"(...) Usted señala una ruptura entre gobernantes y
gobernados. Habla de desconfianza; del “colapso gradual de un modelo de
representación y gobernanza: la democracia” con protestas que piden
“democracia real ya” y “un torbellino de múltiples crisis”.
Una galaxia
“dominada por la mentira, ahora llamada posverdad” que ve surgir a
Macron (definido como “enterrador de partidos”), Trump, el Brexit y Le
Pen (como expresiones pos liberales); la descomposición política en
Brasil; México como víctima de un narcoestado; Venezuela, un país casi
en guerra civil; el derrocamiento popular de Park Geun-hye en Corea del
Sur; un presidente filipino que practica la ejecución sumaria como
método contra la inseguridad, una extrema derecha que sube a lo largo de
Europa, las alternativas de Bolivia o Ecuador y un largo etcétera.
¿Sólo queda lo local e inmediato y falta perspectiva a largo plazo?
Eso es lo que dice la observación del mundo actual.
No sólo no hay perspectiva a largo plazo; ni siquiera a corto. En la
Casa Blanca todo cambia cada día. Y la Unión Europea se resquebraja. Los
mercados financieros siguen siendo volátiles, cuando ya se había
anunciado su estabilización.
La nueva ola de revolución tecnológica –la
inteligencia artificial– sacude industrias fundamentales, como la del
automóvil, y desestructura los mercados laborales. Y los políticos
profesionales sobreviven como pueden apurando sus últimas oportunidades.
Lo que queda no es lo local, que también está carcomido por la lucha
entre lo viejo y lo nuevo. Lo que queda son las personas. De lo que
hagan los humanos como humanos, no como clase, o creyentes o votantes,
depende en último término que seamos capaces de convivir.
Los Estados para sobrevivir necesitan el apoyo
ciudadano. Pero la participación cae y la crítica se expande. Vemos la
vuelta del nacionalismo y de los partidos de extrema derecha ante las
que se consideran amenazas exteriores-globales, una alternativa que
simplifica la complejidad existente. Una respuesta al miedo ya conocida
en un pasado no tan lejano. ¿Qué nos denota su renovado auge?
Que la identidad, eso que tanto desprecian los
autoproclamados “ciudadanos del mundo” (porque se lo pueden permitir),
es el refugio comunitario que da sentido a quienes ya no confían en las
instituciones. Ante el miedo a lo desconocido y a la pérdida de control
sobre los mecanismos esenciales de la sociedad (con un dinero abstracto
en mercados globales, unas fronteras permeables a gentes extrañas, unos
flujos de comunicación y de imágenes sin códigos comunes), se apela a la
tribu.
Y aunque la invocación parece siniestra, la feroz competición
individualista donde impera la ley de la selva tiene como consecuencia
el protector espacio de lo comunitario. La cuestión entonces es de saber
cómo tender puentes entre las comunidades, o sea las culturas.
Una referencia de todo movimiento es “conectar
ideológicamente con la gente”. Lo rememoraba con sus primeros pasos en
la política española antifranquista. Ahora la política parece asentada
en un juego de ‘catch all parties’ y ‘catch all candidates’ (o partidos y
candidatos ‘atrapalotodo’), donde llevar la contraria se evita.
¿Faltan
liderazgos? ¿Sobrevuela el miedo a llevar la contraria a una mayoría
que se cree paralela a las encuestas de opinión?
En realidad hay dos tipos de políticas que se
entremezclan en la actualidad. Una es la disputa de posiciones de poder
dentro de un sistema institucional monopolizado por la clase política
profesional y que trata al voto ciudadano como mercado y luego negocia
entre sí, con poca atención a valores básicos de qué puede ser un país o
un mundo mejores –donde todos juegan de defensa e incluso de cerrojo.
Pero hay otra dimensión, que en realidad es ideológica, cultural, que
conectan con sectores de la sociedad en términos de valores,
identitarios o de proyecto. Esa política cultural es de hecho lo que
está dominando la escena mundial. Eso es Trump. Eso es Brexit. Eso son
los partidos nuevos como Ciudadanos (de nacionalismo español) o Podemos
(para un cambio en los valores de vida).
Esa es la política xenófoba y
nacionalista del Este de Europa. Y eso es el islamismo, que se erige en
un desafío intratable frente a nuestra envejecida democracia. Intentan
realimentarse con la jalea real de las ‘grandes coaliciones’, o sea,
todos juntos a aguantar a los bárbaros, mientras dure. Pero bárbaros de
múltiples tribus ya acampan en las puertas de nuestros aterrados países.
Los límites a la soberanía hoy día son evidentes.
¿Cuál es el significado de patria, nación, etc., en un mundo global?
Usted mantiene que “la democracia tal y como la conocimos ha colapsado”.
La soberanía cambia, pero la nación como comunidad
cultural histórica y sentimiento colectivo, inductor de identidad y de
movilización, es más fuerte que nunca. Y precisamente como reacción a la
globalización. Lo que vivimos en España es el enfrentamiento de dos
nacionalismos: el catalán y el español (en realidad tres, si añadimos el
vasco –y tal vez mañana el gallego.) El Brexit es una reacción
nacionalista.
Y sobre todo Trump es un movimiento nacionalista
identitario que no se va a disolver por ahora. Los globalizadores han
sido nacionalizados. La democracia liberal ha colapsado porque ha
perdido legitimidad en las mentes de los ciudadanos en todo el mundo.
Y
aunque hoy no hay alternativas –porque tienen que ir descubriéndose–, lo
seguro es que las formas actuales de democracia se mantienen por
inercia o represión. Poca gente se las cree. Y en último término son los
humanos los que deciden cómo quieren vivir aunque cueste tiempo, sudor y
lágrimas.
Usted ha hablado del “Estado-red” como respuesta
estatal a las amenazas de la globalización a su soberanía y para así
poder ‘jugar’ en un mundo global, como lo sería en el ejemplo más
logrado: la Unión Europea.
Pero si el Estado-nación se ha organizado en
redes de Estados ante un mundo de redes, ¿precisamente por ser en redes,
es difuso y resulta difícil democratizarlo?
Exactamente. En un mundo de redes globales en todas
las dimensiones esenciales de la existencia, las instituciones tienen
que articularse en red, compartir proyectos comunes. La Unión Europea
fue el proyecto institucional más innovador de la historia.
Pero se
olvidaron de los ciudadanos, se olvidaron de la nación y se olvidaron de
la democracia. Mientras todo iba bien, fantástico no tener fronteras,
moneda común y lo demás. Pero en cuanto hubo crisis de cualquier tipo,
sean crisis financieras o crisis migratorias, nadie se fía de Bruselas y
todos los países se re-nacionalizan.
La crisis ahondó en la legitimidad de las
instituciones. Se critica la corrupción y se piden reformas, no que
desaparezcan. ¿El reformismo más o menos radical es ahora la única
alternativa? ¿La democracia liberal es, como decía Churchill en 1947,
“la peor forma de gobierno excepto todas las otras que se han
intentado”?
Todo depende de qué instituciones estamos hablando. Las actuales,
características de la democracia liberal, parecen haber terminado su
recorrido histórico porque en la práctica no siguen los mismos
principios sobre los que la legitimidad estaba asentada.
Las
instituciones son siempre necesarias y siempre existirán, aunque en
momentos de transición histórica pueden colapsar induciendo un periodo
de caos hasta que los actores sociales y políticos las vayan
recomponiendo, como ocurrió de hecho en los orígenes de la democracia
liberal, por ejemplo en la revolución francesa.
¿Las revoluciones sociopolíticas, como las crisis
económicas dentro del capitalismo, son no sólo recurrentes sino en
cierta medida ‘necesarias’ para equilibrar el propio sistema?
Las revoluciones políticas, violentas o pacíficas,
son una constante de la historia porque corrigen los desfases que se
producen en la práctica de las sociedades entre la evolución de la
conciencia y la rigidez de las instituciones. Sin movimientos sociales
y/o revoluciones políticas no existiría el cambio social. Y el cambio es
ley de vida.
“Redes, redes, redes...”
Señala que “las redes se combaten con redes”, aunque
estas redes hoy se den sobre todo en Internet, sean múltiples y, por lo
tanto, sea complejo dar con una red similar a la que significaba –por
ejemplo– una Internacional en los tiempos del dogma comunista, los Foros
Mundiales, etc. ¿Cómo articularlas y hacerlas realidad?
Las redes de especulación financiera se combaten con
redes institucionales de los Estados. Las redes de Estados sin
participación ciudadana se combaten con redes de movimientos sociales
para los que Internet es el espacio público común, permanente e
invulnerable. Esto ya sucede a escala global.
El Estado puede ser la vía
para el cambio siempre y cuando sea transformado por movimientos
sociales autónomos. Si no es así estamos en el gatopardiano aforismo de que todo cambie para que todo siga igual.
El independentismo en Catalunya como el 15-M a lo
largo de España, espontáneos y en un principio minoritarios, cogieron
auge con la crisis económica. Son redes. Y uno y otro pasan ahora, tras
unos años de reivindicación, a intentar plasmarlo en los hechos
tangibles. ¿Pedir demasiados cambios (algo similar al “seamos realistas,
pidamos lo imposible”) es contraproducente o la única forma de
estimular el cambio aunque con un resultado final parcial?
Es la única forma de que haya cambio real. ¿Quién se
movilizaría por aumentar el PIB en un 1,35% o para eliminar las
Diputaciones Provinciales? Le cuento una confidencia. En una asamblea
durante el movimiento del mayo francés del 68 francés, en la que la
mayoría insistíamos en boicotear las elecciones al considerarlas una
trampa, Alain Touraine, que era solidario con el movimiento, pero no
parte de él, trató de hacernos entrar en razón. Y Daniel Cohn-Bendit le
espeto lo siguiente, literalmente:
“Profesor Touraine, para que usted
pueda ser un reformista con éxito, nosotros tenemos que ser
revolucionarios fallidos”. No se puede expresar mejor la relación entre
movimiento social y reforma institucional.
En España, precisamente, parece haberse roto el
consenso constitucional de la transición y se piden reformas de fondo.
¿Es una oportunidad? ¿Cómo encarar esta pluralidad identitaria cuando
los sistemas parlamentarios, en la base de las democracias liberales,
los tiempos son largos y se centran en ir poniendo –por decirlo así–
puntos sobre las íes?
En España se dan dos hechos políticos únicos en
Europa. Por un lado, sobre el trasfondo del 15-M surgió una constelación
política (Podemos y las confluencias) que a pesar de su inexperiencia,
torpeza y bombardeo mediático y político, claramente se sitúa como
agente de cambio social y en ruptura con el sistema aunque por dosis y
etapas.
El otro factor es la reconstrucción gradual de un PSOE
claramente situado ahora en la tradición socialdemócrata renovada hacia
la izquierda, mediante el liderazgo, refrendado por las bases y en
oposición directa al aparato y a los históricos, de Pedro Sánchez. (...)" (Entrevista a Manuel Castells, Alexis Rodríguez Rata, La Vanguardia, 26/02/18)
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