"Apenas cerrada la experiencia de gobernador, el moro Ricote le
recuerda a Sancho “que no hay ínsulas en tierra firme”. Y menos aún,
cabría añadir, en pueblos de señorío, circunstancia además relevante,
pues si el duque hizo posible el gobierno del escudero, también le hace
sentir su jerarquía, acosándole con falsos peligros para ridiculizarle.
Corrían malos tiempos para la utopía, conforme observará andando el
siglo Gracián, y por eso el sueño de Barataria, en definitiva, un orden
justo y racional, es de breve duración. En Utopía y contrautopia en el
Quijote, José Antonio Maravall verá en el episodio de Barataria un punto
de llegada, en cuanto a concreción de la utopía arcaizante de la edad
de oro que Don Quijote expuso ante los cabreros.
Su contenido es un
gobierno por la razón natural, por el buen sentido, lo cual supone
apartarse de la dominación jerárquica y el sistema de valores de la
sociedad estamental. Sancho lo pone rápidamente de manifiesto al
rechazar que le den el trato de don y no admitirá ventaja alguna
derivada del linaje.
Son los principios de que “cada uno es hijo de sus
obras” y de que “la sangre se hereda y la virtud se adquiere”. Ideas que
anticipan la democracia.
Pero hay en el gobierno de Sancho algo más que una sucesión puntual
de decisiones ponderadas y equitativas. Su amo le fijó objetivos, que el
escudero trató de cumplir. Uno de ellos, “procurar la abundancia en los
mantenimientos”. El tiempo del Quijote, como destacó Pierre Vilar, y
revelan las palabras del hidalgo, lo fue de hambre y pobreza.
Entra en
escena a continuación la imagen de una justicia dirigida a restablecer
caso a caso con ejemplaridad el equilibrio social, tanto en su dimensión
económica como moral. Maravall lo detectó con acierto: era la justicia
del cadí, mencionada por Cervantes en varios pasajes de Los baños de
Argel.
A veces brutal, pues en la medida en que el cadí, juez y
magistrado, aplica la sharía en sus sentencias, estas pueden ser muy
duras, como los empalamientos o los desorejamientos, pero fuera del
imperativo religioso, hace imperar la ecuanimidad.
La sentencia sobre
las cuarenta monedas a pagar por el judío al sacristán en Los baños
hubiese podido ser incluida por Sancho Panza en su repertorio. Las
resoluciones son inmediatas y se dirigen, como hará Sancho en Barataria,
sobre todo a resolver los pleitos económicos, atendiendo asimismo a
reforzar la moralidad social, incluso mediante duros castigos.
El propósito de restablecer, mediante la sentencia, el buen orden
vulnerado por el fraude o el engaño, tiene como correlato la extensión a
la vida social y económica de una acción de control. Es la función
desempeñada en el islam por el guardián del doble elenco de deberes,
derivados de la sumisión al orden mandado por Alá (hisba),
sustancialmente en lo religioso, pero también en lo económico.
La
codificó Ibn Taymiyya y su legado está aún ahí en el Estado Islámico. El
funcionario encargado era el mutashib, que pasará a la Castilla
medieval como almotacén, inspector de mercados. Sus actuaciones se
ajustan a lo que Sancho cuenta de su gestión al visitar las plazas,
según le aconsejara su amo, castigando a la vendedora de avellanas que
mete viejas entre las nuevas.
Piensa en una regulación de precios y
salarios, y de la calidad del vino, mientras en la esfera moral prohíbe
las letras lascivas y manda examinar los cantares de ciego sobre
milagros. La importancia de los castigos —contra el vicio del juego, las
falsas denuncias— nos remite también a la hisba. Se trata de un orden
social vuelto hacia Dios, la justicia y el bienestar, que sugiere la
inspiración islámica.
La sociedad musulmana, fundada sobre el principio de promover lo
mandado e impedir lo prohibido, que Don Quijote hace suyo
secularizándolo —“sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios”—,
debió ejercer una indudable atracción sobre el cautivo de Argel por
encima del sufrimiento.
Cervantes es un patriota español, rasgo que
exhibe con orgullo desde La Numancia a Los baños de Argel, pero junto a
esa inequívoca toma de partido, según la cual el moro es enemigo, tiende
a propugnar una actitud de reconocimiento y respeto.
Lo refleja la
despedida entre don Guzmán y Alimuzel en la comedia Del gallardo
español, localizada en el sitio turco de Orán. “Tu Mahoma, Alí, te
guarde”, dice el primero, a lo cual el musulmán responde: “Tu Cristo
vaya contigo”. Un espíritu de tolerancia y reconocimiento mutuo, lejos
de verse hoy realizado." (Antonio Elorza, El País, 06/04/16)
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