"(...) Lo primero que hay que decir es que esperar que los ricos no hagan
ostentación de su riqueza es, por supuesto, poco realista. Si uno tiene
la impresión de que en las décadas de 1950 y 1960 los ricos eran más
comedidos, pues es porque eran mucho menos ricos, tanto en términos
absolutos como relativos.
La última vez que nuestra sociedad fue tan
desigual como lo es hoy, las mansiones gigantes y los yates eran igual
de ostentosos que ahora; por algo, Mark Twain llamó a aquella época la
Edad Dorada.
Aparte de eso, hay muchos ricos para
los que la gracia está precisamente en alardear. Vivir en una casa de
3.000 metros cuadrados no es mucho más agradable que vivir en una de
500. Yo creo que hay gente que de verdad puede apreciar una botella de
vino de 350 dólares, pero la mayoría de las personas que compran algo
así no se darían cuenta si la sustituyésemos por una botella de 20
dólares, o puede que incluso por una que esté de oferta en el
supermercado del barrio. Incluso en el caso de la ropa buena, mucha de
la satisfacción que obtiene de ella quien la lleva se debe al hecho de
que otros no pueden permitírsela.
Así que, en gran medida, se trata de
exhibirse, algo que, naturalmente, podría haberles dicho el sociólogo y
economista Thorstein Veblen.
Entonces, ¿por qué perseguir la exhibición de la riqueza, en vez
de apropiarse de parte de los ingresos mediante impuestos?
Se podría
argumentar que los impuestos reducen los incentivos para hacerse rico;
pero lo mismo podría decirse de las leyes sobre el lujo, que le
quitarían cierto sentido al hecho de enriquecerse, al igual que lo haría
un "código de decoro", que también le restaría diversión a la
exhibición de la riqueza (que, en gran parte, es para lo que muchos
quieren sus montañas de dinero).
Pero hay algo más. Si piensan que
para la sociedad es malo que haya gente que alardee de su riqueza
relativa, es que de hecho han aceptado la idea de que una gran riqueza
impone efectos externos negativos al resto de la población (lo cual es
un argumento a favor de los impuestos progresivos que va más allá de
maximizar los ingresos).
Y una cosa más: piensen en lo que todo
esto nos dice sobre el crecimiento económico. Tenemos una economía que
se ha enriquecido considerablemente desde 1980, pero en la que una gran
parte de los beneficios van a parar a gente con ingresos muy altos;
gente para la que la utilidad marginal de un dólar de gasto no solo es
baja, sino que proviene en gran medida de la competencia por el estatus,
que es un juego que no aporta nada).
De modo que una gran parte de
nuestro crecimiento económico se ha malgastado sin más y solo ha servido
para aumentar el ritmo de la febril competitividad de los más ricos.
Ha
llegado el momento de poner rumbo a la oficina de manera decorosa, a
pie y en transporte público, donde pienso regodearme de mi superioridad
moral y mirar con desdén a quienes no han obtenido tantos
reconocimientos académicos como yo. Un momento…" (Paul Krugman , El País, 08 de octubre de 2014)
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