arrogancia de las élites antipopulistas, que tratan de ahogar cualquier deseo legítimo de cambio. En aquellas elecciones EEUU votó por el cambio, que es lo que deseaba. Se percibe de un modo muy claro en el hecho de que personas que votaron por Obama en 2008 dieron su papeleta a Trump en 2016. ¿Qué ocurrió? ¿Se convirtieron en racistas en 2016? No, simplemente querían a alguien que cambiase el sistema, buscaban un 'outsider'. 

Desde este punto de vista, entiendo y conecto con ese deseo legítimo y creo que para que la democracia liberal funcione tiene que cambiar. El problema de la política de Trump es que ha jugado a generar una guerra civil cultural en lugar de aportar algo nuevo que pudiera transformar el sistema.

En cuanto a Clinton, estoy también de acuerdo. Desde la perspectiva de la clase trabajadora blanca era una candidata dinástica, y eso hacía muy difícil que resultase atractiva. Y es curioso, porque EEUU nació contra el poder monárquico, y ahora se ha encontrado con dinastías en el poder, los Bush, los Clinton y los Trump. Todo esto ocurre porque no se sabe interpretar la razón verdadera por la que surgió la república estadounidense. Se suele creer que es un país abierto que tolera las desigualdades sociales, pero esto no forma parte de la historia americana. 

En el siglo XIX era el lugar de la igualdad y si recurrimos a Tocqueville, el sinónimo de democracia es el igualitarismo. Bajo este prisma, lo peor que pueden hacer los liberales es tratar de defender el statu quo, que ya ha sido destruido. El liberalismo está pagando el precio de haber sido la ideología hegemónica tras el fin de la Guerra Fría. Esto ocurre en la economía y en la política; cuando eliminas a todos tus competidores, te conviertes en un monopolio perezoso.

P. El partido demócrata estadounidense cuenta con candidatos como Warren o Sanders que abogan por un cambio decidido y por una política más igualitaria. Sin embargo, se suele decir que no tienen opciones de ganar a Trump. ¿Les concede alguna posibilidad?

R. No. En los últimos diez años, desde la crisis financiera, se ha producido un cambio brutal en la opinión pública norteamericana. Uno de los efectos más importantes de Occupy Wall Street no solamente fue decir que había mucha desigualdad. Antes, cuando se hablaba de desigualdad, la idea era “vamos a apoyar a los pobres”, pero ahora el problema no son los pobres, sino el 1%, los ricos, que pueden transformar fácilmente el poder económico en político. 

Lo que estamos viendo en la izquierda del partido demócrata es que quieren volver a la tradición de la lucha de clases, pero lo que subyace a esta idea es que afecta fundamentalmente a clase media. El demócrata no es el partido de los trabajadores, sino que se dirige más a las clases con formación, con estudios, pero cuyos recursos son menores que su estatus. Tienen el estatus, pero no el dinero que lo acompañaba. Por eso se habla de la traición de la educación: se supone que si vas a la Universidad, conseguirás un buen sueldo y un buen nivel de vida pero eso solo funciona si ingresas en una de las diez mejores universidades.

 Hoy hay mucha gente que se gradúa y no tiene un buen sueldo. Se publicó hace poco un libro muy interesante, ’La trampa meritocrática’, de Daniel Markovits, que pone esto de manifiesto. Y es importante porque el liberalismo, en Europa y en EEUU, iba en coalición con la meritocracia, y ahora en cierto modo hay una reacción contra la meritocracia.

 En este escenario, los candidatos de la izquierda demócrata, que proceden de ese ámbito, se encuentran con un problema, porque en 1930, después de la Gran Depresión, la gente dejó de confiar en el mercado, pero sí lo hacía en el Estado; en los 70, no confiaba en el Estado, pero sí en el mercado; ahora no confía ni en uno ni en otro. Por eso la gente muestra simpatía por la posición antimonopolio de Warren o Sanders, pero cuando empiezan a hablar del gran gasto gubernamental, muchos piensan que no funcionará. Existe cierto movimiento libertario tanto en la derecha como en la izquierda. Es decir, nadie confía en nadie.

P. Cuenta en el libro cómo en Europa del Este se produjo cierta decepción, porque se creía que la incorporación al sistema occidental traería más libertad y mejores posibilidades económicas y no fue exactamente así. En Occidente hay otro tipo de decepción, y la acaba de mencionar cuando habla de las titulaciones y los salarios, porque las clases medias están fragilizándose, las populares tienen menos recursos y el ascensor social parece roto. En ese escenario, si no se cree en el mercado y tampoco en el Estado, el único modo de recuperar la fuerza política suelen ser las personas concretas, los líderes. 

R. Esa tendencia se da, pero con algunas diferencias. Si nos centramos en los resultados económicos, hay países del Este como Polonia que no han sufrido ninguna recesión, cuyo PIB se ha triplicado desde la caída del muro y donde el 70% de sus habitantes están satisfechos con su vida, mientras que en lugares como Rumanía o Bulgaria la situación es bastante diferente. No obstante, y debido al periodo comunista previo, el sentimiento anticapitalista de los países del Este es menor, porque confían mucho más en el capitalismo que la Europa Occidental. 

Al mismo tiempo, la democratización de esa parte de Europa generó mucha desigualdad social, y la división que existe entre las zonas urbanas y las rurales es dramática. Y hay otro elemento importante, la emigración, que ha sido una salida: si uno creía que el futuro de Polonia iba a ser Alemania, podía acelerar el proceso yéndose a trabajar a Alemania.

 La mezcla de todos estos factores provoca que, por más que las personas piensen que individualmente les va bien, creen que a su país en general no. Y aquí entra en juego el líder: en un momento en que no se confía en nada, sólo se puede confiar en una persona. Esto ocurre tanto en el populismo como con el antipopulismo. En Eslovaquia la presidenta es mucho más liberal que el mainstream del país, pero fue elegida porque su biografía generaba confianza y porque su propuesta partía más de la desconfianza respecto del populismo que del deseo de imitación de la Europa Occidental.  

Tenemos que entender que los líderes que tienen éxito no son los más populares, sino los que mejor saben consolidar sus apoyos. Jaroslaw Kazcynsky, por ejemplo, es muy poco popular, pero sus votantes son muy fieles, independientemente de lo que ocurra. Porque lo más interesante de la democracia es por qué los votantes siguen apoyando a un partido que han perdido, por qué no se van a otros partidos o por qué no votan a otros líderes. 

Y, en este sentido, la política que se centra en líderes carismáticos tiene algo importante, ya que son capaces de llenar un vacío al unir cosas que se pensaba que no podían combinarse. Trump, por ejemplo, es uno de los americanos más ricos y se ha convertido en la voz de los más pobres del país, dos elementos aparentemente incompatibles. Estos líderes no siguen ninguna identidad política, sino que generan una nueva. Y esto ocurrió también con Macron.

P. Orbán es otro de esos líderes, uno de los principales, y su trayectoria es significativa, porque de un convencido liberal, que llevó a cabo profundas transformaciones en Hungría, pasó a refutar la globalización y a adoptar la retórica xenófoba. Ese trayecto también se ha dado en otros países occidentales. En el Reino Unido, por ejemplo, estamos viendo ese cambio discursivo, como también ocurrió en EEUU.

R. No creo que su trayectoria sea importante, aunque los excomunistas fueron muy importantes para deslegitimar el sistema comunista, porque siempre pueden decir que fueron parte de él. Y no entiende el poder en una democracia liberal, porque en ella, cuando pierdes, no pierdes mucho, pero cuando ganas tampoco, lo cual quiere decir que excluye la idea de un cambio radical. 

Desde la comprensión del mundo de Orbán, la política es un juego de suma cero, para que uno gane alguien tiene que perder. Es frecuente encontrar en estos líderes, como Erdogan, el hecho de que su socialización no procede de la política sino del deporte: Orbán y Erdogan eran jugadores de fútbol y seguidores acérrimos. Su gran héroe no es un dirigente político, un estadista, sino Puskas

Digo esto porque estamos experimentando la transformación de una república de ciudadanos en una república de fans. Un ciudadano es leal a su partido, pero esto no impide que sea crítico y que pueda cambiar su voto para defender sus principios. En la república de los fans, la lealtad significa que se va a apoyar al líder incondicionalmente, especialmente si se equivoca. Uno nunca pierde de una manera justa.

 Entiendo lo que hizo Orbán durante la crisis financiera, que básicamente fue salvar a la clase media húngara ajustando el tipo de cambio con el franco suizo, pero al hacer esto, y temiendo que el FMI le persiguiera, cambió su régimen: reorientó su política hacia China y Rusia porque quería una fuente de ingresos que no procediera del FMI; decidió que tenía derecho a reprimir totalmente la oposición, y así estar seguro de que las potencias extranjeras no iban a interferir, y trató de decir que todos los problemas que tenía Hungría habían sido creados por fuerzas externas. 

Pero Orbán no puede ser el modelo para otros por la concepción étnica de Hungría, que es una sociedad increíblemente homogénea, ya que más del 95% de los húngaros son húngaros, de modo que es muy fácil atacar a los musulmanes cuando no los tiene.  

Su modelo es nacionalista en ausencia de una economía nacional, como demuestra que el 30% de la producción industrial húngara proceda de cuatro empresas alemanes. De modo que para que su régimen pueda mantenerse tiene que hacer dos cosas al mismo tiempo, recibir el dinero de Bruselas y mantener una retórica antiBruselas, y esto es muy difícil de sostener durante mucho tiempo. El modelo de Orbán no es imitable. (...)"           

(Entrevista a Iván Krastev, Esteban Hernández, El Confidencial, 01/12/19)

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