"No soy Hannah Baker, ni esto es una serie, ni tampoco nos van a
emitir en Netflix, esta historia está más grabada en cintas de cassette
que en Spotify. Esta tragedia tiene siglos a sus espaldas, y también a
sus propios personajes, como no podía ser de otra forma. Unos son
idílicos, otros sagrados.
E incluso cuenta esta historia con sus
víctimas, sus detractores y por último, con una caterva de personas que
se comportan casi, casi como la gente del Instituto Liberty en el drama
juvenil: los que pasan de todo, a pesar de que haya posibles maltratos
de por medio; no se mojan porque “no va con ellos”, “no lo conocen”, o
directamente “porque no les gusta”. Tiene esta historia muchas razones
acerca de por qué el Flamenco no mueve masas como otros géneros, ni se
protege como debiera, ni tampoco es bien tratado entre una buena parte
de la sociedad española.
Vamos a analizar esas trece razones, como las de Hannah Baker, aunque
preguntándonos por qué el Flamenco en sí mismo no disfruta de una
aceptación mayoritaria, más allá por supuesto de los círculos donde
evidentemente se goza, se saborea, se comparte e incluso, se cultiva.
Tenemos que despojarnos de ese buenismo en forma de máscara que a veces
nos ponemos y asimilar que no es un estilo, ni una cultura que
encontremos entre triunfitos, ni en programas de sobremesa y, ni mucho
menos parezca oportuno debatir sobre su actualidad en tertulias
políticas, enfrascadas en otros menesteres. Analizaremos por qué el
Flamenco en España sigue siendo minoritario, por mucho que en los
paquetes turísticos se empeñen en vender lo contrario. Las trece razones
de este maltrato son:
1- Comercial: “No
es comercial”, asegura una parte de la sociedad, aludiendo a que su
transmisión y cultivo suele hacerse en grupos reducidos y, normalmente
se lleva a cabo de generación en generación. Pese a ser
antropológicamente una verdadera joya –igual que sucede con otras
culturas resistentes a los efectos globalizadores–, en vez de ver esto
como algo virtuoso, se le achaca que “se discrimina solo”, frase que nos
suena también en otras lides. Realmente, ¿quién dictamina lo que es
comercial o no?, ¿las emisoras de radiofórmula?, ¿aplicaciones de música
en streaming?, ¿el marketing? Quizás sea así y si así lo es,
ciertamente el Flamenco tiene todas las de perder. Y no por sí mismo,
sino porque entonces la competencia es desigual a todas luces. Ahora
bien, hay fuera de nuestros territorios otras músicas desarrolladas por
pueblos oprimidos y minorías étnicas que son señas de identidad dentro
de sus propios territorios. Sin embargo, aquí la cosa cambia, y ni
siquiera ahora, con la exaltación de la patria y la bandera, consigue el
Flamenco tener un tiempo para su cultivo. Lo hace hacia afuera en forma
de promoción, pero poco o nada para sus adentros.
2- España y olé: el paradigma de
esto lo encontramos en la proliferación de tablaos, festivales e incluso
academias más allá del consabido Japón. También en el sur de Francia,
Holanda, Alemania… su cultivo se va haciendo mayor, mientras que aquí,
en mitad de una crisis sanitaria y social, salen a la luz los cierres de
tablaos y la suspensión de festivales por doquier. Sobre este asunto,
Federico Escudero, presidente de la Asociación Nacional de Tablaos
Flamencos de España (ANTFES), ha declarado: “Como no nos ayuden, los
tablaos flamencos desaparecen”. Pero parece que importa poco. Ni una
sola mención de su situación en el Congreso de los Diputados. De
puntillas en el Parlamento de Andalucía, más encaminados en demostrar de
dónde viene que hacia dónde va.
3- Gato por liebre: a veces por ahorrar y otras por
no saber, lo cierto es que una buena parte de los paquetes turísticos
que se ofertan para el consumo de Flamenco son de marca blanca. Créanme,
el guiri ya sabe diferenciar y no, no todo vale. Además, los contratos
de “artistas Hacendado”, con poses exageradas sólo sirven para faltarle
al respeto al Flamenco.
4- Autoengaño: Según el estudio
Music Consumer Insight Report de 2018, publicado por la Federación
Internacional de la Industria Discográfica, el 76% de los y las
españolas eligen mayoritariamente el pop como género más popular. Ahora
bien, este y otros estudios, como los de Spotify, coinciden en la subida
inaudita del Flamenco en número de reproducciones gracias a la
irrupción de artistas que desarrollan el llamado “Flamenco urbano”. Más
urbano que Tío Borrico o Fernanda y Bernarda de Utrera no lo hay, por
tanto estas nomenclaturas que pretenden aglutinar y encasillar los
nuevos géneros sobre los clásicos sólo consiguen autoengañarnos. Sin
desmerecer por supuesto a las nuevas modas y estilos, que efectivamente
beben de fuentes a las que luego no citan, lo cierto es que no hacen
Flamenco.
5- “Es de gente antigua”: puede ser, no lo niego. Existe un cierto rechazo a todo lo que suene o recuerde a primigenio, excepto si se sobrenombra “vintage” o “retro”. Parece que Mairena, Caracol, Vallejo o Terremoto no son lo suficientemente cool para ser escuchados por oídos especialmente cultivados.
6- Nula inversión: como
decíamos anteriormente, hay que quitarse la máscara del buenismo. Las
apuestas políticas por la cultura más representativa del Estado español
son eminentemente descafeinadas. No se apuesta por su conocimiento, ni
por su reconocimiento, ni por su continuidad. En ciertas localidades se
hace más por la conservación de este Patrimonio de la Humanidad desde
algunas peñas que desde las propias administraciones, las cuales son
capaces y capataces de gastarse unos cuantos miles de euros para traer a
artistas de cualquier otro género, pero a la hora de contratar a
Flamencos de primer nivel racanean. No hablemos de las ayudas a su
conservación, relegadas a lo que puedan crear las familias alrededor de
una olla, sin caer en la cuenta de que un día no habrá olla con la que
alimentar. De hecho, una buena parte del Flamenco de verdad sale de los
barrios más humildes, los eternos olvidados, excepto para hacerse la
foto cada cierto tiempo con la clara intención de mostrarnos ese lado
humano que tienen la clase política y la realeza.
7- ¿Dónde lo estudiamos?: es
insultante que no se encuentre en los libros de texto. Hallamos en
nuestra vida estudiantil toda clase de culturas, inclusive la flamenca,
pero la de Flandes. De la flamenca de aquí, entre nada y poco. No
sabemos cómo nace, ni cómo se hace, ni cómo se desarrolla. Quizás, con
un poco de suerte, en alguna optativa o jornada lúdica haya una apuesta
decidida por parte del profesorado… pero queda en eso, en apuestas
contadas con los dedos de una mano. Luego, con el paso de los años y, si
quieres, podrás encontrártelo en el conservatorio, donde lo clásico se
impone. Estudiar un máster sobre Flamenco en Andalucía es una odisea,
aparte claro está, de sus costes.
8- Globalización: vivimos en un
sistema idiotizado e hipnotizado por influencias que nos hacen incluso
rechazar o negar la autenticidad. Está en nuestras manos resistir a las
imposiciones y a los latigazos globalizadores.
9- Complejo: nada peor que un
complejo de identidad y, en base a él, tratar de ocultar parte de tu
construcción. Efectivamente, el Estado español puede ser líder en
trasplantes, en donaciones de sangre, en investigaciones… y en Flamenco.
Flamenco is not a crime
es el lema que pusieron de moda Los Voluble y que me encontré en
grafitis en zonas del extrarradio sevillano. No pasa nada por ser, vivir
y sentir el Flamenco como génesis cultural. Es un orgullo saber que se
desarrolló gracias a la influencia de tantos pueblos, desde la armonía,
el respeto y la interculturalidad. Por cierto, para resistir
flamencamente, comencemos por escribirlo con mayúsculas, como el Pop, el
Rock, el Jazz…
10- De señorito andaluz: según
los estereotipos y de donde vengan, suele añadirse que el Flamenco está
asociado con un lado u otro y, finalmente se queda en tierra de nadie.
11- “Cuando llegan los días
señalaítos”: cantaba Raimundo Amador. Vale para todo, incluso para esto.
Cuando llega el momento de “hacerse el más Flamenco/a del mundo
mundial”, véase en celebraciones, ferias, etc., nos gusta hacer el
bailecito o tocar las palmas como si no hubiese un mañana. Cuando pasan
los días señalaítos…Ya saben cómo termina la canción.
12- Se prohíbe el cante: frase típica
en la historia de no pocos establecimientos del territorio nacional. Se
prohibía el cante, pero no todos, pues iba directamente contra el
Flamenco al ser asociado con “gente de mal vivir”, señalando a las capas
bajas. Por eso, todavía en la actualidad, si en alguna esquina surge un
momento de duende, una letra por bulerías y cuatro palmas, las miradas
del público lo dicen todo. No es lo mismo cuando tararean canciones Pop,
que se puede. No es lo mismo cuando se gritan consignas futbolísticas
en los bares, que se puede. Existe esa diferencia, esa mirada de
sorpresa, indignación e incluso, esos gestos cuando se expresa esa forma
de vivir. No es la misma gesticulación que cuando se interpretan otros
estilos, de verdad que no.
13- Antigitanismo: terminamos
la serie con la base que sustenta esta situación. Entendido el
antigitanismo como una manifestación opresiva y estructural: los
estereotipos, la escasa importancia política, la nula representación en
los libros de texto, e incluso las miradas desconcertadas cuando aparece
una reunión con el cante grande de por medio, se basan en un rechazo
que encuentra en el antigitanismo su razón de ser. Así lo demostró Félix
Grande en Memoria del Flamenco, cuando analiza ese desprecio a
esta forma de vivir tan gitana y tan andaluza. A pesar de que
ciertamente, no todo el Flamenco es netamente gitano, su
representatividad a ojos externos sí se reduce al “gitanismo” y, por
tanto, incluso aquella parte de la flamencología que trata de
desgitanizar o blanquear el gen romaní del Flamenco también en algunas
cuestiones sufre los coletazos de esta discriminación.
El antigitanismo,
claramente estructural, afecta incluso a esa clase academicista que
organiza másteres y jornadas sobre Flamenco y a la que se le olvida
incluir asignaturas o temáticas sobre el cante gitano, o su transmisión
por ejemplo, que darían para varios libros. Afecta también a esos
tablaos que ‘se olvidan’ de los gitanos en sus carteles e, incluso,
impacta sobre aquellos que en sus discursos obvian la importancia
determinante de lo gitano en este asunto. Está tan enraizado que incluso
se relega a “la cultura de la marginalidad” todo lo que suene a
Flamenco. De ese binomio gitano-marginal viene el rechazo y la poca
importancia dada al S.O.S de ANTFES que ha llegado a comunicar que “con
la covid-19, el Flamenco está en peligro de extinción”.
Y estas son mis trece razones de una situación un tanto amarga, en la
que continuamos viviendo los y las flamencas desde hace ya tantas
décadas. Quizás termine grabando todo esto en una cinta, como hizo
Hannah Baker, y con suerte, alguna plataforma de series en streaming
considere oportuno dejarle un hueco a las cuestiones por las que una
parte de España considera “tosca o poco culta” una idiosincrasia, una
cultura y una forma de vivir, ser y sentir la propia vida. Una vida que
puede ir en el desgarro de una seguiriya, o una toná, o en el desplante a
la hora de bailar por bulerías. En ese instante se para el tiempo a la
par que las miradas indiscretas sobrevuelan el ambiente. “Ya están aquí
los gitanos”, se escucha murmurar. La mano al bolsillo. El bolso
recogido. La otra mira con sonrisa nerviosa. El camarero se altera. A
los trece minutos… se prohíbe el cante. " (José Vega de los Reyes, CTXT,3/07/2020)
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