"Estos días ha sido noticia la beatificación de 522 personas, referidas
en la narrativa de la Iglesia Católica como mártires de la Guerra Civil,
individuos considerados inocentes de cualquier mal que dieron su vida
“en defensa de la fe católica y del mensaje de Cristo”. (...)
Ahora bien, es difícil aceptar que, incluso en el caso de que no fuera
la intención de estas autoridades (incluyendo el Vaticano, liderado por
el nuevo Papa, que escogió llamarse Francisco y que Monseñor Amato
representa) realizar un acto político, el hecho es que tal acto es un
acto profundamente político que contribuye a la tergiversación de la
historia que se ha escrito en este país, subrayando que la Iglesia fue
víctima de una intolerancia y persecución religiosa por parte de las
fuerzas republicanas.
Se acentúa y se presenta a la Iglesia y a sus
mártires como víctimas, cuando en realidad la Iglesia fue la que agredió
la vida y el bienestar de la mayoría de la población de los distintos
pueblos y naciones que constituyen España, causando más de un millón de
muertos y miles de desaparecidos, muertes de personas asesinadas por las
fuerzas de represión, incluidas las de la Iglesia, y cuyos familiares
no saben el paradero de sus cuerpos. (...)
No es cierto que hubiera en España
persecución religiosa en tiempos de la República. Las iglesias
protestantes y la religión judía continuaron sin ninguna intervención
por parte del Estado y/o por movimientos sociales o fuerzas políticas
afines a la República. No fue la religión el sujeto de animosidad, sino
la Iglesia Católica, hecho que a la Iglesia Católica todavía le cuesta
aceptar, ya que si lo acepta, tendría que contestar por qué la Iglesia
Católica y no las otras religiones fue sujeto del enfado popular.
No es
cierto que los sacerdotes y los monjes fueran asesinados por sus ideas
religiosas, tal como Monseñor Soler escribe en su artículo “Montserrat y
los beatos en Tarragona” en La Vanguardia. Fueron asesinados por su
pertenencia a una institución que había pedido que el Ejército se
sublevara, conociéndose su animosidad a la República.
En realidad, el
Monasterio de Montserrat, supongo que en nota de agradecimiento, hizo un
monumento, más tarde, a los “caídos por Dios y por la Patria”, que
estaba en la entrada del Monasterio hasta que más tarde fue desplazado a
la parte trasera, con un monumento a los requetés carlistas de la
Virgen de Montserrat.
La historia, marginada y ocultada por la
propia Iglesia, muestra claramente el porqué de esta hostilidad,
hostilidad que fue iniciada por la Iglesia. Fue la Iglesia Católica la
que celebró y apoyó la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930).
Y fue
la Iglesia la que se opuso por todos los medios al establecimiento de la
República, alentando a los católicos a rebelarse frente a esta. Las
pastorales de la jerarquía católica explícitamente llamaban a tal
rebelión; documentos (firmados por el cardenal Segura y por su sucesor,
el cardenal Gomà) son muy representativos, y seguro que la jerarquía
actual de la Iglesia y el Vaticano los conocen.
¿Cómo puede afirmar la
jerarquía católica que la Iglesia era apolítica, cuando animó a los
católicos a que se rebelaran, pidiendo explícitamente que el Ejército se
levantara en contra del gobierno democráticamente elegido? (...)
Era predecible que la gran mayoría de la
ciudadanía, que apoyó el establecimiento de la República, primero, y la
elección del gobierno del Frente Popular, después, tuvieran animosidad
hacia la Iglesia Católica, pues esta, abiertamente, alentaba al Ejército
a que hiciera un golpe militar frente a ese Estado y frente a ese
gobierno.
De ahí que es comprensible y predecible que cuando ocurrió el
golpe militar, que la Iglesia Católica inmediatamente apoyó
(definiéndolo más tarde como una Cruzada Nacional), grandes sectores de
las clases populares expresaran su hostilidad hacia tal institución.
La
quema de iglesias (no hubo ninguna iglesia protestante o ninguna
mezquita o ninguna sinagoga quemadas) y el asesinato de clérigos y
personas identificadas con la Iglesia Católica eran la respuesta popular
que ocurrió en los primeros tres meses cuando el golpe creó un vacío de
poder.
No fue una represión guiada por el Estado republicano. En
realidad, una vez recuperado el control, en las zonas que continuaban
bajo el gobierno republicano se interrumpieron estos actos.
Por el contrario, los asesinatos, mucho
más numerosos, llevados a cabo en el lado golpista, fueron cometidos por
los aparatos represivos del Estado fascista, que contó con la
entusiasta colaboración, en su represión, de la Iglesia Católica. ¿No
creen las jerarquías católicas españolas que esta actitud enormemente
represiva iba en contra del mensaje de Jesús?
¿Creen, en realidad, que
Jesús, que es, en teoría, su supuesta inspiración, hubiera apoyado tanto
asesinato, premeditado y programado, para eliminar a personas cuyo
único delito era haber apoyado a un Estado y a un gobierno
democráticamente elegidos? ¿No creen que es de una crueldad suprema que
los familiares de los muertos republicanos todavía hoy no sepan dónde
están enterrados?
¿No creen que es profundamente injusto que ellos
puedan homenajear a sus muertos cuando los vencidos todavía no saben
dónde están los suyos? Y si en verdad los sacerdotes asesinados eran
inocentes, ¿no cree la Iglesia Católica que deberían pedir perdón a los
familiares de sus propios muertos, pues el comportamiento golpista de su
jerarquía católica fue el responsable de que el enfado popular se
canalizara en ellos, precisamente por su identificación con la Iglesia?
La respuesta descontrolada en contra de la Iglesia era lógica, pues la
Iglesia era culpable de un comportamiento que podía predecirse que
causaría miles de muertes. Debe condenarse tal expresión de enfado
popular, pero su comportamiento no puede homologarse al del lado
golpista, que fue una represión metódica de todos los aparatos del
Estado, con el apoyo activo de la Iglesia.
Acentuar el victimismo de la
Iglesia como hacen las beatificaciones es, además de una tergiversación
de la historia que todavía se reproduce en España, una ofensa a los
perdedores de la Guerra Civil, que eran los que defendieron la
democracia, y que debería crear incomodidad a toda persona con
sensibilidad democrática.
Mi esperanza es que el Papa Francisco lo vea
así y que, en nombre de la Iglesia, pida perdón, no solo a su Dios, sino
al pueblo español, al que hizo tanto daño. (...)" (Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio
Público” en el diario PÚBLICO, y en catalán en el diario digital EL
TRIANGLE, 10 de octubre de 2013, en vnavarro.org, 10/10/2013)
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