"Hace 50 años, el mundo estuvo en vilo durante la última semana de
octubre, desde el momento en que se supo que la Unión Soviética había
colocado misiles con ojivas nucleares en Cuba, hasta el fin oficial de
la crisis -que aunque el público lo ignorara, fue solamente "oficial". (...)
Una guerra nuclear era inminente, una guerra que pudo haber
"destruido el hemisferio norte", como alertó el Presidente Eisenhower.
Kennedy evaluó que la probabilidad de guerra podría haber sido tan alta
como del 50%. Esta cifra se incrementó a medida que la confrontación
alcanzaba su pico.
En Washington se implementó un "plan secreto para una
catástrofe con el fin de asegurar la supervivencia del gobierno",
descripto por el periodista Michael Dobbs en su recientemente publicado y
bien documentado bestseller sobre la crisis, aunque no explica la razón
para hacerlo, dadas las características naturales de una guerra
nuclear. Dobbs cita a Dino Brugioni "como un miembro clave del equipo de
la CIA que monitoreaba la instalación de los misiles soviéticos", y que
no visualizaba otra salida más que "la guerra y la destrucción total"
mientras las agujas del reloj marcaban Un minuto para la medianoche -el
título elegido por Dobbs para su libro.
El historiador Arthur
Schlesinger, hombre cercano a Kennedy, describió los sucesos como "los
más peligrosos momentos en la historia de la humanidad". El Secretario
de Defensa Robert McNamara se preguntaba si "viviríamos para ver otro
sábado por la noche", y después reconoció que apenas "nos salvamos".
Si
se examina más de cerca lo sucedido, las opiniones anteriormente
mencionadas adquieren sombríos matices, con reverberaciones en el
presente.
"El momento más peligroso"
Hay varios candidatos para este
título. Uno es el 27 de octubre, cuando los destructores de EE.UU. que
implementaban la cuarentena y el cerco alrededor de Cuba lanzaron cargas
de profundidad sobre los submarinos soviéticos.
Según los recuentos de
los soviéticos, reportados por el Archivo de Seguridad Nacional, los
comandantes de los submarinos estaban "tan nerviosos con las explosiones
que consideraron disparar torpedos nucleares, cuya capacidad explosiva
de 15 kilotones, era similar a la de la bomba que devastó Hiroshima en
agosto de 1945".
En uno de los casos, la decisión de ensamblar un
torpedo nuclear para iniciar la batalla fue vetada en el último minuto
por el segundo Capitán del submarino, Vasili Archipov, a quien se le
atribuye haber salvado al mundo de un desastre nuclear. Hay pocas dudas
sobre cuál habría sido la reacción de EE.UU. si el torpedo hubiera sido
disparado o cómo habrían respondido los rusos si su país hubiera
estallado en llamas.
Kennedy ya había declarado el máximo alerta nuclear
antes del lanzamiento (Defcon 2), que autorizaba "a los aviones de la
OTAN con pilotos turcos... [u otros]... a despegar, volar hasta Moscú y
lanzar una bomba", según Graham Allison, analista estratégico en Asuntos
Exteriores de la Universidad de Harvard.
Otro candidato para el
título es el día previo, el 26 de octubre. Ese día fue escogido como "el
momento más peligroso" por el Mayor Don Clawson, quien piloteaba un
avión B-52 de la OTAN y proporcionó una descripción espeluznante de las
misiones Domo de Cromo (CD, Chrome Dome) durante la crisis: "los aviones
B-52 en estado de alerta con armas nucleares a bordo y listas para ser
usadas".
"El 26 de octubre fue el día en que la nación estuvo al borde
de la guerra nuclear", escribe Clawson en sus "anécdotas irreverentes de
un piloto de la Fuerza Aérea" publicadas con el título ¿Hay algo que la
tripulación debería saber?. En una oportunidad, Clawson estuvo en la
situación de desencadenar el cataclismo final. Concluye diciendo:
"Tuvimos mucha suerte al no haber hecho estallar el mundo -y no fue gracias al liderazgo político o militar de este país."
Los
errores, las confusiones, los riesgos de accidentes y los malentendidos
de los dirigentes reportados por Clawson son sorprendentes, pero no
tanto como las reglas de comando y control -o la falta de ellas.
Clawson
cuenta que durante las 15 misiones de 24 horas en la que participó como
piloto -el máximo tiempo posible- los comandantes "no poseían la
habilidad de evitar que un miembro arrogante de la tripulación
ensamblara y disparara un arma termonuclear" ni incluso un anuncio que
enviara "un alerta a la totalidad de la flota aérea sin posibilidades de
reversión". Una vez que la tripulación iniciaba el vuelo, llevando
armas nucleares:
"Hubiera sido posible ensamblarlas y lanzarlas sin ninguna intervención desde tierra. No había inhibidores en el sistema."
Cerca
de un tercio de la fuerza total estaba en el aire, según el General
David Burchinal, director de planes del personal aéreo en las bases de
la Fuerza Aérea. El Comando Estratégico, quien estaba a cargo, parece
haber tenido poco control en la realidad. Y según el relato de Clawson,
la Autoridad del Comando Nacional no recibía suficiente información del
Comando Estratégico, lo que quiere decir que los que tomaban las
decisiones en EXCOMM, en las que se ponía en juego el destino de la
humanidad, sabían incluso menos.
El relato oral del General Burchinal no
es menos espeluznante, y pone de manifiesto un profundo desprecio por
el comando civil. Según él, la capitulación de los rusos nunca estuvo en
duda. Las operaciones CD estaban diseñadas para dejarles en claro a los
rusos de que ellos no podrían competir en una confrontación militar, y
que si lo hacían, serían rápidamente destruidos. (...)
Cuando las reuniones de EXCOMM estaban finalizando a las 6 de la
tarde del 26 de octubre, llegó una carta del Primer Ministro Kruschev,
dirigida al Presidente Kennedy. Dice Stern que el "mensaje parecía
claro":
"Retiraremos los misiles si EE.UU. promete que no invadirá Cuba."
El
día siguiente, a las diez de la mañana, el Presidente volvió a grabar
el audio secreto. Leyó en voz alta un reporte del servicio de cable que
acababa de recibir:
"El Primer Ministro Kruschev le envió un
mensaje al Presidente Kennedy diciendo que hoy retiraría las armas de
Cuba si EE.UU. retira sus misiles de Turquía."(...)
Los dirigentes se enfrentaron a un grave dilema: habían recibido de
Kruschev dos propuestas, de alguna manera diferentes, para terminar con
la amenaza de una guerra catastrófica, y ambas serían recibidas por el
"hombre racional" como justas. ¿Cómo reaccionar entonces?
Una
posibilidad podría haber sido la de suspirar aliviados porque la
civilización sobreviviría, aceptar con entusiasmo ambas ofertas y
anunciar que EE.UU. respetaría las leyes internacionales y retiraría
toda amenaza de invadir Cuba; que retiraría los misiles obsoletos de
Turquía, procediendo como lo tenían planeado en función de perfeccionar
la amenaza contra la Unión Soviética, como parte de un cerco global de
Rusia. Pero eso era impensable.
La razón básica por la que no
podría considerarse la postura anterior fue explicada por McGeorge
Bundy, asesor de Seguridad Nacional, ex Decano de Harvard, reconocido
como la estrella más brillante del firmamento de Camelot. El mundo debe
comprender que "la amenaza actual contra la paz no está en Turquía, sino
en Cuba", donde los misiles nos apuntan a nosotros.
La fuerza bélica
estadounidense, muy superior a cualquier otra y apuntando a su enemigo
soviético, más débil y vulnerable, no puede ser considerada de ninguna
manera como una amenaza contra la paz porque nosotros somos buenos, como
pueden dar testimonio mucha gente del hemisferio occidental y de más
allá (...)
Y, por supuesto, la idea de que EE.UU. debía ser restringido por el
derecho internacional era demasiado ridícula para ser considerada. Como
lo explicó recientemente el respetado comentarista liberal Matthew
Yglesias:
"una de las muchas funciones del orden institucional
internacional es precisamente el de legitimar el uso de la fuerza
militar letal por los poderes occidentales" -es decir, estadounidense-
entonces es "sorprendentemente ingenuo", y más que ingenuo, "tonto",
sugerir que EE.UU. debe respetar el derecho internacional o cualquier
otra condición impuesta por lo que carecen de poder: una declaración
franca de presupuestos operacionales, dada por sobreentendida por el
equipo de EXCOMM. (...)
Podríamos haber estado "incluso en una peor situación" si el mundo
hubiera sabido más sobre las acciones de EE.UU. en esa época. Solo
recientemente supimos que, seis meses antes de la crisis, EE.UU. había
desplegado secretamente misiles en Okinawa, casi idénticos a los que
Rusia envió posteriormente a Cuba. Los misiles seguramente apuntaban a
China, en un momento en el que se habían incrementado las tensiones en
la región. (...)
En las deliberaciones posteriores, EE.UU. se comprometió a retirar
los misiles obsoletos de Turquía, pero no lo declaró ni por escrito ni
públicamente: era importante que quedara la idea de que Kruschev había
capitulado. Se dio una razón interesante, y fue aceptada como razonable
por académicos y comentaristas. En palabras de Dobbs:
"Si
hubiera parecido que EE.UU. estaba desmantelando sus bases
unilateralmente, bajo presión de la Unión Soviética, la alianza (OTAN)
podría haberse resquebrajado."
O, para decirlo de otra manera,
con un poco más de apego a la verdad, si EE.UU. reemplazaba misiles
inservibles con armas mucho más letales, como lo tenía planeado, en un
intercambio con Rusia que cualquier "hombre racional" hubiera
considerado justo, esto habría causado el resquebrajamiento de la OTAN.
Lo que queda claro es que, cuando Rusia retiró el único obstáculo que
protegía a Cuba de un ataque de EE.UU. en medio de la amenaza de un
invasión directa y se retiró de la escena, los cubanos se enfurecieron
-como puede comprenderse. Pero esta es una comparación inaceptable por
razones de doble estándar: nosotros somos seres humanos que importan
mientras que ellos son "no-gentes", usando la frase de Orwell.
Kennedy
también hizo una promesa informal de no invadir Cuba pero con
condiciones: no solamente el retiro de los misiles sino también la
terminación o, al menos, una drástica disminución de la presencia
militar rusa. (A diferencia de Turquía, en la frontera con Rusia, donde
ninguna medida de este tipo sería considerada.) (...)
En el caso de Cuba, el consejo de planeamiento político del Departamento de Estado explicó:
"El peligro principal que confrontamos con Castro es... el impacto que
tiene la mera existencia de su régimen sobre el movimiento izquierdista
en muchos países de América Latina...
El simple hecho es que Castro
representa un desafío exitoso a EE.UU., una negación de nuestra política
para todo el hemisferio de casi un siglo y medio."
La doctrina Monroe anunciaba la intención de EE.UU., entonces inaplicable, de dominación del hemisferio occidental. (...)
La crisis de los misiles finalizó oficialmente el 28 de octubre. La
resolución de la crisis no fue oscura. Esa noche, en un programa
especial de la CBS, Charles Collingwood reportó que el mundo había
salido "de la más terrible amenaza de holocausto nuclear desde la
Segunda Guerra Mundial.. con una humillante derrota de la política de la
Unión Soviética".
Dobbs comenta que los rusos trataron de interpretar
la salida a la crisis como "otro triunfo de la política exterior por la
paz de Moscú contra los imperialistas promotores de la guerra", como
"los dirigentes soviéticos extremadamente sabios y razonables salvaron
el mundo de la amenaza de la destrucción nuclear". Extrapolando los
hechos básicos de las tendencias al ridículo, el acuerdo de Kruschev
"había salvado al mundo de la amenaza de destrucción nuclear".
Sin
embargo, la crisis no había terminado. El 8 de noviembre, el Pentágono
anunció que todas las bases de misiles soviéticos habían sido
desmanteladas. El mismo día, reporta Stern, "un equipo de sabotaje
realizó un ataque en una fábrica cubana", aunque la campaña terrorista
de Kennedy, conocida como Operación Mangosta, había sido formalmente
reducida en el pico de la crisis.
El ataque terrorista del 8 de
noviembre respalda la observación de Bundy de que la amenaza para la paz
estaba en Cuba, no en Turquía -donde los rusos no continuaron un asalto
letal. Esta no era, sin embargo, la conclusión de Bundy, ni siquiera
podría haberlo entendido así. (...)
"El 8 de noviembre un equipo enviado desde EE.UU. para ejecutar una
acción encubierta de sabotaje hizo explotar las instalaciones de una
fábrica cubana", matando 400 trabajadores, según una carta enviada por
el gobierno de Cuba al Secretario General de las N.U.
Garthoff comenta
que los "soviéticos solo podían analizar [el ataque] como una marcha
atrás en lo que era para ellos, la cuestión clave que estaba pendiente:
las garantías de EE.UU. de que no atacaría Cuba", particularmente porque
el ataque terrorista había sido lanzado desde EE.UU. Esta y otras
"acciones a través de terceros" revela una vez más, que el riesgo y el
peligro para ambas partes podrían haber sido extremos, y que la
catástrofe no había sido descartada".
Garthoff también examina las
operaciones destructivas de la campaña terrorista de Kennedy, las que
ciertamente serían consideradas más que justificativos para la guerra,
si EE.UU. o sus aliados o sus clientes fueran las víctimas, y no los
autores. (...)
Por la misma fuente, más adelante sabemos que el 23 de agosto de 1962 el presidente emitió el Memorando de Seguridad Nacional No 181,
"una directiva para organizar una revuelta interna, a continuación de
la cual se produciría una invasión militar de EE.UU.", que involucraría
"importantes planes, maniobras y movimiento de tropas y equipo militar
de EE.UU." que seguramente eran conocidos por Cuba y Rusia.
También en
agosto, se intensificaron los ataques terroristas entre ellos el ataque
desde una lancha a un hotel cubano de la costa "donde se sabía que se
congregaban técnicos militares soviéticos, matando a rusos y cubanos";
ataques a barcos de carga británicos y cubanos; contaminación de
cargamentos de azúcar; y otras atrocidades y sabotajes, ejecutados
principalmente por organizaciones de exiliados cubanos que operaban
libremente en La Florida. Poco después vino "el momento más peligroso en
la historia de la humanidad", y no fue casualidad.
Jugando con fuego
Kennedy
renovó oficialmente las operaciones terroristas después del fin de la
crisis de los misiles. Diez días antes de su asesinato, aprobó un plan
de la CIA de "operaciones de destrucción" a ser ejecutado por terceros,
"contra una gran refinería petrolera e instalaciones de almacenamiento,
una planta de energía eléctrica, fábricas de azúcar, puentes
ferroviarios, instalaciones de una bahía y demolición submarina de
muelles y barcos".
Un plan de asesinato de Fidel Castro fue
supuestamente iniciado el mismo día del asesinato de Kennedy. La campaña
terrorista fue suspendida en 1965, pero "una de las primeras medidas
tomadas por Nixon en 1969 fue instruir a la CIA para que intensificara
las operaciones encubiertas contra Cuba", reporta Garthoff.
En el
último número de la revista Political Science Quarterly, Montague Kern
sostiene que la crisis de los misiles es una de esas "crisis de gran
calibre... en la que un enemigo ideológico (la Unión Soviética) es
percibido universalmente como el atacante, conduciendo a un movimiento
de todos detrás de la bandera que expandió en gran medida el respaldo al
presidente, incrementando sus opciones políticas".
Kern tiene razón al
decir "percibido universalmente" de esa manera, dejando de lado a los
que han escapado un poco de las cadenas ideológicas como para prestar
alguna atención a los hechos. Kern, de hecho es uno de ellos. Otro es
Sheldon Stern, quien reconoce lo que desde hace tiempo fue conocido por
las personas con desviaciones. Comenta lo siguiente:
"La
explicación original de Kruschev sobre el envío de misiles a Cuba fue
fundamentalmente cierta: el líder soviético nunca se propuso usar esas
armas como una amenaza para la seguridad de EE.UU., sino como una
defensa para proteger a Cuba, un país aliado, de ataques de EE.UU. y en
un esfuerzo desesperado de darle a la URSS la apariencia de igualdad en
el equilibrio de poder nuclear." (...)
Los ataques de EE.UU. son frecuentemente subestimados por los
comentaristas estadounidenses como bromas tontas, dicen que los matones
de la CIA se les fueron de las manos al gobierno. Nada más alejado de la
realidad.
Los "mejores y los más brillantes" reaccionaron ante la
derrota de Bahía de Cochinos (Playa Girón, en Cuba) casi histéricos,
incluyendo al presidente, quien solemnemente le informó al país que:
"Las sociedades complacientes, indulgentes consigo mismas, blandas
están a punto de ser barridas con los escombros de la historia. Solo las
fuertes... tienen posibilidad de sobrevivir." (...)
El historiador Piero Gleijeses observa que después de la derrota de
Bahía de Cochinos, JFK lanzó un embargo asfixiante para castigar a los
cubanos por haber derrotado una invasión respaldada por EE.UU., y "le
pidió a su hermano, el Fiscal General, que dirigiera el grupo de alto
nivel de agencias estatales que supervisaría la Operación Mangosta, un
programa de operaciones paramilitares, guerra económica y sabotaje,
implementado por el propio Kennedy a fines de 1961 para infligirle los
'terrores de la tierra' a Fidel Castro y, en términos más prosaicos,
para derrocarlo". (...)
Años más tarde, Robert McNamara reconoció que Cuba tenía justificaciones
para temer un ataque. "Si hubiera estado en el lugar de un cubano o un
ruso, yo también habría sentido temor", dijo en el 40 aniversario de la
crisis de los misiles. (...)
En retrospectiva
Las dos cuestiones más cruciales sobre la
crisis de los misiles están relacionadas con cómo comenzó y cómo
terminó. Comenzó con el ataque terrorista de Kennedy contra Cuba, con la
amenaza de invasión en octubre de 1962.
Terminó con el rechazo
presidencial de la propuesta rusa que le hubiera parecido justa a
cualquier persona racional pero que era impensable porque desgastaría el
principio fundamental de que EE.UU. tiene el derecho unilateral de
desplegar misiles nucleares en cualquier parte, apuntando a China o a
Rusia o a cualquier otro país, en sus fronteras; y el principio asociado
de que Cuba no tiene derecho a tener misiles para su defensa contra lo
que parecía ser una inminente invasión de EE.UU.
Para establecer estos
principios con firmeza, era totalmente apropiado enfrentar el alto
riesgo de una guerra con un poder de destrucción inimaginable, y
rechazar maneras simples y justas, según lo admitieron ellos mismos, de
terminar con la amenaza. (...)
Los sucesos de octubre de 1962 son ampliamente considerados como los
momentos más destacados de Kennedy. Graham Allison se une a muchos otros
en presentarlos como una "guía sobre cómo desactivar conflictos,
manejar relaciones de alto nivel de poder, y tomar decisiones correctas
sobre temas de política exterior en general".
En un sentido muy
estrecho, estas evaluaciones parecen razonables. Las grabaciones de
audio de las reuniones de EXCOMM revelan que el presidente se diferenció
del resto, a veces de casi todos los demás, al rechazar el uso
prematuro de la violencia.
Sin embargo, persiste un interrogante
más de fondo: ¿Cómo se puede evaluar la moderación relativa de Kennedy
en el manejo de la crisis dentro del contexto más amplio que acabamos de
analizar?
Pero este tema no puede ser analizado en una cultura moral e
intelectual muy disciplinada, que acepta sin cuestionamientos el
principio básico de que EE.UU. es efectivamente el dueño del mundo por
derecho, y que es, por definición, una fuerza del bien a pesar de los
errores y malentendidos ocasionales.
Por lo tanto, es lisa y llanamente
apropiado que EE.UU. despliegue una fuerza masiva de ataque sobre todo
el mundo, mientras que es una ofensa cuando los otros (excepto los
aliados y los clientes) hacen hasta el mínimo gesto en esa dirección, y
hasta cuando piensan en disuadir al benigno poder hegemónico global de
usar la violencia. (...)
Los principios siguen vigentes y representan un riesgo constante para
una guerra nuclear. No han escaseado los graves peligros desde la
crisis de los misiles. Diez años después, durante la guerra
árabe-israelita de 1973, Henry Kissinger declaró un alerta nuclear de
alto grado (Defcon 3) para advertirles a los rusos de que se mantengan
al margen mientras que él autorizó secretamente a Israel a violar el
cese al fuego impuesto por EE.UU. y Rusia.
Cuando Reagan asumió el
gobierno, pocos años después, EE.UU. lanzó operaciones para poner a
prueba las defensas rusas y simuló ataques aéreos y navales, mientras
emplazaba misiles Pershing en Alemania, a cinco minutos de tiempo de
vuelo de los objetivos de ataque rusos, proveyendo lo que la CIA llamó
un "poder de ataque súper sorpresivo".
Obviamente, esto causó una
gran alarma en Rusia, país que a diferencia de EE.UU. sufrió repetidas
invasiones y fue prácticamente destruido. Esto condujo a una gran
amenaza de guerra en 1983.
Hubo cientos de casos en los que la
intervención de una persona abortó un ataque minutos antes de que
ocurriera, después de que los sistemas automáticos dieran falsas
alarmas. No tenemos acceso a los registros rusos pero no hay dudas de
que sus sistemas son más propensos a un accidente.
Mientras
tanto, India y Pakistán se han aproximado a una guerra nuclear varias
veces, y las fuentes del conflicto siguen vigentes. Ambos se han negado a
firmar un tratado de no proliferación, al igual que Israel, y han
recibido apoyo de EE.UU. para el desarrollo de sus programas de armas
nucleares -hasta hoy, en el caso de India, un actual aliado de EE.UU.
Las amenazas bélicas en el Medio Oriente, que podrían volverse reales en
cualquier momento, una vez más incrementan el peligro de una
catástrofe.
En 1962 se logró evitar la guerra por la
determinación de Kruschev para aceptar las demandas hegemónicas de
Kennedy. Pero no podemos contar que un criterio similar estará siempre
presente. Es casi un milagro que no se haya producido hasta ahora la
guerra nuclear. Existen más razones que nunca para escuchar la
advertencia formulada hace unos 60 años por Bertrand Russell y Albert
Einstein: el dilema es "crudo, horrible e ineludible":
"¿Se va a poner fin a la raza humana; o la humanidad deberá renunciar a la guerra?" (Noam Chomsky, Rebelión, 19/10/2012)
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