"(...) Se acumulan las informaciones sobre la perturbación mental de Andreas
Lubitz el día en que se convirtió en homicida suicida aprovechando su
control de la cabina de vuelo. Su depresión estaba diagnosticada pero no
controlada por su empresa ni revelada en su contexto laboral, aunque sí
en el personal.
Y también aparece un vínculo entre su estado mental y
el miedo a perder su sentido de vida: volar. Las reacciones de industria
y gobiernos para evitar futuros desastres pasan por reforzar los
mecanismos de control del uso de las máquinas por los humanos. Por un
lado, no dejar nunca a un piloto solo en la cabina.
Por otro lado,
controlar el estado psíquico de los pilotos. Es decir, se rompe la
confianza en quienes nos transportan de un lugar a otro. Y se hace aún
más complejo, y por tanto menos previsible, el sistema de control.
Porque aunque haya otra persona en la cabina, ¿quién impide al posible
homicida neutralizar a su controlador?
¿Tendrá que ser un robusto agente
armado el que vigile las salidas al baño? ¿Y si es el agente el que es
maniaco-depresivo? Lo cual remite al control psiquiátrico previo de
pilotos y sus controladores.
Un control que no se hace rigurosamente
porque es profesionalmente imposible. Las pruebas psicológicas son
simples respuestas del sujeto analizado en un momento dado y su
historial pocas veces permite predecir futuras reacciones imprevisibles.
Así pues, habría que proceder a un verdadero análisis psiquiátrico con
seguimiento continuado desde los cursillos de formación y a lo largo de
la carrera profesional.
Pero si eso se hace con los pilotos, ¿por qué no
con los conductores de tren, autobús y barco? ¿O con los policías? ¿O
con el personal médico que tiene derecho profesional de vida y muerte
sobre nuestros cuerpos?
Y puestos a controlar irresponsables, ¿por qué
no empezar con aquellos financieros que colapsaron la economía mundial
destruyendo millones de vidas? ¿O con los políticos profesionales, para
asegurarnos de que no son cleptómanos? De hecho, en Argentina tras el
corralito, se debatió un proyecto de ley para someter a los diputados a
una evaluación psicológica.
Es decir, en múltiples dimensiones de nuestra vida quienes controlan
los mecanismos de los que dependemos pueden, potencialmente, destruirnos
a partir de comportamientos derivados de trastornos mentales.
¿Pero qué
trastornos? Si hablamos de depresión, se estima que un 20% de los
europeos (10% en España) sufre depresión clínica. A ellos se añaden
otras enfermedades mentales. En el mundo, de las diez enfermedades
graves más difundidas, cinco son mentales.
En Estados Unidos el 60% de
las mujeres están medicadas con antidepresivos. ¿Vamos a estigmatizar a
cualquiera que haya tenido una condición mental problemática? ¿Crear un
panóptico distribuido? Si la inestabilidad mental conlleva un alto
riesgo, estaríamos en una sociedad de locos en la que tendríamos que
estar todos vigilados, incluidos enseñantes capaces de neurotizar a los
niños y hasta abusar de ellos. Por no hablar de los curas.
¿O la
pederastia no es patológica? ¿Y traumatizar a miles de niños no es tan
crimen como estrellar un avión? Pero aquí llegamos al quid de la
cuestión: si nos controlan los psiquiatras, ¿quién controla a los
psiquiatras? ¿O es que ellos forman parte de un sacerdocio sin problemas
mentales?
Visto desde esta perspectiva, no hay controles que valgan. Lo más
imprevisible es el ser humano. Y lo que ha cambiado es que muchos
humanos tienen acceso a mecanismos automáticos de los que dependen
muchas vidas. Mientras nuestras sociedades nos vuelvan locos por motivos
múltiples estaremos viviendo entre locos.
Los sistemas que inventamos
para protegernos acaban condenándonos, como es el caso de las cabinas de
avión que no se pueden abrir desde fuera como respuesta al peligro del
atacante externo que apareció el 11-S. Claro que la inmensa mayoría de
nosotros estamos cuerdos.
Hasta que un día dejamos de estarlo. Y
acuchillamos a la pareja o bebemos y nos estrellamos con el coche,
familia incluida. Por eso Beck planteó un dilema fundamental. No podemos
controlar el riesgo creciente de vivir pendientes de sistemas
automáticos automatizando y regulando todavía más.
Tenemos que generar
humanos capaces de asumir el riesgo desde la libertad. Y encontrar
formas solidarias de vida, que están enraizadas en nuestras almas, a
partir de las cuales reconstruir una modernidad enloquecida." (La sociedad del riesgo humano, de Manuel Castells en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 03/04/2015)
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