"La actual crisis sistémica está poniendo de manifiesto la farsa en la
que han convertido algunas democracias occidentales, cuyos gobernantes actúan al dictado de las mismas élites financieras y económicas que la generaron.
Estas
élites, en última instancia, quieren recuperar sus tasas de ganancia a
costa de los ciudadanos, a base de los sacrificios del resto de
empresarios y trabajadores, y de espaldas a las aspiraciones de la
mayoría de la población. Quieren imponer, en definitiva, un
decrecimiento real de las condiciones de vida para mantener sus
privilegios.
Nuestra querida España es un ejemplo de ello, se ha convertido en una muestra de Totalitarismo Invertido, término introducido en 2003 por Sheldon Wolin, profesor emérito de filosofía política de la Universidad de Princeton.
El totalitarismo invertido es el momento político en el que el poder corporativo
se despoja finalmente de su identificación como fenómeno puramente
económico y se transforma en una coparticipación globalizadora con el
Estado.
Mientras que las corporaciones se vuelven más políticas, el
Estado se orienta cada vez más hacia el mercado. España, en su actual
deriva, es un excelente ejemplo de ello. La antidemocracia, y el dominio
de la élite son elementos básicos del totalitarismo invertido. (...)
Pero la actuación de las élites político-financieras a través de sus
brazos mediáticos es mucho más sutil. La antidemocracia se ha apoderado
definitivamente de nuestro país. Es una fórmula que funciona de manera
indirecta.
Se alienta a los ciudadanos a desconfiar de su gobierno y de
los políticos - en realidad se trata auténticos zoquetes al servicio de
estas élites-; a concentrarse en sus propios intereses; a quejarse de
los impuestos; a cambiar el compromiso activo por gratificaciones
simbólicas de patriotismo.
Sobre todo, se promueve la despolitización
envolviendo a la sociedad en una atmósfera de temor colectivo y de
impotencia individual: miedo a la pérdida de puestos de trabajo,
incertidumbre de los planes de jubilación, gastos en educación y sanidad
en ascenso.
Socialmente las consecuencias son demoledoras. El totalitarismo
invertido, en última instancia, explota a los pobres, reduciendo o
debilitando los programas de salud y los servicios sociales,
reglamentando la educación masiva para una fuerza de trabajo insegura,
amenazada por la importación de trabajadores de bajos salarios.
Debemos denunciar de manera clara y rotunda como las élites financieras y su brazos político-mediáticos se han convertido en la nueva clase aristocrática.
Hoy más que nunca es necesaria una reconstrucción del poder político
soberano y democrático donde los gobiernos salidos de las urnas protejan
en última instancia a la ciudadanía de las agresiones sistemáticas que
estas élites ejercen sobre la sociedad mediante la acumulación y
concentración de poder económico. " (Juan Laborda, Vox Pópuli, 02/11/2013)
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