"(...) La clase media (...) no se trata de una capa social formada por un conjunto de
profesionales que viven en urbanizaciones residenciales valladas y que
se definen por ser racistas, clasistas y sexistas, ni tampoco la compone
esa burguesía moralista siempre cercana al fascismo y ni siquiera son
ya, como diría Bourdieu, la parte dominada de la clase dominante.
La clase media es hoy algo mucho más amplio, precisamente porque no
tiene sólo que ver con los recursos materiales, sino que también incluye
la autopercepción (una encuesta del CIS de julio de 2014 afirmaba que el 72% de los españoles se define de clase media,
a pesar de que la realidad contradiga ampliamente esta percepción) y
con un conjunto de valores, ligados a la estabilidad, la linealidad y el
deseo de un futuro mejor.
Es una clase social con poca cohesión, que
debe lidiar con diversas contradicciones, que en cada época y en cada
contexto las ha resuelto de una manera, y que precisamente por el lugar
nuclear que ocupa, contribuye a estabilizar o a agitar una sociedad de
una forma claramente perceptible.
El mismo auge de Podemos nace en ese espacio:
no han sido las masas obreras las que han tomado las calles, sino un
montón de personas de clase media, entre los que había muchos
estudiantes universitarios y muchos funcionarios, gente que había votado
a partidos institucionales y gente a la que activó el descontento, la
que ha provocado su éxito.
Se trata de una clase importante políticamente desde dos puntos de
vista.
En primer lugar, desde el estratégico, porque no hablamos de
personas resentidas por haber perdido muchos de sus recursos y gran
parte de su futuro, sino de un estrato social que se ha convertido en claramente disfuncional para un capitalismo que está tratando de acabar con él;
los valores en que se sostiene de continuidad y estabilidad, pero
también de defensa de las normas, son una piedra importante que el
capitalismo del siglo XXI necesita remover.
En segundo lugar, desde el
social, porque es un potente foco de resistencia frente a un capitalismo
decididamente antipuritano, como suele subrayar Santiago Alba, que odia
todo tipo de anclajes y límites y que está tratando de asentar un mundo
fluido, volátil y vitalmente frágil.
En este contexto, en lugar de analizar qué le ocurre a la mayoría de
la gente, buena parte de la izquierda ha puesto sus esperanzas en una
clase obrera inexistente hoy en España (no somos Gran Bretaña, donde esa
cultura aún permanece) y que tendría su expresión más reciente en el
mundo chav.
Pero éstos son una apuesta dudosa, porque pueden acoger sin
problema esa crítica que se hacía a las viejas clases medias, que estaban muy contentas con el sistema pero insatisfechas con su posición dentro de él.
De modo que quizá sea mejor reparar en la realidad y apoyarse
políticamente en una mayoría que está viviendo contradicciones poderosas
y que puede ofrecer instrumentos de resistencia. Máxime cuando la
energía política que han puesto en marcha a través del descontento puede
canalizarse de maneras muy diferentes, y desde luego no liberadoras." (Esteban Hernández, La Marea, 03/11/2014)
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