"Christian Felber tuvo una intuición: en los mercados financieros estaba lo gordo, pensó. (...)
El siguiente paso fue ponerse a indagar los valores en que se
sustenta el sistema capitalista: competitividad, rendimiento,
crecimiento, beneficio. “¡Qué valores son estos!”, pensó. ¿No hay otros?
Empezó a estudiar algunos de los que rigen el comportamiento del ser
humano en sociedad como la ayuda, la cooperación, la solidaridad. Y se
encontró con que estos no estaban presentes en los mercados.
Pregunta. ¿El problema es que el dinero pasó de ser un medio a convertirse en un fin?
Respuesta. Sí. El dinero, el capital, el beneficio.
Si una empresa puede obtener ese fin más fácilmente socavando la
democracia y corrompiéndola, lo va a hacer; porque para una empresa la
democracia es un fin menor, frente al incremento de sus beneficios y su
patrimonio. Si el fin de la empresa fuera el bien común, no corrompería
la democracia. Este es el núcleo. (...)
La interacción de Felber, portavoz en Austria de ATTAC (Asociación
para la Tasación de las Transacciones Financieras y la Ayuda al
Ciudadano), con una docena de empresarios produjo el modelo de la
economía del bien común, que aúna ética y economía.
P. En La economía del bien común, usted
ofrece datos que muestran que la diferencia de renta entre ejecutivos
mejor pagados y operarios en las empresas ha pasado de una relación de
24 a 1, en 1965, a una de 325 a 1, en 2011. Propone usted que los
sueldos no superen 20 veces el salario mínimo. ¿Cuáles serían las
primeras medidas que se tomarían en una transición hacia una economía
del bien común?
R. La limitación de la desigualdad podría ser una de
las primeras medidas, ya se está haciendo en Suiza. Cuando por primera
vez demandé esto, en 2006, y, por supuesto, no he sido el primero en
hacerlo, me tachaban de comunista por proponer una limitación de la
desigualdad. Yo me considero liberal. Para salvaguardar las libertades
hay que poner límites, por motivos liberales.
Pero la única libertad que
no limitamos es la de la propiedad. Este año, el fundador del Foro
Económico Mundial, Klaus Schwab, propuso en Davos la limitación de la
renta en el factor 20, es decir, que los salarios más altos no sean
veinte veces superiores al salario mínimo. Pero los medios de
comunicación lo acallaron. En noviembre se va a hacer un referéndum en
Suiza sobre la implementación del factor doce en las empresas.
No es una
propuesta comunista; ni, utópica; entra en la lógica de los propios
líderes económicos, que saben que si seguimos así vamos a desembocar en
una guerra civil. Esta no es una buena perspectiva para ellos tampoco,
así que prefieren limitar la desigualdad a perderlo todo y perder la
paz.
El modelo de la economía del bien común desarrollado por Felber es
eminentemente práctico. Las empresas en vez de regirse únicamente por
sus resultados, lo hacen por criterios de utilidad social. Tan
importante es que produzcan beneficios, como que respeten el
medioambiente, remuneren igual a hombres y mujeres, no exploten a sus
trabajadores, creen empleo…
El instrumento, para las empresas, es el
balance del bien común, en el que se evalúan todos esos factores. Lo
mismo con los países: el indicador del producto interior bruto (PIB) es
sustituido por el producto del bien común, un indicador que mide la
calidad de la democracia, la política medioambiental, el justo reparto
de los beneficios generados, la igualdad, entre otros factores.
Han transcurrido tres años desde la publicación, en agosto de 2010, de La economía del bien común
(editado por Deusto). Más de 3.800 personas se han sumado a la causa,
además de 159 asociaciones y 1.277 empresas (más de doscientas
españolas).
P. En su modelo, las empresas que mejor velan por el
bien común reciben incentivos, pero en este punto del proceso, ¿qué
incentivos tienen las empresas para sumarse a esta idea?
R. El sentido es el más fuerte. A muchas empresas
les importa saber por qué están haciendo lo que están haciendo y formar
parte de un sistema que tenga sentido, no de un sistema que vaya en
contra de nuestra ética. Se sienten pioneros de una economía al servicio
del ser humano.
El balance del bien común es para ellos un instrumento
de desarrollo organizativo: la evaluación ética de lo que están haciendo
les lleva a una metamorfosis. En la plataforma en la que operan, las
empresas se prestan ayuda entre sí, incluida la financiera. Atraen a
mano de obra ética y a clientes éticos.
P. Una de las claves de su modelo se basa en una
apuesta por la democracia directa. Los ciudadanos son consultados más a
menudo, intervienen en los anteproyectos de ley, por ejemplo, gracias a
las posibilidades que brindan las tecnologías digitales.
R. A lo mejor esta es la primera clave. Todo es
posible con otro tipo de democracia que combine democracia directa,
democracia participativa y democracia económica. Los partidos están
demasiado lejos del pueblo soberano. La cultura de la democracia directa
está empezando, porque la gente se da cuenta de que los supuestos
representantes no nos representan.
Para mí la solución es democracia
directa, referéndums, asambleas democráticas para ciertos temas como el
sistema económico, monetario, los medios de comunicación…
P. Habla usted de un nuevo sistema democrático de la economía…
R. Sí, pero ¿por dónde empezamos? Por los municipios
del bien común, que organizan los procesos de participación ciudadana.
El primero es el desarrollo del índice de calidad de vida municipal,
para saber cuál es la meta. Y, segundo, las asambleas económicas
democráticas, donde la ciudadanía define el orden económico, según sus
preferencias, necesidades y valores.
La economía del bien común no es un
modelo perfecto y acabado. Las cuestiones clave deben ser debatidas por
los ciudadanos.
P. Y aboga por la denominada banca democrática, ¿cómo funcionarían los bancos?
R. Habría que empezar por descuartizar los bancos
sistémicos, los que son demasiado grandes y que están muy
interconectados, motivo por el que se les rescata. Con eso
conseguiríamos que el mercado vuelva a ser mercado. Se ofrecería a los
bancos la alternativa de orientarse al bien común, convirtiéndose en
entidades sin ánimo de lucro, como eran al principio las cajas de
ahorros, para que pudieran gozar de ventajas ante el Estado.
Si optan
por ser entidades con ánimo de lucro, se les retiran los apoyos del
Estado, como, por ejemplo, el apoyo del banco europeo. El Estado no
contrataría con ellos, ni garantizaría los ahorros depositados en ellos.
Y si van a la bancarrota, el Estado no tiene por qué salvarlos. A largo
plazo, la idea es que todos los bancos estén orientados al bien común,
igual que los colegios, los institutos, las universidades.
P. Frente a la competencia usted propone
cooperación. Frente a la desconfianza, la necesidad de control y el
miedo, generosidad, altruismo y solidaridad. Más de una vez le habrán
criticado por esta visión idílica y utópica de lo que pueden ser las
cosas…
R. Sí, también me han dicho que van contra la
naturaleza humana. La ciencia dice que la cooperación nos motiva de
forma más fuerte que la competencia; que el ser humano tiene una
sensación de justicia innata y la capacidad de compasión, empatía, y el
impulso espontáneo de ayudar a otro, incluso los bebés de dos años lo
tienen. El hecho de que hoy en día seamos tan egoístas es porque lo
aprendemos, no es algo genético." (Entrevista a CHRISTIAN FELBER, El País, 01/09/2013)
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