8/1/09

Cuando Andy Warhol se moría...

"Hice señas a Fred para que cogiera el teléfono y siguiera la conversación por mí, y, cuando yo me disponía a colgar el auricular, oí el estruendo de una explosión y me di la vuelta rápidamente: vi que Valerie me apuntaba con una pistola y supe que la acababa de disparar.

Dije: "¡No! ¡No, Valerie! ¡No lo hagas!", y me volvió a disparar. Me desplomé en el suelo como si me hubiera alcanzado; lo cierto es que no sabía si sí o si no. Intenté arrastrarme por debajo de la mesa. Ella se acercó más, volvió a disparar, y entonces sentí un dolor terrible, como si una bomba explotara en mi interior.

Allí tirado, vi que la sangre me había empapado la camisa y oí más disparos y gritos (después, mucho después, me dijeron que dos balas del calibre 32 me habían perforado estómago, hígado, bazo, esófago y pulmones). Acto seguido, vi a Fred de pie ante mí y le dije entrecortadamente: "No puedo respirar". Se arrodilló e intentó hacerme el boca a boca, pero yo le dije que no, que me dolía mucho. Entonces se levantó y fue corriendo al teléfono para llamar a la policía y pedir una ambulancia.

De repente, Billy se inclinó sobre mí. No había estado allí durante el tiroteo, acababa de llegar. Levanté la mirada y me pareció que se estaba riendo, lo cual me hizo reír a mí también, no sé por qué. Pero me dolía mucho y le dije: "No te rías. ¡Ay!, por favor, no me hagas reír". Pero Billy no reía, lloraba.

La ambulancia tardó casi media hora en llegar. Y yo estaba allí en el suelo, sangrando.

Inmediatamente después de ser abatido, según supe más adelante, Valerie se volvió y disparó a Mario Amaya, a quien hirió en la cadera. Éste salió corriendo a la habitación del fondo y cerró de un golpe las enormes puertas dobles. Paul estaba en el lavabo y ni siquiera oyó los disparos. Al salir, vio a Mario, aguantando la puerta en un baño de sangre. Fue a mirar por el cristal de la sala de proyección y vio a Valerie al otro lado, intentando forzar la puerta. Como no se abría, se dirigió a mi pequeño despacho en el lateral; estaba cerrado, y probó a girar el pomo de la puerta. Tampoco se abría - Jed la mantenía cerrada desde dentro, mientras veía cómo el pomo giraba sin parar—; pero ella no sabía por qué, así que la dio por cerrada con llave. Luego volvió a la entrada y apuntó con la pistola a Fred, que dijo: "¡Por favor! ¡No me dispares! ¡Lárgate!". Valerie parecía confusa -no sabía si dispararle o no-, por lo que salió a llamar el ascensor. A continuación regresó adonde Fred estaba acorralado, en el suelo, y le volvió a apuntar con la pistola. Cuando parecía que estaba a punto de apretar el gatillo, se abrieron las puertas del ascensor y Fred dijo: "¡Ahí tienes el ascensor! ¡Cógelo!".

Así lo hizo.

Cuando Fred pidió una ambulancia para mí, le dijeron que si la quería con sirena costaría 15 dólares más. Mario no estaba herido de gravedad, y él mismo llamó otra ambulancia.

Por supuesto, yo no era consciente de todo lo que estaba pasando. No sabía nada. Estaba allí en el suelo, sangrando. Cuando llegó la ambulancia no traían camilla, así que me sentaron en una silla de ruedas. Pensaba que el dolor que sentía tumbado en el suelo era el peor que se podía sentir; pero, ahora que estaba sentado, supe que me equivocaba.

Me llevaron al hospital Columbus de la calle 19, entre las avenidas Segunda y Tercera, a cinco o seis manzanas de allí. De repente, me rodearon montones de médicos, y oía cosas como "Olvídalo" y "... no hay nada que hacer...", y luego alguien pronunciaba mi nombre: era Mario Amaya, que les decía que yo era rico y famoso.

Me pasé unas cinco horas en el quirófano, donde me operaron el doctor Giuseppe Rossi y otros cuatro grandes médicos. Me devolvieron a la vida, literalmente, porque tengo entendido que por un momento la perdí. Pasaron días y días, y yo aún no estaba seguro de si había resucitado. Me daba por muerto. No dejaba de pensar: "Estoy muerto. Así es la muerte: crees que estás vivo, pero estás muerto. Me veo en la cama de un hospital".

Cuando me sacaron del quirófano, oí una televisión en algún lugar y las palabras "Kennedy" y "asesino" y "disparo" una y otra vez. A Robert Kennedy lo habían matado a tiros, pero lo curioso del caso era que yo no entendía que un segundo Kennedy hubiera sido asesinado; pensaba que tal vez cuando mueres se repiten las cosas, como el asesinato del presidente Kennedy. Algunas de las enfermeras lloraban y, al cabo de un rato, oí cosas como "el cortejo fúnebre en Saint Patrick's". Me parecía todo muy extraño, este trasfondo de otros disparos y un funeral; aún no distinguía entre la vida y la muerte, y ya estaban enterrando a una persona en la televisión que tenía delante." (El País Semanal, 30/11/2008, p. 25/7)

No hay comentarios: