"La publicación de la traducción al inglés del libro de Thomas Piketty,
profesor de Economía Política en la Universidad de París, (originalmente
escrito en francés hace un año) ha sido un fenómeno en sí. Nunca antes
en los últimos treinta años un libro económico había creado tanto
interés a los dos lados del Atlántico Norte, llegando incluso a ser un
best seller en la lista del New York Times. (...)
El problema del libro es que parece no
percibir que no se puede entender el mundo del capital sin entender el
mundo del trabajo, ni tampoco como los dos se relacionan entre ellos.
Ahí está el punto flaco del libro (Por cierto, hay también otras
críticas, más bien de carácter metodológico –como la de la definición
del capital-, que han hecho autores como James Galbraith, a las que no
voy a hacer referencia. Mi crítica no es metodológica, sino conceptual y
empírica).
El crecimiento del capital: ¿qué capital?
Existe un amplio acuerdo acerca de que
un elemento muy importante de este crecimiento de la riqueza se debe, en
gran parte, al crecimiento de la actividad especulativa del capital
financiero. En esta actividad, el dinero genera dinero, sin que haya
ninguna actividad productiva de por medio. Cuando una persona juega en
un casino, puede hacerse millonaria sin que se produzca nada con aquella
actividad.
Es el “capitalismo del casino”, que ha alcanzado niveles muy
elevados, sustituyendo al capitalismo productivo. En este capitalismo
especulativo, la relación del capital con el mundo del trabajo no es
directa, sino indirecta. Así, el elevado crecimiento del capital
especulativo se genera, en parte, como consecuencia de la escasa
rentabilidad del capital productivo, resultado de la escasa demanda
causada por la disminución de los salarios.
De ahí que el gran
crecimiento del capital financiero se deba a la necesidad de endeudarse
de las familias, resultado del estancamiento o descenso de los salarios.
Por otra parte, la baja rentabilidad del capital productivo es lo que
genera el crecimiento de la inversión financiera especulativa.
Donde la relación entre el mundo del
capital y el del trabajo es más directa es en el capital productivo. Los
beneficios del capital (ya sean los que obtienen los accionistas de las
empresas o bien sean sus gerentes y directores) dependen, entre otros
factores, de los costes de producción, entre los cuales los salarios
juegan un papel importante. Ahí está uno de los silencios del libro de
Thomas Piketty.
El elevado crecimiento del capital (vía beneficios
empresariales) está directamente relacionado con el estancamiento y
descenso de los salarios. En realidad, en los últimos treinta años, como
porcentaje de la renta nacional, las rentas del capital han ido
creciendo, mientras que las rentas del trabajo han ido descendiendo. Y
esto no es mera coincidencia.
Las primeras han subido a costa de que las
segundas han ido descendiendo. Es lo que Karl Marx llamó, con razón,
explotación de clase, explotación que existe, aunque usted, lector, no
la descubrirá leyendo los mayores medios de información y de persuasión.
En realidad, esta explotación ha alcanzado niveles récord, que se han
ido acentuando durante la crisis.
Durante el periodo 1993-2000 (la época
Clinton), el 45% de la riqueza creada en EEUU fue a parar al 1% de la
población, un porcentaje que subió durante el periodo 2001-2008 (era
Bush) al 65%, alcanzando el 95% desde entonces (era Obama) (ver “The
Origins of Inequity” por Jack Rasmus, en CounterPunch 13.05.14).
El conflicto capital-trabajo como elemento central para entender el comportamiento del capital
Thomas Piketty hace un buen trabajo al
documentar a dónde va a parar esta riqueza. Una parte va hacia los
instrumentos del capital como, por ejemplo, las acciones o hacia
instrumentos especulativos como los derivados, y así un largo etcétera.
Como Thomas Piketty señala, hoy existe claramente un exceso de capital
y, para complicarlo más, este está demasiado concentrado.
Ahora bien,
otra parte de la riqueza que se está creando va a parar a los salarios y
compensaciones a los gerentes del capital, salarios y compensaciones
que no tienen ninguna relación con su productividad, pues la mayoría
controla los consejos de dirección de las instituciones que dirigen,
asignándose retribuciones elevadísimas, incluso cuando las empresas
tienen pérdidas.
El caso más claro es el de la banca, incluyendo la
española. Hemos visto como dirigentes bancarios tenían unas
compensaciones obscenamente altas, mientras que su banca estaba en
dificultades (Banco Sabadell, Catalunya Caixa, etc.). Los banqueros
españoles están, por cierto, entre los mejor pagados del mundo.
Esto es importante, por varias razones.
Una de ellas es que estos salarios y compensaciones elevadísimos
desdibujan y hacen confusos los datos sobre la situación de los salarios
en general, pues son tan altos que, cuando se suman a todos los
salarios, elevan el valor promedio de una manera muy marcada.
Si se
sacan estos salarios de los ejecutivos y gestores de las empresas
financieras y productivas, entonces el estancamiento y descenso salarial
es incluso más marcado de lo que señalan las estadísticas que toman los
promedios de crecimiento salarial.
La silenciada y ocultada explotación
En resumidas cuentas, los beneficios del
capital derivan de la actividad financiera de carácter especulativo,
una actividad que ha ido creciendo espectacularmente, como resultado, en
parte, de la baja rentabilidad de la inversión productiva (en
comparación con la actividad especulativa),y también de la desregulación
del capital financiero. La otra fuente de beneficios empresariales ha
sido la actividad productiva, es decir, la producción de bienes y
servicios que se consumen en la sociedad.
El crecimiento desorbitado del
primero ha sido la mayor causa de la inestabilidad financiera,
crecimiento, por cierto, que no tiene ningún objetivo social y que, se
mire como se mire, es intrínsecamente negativo.
En cuanto al segundo –el sector de la
economía productiva-, el crecimiento de estos beneficios no se ha basado
en el crecimiento de las ventas ni en el aumento de los precios, sino
en la enorme reducción de los costes de producción, y muy en especial
del precio del trabajo, es decir, de los salarios.
Hay abundante
evidencia que apoya esta lectura del crecimiento de la rentabilidad en
el sector productivo, situación que ha alcanzado ahora sus mayores
niveles. Es ahí donde el término explotación define mejor que cualquier
otro lo que está ocurriendo, término que Thomas Piketty ni siquiera
toca.
Ya indiqué en otro artículo reciente, “La explotación social como
principal causa del crecimiento de las desigualdades”, en Público,
01.05.14, que el crecimiento de la productividad ha repercutido en el
aumento de los beneficios empresariales a costa de los salarios (según
el cálculo de Lawrence Mishel y Kar-Fai Gee, entre 1973 y 2011 la
productividad por trabajador en EEUU creció un 80.4%, mientras que el
salario por hora promedio solo creció un 4%. Un tanto semejante ocurrió
en la Eurozona).
¿Qué debería hacerse?
De este análisis se deriva que las
recomendaciones que Thomas Piketty hace en la última parte de su libro
son insuficientes. Thomas Piketty cree que la solución al enorme
crecimiento de las desigualdades es gravar el capital a nivel
internacional, impidiendo esta concentración de capital.
El hecho de que
él proponga que haya un impuesto mundial sobre el capital ha generado
escepticismo acerca de que, con las coordenadas de poder existentes en
el mundo, ello sea factible.
No me distancio de esta propuesta. Ahora
bien, a nivel estatal, sí que creo necesario y factible que las rentas
del capital se graven, al menos, al mismo nivel que las rentas del
trabajo, una propuesta realizada periódicamente por las izquierdas y
raramente ejecutada.
Pero la reducción de las desigualdades
necesita no solo la bajada de lo alto, sino también la subida de lo
bajo.
Es decir, no solo se necesita gravar el capital (y de las rentas
superiores, detalle, este último, que Thomas Piketty apenas cita) e
incluso el control público de este capital (que Thomas Piketty tampoco
cita), mediante la nacionalización o regulación, sino también el
incremento de las rentas del trabajo, algo que Thomas Piketty tampoco
toca.
Estos silencios y su desatención al contexto político que define
este conflicto capital-trabajo son puntos débiles del libro, que limitan
la comprensión de lo que ocurre. (...)" (Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 15 de mayo de 2014, en www.vnavarro.org, 15/05/2014)
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