"Durante
cinco años, los griegos han sido públicamente avergonzados, insultados,
humillados y escupidos por el resto de Europa. "Ya es hora de mostrar
un poco de respeto", nos dice la periodista holandesa Ingeborg Beugel en
este artículo soberbio traducido al castellano por el suplemento
Diásporas de Público, a partir de la versión inglesa, publicada por
Jerome Roos en Roar Mag. Las espeluznantes experiencias que relata aquí
la periodista no dejarán indiferente a nadie.
Como antigua
corresponsal en Grecia, todavía me invitan regularmente a programas de
radio y televisión en los Países Bajos; o a pronunciar conferencias
acerca de la crisis de la deuda griega. Éstas últimas son generalmente
organizadas por algún tipo de fundación u organización de "helenófilos".
Además de los holandeses amantes de la cultura helena o de los padres
de holandeses casados con un griego o una griega, los asistentes suelen
ser por lo común griegos que viven en los Países Bajos.
Últimamente, más que nunca, llegan hasta mí anécdotas profundamente desagradables en el transcurso de este tipo de reuniones. Incluso en los periódicos nacionales han estado circulando durante años historias de ciudadanos holandeses que se niegan a pagar sus cuentas después de comer y beber en tabernas helenas porque "ya han dado suficiente dinero a los griegos".
Últimamente, más que nunca, llegan hasta mí anécdotas profundamente desagradables en el transcurso de este tipo de reuniones. Incluso en los periódicos nacionales han estado circulando durante años historias de ciudadanos holandeses que se niegan a pagar sus cuentas después de comer y beber en tabernas helenas porque "ya han dado suficiente dinero a los griegos".
Pero ahora, además, me abordan con frecuencia las madres o los padres de
los hijos de parejas mixtas para decirme que sus niños han llegado
enojados de la escuela o incluso con lágrimas en los ojos, debido a que
su profesor de economía había descrito a los griegos como especuladores,
perezosos, poco fiables o evasores de impuestos en quienes no se puede
confiar a la hora de firmar acuerdos.
Con plena convicción, el docente
le ha dicho a sus alumnos que los griegos amenazan la supervivencia
misma de la UE y, por lo tanto, deben ser inevitablemente pateados y
expulsados de la zona euro.
Cuando esos niños medio griegos han intentado plantar cara en la clase a las afirmaciones del maestro han sido víctima de burlas y de humillaciones. De nada les sirvió contar las historias de familiares griegos que apenas tienen dinero para comprar comida; o argumentar que Grecia ha sido, de hecho, extremadamente fiable durante los últimos cinco años, en lo que concierne a cumplir los compromisos del rescate, y a pesar de ello, han visto cómo su deuda pública se incrementaba y su economía se reducía a ruinas.
Cuando esos niños medio griegos han intentado plantar cara en la clase a las afirmaciones del maestro han sido víctima de burlas y de humillaciones. De nada les sirvió contar las historias de familiares griegos que apenas tienen dinero para comprar comida; o argumentar que Grecia ha sido, de hecho, extremadamente fiable durante los últimos cinco años, en lo que concierne a cumplir los compromisos del rescate, y a pesar de ello, han visto cómo su deuda pública se incrementaba y su economía se reducía a ruinas.
Al terminar la clase, tales rituales se repetían en el patio del
recreo. Y las cosas están empeorando, dicen.
Desde que
Syriza ganó las elecciones en enero; desde que los "correveidiles de
Bruselas" (viejos partidos tradicionales como el ND y el PASOK)
desaparecieron de la escena política griega; desde que los medios de
comunicación comenzaron a obsesionarse con el sorprendente nuevo
ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis; desde que el nuevo Ejecutivo de
Atenas comenzó desesperadamente a intentar suavizar la postura de Merkel
-escaso es su margen de maniobra- y a revocar las catastróficas
reformas y políticas de austeridad impuestas por la troika (UE, BCE y
FMI)... se ha convertido en lugar común despreciar y humillar a los
griegos de forma abierta y descarada.
Basta con echar un vistazo a los medios de comunicación. Obsérvese, por
ejemplo, al periodista que, a pesar de no haber puesto un pie en Grecia y
no tener la menor idea del asunto del que habla, todavía parlotea en la
radio pública, gritando y reiterando que "los griegos no cumplen sus
acuerdos", que "están saboteando toda la operación" y que "han votado
por el partido equivocado".
Los periódicos holandeses -no sólo los tabloides amarillos, sino la
llamada prensa “seria”-, están plagados de frases como "el gobierno de
extrema izquierda de Syriza está destinado a ser impopular en Europa";
"el primer ministro griego Tsipras fue gélidamente recibido en
Bruselas"; "los estados miembros de la UE están hartos de Grecia"; "la
paciencia con Grecia se está acabando"; "los griegos están alentando
provocadoramente una confrontación que tendrá consecuencias de largo
alcance" y "los griegos le están tomando el pelo a los alemanes con esas
inaceptables tácticas de distracción consistentes en sacar a colación
la cuestión de las reparaciones de guerra alemanas".
Y todo esto,
sin ningún tipo de crítica, matiz o explicación. Ni uno solo de los
miembros de esa camarilla de periodistas parece preguntarse si en
realidad es apropiado que sea fríamente recibido en Bruselas un gobierno
elegido de forma democrática; un gobierno que es capaz de demostrar
fehacientemente que las medidas de austeridad de los últimos cinco años
sólo han empeorado las cosas -de ahí que quiera, con razón,
desembarazarse de ellas.
Nadie ha matizado esa sesgada descripción de
Syriza, que tiene mucho menos de extrema izquierda que de partido
socialdemócrata afanado en defender el estado del bienestar griego -o lo
que queda de él. Nadie ha precisado que el gobierno de Atenas es
aparentemente 'provocativo' y 'retador, porque ofrece una verdad
incómoda, y no se le ha escuchado.
Nadie
ha aplaudido a los griegos por la paciencia que han mostrado en los
últimos cinco años o porque han hecho lo imposible para cumplir con las
demandas imposibles de la Troika, y sólo para terminar con una deuda
pública creciente, un incremento del desempleo y un nuevo escenario en
el que uno de cada tres griegos vive por debajo del umbral de la pobreza
y 3 de los 11 millones de ciudadanos ya no tienen acceso a la sanidad
pública.
Nadie menciona el hecho de que el nuevo gobierno liderado por
Syriza, a diferencia de los precedentes, es el primero que realmente se
ha comprometido a tomar medidas enérgicas contra la evasión de impuestos
de la élite corrupta del país.
O que el primer ministro Tsipras será el
primero en obligar a pagar sus licencias de transmisión a los magnates
de las principales cadenas de televisión y de radio comerciales. Hasta
ahora, habían sido otorgadas de forma gratuita a cambio de apoyo
político.
Tsipras también ha iniciado una investigación de los falsos créditos
concedidos a ciertos canales de televisión por algunos de los mayores
bancos del país; préstamos que nunca tuvieron que ser reembolsados, a
cambio de ocultar la mala gestión y la mala conducta de los banqueros.
Esto, a su vez, explica el porqué esas emisoras comerciales estén
acusando despiadadamente a Tsipras y Varoufakis de cualquier cosa que
vuele. También explica el porqué han unido vigorosamente sus voces a las
del coro de medios antigriegos de los hagiógrafos alemanes en Bruselas.
Muchas de las informaciones que producen los corresponsales extranjeros
en Atenas repiten acríticamente lo que dicen estas cadenas helenas de
televisión a sueldo de los banqueros, mientras precisan que sus fuentes
provienen de “medios griegos objetivos”.
Lo que ignoran los
corresponsales -o se niegan a admitir- es que están participando en la
guerra propagandística emprendida por los multimillonarios de los medios
griegos. Están indignados con el Ejecutivo porque, finalmente, se les
ha obligado a pagar por las licencias de emisión.
Más allá de
esto, nadie en los medios de comunicación holandeses ha situado la
cuestión de las reparaciones de guerra germanas -un tema habitual en la
prensa griega desde la reunificación de Alemania, en 1990- en un
contexto histórico más amplio. La Prensa holandesa se muestra incluso
más dura que la alemana. Al menos, en los medios germanos puede hallarse
un cierto reconocimiento de que los griegos tienen algo de razón -ahora
y durante las décadas precedentes- cuando hablan de reparaciones y de
que el asunto debería resolverse.
Es preciso añadir a propósito de esto
que Grecia, junto con Polonia, fue el país que más sufrió bajo la
ocupación alemana. Tal y como demuestran los registros históricos, los
horrores sufridos por los habitantes de los Países Bajos fueron una
fiesta comparado con lo que los nazis le hicieron a Grecia. Aún así, los
griegos eran mucho menos anti-alemanes tras la guerra que los
holandeses. No hay un equivalente griego a las mofas germanófobas
holandesas. Pero estos últimos no parecen ser conscientes de nada de
ello.
Todo cuanto los
griegos hacen o dicen estos días se considera por defecto equivocado,
provocador e inaceptable. Existe una especie de problemático consenso
acerca de que el desprecio colectivo, la irritación y el castigo a los
griegos está más justificado que nunca. "Es como si un genio se hubiera
escapado de la botella.
¿Cómo podemos conseguir que entre de nuevo? ",
me dijo una apesadumbrada mujer, casada con un comerciante griego de
vinos, durante una reunión llevada a cabo en la ciudad holandesa de
Groningen.
Trabajadores y jóvenes estudiantes griegos se dirigen a mí
con regularidad en Facebook para contarme historias terribles. Me dicen
que se sienten relegados al status de ciudadanos de segunda clase y que
algunos holandeses se están volviendo más y más agresivos. Uno de ellos
recibió una patada mientras aguardaba a un tranvía en una parada hace
algunas semanas, y sólo porque era griego.
Hasta ahora,
escuchaba este tipo de historias y trataba de imaginar lo que significa
actualmente ser griego. Pero desde hace unas semanas, he comenzado a
saber cómo se sienten, aunque sólo sea un poco.
Recientemente,
me invitaron a aparecer frente a la cámara de dos programas de
entrevistas. Uno de ellos se presenta como un proyecto independiente,
una bonita iniciativa de un grupo de idealistas cuya finalidad es
introducir algo de profundidad analítica en los medios de comunicación.
Se grabó en un estudio y se difundió a través de YouTube. Me pidieron
que explicara los últimos acontecimientos griegos junto a un economista
heleno que enseña en la facultad de sociología de la Universidad VU de
Amsterdam.
Mi segunda cita era con un popular programa nocturno en el
que he participado con bastante regularidad durante los dos últimos
años. En este último, se me pidió que apareciera junto a un ex
corresponsal en Berlín, y que tomara parte en una especie de "debate".
Atenas versus Berlin, por decirlo de algún modo. Ambos programas son
presentados por hombres.
No mencionaré sus nombres porque son
irrelevantes. Lo que importa es la manera en que fuimos tratados tanto
el economista griego como yo, a diferencia del hombre de Berlín. No era
nada nuevo para el profesor heleno; pero para mí lo fue.
En el estudio
del primer programa, el economista y yo estábamos básicamente
abandonados a nuestra suerte. Ni siquiera nos ofrecieron una taza de
café: todo el equipo de producción estaba fumando fuera, y tuvimos que
aguardar a que comenzara nuestra intervención para que nos brindaran
agua. La conversación fue surrealista.
El presentador anunció que el
programa pretendía ofrecer una alternativa a la superficialidad habitual
en otros espacios semejantes y a la mercantilización de los grandes
medios. De entrada, esto sonaba como música para los oídos. Claro que lo
que sucedió después fue exactamente lo contrario. El entrevistador
tenía sólo una pregunta: ¿Grexit o no Grexit? ¿Debe o no salir Grecia de
la zona euro?
Tanto el griego como yo habíamos pasado incontables horas preparando por
teléfono la conversación con los productores del programa. Sin embargo,
no se discutieron ninguna de las cuestiones en las que habíamos
trabajado. Cada vez que mi colega trataba de explicar algo "complicado"
era silenciado. Cada vez que intenté respaldarlo, sufrí el mismo trato.
Lenta pero segura, empecé a advertir lo que estaba pasando: el
presentador simplemente nos tomaba tan poco en serio que ni siquiera nos
escuchaba y menos aún, mostraba un interés genuino por lo que teníamos
que decir. Sin ningún tipo de pudor, hizo gala de una espantosa
ignorancia.
Pero como estaba hablando con y acerca de los "griegos",
esto no importaba lo más mínimo. O al menos eso es lo que una percibía.
Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos fuera del estudio,
completamente desconcertados, después de la entrevista más superficial,
vacía y estúpida que jamás se me haya hecho.
El economista se rió.
"Lo que ha pasado aquí a pequeña escala, está pasando en Grecia y en
Bruselas a una escala mayor. Ahora ya sabes lo que se siente al ser
griego en estos días", concluyó, mientras me consolaba con una palmadita
en la espalda.
El segundo
programa de entrevistas al que fui invitada dio comienzo justo cuando
entraba en la redacción. De acuerdo a las últimas noticias sobre Grecia,
el Ejecutivo heleno no sólo reclamaba los edificios públicos alemanes
en Atenas -incluido el renombrado Instituto Goethe- como garantía de las
reparaciones de guerra, sino que había comenzado a apoderarse de las
casas vacacionales de ciudadanos alemanes.
En medio de la confusión,
grité tan fuerte como pude que no podía ser cierto, pero claro está, si
lo dice The Economist, tiene que ser verdad. Por un segundo, incluso se
las arreglaron para convencerme de que me había vuelto loca. Tan en
contra estaba aquello de mi juicio, que hice una llamada telefónica a
Atenas justo antes del inicio de la transmisión en vivo.
Obviamente, los
rumores estaban errados. Nadie iba a expropiar edificios públicos
germanos, y mucho menos las casas privadas de los alemanes helenófilos.
Pero de alguna manera, el tono del programa ya se había fijado. En el
estudio, antes de que las cámaras comiencen a grabar, justo antes de que
dé inicio la emisión, el presentador siempre da la bienvenida al
público; lee un resumen de los temas que van a discutirse e introduce a
los invitados. En esta ocasión, nuestro anfitrión dijo algo como:
"Para ser
sincero, estoy harto y cansado de este tema y de los griegos... Me
aburre a morir, pero ¿qué vamos hacer? Están de vuelta en las noticias.
Así que, como siempre, tenemos esta noche con nosotros en el estudio a
Ingeborg Beugel. Pero por suerte también tenemos una voz fresca, en este
caso de Berlín, el ex corresponsal de bla-bla-bla...". Me quedé helada.
Ningún invitado había sido presentado jamás de ese modo.
Yo no acudo a
un programa para contribuir a la fatiga de un presentador de televisión.
Durante un segundo, consideré la posibilidad de sacarme el micrófono,
levantarme e irme fuera. "Por Dios", pensé: "Eso es probablemente lo que
los funcionarios griegos en Bruselas deben sentir justo antes de que
comiencen las reuniones del Eurogrupo".
Las cosas no mejoraron cuando me
senté frente al corresponsal de Berlín. Con las cámaras ya grabando,
fue presentado como un invitado muy versado en Alemania. En cuanto a mí,
fui más o menos despectivamente descrita como la contertulia que
defiende obcecadamente a los helenos.
¿Perdón?
¿Perdón?
Durante quince
años, me ganaba la vida -al igual que otros corresponsales de muchos
otros países- denunciando de forma incansable cuanto se hacía mal en
Grecia. Era como si los burócratas y diplomáticos de Bruselas no leyeran
los periódicos. Durante todos esos años, el silencio de Europa era
ensordecedor; la UE seguía otorgando subvenciones que desaparecerían en
los bolsillos de corruptos, y sin ningún tipo de supervisión y menos
todavía de sanciones; contra todo pronóstico, los bancos europeos
seguían concediendo préstamos, irresponsables sumas de dinero para
Atenas, cegados por la perspectiva de las ganancias fáciles.
Durante el
pasado lustro, he sido como una voz solitaria que clamaba en el desierto
de los medios de comunicación holandeses. “No -argumenté-, la crisis
griega no es sólo culpa de los griegos”. Vamos a poner las cosas en un
contexto histórico.
Todo el mundo
sabe que esto fue sobre todo una crisis bancaria; aunque no se nos
permita decirlo. Ahora que el nuevo gobierno de izquierda griego señala
correctamente que los últimos cinco años de recortes y reformas
desenfrenadas, no sólo no han conducido a la recuperación, sino que han
dado lugar a una catástrofe humanitaria y económica.
Ahora que el
Ejecutivo de Atenas denuncia que los bancos europeos fueron los únicos
que se han beneficiado de los 240 millones de euros en préstamos de
emergencia, las cosas no podrían ir peor.
El hecho de que, tal y como
debería hacer cualquier buen periodista, intente explicar la postura del
gobierno griego y juzgarlo por sus méritos, ha propiciado que sea
considerada y tratada como un heleno. Y ahora entiendo qué sucede: se
supone que los griegos no deben ser escuchados y no merecen respeto
alguno.
La conversación
que mantuvimos en ese programa nocturno se desarrolló de forma
consecuente con esa presunción. Apenas podía contribuir con mi granito
de arena y fui interrumpida constantemente.
Hablaban por sí solas las
miradas que me dedicaron cada vez que dije algo que realmente tenía
sentido -algo como que la deuda pública griega ha pasado del 120 por
ciento, en 2010, al presente 175 por ciento; o algo como que los últimos
cinco años de miseria para los griegos han demostrado ser un enorme
fracaso. La guinda del pastel llegó al final de la entrevista.
Cuando
estaban a punto de dar paso al siguiente invitado, murmuré
desesperadamente que el gobierno griego también debe mantener sus
promesas electorales y que esa es la razón por la que terminaron
aprobando una ley urgentemente necesaria para ayudar con doscientos
millones de euros a los pobres entre los pobres griegos, desatando de
ese modo la ira de todos los Estados miembros de la UE.
"Pero eso es obviamente una locura", concluyó el presentador. "Los
griegos no deberían haber votado a favor de un gobierno así”. Como si la
democracia no importara; como si los griegos fueran muy traviesos y se
hubieran equivocado al votar a (nuevos) políticos que ya no quieren
acatar los dictados de austeridad alemana. No podía creer lo que acababa
de oír. Pero nadie parecía sentirse estupefacto.
A pesar de que me sentía horriblemente mal por esta emisión, a pesar de
que sentía que no había logrado expresar adecuadamente mis puntos de
vista y había permitido que me acorralaran y pisotearan, esa noche
recibí una asombrosa cantidad de reacciones positivas en Facebook y
Twitter.
Normalmente recibo cartas de odio. Pero en esta ocasión, se
había producido una clara reacción de simpatía por los de abajo; los
espectadores no se congratularon del modo en que fui puesta contra las
cuerdas, y sin ningún lugar al que escapar, exactamente igual que los
griegos hoy en la Eurozona.
Al día siguiente, para reanimar mi espíritu, leí algunos pasajes del
último libro de Wolfgang Streeck, “Tiempo de compras: la crisis demorada
del capitalismo democrático”. El sociólogo alemán y ex director del
Instituto Max Planck explica en él que la crisis griega no se debe a que
los griegos tengan agujeros en los bolsillos, ni a que los alemanes
sean unos tacaños.
Según Streeck, la recesión griega es una
manifestación característica de la incompatibilidad inherente entre el
capitalismo y la democracia. La democracia griega ha sido simplemente la
primera víctima sacrificada en el altar del capitalismo europeo, y sólo
para que los acreedores del país ganen un poco más de tiempo.
De alguna manera, leer ese libro me hizo sentir mejor. Tal vez, después
de todo, no estoy tan mal acompañada. Así que me puse un poco de Aretha
Franklin, y comencé a cantar a todo pulmón.
R.E.S.P.E.C.T.
R.E.S.P.E.T.O.
¡También para los griegos, por favor!"
(* Ingeborg
Beugel es una periodista holandesa. Ha trabajado como corresponsal en
Grecia para diversos medios de comunicación de los Países Bajos. Aparece
regularmente en la televisión de los Países Bajos como contertulia y
“exégeta” de la crisis griega.
Este artículo fue traducido del inglés al
castellano por Ferran Barber, a partir de la versión inglesa publicada
por el editor de ROAR MAGAZINE, Jerome Roos. En Público, 14/05/2015)
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