11/8/20

Por 13 razones…tenemos al Flamenco como lo tenemos

"No soy Hannah Baker, ni esto es una serie, ni tampoco nos van a emitir en Netflix, esta historia está más grabada en cintas de cassette que en Spotify. Esta tragedia tiene siglos a sus espaldas, y también a sus propios personajes, como no podía ser de otra forma. Unos son idílicos, otros sagrados. 

E incluso cuenta esta historia con sus víctimas, sus detractores y por último, con una caterva de personas que se comportan casi, casi como la gente del Instituto Liberty en el drama juvenil: los que pasan de todo, a pesar de que haya posibles maltratos de por medio; no se mojan porque “no va con ellos”, “no lo conocen”, o directamente “porque no les gusta”. Tiene esta historia muchas razones acerca de por qué el Flamenco no mueve masas como otros géneros, ni se protege como debiera, ni tampoco es bien tratado entre una buena parte de la sociedad española.

Vamos a analizar esas trece razones, como las de Hannah Baker, aunque preguntándonos por qué el Flamenco en sí mismo no disfruta de una aceptación mayoritaria, más allá por supuesto de los círculos donde evidentemente se goza, se saborea, se comparte e incluso, se cultiva. Tenemos que despojarnos de ese buenismo en forma de máscara que a veces nos ponemos y asimilar que no es un estilo, ni una cultura que encontremos entre triunfitos, ni en programas de sobremesa y, ni mucho menos parezca oportuno debatir sobre su actualidad en tertulias políticas, enfrascadas en otros menesteres. Analizaremos por qué el Flamenco en España sigue siendo minoritario, por mucho que en los paquetes turísticos se empeñen en vender lo contrario. Las trece razones de este maltrato son:

1- Comercial: “No es comercial”, asegura una parte de la sociedad, aludiendo a que su transmisión y cultivo suele hacerse en grupos reducidos y, normalmente se lleva a cabo de generación en generación. Pese a ser antropológicamente una verdadera joya –igual que sucede con otras culturas resistentes a los efectos globalizadores–, en vez de ver esto como algo virtuoso, se le achaca que “se discrimina solo”, frase que nos suena también en otras lides. Realmente, ¿quién dictamina lo que es comercial o no?, ¿las emisoras de radiofórmula?, ¿aplicaciones de música en streaming?, ¿el marketing? Quizás sea así y si así lo es, ciertamente el Flamenco tiene todas las de perder. Y no por sí mismo, sino porque entonces la competencia es desigual a todas luces. Ahora bien, hay fuera de nuestros territorios otras músicas desarrolladas por pueblos oprimidos y minorías étnicas que son señas de identidad dentro de sus propios territorios. Sin embargo, aquí la cosa cambia, y ni siquiera ahora, con la exaltación de la patria y la bandera, consigue el Flamenco tener un tiempo para su cultivo. Lo hace hacia afuera en forma de promoción, pero poco o nada para sus adentros.

2- España y olé: el paradigma de esto lo encontramos en la proliferación de tablaos, festivales e incluso academias más allá del consabido Japón. También en el sur de Francia, Holanda, Alemania… su cultivo se va haciendo mayor, mientras que aquí, en mitad de una crisis sanitaria y social, salen a la luz los cierres de tablaos y la suspensión de festivales por doquier. Sobre este asunto, Federico Escudero, presidente de la Asociación Nacional de Tablaos Flamencos de España (ANTFES), ha declarado: “Como no nos ayuden, los tablaos flamencos desaparecen”. Pero parece que importa poco. Ni una sola mención de su situación en el Congreso de los Diputados. De puntillas en el Parlamento de Andalucía, más encaminados en demostrar de dónde viene que hacia dónde va.

3- Gato por liebre: a veces por ahorrar y otras por no saber, lo cierto es que una buena parte de los paquetes turísticos que se ofertan para el consumo de Flamenco son de marca blanca. Créanme, el guiri ya sabe diferenciar y no, no todo vale. Además, los contratos de “artistas Hacendado”, con poses exageradas sólo sirven para faltarle al respeto al Flamenco.

4- Autoengaño: Según el estudio Music Consumer Insight Report de 2018, publicado por la Federación Internacional de la Industria Discográfica, el 76% de los y las españolas eligen mayoritariamente el pop como género más popular. Ahora bien, este y otros estudios, como los de Spotify, coinciden en la subida inaudita del Flamenco en número de reproducciones gracias a la irrupción de artistas que desarrollan el llamado “Flamenco urbano”. Más urbano que Tío Borrico o Fernanda y Bernarda de Utrera no lo hay, por tanto estas nomenclaturas que pretenden aglutinar y encasillar los nuevos géneros sobre los clásicos sólo consiguen autoengañarnos. Sin desmerecer por supuesto a las nuevas modas y estilos, que efectivamente beben de fuentes a las que luego no citan, lo cierto es que no hacen Flamenco.

5- “Es de gente antigua”: puede ser, no lo niego. Existe un cierto rechazo a todo lo que suene o recuerde a primigenio, excepto si se sobrenombra “vintage” o “retro”. Parece que Mairena, Caracol, Vallejo o Terremoto no son lo suficientemente cool para ser escuchados por oídos especialmente cultivados.

6- Nula inversión: como decíamos anteriormente, hay que quitarse la máscara del buenismo. Las apuestas políticas por la cultura más representativa del Estado español son eminentemente descafeinadas. No se apuesta por su conocimiento, ni por su reconocimiento, ni por su continuidad. En ciertas localidades se hace más por la conservación de este Patrimonio de la Humanidad desde algunas peñas que desde las propias administraciones, las cuales son capaces y capataces de gastarse unos cuantos miles de euros para traer a artistas de cualquier otro género, pero a la hora de contratar a Flamencos de primer nivel racanean. No hablemos de las ayudas a su conservación, relegadas a lo que puedan crear las familias alrededor de una olla, sin caer en la cuenta de que un día no habrá olla con la que alimentar. De hecho, una buena parte del Flamenco de verdad sale de los barrios más humildes, los eternos olvidados, excepto para hacerse la foto cada cierto tiempo con la clara intención de mostrarnos ese lado humano que tienen la clase política y la realeza.

7- ¿Dónde lo estudiamos?: es insultante que no se encuentre en los libros de texto. Hallamos en nuestra vida estudiantil toda clase de culturas, inclusive la flamenca, pero la de Flandes. De la flamenca de aquí, entre nada y poco. No sabemos cómo nace, ni cómo se hace, ni cómo se desarrolla. Quizás, con un poco de suerte, en alguna optativa o jornada lúdica haya una apuesta decidida por parte del profesorado… pero queda en eso, en apuestas contadas con los dedos de una mano. Luego, con el paso de los años y, si quieres, podrás encontrártelo en el conservatorio, donde lo clásico se impone. Estudiar un máster sobre Flamenco en Andalucía es una odisea, aparte claro está, de sus costes.

8- Globalización: vivimos en un sistema idiotizado e hipnotizado por influencias que nos hacen incluso rechazar o negar la autenticidad. Está en nuestras manos resistir a las imposiciones y a los latigazos globalizadores.


9- Complejo: nada peor que un complejo de identidad y, en base a él, tratar de ocultar parte de tu construcción. Efectivamente, el Estado español puede ser líder en trasplantes, en donaciones de sangre, en investigaciones… y en Flamenco. Flamenco is not a crime es el lema que pusieron de moda Los Voluble y que me encontré en grafitis en zonas del extrarradio sevillano. No pasa nada por ser, vivir y sentir el Flamenco como génesis cultural. Es un orgullo saber que se desarrolló gracias a la influencia de tantos pueblos, desde la armonía, el respeto y la interculturalidad. Por cierto, para resistir flamencamente, comencemos por escribirlo con mayúsculas, como el Pop, el Rock, el Jazz…

10- De señorito andaluz: según los estereotipos y de donde vengan, suele añadirse que el Flamenco está asociado con un lado u otro y, finalmente se queda en tierra de nadie.

11- “Cuando llegan los días señalaítos”: cantaba Raimundo Amador. Vale para todo, incluso para esto. Cuando llega el momento de “hacerse el más Flamenco/a del mundo mundial”, véase en celebraciones, ferias, etc., nos gusta hacer el bailecito o tocar las palmas como si no hubiese un mañana. Cuando pasan los días señalaítos…Ya saben cómo termina la canción.

 12- Se prohíbe el cante: frase típica en la historia de no pocos establecimientos del territorio nacional. Se prohibía el cante, pero no todos, pues iba directamente contra el Flamenco al ser asociado con “gente de mal vivir”, señalando a las capas bajas. Por eso, todavía en la actualidad, si en alguna esquina surge un momento de duende, una letra por bulerías y cuatro palmas, las miradas del público lo dicen todo. No es lo mismo cuando tararean canciones Pop, que se puede. No es lo mismo cuando se gritan consignas futbolísticas en los bares, que se puede. Existe esa diferencia, esa mirada de sorpresa, indignación e incluso, esos gestos cuando se expresa esa forma de vivir. No es la misma gesticulación que cuando se interpretan otros estilos, de verdad que no.

13- Antigitanismo: terminamos la serie con la base que sustenta esta situación. Entendido el antigitanismo como una manifestación opresiva y estructural: los estereotipos, la escasa importancia política, la nula representación en los libros de texto, e incluso las miradas desconcertadas cuando aparece una reunión con el cante grande de por medio, se basan en un rechazo que encuentra en el antigitanismo su razón de ser. Así lo demostró Félix Grande en Memoria del Flamenco, cuando analiza ese desprecio a esta forma de vivir tan gitana y tan andaluza. A pesar de que ciertamente, no todo el Flamenco es netamente gitano, su representatividad a ojos externos sí se reduce al “gitanismo” y, por tanto, incluso aquella parte de la flamencología que trata de desgitanizar o blanquear el gen romaní del Flamenco también en algunas cuestiones sufre los coletazos de esta discriminación.

 El antigitanismo, claramente estructural, afecta incluso a esa clase academicista que organiza másteres y jornadas sobre Flamenco y a la que se le olvida incluir asignaturas o temáticas sobre el cante gitano, o su transmisión por ejemplo, que darían para varios libros. Afecta también a esos tablaos que ‘se olvidan’ de los gitanos en sus carteles e, incluso, impacta sobre aquellos que en sus discursos obvian la importancia determinante de lo gitano en este asunto. Está tan enraizado que incluso se relega a “la cultura de la marginalidad” todo lo que suene a Flamenco. De ese binomio gitano-marginal viene el rechazo y la poca importancia dada al S.O.S de ANTFES que ha llegado a comunicar que “con la covid-19, el Flamenco está en peligro de extinción”.

Y estas son mis trece razones de una situación un tanto amarga, en la que continuamos viviendo los y las flamencas desde hace ya tantas décadas. Quizás termine grabando todo esto en una cinta, como hizo Hannah Baker, y con suerte, alguna plataforma de series en streaming considere oportuno dejarle un hueco a las cuestiones por las que una parte de España considera “tosca o poco culta” una idiosincrasia, una cultura y una forma de vivir, ser y sentir la propia vida. Una vida que puede ir en el desgarro de una seguiriya, o una toná, o en el desplante a la hora de bailar por bulerías. En ese instante se para el tiempo a la par que las miradas indiscretas sobrevuelan el ambiente. “Ya están aquí los gitanos”, se escucha murmurar. La mano al bolsillo. El bolso recogido. La otra mira con sonrisa nerviosa. El camarero se altera. A los trece minutos… se prohíbe el cante. "                (José Vega de los Reyes, CTXT,3/07/2020)

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