“El petróleo es uno de los elementos centrales de nuestra forma de vida. Gracias a él, disfrutamos de unos niveles de bienestar inéditos en la historia de la humanidad. Teniendo en cuenta el rendimiento que obtenemos de cada barril de crudo, y dado el enorme poder adquisitivo de nuestras sociedades, aún a los precios actuales, el litro de gasolina sigue siendo un buen negocio para Occidente.
Pero el petróleo, que para nosotros es una bendición por la que estamos dispuestos a pagar casi cualquier precio, es a menudo para sus productores una maldición. Los economistas tienen identificados desde hace tiempo el sinnúmero de perjuicios que van asociados al descubrimiento de petróleo en un país: apreciación de la moneda, pérdida de competitividad exportadora, alta inflación y despilfarro de recursos públicos en proyectos tan grandes como inútiles. Como consecuencia de este conjunto de factores (conocidos como "enfermedad holandesa"), la mitad de los países productores de petróleo miembros de
Para los países pobres o en vías de desarrollo, el oro negro puede suponer un drama aún mayor. Un reciente artículo de Michael L. Ross en la revista Foreign Affairs arroja un balance estremecedor: el petróleo tiende a reforzar las dictaduras; debilitar las democracias; incentivar la corrupción; alentar el separatismo y fomentar las guerras civiles. Casos como el de Guinea Ecuatorial ofrecen un buen ejemplo de hasta qué punto una tiranía pobre puede convertirse súbitamente en una cleptocracia inmune a la presión internacional.
Significativamente, hoy en día, un tercio de los conflictos bélicos del mundo tienen lugar en países productores de crudo. En ese sentido, el petróleo no se diferencia mucho de lo que significaron los diamantes en los años ochenta, cuando los seis grandes productores de África se vieron asolados por unos conflictos de inusitada crueldad. Por ello, el consumidor europeo, además de quejarse al llenar su depósito de combustible, hará bien en pensar en lo que se esconde detrás de cada preciado litro de gasolina.” (JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA: Barriles de sangre. El País, ed. Galicia, Internacional, 07/07/2008, p. 9)
1 comentario:
Estamos jugando al ajedrez.
Yo muevo tus piezas y vos movés las mías.
Entonces, ¿por qué son "tuyas" tus piezas y "mías" las mías?
Estamos viviendo.
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