15/5/18

Manuel Castells: “Los globalizadores han sido nacionalizados. La democracia liberal ha colapsado”

"(...) Usted señala una ruptura entre gobernantes y gobernados. Habla de desconfianza; del “colapso gradual de un modelo de representación y gobernanza: la democracia” con protestas que piden “democracia real ya” y “un torbellino de múltiples crisis”. 

Una galaxia “dominada por la mentira, ahora llamada posverdad” que ve surgir a Macron (definido como “enterrador de partidos”), Trump, el Brexit y Le Pen (como expresiones pos liberales); la descomposición política en Brasil; México como víctima de un narcoestado; Venezuela, un país casi en guerra civil; el derrocamiento popular de Park Geun-hye en Corea del Sur; un presidente filipino que practica la ejecución sumaria como método contra la inseguridad, una extrema derecha que sube a lo largo de Europa, las alternativas de Bolivia o Ecuador y un largo etcétera. ¿Sólo queda lo local e inmediato y falta perspectiva a largo plazo?

Eso es lo que dice la observación del mundo actual. No sólo no hay perspectiva a largo plazo; ni siquiera a corto. En la Casa Blanca todo cambia cada día. Y la Unión Europea se resquebraja. Los mercados financieros siguen siendo volátiles, cuando ya se había anunciado su estabilización. 

La nueva ola de revolución tecnológica –la inteligencia artificial– sacude industrias fundamentales, como la del automóvil, y desestructura los mercados laborales. Y los políticos profesionales sobreviven como pueden apurando sus últimas oportunidades. Lo que queda no es lo local, que también está carcomido por la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Lo que queda son las personas. De lo que hagan los humanos como humanos, no como clase, o creyentes o votantes, depende en último término que seamos capaces de convivir.


Los Estados para sobrevivir necesitan el apoyo ciudadano. Pero la participación cae y la crítica se expande. Vemos la vuelta del nacionalismo y de los partidos de extrema derecha ante las que se consideran amenazas exteriores-globales, una alternativa que simplifica la complejidad existente. Una respuesta al miedo ya conocida en un pasado no tan lejano. ¿Qué nos denota su renovado auge?

Que la identidad, eso que tanto desprecian los autoproclamados “ciudadanos del mundo” (porque se lo pueden permitir), es el refugio comunitario que da sentido a quienes ya no confían en las instituciones. Ante el miedo a lo desconocido y a la pérdida de control sobre los mecanismos esenciales de la sociedad (con un dinero abstracto en mercados globales, unas fronteras permeables a gentes extrañas, unos flujos de comunicación y de imágenes sin códigos comunes), se apela a la tribu. 

Y aunque la invocación parece siniestra, la feroz competición individualista donde impera la ley de la selva tiene como consecuencia el protector espacio de lo comunitario. La cuestión entonces es de saber cómo tender puentes entre las comunidades, o sea las culturas.

Una referencia de todo movimiento es “conectar ideológicamente con la gente”. Lo rememoraba con sus primeros pasos en la política española antifranquista. Ahora la política parece asentada en un juego de ‘catch all parties’ y ‘catch all candidates’ (o partidos y candidatos ‘atrapalotodo’), donde llevar la contraria se evita. 

¿Faltan liderazgos? ¿Sobrevuela el miedo a llevar la contraria a una mayoría que se cree paralela a las encuestas de opinión?

En realidad hay dos tipos de políticas que se entremezclan en la actualidad. Una es la disputa de posiciones de poder dentro de un sistema institucional monopolizado por la clase política profesional y que trata al voto ciudadano como mercado y luego negocia entre sí, con poca atención a valores básicos de qué puede ser un país o un mundo mejores –donde todos juegan de defensa e incluso de cerrojo. 

Pero hay otra dimensión, que en realidad es ideológica, cultural, que conectan con sectores de la sociedad en términos de valores, identitarios o de proyecto. Esa política cultural es de hecho lo que está dominando la escena mundial. Eso es Trump. Eso es Brexit. Eso son los partidos nuevos como Ciudadanos (de nacionalismo español) o Podemos (para un cambio en los valores de vida).

 Esa es la política xenófoba y nacionalista del Este de Europa. Y eso es el islamismo, que se erige en un desafío intratable frente a nuestra envejecida democracia. Intentan realimentarse con la jalea real de las ‘grandes coaliciones’, o sea, todos juntos a aguantar a los bárbaros, mientras dure. Pero bárbaros de múltiples tribus ya acampan en las puertas de nuestros aterrados países.

Los límites a la soberanía hoy día son evidentes. ¿Cuál es el significado de patria, nación, etc., en un mundo global? Usted mantiene que “la democracia tal y como la conocimos ha colapsado”.

La soberanía cambia, pero la nación como comunidad cultural histórica y sentimiento colectivo, inductor de identidad y de movilización, es más fuerte que nunca. Y precisamente como reacción a la globalización. Lo que vivimos en España es el enfrentamiento de dos nacionalismos: el catalán y el español (en realidad tres, si añadimos el vasco –y tal vez mañana el gallego.) El Brexit es una reacción nacionalista.

 Y sobre todo Trump es un movimiento nacionalista identitario que no se va a disolver por ahora. Los globalizadores han sido nacionalizados. La democracia liberal ha colapsado porque ha perdido legitimidad en las mentes de los ciudadanos en todo el mundo. 

Y aunque hoy no hay alternativas –porque tienen que ir descubriéndose–, lo seguro es que las formas actuales de democracia se mantienen por inercia o represión. Poca gente se las cree. Y en último término son los humanos los que deciden cómo quieren vivir aunque cueste tiempo, sudor y lágrimas.

Usted ha hablado del “Estado-red” como respuesta estatal a las amenazas de la globalización a su soberanía y para así poder ‘jugar’ en un mundo global, como lo sería en el ejemplo más logrado: la Unión Europea. 

Pero si el Estado-nación se ha organizado en redes de Estados ante un mundo de redes, ¿precisamente por ser en redes, es difuso y resulta difícil democratizarlo?
Exactamente. En un mundo de redes globales en todas las dimensiones esenciales de la existencia, las instituciones tienen que articularse en red, compartir proyectos comunes. La Unión Europea fue el proyecto institucional más innovador de la historia. 

Pero se olvidaron de los ciudadanos, se olvidaron de la nación y se olvidaron de la democracia. Mientras todo iba bien, fantástico no tener fronteras, moneda común y lo demás. Pero en cuanto hubo crisis de cualquier tipo, sean crisis financieras o crisis migratorias, nadie se fía de Bruselas y todos los países se re-nacionalizan.

La crisis ahondó en la legitimidad de las instituciones. Se critica la corrupción y se piden reformas, no que desaparezcan. ¿El reformismo más o menos radical es ahora la única alternativa? ¿La democracia liberal es, como decía Churchill en 1947, “la peor forma de gobierno excepto todas las otras que se han intentado”?

 Todo depende de qué instituciones estamos hablando. Las actuales, características de la democracia liberal, parecen haber terminado su recorrido histórico porque en la práctica no siguen los mismos principios sobre los que la legitimidad estaba asentada.

 Las instituciones son siempre necesarias y siempre existirán, aunque en momentos de transición histórica pueden colapsar induciendo un periodo de caos hasta que los actores sociales y políticos las vayan recomponiendo, como ocurrió de hecho en los orígenes de la democracia liberal, por ejemplo en la revolución francesa.

¿Las revoluciones sociopolíticas, como las crisis económicas dentro del capitalismo, son no sólo recurrentes sino en cierta medida ‘necesarias’ para equilibrar el propio sistema?

 Las revoluciones políticas, violentas o pacíficas, son una constante de la historia porque corrigen los desfases que se producen en la práctica de las sociedades entre la evolución de la conciencia y la rigidez de las instituciones. Sin movimientos sociales y/o revoluciones políticas no existiría el cambio social. Y el cambio es ley de vida.
“Redes, redes, redes...”
Señala que “las redes se combaten con redes”, aunque estas redes hoy se den sobre todo en Internet, sean múltiples y, por lo tanto, sea complejo dar con una red similar a la que significaba –por ejemplo– una Internacional en los tiempos del dogma comunista, los Foros Mundiales, etc. ¿Cómo articularlas y hacerlas realidad?

Las redes de especulación financiera se combaten con redes institucionales de los Estados. Las redes de Estados sin participación ciudadana se combaten con redes de movimientos sociales para los que Internet es el espacio público común, permanente e invulnerable. Esto ya sucede a escala global.

 El Estado puede ser la vía para el cambio siempre y cuando sea transformado por movimientos sociales autónomos. Si no es así estamos en el gatopardiano aforismo de que todo cambie para que todo siga igual.

El independentismo en Catalunya como el 15-M a lo largo de España, espontáneos y en un principio minoritarios, cogieron auge con la crisis económica. Son redes. Y uno y otro pasan ahora, tras unos años de reivindicación, a intentar plasmarlo en los hechos tangibles. ¿Pedir demasiados cambios (algo similar al “seamos realistas, pidamos lo imposible”) es contraproducente o la única forma de estimular el cambio aunque con un resultado final parcial?

Es la única forma de que haya cambio real. ¿Quién se movilizaría por aumentar el PIB en un 1,35% o para eliminar las Diputaciones Provinciales? Le cuento una confidencia. En una asamblea durante el movimiento del mayo francés del 68 francés, en la que la mayoría insistíamos en boicotear las elecciones al considerarlas una trampa, Alain Touraine, que era solidario con el movimiento, pero no parte de él, trató de hacernos entrar en razón. Y Daniel Cohn-Bendit le espeto lo siguiente, literalmente: 

“Profesor Touraine, para que usted pueda ser un reformista con éxito, nosotros tenemos que ser revolucionarios fallidos”. No se puede expresar mejor la relación entre movimiento social y reforma institucional.

En España, precisamente, parece haberse roto el consenso constitucional de la transición y se piden reformas de fondo. ¿Es una oportunidad? ¿Cómo encarar esta pluralidad identitaria cuando los sistemas parlamentarios, en la base de las democracias liberales, los tiempos son largos y se centran en ir poniendo –por decirlo así– puntos sobre las íes?

En España se dan dos hechos políticos únicos en Europa. Por un lado, sobre el trasfondo del 15-M surgió una constelación política (Podemos y las confluencias) que a pesar de su inexperiencia, torpeza y bombardeo mediático y político, claramente se sitúa como agente de cambio social y en ruptura con el sistema aunque por dosis y etapas. 

El otro factor es la reconstrucción gradual de un PSOE claramente situado ahora en la tradición socialdemócrata renovada hacia la izquierda, mediante el liderazgo, refrendado por las bases y en oposición directa al aparato y a los históricos, de Pedro Sánchez.   (...)"               (Entrevista a Manuel Castells, Alexis Rodríguez Rata, La Vanguardia, 26/02/18)

No hay comentarios: