17/11/20

Hemos vivido, y todavía quedan muchos rescoldos, en una sociedad de clase media... una vez que la URSS cayó, las capas medias comenzaron su lento y continuo regreso al pozo de la historia y las populares fueron de cabeza a la pauperización...

 "Hemos vivido, y todavía quedan muchos rescoldos, en una sociedad de clase media. Más allá de la situación material concreta, existía una autopercepción, y con ella una mentalidad dominante, que constituía el centro de la cohesión social. 

Podría resumirse así: una madre de clase obrera cuyo oficio consistía en limpiar casas, guardaba la esperanza, muchas veces satisfecha, de que sus hijos pudieran contar con una formación universitaria que les ofreciese un futuro mejor que el que ella tenía, o de que su sacrificio les permitiera disfrutar de una posición más holgada con el paso de los años. Esa esperanza ampliaba el espectro de clase media por encima de su situación estadística, porque permitía percibirse como perteneciente a ese estrato aun cuando fuera como punto de destino, pero también porque existían resortes sociales que ayudaban en ese objetivo.

 La provisión de servicios públicos era parte importante de ese sentimiento, ya que ofrecía una base para alejar del estado de necesidad y para confiar en la mejora de la posición social. No ocurría sólo en España, donde el estado de bienestar no era especialmente fuerte, sino que recorría todo Occidente.

El capitalismo fue desagradecido con la clase media, ya que hizo de ella un uso utilitario. La empleó como fuerza de choque contra el comunismo soviético en los países occidentales, y las capas medias jugaron ese papel con notable entusiasmo. Fue la clase que ganó la pelea ideológica durante la guerra fría, porque supuso un bastión claro de defensa del capitalismo occidental frente a ese mundo que se percibía gris, constreñir y sin ilusión que emanaba del otro lado del telón de acero. 

En los barrios populares españoles, la idea de un futuro mejor a través del ascenso social contribuyó mucho a su despolitización, porque los estratos obreros fueron desconectándose de los partidos de clase. El pago que recibieron las clases medias y las populares no estuvo en consonancia con su utilidad, porque una vez que la URSS cayó, las capas medias comenzaron su lento y continuo regreso al pozo de la historia y las populares fueron de cabeza a la pauperización.

Las dos fases del declive

Este declive de la idea que sostuvo a la clase media, la posibilidad de mejora social, ha tenido dos fases. La primera fue la recomposición del mercado para que el reparto de los beneficios del ámbito productivo fuera menos equitativo. Desde la época en que las grandes empresas giraron hacia los accionistas como guía y única orientación, el mundo del trabajo ha perdido peso, en salarios, condiciones y oportunidades. 

Ese declive ha significado también la pérdida de ingresos para pymes y autónomos, la aparición de mucho trabajo por horas o días, así como la disminución de los recursos para los desempleados. La consecuencia fue que la mayor parte de la gente pudo disponer de menos recursos y, por tanto, se le hizo más difícil sufragar los gastos precisos para la subsistencia. Sin embargo, aún quedaban los bienes públicos como salvaguarda: eran la ayuda que compensaba la pérdida de poder adquisitivo.

La segunda fase, que se acrecentó con la profundización en la globalización y más todavía tras la crisis de 2008, cambió ese escenario. Los Estados tenían muchas más dificultades para recaudar impuestos de quienes se movían en el escenario global, que podían sortear con facilidad las regulaciones nacionales, y muchos de ellos se endeudaron más, lo que supuso la pérdida de recursos que destinaban a la provisión de bienes públicos.

 Este proceso tuvo una doble vía: por una parte hubo servicios públicos que dejaron de serlo, y por otra los que continuaron prestándose fueron deteriorándose, y cada vez estaban más saturados y se prestaban en condiciones más difíciles.

Al mismo tiempo que estas dos fases tenían lugar, el coste de los bienes esenciales, desde la vivienda hasta la energía, aumentaba, en algunos casos sustancialmente. Fruto de esta doble presión, la clase media fue desapareciendo, también porque las clases con menos recursos entendían que los deseos de mejora social no iban a encontrar acomodo en la realidad.

 Fue abriéndose una brecha, con clases en clara separación, y con las capas intermedias que quedaban haciendo equilibrios para no caer. Una de las señales más evidentes de esa brecha es la necesidad de acogerse a los servicios públicos. Ya decía Margaret Thatcher que quien tenía 30 años y se desplazaba en transporte público era un perdedor, y esa idea cobra mayor vuelo hoy, porque amplía su espectro.

 La diferencia entre quienes pueden pagar la sanidad, la educación y el transporte privados y quienes no marca una nueva línea de clase. Se aprecia en muchos aspectos, pero uno de los más evidentes ha sido la educación: la titulación que ofrece garantías laborales implica estancias en el extranjero, credenciales de instituciones académicas de elevado coste o formación de posgrado difícilmente asequible para buena parte de la población, como ocurría con los MBA (que ya ni siquiera son tan útiles como antes). (...)"                     (Esteban Hernández, El Confidencial, 27/9/20)

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