23/8/23

La era de la ebullición global... En los extremos planetarios, no hay una nueva normalidad. Sólo una alteración exponencial... Este mes de julio fue el más caluroso, posiblemente, de los últimos 120000 años... En medio de las crisis climáticas, también, se batieron otros récords: el mayor número de pasajeros aéreos en un solo día en Estados Unidos; los mayores beneficios jamás registrados por las aerolíneas europeas IAG y Air France-KLM; récord de consumo de petróleo y de producción de carbón... Hay que enseñar, en las escuelas, que el clima es un problema de stock... El modelo mental correcto es el de una tina de baño. Mientras fluya más agua del grifo (nuestras emisiones) a la tina (las acumulaciones atmosféricas de carbono) que la que se va por la coladera (selvas tropicales, océanos, etcétera), el nivel de agua de la tina seguirá subiendo... no hay punto medio; no hay medias; no hay vuelta a la normalidad. Es un tráfico unidireccional hacia lo desconocido». El sistema terrestre es una «bestia furiosa» a la que estamos picando y provocando con el palo de las acumulaciones de carbono... La crisis climática exige una electrificación rápida, nuevos recursos y nuevas máquinas para mover, calentar, enfriar, fundir y fabricar objetos. Todas estas máquinas deben ser fabricadas, financiadas, comercializadas e instaladas

 "Este mes de julio fue el más caluroso de nuestra historia y, posiblemente, el más caluroso de los últimos 120000 años. Cuatro «cúpulas de calor» repartidas por el hemisferio norte –en Asia Occidental, Norteamérica, África del Norte y sur de Europa– contribuyeron a la subida de las temperaturas y batieron récords de varios grados. En los Andes, el invierno se convirtió en un verano abrasador. La luz del sol se ha quedado oculta por el humo de los gigantescos incendios que asolan Canadá.

Al calor mortífero, se le sumaron lluvias e inundaciones sin precedentes, sobre todo, en Delhi y Pekín. No sólo el ciclo del carbono, sino, también, el del agua se han visto sobrealimentados por la modernidad, que se nutre de combustibles fósiles. El planeta que llamamos Tierra es  principalmente, oceánico y la mayor parte del exceso de calor es absorbido por los océanos, que nunca habían estado tan calientes. Sus corrientes cálidas han provocado que parte de la Antártida, del tamaño de México, no se haya vuelto a congelar este año.

El aumento del vapor de agua, en sí mismo, un potente gas de efecto invernadero, provocado por el calentamiento global de los océanos, ejerce, a su vez, presión sobre la inmensa máquina de calor de la atmósfera, lo que provoca condiciones meteorológicas más extremas. No en vano, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Gueterres, declaró que ya entramos a una era de «ebullición global». (...)

En medio de las crisis climáticas, también, se batieron otros récords: el mayor número de pasajeros aéreos en un solo día en Estados Unidos; los mayores beneficios jamás registrados por las aerolíneas europeas IAG y Air France-KLM; récord de consumo de petróleo y de producción de carbón. Entre los extremos climáticos y los beneficios récord de los combustibles fósiles, la reacción política de los partidos de derecha a favor del clima es cada vez más fuerte.

Acumulación y flujos

Cuando era estudiante de posgrado, en la década del 2010, me desagradaba la negación masiva de la emergencia climática. El calentamiento global aún era una causa marginal y una ocurrencia tardía en la política nacional. En 2012, ni siquiera se mencionó el tema del clima en el último debate presidencial entre Mitt Romney y Barack Obama. ¿Cómo iba a ser así? Las encuestas situaban el clima en el último lugar de la escala de preocupaciones; la economía, en el primero.

Esta década es diferente. Acontecimientos extraordinarios nos están golpeando a un ritmo acelerado y el público actual está cada vez más conciente de que entramos a un antropoceno omnicida. Sin embargo, esta conciencia no conduce, necesariamente, a la acción. Al contrario, los avances positivos, pero parciales, en la mitigación del cambio climático corren el riesgo de perpetuar la ilusión de que la acción actual es suficiente.

 Aunque ya empezamos a reorientar actividades marginales –compra de autos nuevos, nuevos edificios eficientes– hacia tecnologías más ecológicas, seguimos corriendo el riesgo de pasar por alto la extraordinaria amenaza que supone la cantidad de carbono que ya se acumula en la atmósfera.

 Hay que distinguir entre flujos y acumulación de carbono. Al planeta no le preocupa, como a nosotros, la tasa anual de emisiones; lo que cuenta es la acumulación de carbono en la atmósfera: esto es lo que rige el grado de calentamiento2. Los miles de artículos de prensa que aparecieron durante la pandemia, en los que se preguntaban si un descenso de las emisiones significaría un descenso de las temperaturas, son una buena ilustración de hasta qué punto el modelo de flujo sesga nuestra percepción de las cosas. Hay que enseñar, en las escuelas, que el clima es un problema de stock, no de flujos. Y los profanos no son los únicos que están preocupados. En un artículo clásico, John Sterman puso a prueba a ingenieros y a científicos del MIT y descubrió que ellos tampoco tenían idea de las acumulaciones en sus modelos mentales del cambio climático

 El modelo mental correcto es el de una tina de baño. Mientras fluya más agua del grifo (nuestras emisiones) a la tina (las acumulaciones atmosféricas de carbono) que la que se va por la coladera (selvas tropicales, océanos, etcétera), el nivel de agua de la tina seguirá subiendo. Los últimos cinco años han sido los más cálidos de los que se tiene constancia, al igual que veinte de los últimos veintidós años. Este calentamiento constante es una consecuencia directa del aumento del nivel de agua en la tina. La situación sólo empeorará a medida que la acumulación de CO2 aumente cada año.

Gradualismo y gradualistas

La ignorancia del problema de la acumulación ha correspondido a marcos de mitigación climática dominados, durante mucho tiempo, por el gradualismo. Esta orientación optimista supone que la inestabilidad global es un problema que puede resolverse en las próximas décadas mediante cambios graduales en el uso de energía. Los intereses poderosos prefieren que las reducciones drásticas de emisiones de carbono se logren en un futuro lejano y más moderno, cuando, por supuesto, todos seríamos más ricos.

Este gradualismo motivado ha alimentado herramientas políticas –aplicadas o, simplemente, propuestas– como la tarificación del carbono y las «vías de transición energética» y ha sido popularizado por conceptos como la «curva de costos de reducción de McKinsey». Los consultores se preguntan esto: ¿qué emisiones son más baratas de reducir?; ¿la fruta madura? El gradualismo se basa en modelos de costo-beneficio muy criticados. Su lógica parece razonable si pensamos que el problema radica en la tasa de emisiones de carbono y que reducir el flujo de emisiones reducirá el calentamiento global. No obstante, no es así. La razón está ligada con la lógica de acumulación del efecto invernadero.

 En 2018, el modelo gradualista empezó a perder fuerza. Ese año, se publicó el informe especial del GIECC sobre las consecuencias de un cambio de 1.5 °C en la temperatura global, así como el documento titulado «Una Tierra de efecto invernadero»; Greta Thunberg, que, en ese entonces, tenía 15 años, empezó a liderar huelgas estudiantiles por la conciencia climática todos los viernes.

Aquí y ahora

En la India, el río Yamuna se desbordó e inundó tres plantas de tratamiento de agua; el gobierno del Estado de Delhi advirtió que racionaría el agua potable. En Uruguay, la sequía ha privado de agua potable a más de la mitad de la población. El gobierno le está suministrando agua embotellada a la población, ya que se espera que la situación se prolongue durante meses.

Los fenómenos extremos ejercen una enorme presión sobre las explotaciones agrícolas, las redes eléctricas, los ecosistemas y las vidas humanas. Estaciones subterráneas, alcantarillas, carreteras, puentes, cables de transmisión y cimientos… Todo está diseñado para un nivel de tolerancia. Sobrecargada de carbono, la naturaleza está destrozando nuestro mundo diseñado por los ingenieros. No olvidemos nunca que la economía es una filial de pleno derecho de la naturaleza.

 Todas estas catástrofes hacen que se hable de una «nueva normalidad». Esto también es una forma de negación. Nos enfrentamos a una inestabilidad planetaria y a una perturbación de la vida cotidiana porque la combustión del carbono está lastrando el dado climático hasta el punto de lanzar varios de ellos sucesivamente. Mark Blyth habla de un «gigantesco generador de resultados no lineales con convexidades malévolas. Para decirlo claramente, no hay punto medio; no hay medias; no hay vuelta a la normalidad. Es un tráfico unidireccional hacia lo desconocido»4. El sistema terrestre es una «bestia furiosa»5 a la que estamos picando y provocando con el palo de las acumulaciones de carbono.

El petróleo arde; el dinero fluye

El sector del petróleo y del gas ha registrado beneficios récord en los dos últimos años, tanto en conjunto como a nivel de empresas individuales. La AIE calcula que el sector, en su conjunto, obtuvo la asombrosa cifra de 4 billones de dólares de beneficios el año pasado6, frente a la estimación anual habitual de 1.5 billones. Sólo las cinco mayores petroleras internacionales declararon beneficios netos de 199000 millones de dólares en 2022. Las petroleras nacionales fueron las que más se beneficiaron. Saudi Aramco ganó 161 mil millones de dólares.

 El uso que se hace de estos beneficios es revelador. Durante los auges petrolíferos del pasado, los altos precios siempre han animado a financieros y productores a invertir masivamente en nuevas capacidades. La exploración continúa a pesar de que no se pueden explotar nuevos recursos si queremos mantenernos dentro del límite de 1.5 °C. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió durante la última escalada de los precios del petróleo, las empresas internacionales se han comprometido a gastar menos en la perforación de combustibles más sucios, lo que sugiere un reconocimiento tácito, por parte de la comunidad financiera, de que las perspectivas de la demanda de petróleo y de gas se están debilitando.

¿Invierten en la transición? No. Las empresas están reaccionando a la defensiva ante un futuro seguro de caída de la demanda. Las grandes petroleras les están devolviendo efectivo a los accionistas a un ritmo frenético. Por otro lado, las empresas petroleras, desde Arabia Saudita hasta el municipio brasileño de Marica, están desviando sus beneficios para diversificarse fuera de un sector en declive.

Mil millones de máquinas

Hoy en día, reconstruir el mundo para hacerlo más limpio y resistente exigirá un enorme esfuerzo físico y mano de obra calificada. Sean cuales sean sus convicciones o su definición de crecimiento económico, la desindustrialización no es una opción.

Los socialdemócratas de todo el mundo comparten un diagnóstico correcto de la crisis climática7. Los más ricos crean CO2 a través del consumo, del control de la producción y del encuadramiento de la democracia. Las soluciones propuestas –ampliación del Estado de bienestar y construcción de un «gran Estado verde»– crean poderosos enemigos. Éste es el callejón sin salida global en el que nos encontramos.

Si la Ley de Reducción de la Inflación, que proporciona financiamiento para una nueva cohorte de intereses industriales verdes americana, ofrece la posibilidad (no exenta de riesgos ni de preocupantes escaladas geopolíticas) de que el capitalismo verde salga del atolladero, vale la pena fijarse en otra acción. Miles de millones de máquinas que funcionan con combustibles fósiles –motores, turbinas, hornos– producen CO2 diario. Estamos frente a «choque de lo antiguo»: seguimos viviendo en la era de las máquinas de la época victoriana.

La crisis climática exige una electrificación rápida, nuevos recursos y nuevas máquinas para mover, calentar, enfriar, fundir y fabricar objetos. Todas estas máquinas deben ser fabricadas, financiadas, comercializadas e instaladas.

 Nos encontramos en una fase muy temprana de este proceso. La AIE calcula que la descarbonización exigirá duplicar y casi triplicar las líneas de transporte y de distribución de electricidad de aquí a 2050. Se prevé que la demanda de acero eléctrico de grano orientado se duplique de aquí a 2030.

Los autos ilustran el problema de la acumulación y de los flujos. Hay más de mil millones de autos en el planeta. Las ventas de vehículos con motor de combustión interna alcanzaron su punto máximo hace seis años, pero las emisiones del transporte de carretera no alcanzarán su punto máximo hasta 2029. El desplazamiento de los flujos (ventas) hacia los vehículos eléctricos ya está molestando a grupos políticos y amenaza las lealtades internacionales.

El futuro es ahora

Ni siquiera las catástrofes, como el calor abrasador del verano que sigue asolando Europa, conducen directamente a la acción. Según un estudio, las olas de calor que azotaron Europa el año pasado mataron a más de 61000 personas. Europa debía tomar medidas tras la, tristemente, famosa ola de calor de 2003, que mató a más de 70000 personas y que fue objeto de uno de los primeros estudios sobre atribución de fenómenos climáticos11. Sin movimientos sociales, domina la inacción. Las sociedades ricas no están protegidas, pero son complacientes. Persiste la idea trastornada –como la describe Amitav Ghosh12– de que estamos a salvo, de que las cosas están bajo control, de que lo malo sólo le ocurre a la gente que está lejos. Anticipando la ruina futura, no actuamos aquí ni ahora.

Los servicios de emergencia comunitarios pueden ayudar a mantener frescos a los ancianos vulnerables y a los bebés. Los gobiernos pueden hacer más para mantener a la gente fresca abriendo instalaciones públicas con aire acondicionado. China fue más allá y ha abierto refugios subterráneos para los ciudadanos que quieran escapar del calor. En Arizona, treinta y un días de calor por encima de los 43 °C/110 °F provocaron una oleada de muertes y, en una reincidencia del COVID, el gobierno necesitó remolques adicionales para las morgues.

Urge una adaptación creativa. Cabe decir lo mismo de la reducción de la cantidad de CO2 en la atmósfera. No es una cuestión de costos y beneficios, sino de medios y fines: no de economía, sino de supervivencia."                      (Tim Sahay, Kate Mackenzie ,El Gran Continente, 08/08/23)

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