"El actual sistema de gobernanza imperante en las democracias occidentales está completamente agotado. Bajo la promesa de libertad solo ha generado un aumento descomunal de la desigualdad, a través de una extracción continuada de rentas, tanto al factor trabajo como al capital productivo. Dicha vorágine extractivista se instrumentaliza a través de la monetización de toda actividad humana, devorando incluso todo aquello que se encuentra recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy todo se deja al libre albedrío del mercado –vivienda, alimentos, energía, luz, agua, pensiones, …- vía ese dulce y venenoso elixir que va inoculando la financiarización. Las consecuencias ya las conocemos: desigualdad, ineficiencia, cambio climático, auge de los fascismos…
Para ello sin duda se han creado dos escaseces ficticias. La primera, la escasez artificial de bienes esenciales. Bajo el actual sistema de gobernanza neoliberal, determinados bienes esenciales (vivienda, atención médica, transporte, alimentos, etc.) se convierten en mercancías y el acceso se regula a través de precios de mercado que a menudo son muy altos. La escasez artificial de bienes esenciales crea dependencias de crecimiento: si las mejoras en la productividad (o recesiones) conducen al desempleo, las personas sufren la pérdida de acceso a bienes esenciales y se necesita crecimiento para crear nuevos empleos y resolver la crisis social. Esta dinámica explica por qué, a pesar de los altos niveles de producción y uso de recursos en el capitalismo, muchas necesidades básicas siguen sin satisfacerse, incluso en países de altos ingresos. El capitalismo, bajo el actual sistema de gobernanza, es profundamente ineficiente y depredador.
Un enfoque alternativo debe abogar por la creación de servicios públicos universales y democráticos que ponga fin de manera permanente a la escasez artificial de satisfactores de necesidades clave. A la vez se debe incorporar una garantía de empleo público tendente a eliminar el desempleo involuntario y movilizar la mano de obra que permita lograr objetivos social y ecológicamente necesarios. Este enfoque garantiza un acceso seguro a medios de vida y bienes esenciales independientemente de las fluctuaciones en la producción agregada, desvinculando así el bienestar humano del crecimiento y haciendo posible reducir de manera justa y estable formas de producción destructivas y menos necesarias.
La falsa escasez del dinero
La segunda escasez ficticia, presente en el subconsciente de la mayoría de los economistas, es la falsa escasez de dinero. Tras la ruptura de Bretton Woods en 1971, la mayoría de gobiernos empezaron a emitir sus monedas mediante decretos legislativos bajo un tipo de cambio flotante. Un tipo de cambio flexible liberaba a la política monetaria de tener que defender una paridad fija. Por lo tanto, las políticas fiscal y monetaria se podían concentrar en garantizar que el gasto doméstico fuera el suficiente para mantener altos niveles de empleo.
Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. El culto a la austeridad se derivaba de la lógica del patrón oro y no era aplicable a los sistemas monetarios “fiat” modernos. Cualquier país que emita deuda sólo en su propia moneda y tenga un tipo de cambio flotante es monetariamente soberano y jamás se puede quedar sin dinero. Sin embargo, bajo el capitalismo neoliberal, la continua apropiación y mercantilización de los sistemas de provisión social se ha extendido a la institución del dinero.
El Estado tiene la capacidad de crear dinero y gobernar el sistema monetario para movilizar la producción en función de objetivos sociales democráticamente ratificados. Sin embargo, este poder se ha asignado en gran medida a los bancos comerciales, con la inversión dominada por grandes empresas financieras y gestores de activos, mientras que los bancos centrales, aparentemente independientes, trabajan para estabilizar los mercados financieros privados y asegurar un proceso fluido de acumulación de capital.
Esta disposición del sistema monetario oculta la naturaleza sociopolítica del dinero, en consonancia con el proyecto neoliberal de “desencantar la política sustituyéndola por la economía”. En realidad, el dinero y las relaciones de deuda son procesos sociales que están insertos en, y refuerzan, las jerarquías y estructuras de poder existentes. El sistema monetario está políticamente y legalmente construido, ha funcionado de manera diferente en el pasado y funcionará de manera diferente en el futuro.
Cualquier instrumento de deuda funciona como dinero solo si es convertible a la par en las obligaciones del Estado. El dinero es una criatura del Estado. Dado que los bancos centrales son los únicos actores en el sistema monetario que no están sujetos a restricciones de liquidez, todos los demás emisores de crédito deben depender de la garantía de respaldo de los bancos centrales para que sus pasivos sean reconocidos como dinero. El Estado sigue siendo, por lo tanto, el garante de la validez del dinero y el funcionamiento del sistema monetario, y, por lo tanto, determina en última instancia qué se considera dinero. Como resultado, un Estado con soberanía monetaria siempre puede garantizar que sus pasivos sean aceptados como dinero. Es decir, puede permitirse pagar cualquier cosa que los trabajadores, los recursos y la tecnología disponibles en la economía nacional realmente puedan hacer.
En realidad, el Estado crea dinero cuando gasta. Los agentes privados se ven motivados a usar el dinero denominado en la unidad de cuenta determinada por el estado debido al marco legal e institucional impuesto por el Estado, que incluye el sistema de pagos, tarifas, multas y tributación. Cuando las empresas y los hogares pagan impuestos, la cuenta del estado se acredita de nuevo, lo que destruye efectivamente el dinero que inicialmente se había creado. En definitiva, un Estado que emite su propia moneda no convertible y no tiene deuda denominada en moneda extranjera nunca se enfrenta a una restricción financiera (o de oferta monetaria) en sus gastos. Solo existe una restricción real (de demanda monetaria) para el gasto público, y esa es la capacidad productiva de la economía (incluyendo límites sociales y ecológicos a la producción)." (Juan Laborda , El Salto, 11 nov 2023 )
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