"El estado de excepción que usted ha vinculado al concepto de
soberanía parece asumir hoy en día el carácter de normalidad, pero los
ciudadanos permanecen perdidos ante la incertidumbre en la que viven
cotidianamente ¿es posible atenuar esta sensación?
Vivimos
desde hace décadas en un estado de excepción, que se ha convertido en
regla, como sucede en la economía, la crisis es la condición normal. El
estado de excepción que debería hallarse limitado en el tiempo – es en
cambio hoy el modelo normal de gobierno y esto en los mismos estados que
se llaman democráticos.
Pocos saben que las normas de seguridad
introducidas luego del 11 de setiembre (en Italia ya habían sido
establecidas durante los años de plomo) son peores que las vigentes
durante el fascismo. Y los crímenes contra la humanidad cometidos
durante el nazismo fueron posibles debido al hecho de que Hitler había
asumido el poder y proclamado un estado de excepción que nunca fue
revocado.
Y él sin embargo no tenía las mismas posibilidades de control
(datos biométricos, telecámaras, celulares, tarjetas de crédito) propias
de los estados contemporáneos. Se diría que hoy el Estado considera que
cada ciudadano es un terrorista virtual.
Esto no hace otra cosa que
deteriorar y volver imposible la participación en la política que debe
definir a la democracia, Una ciudad cuyas plazas y cuyas calles están
controladas mediante telecámaras no puede ser un lugar público: es una
cárcel.
El gobierno de Monti invoca la crisis y el estado de necesidad y
parece ser el único camino de salida tanto de la catástrofe financiera
como de las indecentes formas que ha tomado el poder en Italia, ¿el
enfoque de Monti sería la única salida o podría convertirse
contrariamente en un pretexto para imponer serias limitaciones a las
libertades democráticas?
“Crisis” y “economía” no se usan hoy
en día como conceptos sino como palabras de orden que sirven para
imponer y obligar a aceptar medidas y restricciones que la gente no
tendría porqué aceptar. “Crisis” significa hoy ¡debes obedecer!” Creo
que es muy evidente para todos que la llamada “crisis” viene durando
decenios y no es otra cosa que la normalidad con que funciona el
capitalismo de nuestro tiempo. Un funcionamiento que no tiene nada de
racional.
Para comprender lo que está sucediendo, hay que
interpretar al pié de la letra la idea de Walter Benjamin según la cual
el capitalismo es ciertamente una religión, es la más feroz, implacable e
irracional religión que haya existido jamás porque no conoce ni tregua
ni redención. En su nombre se celebra un culto permanente cuya liturgia
es el trabajo y su objeto el dinero.
Dios no ha muerto, se ha convertido
en dinero. La Banca con sus grises funcionarios y sus expertos – ha
ocupado el lugar de la iglesia y de sus curas y gobernando el crédito
(incluso los créditos estatales, que han abdicado fácilmente su
soberanía) manipula y administra la fe – la escasa e incierta fe – que
aún le queda a nuestro tiempo. Por otra parte que el capitalismo sea hoy
en día una religión, nada lo muestra mejor que el título aparecido en
un gran diario nacional hace pocos días: “salvar al Euro a cualquier
precio”
Ya “salvar” es un concepto religioso pero ¿qué significa “a
cualquier precio”? ¿Aún al costo de sacrificar vidas humanas? Solo en
una perspectiva religiosa (o mejor dicho seudoreligiosa) se pueden hacer
afirmaciones tan paletamente absurdas e inhumanas.
La
crisis económica que amenaza con convulsionar a buena parte de los
estados europeos ¿se puede generalizar como una crisis de toda la
modernidad?
La crisis que está atravesando Europa no
tiene que ver tanto con un problema económico como se quiere hacer creer
sino ante todo una crisis de la relación con el pasado. El conocimiento
del pasado es el único camino de acceso al presente. Es buscando
entender el presente que los hombres – por lo menos los europeos – se
sienten obligados a interrogar al pasado.
He precisado “nosotros los
europeos” porque me parece, admitiendo que la palabra Europa tenga
sentido, como parece hoy en día evidente, ese sentido no puede ser ni
político, ni religioso y tanto menos económico pero consiste en que el
hombre europeo – a diferencia por ejemplo de los asiáticos y de los
americanos, para quienes la historia y el pasado tienen un significado
totalmente diferente – puede acceder a su verdad solamente a través de
una confrontación con el pasado, solo haciendo cuentas con su historia.
El pasado no es tan solo un patrimonio de bienes y de tradiciones, de
recuerdos y saberes sino sobre todo un componente antropológico esencial
del hombre europeo, que puede acceder al presente solo mirando lo que
le ha ido sucediendo.
De la especial relación que tienen los países
europeos (Italia y desde luego Sicilia son desde este punto de vista
ejemplares) con sus ciudades, con sus obras de arte, con su paisaje: no
se trata de conservar bienes más o menos valiosos, pero exteriores y
accesibles: esta es en cuestión la verdadera realidad europea, su
indiscutible supervivencia
Por eso destruyendo el paisaje italiano con
el hormigón de las autopistas y la alta velocidad, los especuladores no
se privan de ganar pero destruyen nuestra propia identidad. La misma
expresión “bienes culturales” es engañosa, porque sugiere que se trata
de unos bienes entre otros, que pueden ser aprovechados económicamente y
hasta vendidos, como si se pudiera liquidar y poner en venta la propia
identidad.
Hace muchos años un filósofo que era además un
alto funcionario de la naciente Europa, Alexandre Kojève sostenía que el
homo sapiens había llegado al final de su historia y que no tenía ante
sí más que dos posibilidades: el acceso a una animalidad posthistórica
(encarnado en la american way of life) o el esnobismo (encarnado de los
japoneses) que continuan celebrando su ceremonia del té, vacías pero con
un significado histórico.
Entre unos EEUU integralmente reanimalizados y
un Japón que se mantiene humano solo a través de renunciar a todo
contenido histórico, Europa podría ofrecer la alternativa de una cultura
que se mantiene humana y vital aún después del fin de la historia,
porque es capaz de enfrentarse a su propia historia en su totalidad para
desde allí alcanzar una nueva vida.
Su obra más destacada
Homo Sacer investiga sobre la relación del poder político y la nuda
vida y pone en evidencia las dificultades presentes en ambos términos,
¿Cuál es el punto de posible intermediación entre ambos polos?
Lo
que me han demostrado mis investigaciones es que el poder soberano se
fundamenta desde sus comienzos en la separación entre nuda vida (la vida
biológica que en Grecia tenía lugar en la casa) y la vida políticamente
calificada (que se desarrollaba en la ciudad).
La nuda vida se halla
excluida de la política y al mismo tiempo incluida y capturada por la
propia exclusión: en este sentido la nuda vida es el fundamento negativo
del poder. Esta separación alcanza su forma extrema en la biopolítica
moderna. Lo que sucedió en los estados totalitarios del novecientos y
que es el poder (ya sea a través de la ciencia) que decide en última
instancia qué es una vida humana y qué no lo es.
Por el contrario sucede
que se piensa en una política de las formas vitales, es decir en una
vida que no pueda separarse de su forma, es decir que nunca más sea nuda
vida. (...)" (Entrevista a Giorgio Agamben, Peppe Savà, Tinyurl, en Rebelión, 10/02/2014)
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