"Un mediador debe poseer, primero, un radar político muy sofisticado y sensible, debe de tener un feeling por el ambiente político del país donde opera, pese a que uno nunca comprenderá totalmente los matices de la cultura de un país en el que uno no ha nacido", explicó Solheim, hombre de pasado marxista cuya experiencia en la mediación le ha llevado a una visión menos idealista, más pragmática de la vida.
"Segundo", dijo, "debe tener una tremenda dedicación y paciencia, un espíritu de misionero, aunque esto signifique que su trabajo entre en conflicto con sus obligaciones familiares.
Tercero, se requiere una personalidad dispuesta a emprender riesgos, a diferencia del diplomático tradicional que rehuye de los riesgos. ¿Puede salir mal algo? Sí. Pero la pregunta debe de ser, ¿puede salir bien?".
"Cuarto, un mediador de esta naturaleza deber poseer el don de la empatía, debe poder conectar realmente con su interlocutor, sea quien sea. A veces uno se encuentra reunido con un individuo que ha matado a muchísimas personas, pero hasta cierto punto hay que lograr una conexión no sólo intelectual sino emocional con esta gente.
Y, quinto, es esencial hablar con franqueza, comunicar una sensación de integridad y de entereza, crear confianza en el interlocutor y no dar la impresión de que se está actuando a favor de un bando u otro".
Solheim es lo suficiente frío y realista como para entender, especialmente tras su experiencia en Sri Lanka, que los métodos pacíficos no ofrecen siempre la solución de la paz. La paz es sencillamente el terreno en el que él y su Gobierno pueden ofrecer un valor añadido. "En muchos lugares lo que las condiciones exigen es una mezcla entre el diálogo y el uso de la fuerza. Nosotros aportamos diálogo, pero ambos instrumentos son necesarios a veces para llegar a una solución política. Si una banda criminal secuestra a tu hijo no descartarás el uso de la fuerza para salvarle, pero tampoco descartarás la negociación con los secuestradores". (Jonh Carlin: El oficio secreto del pacificador. El País, ed. Galicia, Internacional, 13/09/2009, p. 9)
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