"(...) Rancière desarrolló su ya conocida reflexión sobre el tema: la
democracia no es ningún régimen de gobierno, sino la manifestación,
siempre disruptiva y conflictiva, del principio igualitario.
Por
ejemplo, cuando los proletarios del siglo XIX deciden no actuar como si
fuesen simple "fuerza de trabajo", sino personas iguales a las demás en
inteligencia y facultades, capaces de leer, pensar, escribir o
autoorganizar su trabajo.
La democracia sería de ese modolo ingobernable
mismo en su manifestación, es decir, la acción igualitaria que
desordena el reparto jerárquico de lugares, papeles sociales y
funciones, abriendo el campo de lo posible y ampliando las definiciones
de la vida común.
"No hay Estado democrático”, afirmó
intempestivamente Rancière ante un auditorio muy interesado en los
escenarios de los gobiernos progresistas de la región (Venezuela,
Argentina, Ecuador, Uruguay, etc.). Es decir, no hay traducción
institucional posible de este fondo disruptivo, expansivo, de la
política.
En todo caso pueden darse algunos efectos, en términos de
libertades o derechos. Pero “la democracia no se identifica con una
forma de Estado, sino que designa una dinámica autónoma con respecto a
los lugares, a los tiempos, a la agenda estatal”. (...)
Ernesto Laclau
¿Cuál es el problema, para mí, de la representación? La cuestión es
la siguiente: si la democracia y la representación se oponen es porque
se piensa que la democracia representa una identidad popular de la cual
los mecanismos representativos están esencialmente excluidos.
Rousseau
mismo pensaba que la única forma real de democracia era la democracia
directa. Estaba pensando en la Ginebra de su tiempo, de la cual tenía de
todos modos una idea bastante utópica. Pero la condición de los grandes
Estados hacía aparecer el momento de la representación como algo
ineludible.
Entonces la cuestión que se abre ahí es la
siguiente: ¿es el principio de la representación un principio
necesariamente oligárquico? Es decir, algo que se añade como un mal
menor a un principio democrático que representaría una voluntad popular
homogénea. Yo creo que esto sólo sería así si la voluntad popular
pudiese ser enteramente constituida por fuera de los mecanismos
representativos.
Y es ahí donde yo establecería una distancia. Yo creo
que sin el tránsito a través de los mecanismos representativos no hay
posibilidad de constituir tampoco una voluntad democrática, una voluntad
popular.
¿Por qué? Porque el proceso de representación es un
proceso doble. Jacques ha señalado muy bien que el principio de
representación implica la posibilidad de un poder oligárquico. Pero
puede representar también algo diferente. Si al nivel de las bases
sociales de un sistema encontramos sectores marginales con escasa
constitución de una voluntad propia, los mecanismos representativos
pueden ser en cierta medida aquello que permita la constitución de esa
voluntad.
El otro día, en la discusión que mantuvimos con Jean Luc
Melenchon [líder del Frente de Izquierdas]
aquí en Buenos Aires, decíamos que el problema de las formas de
democracia anárquicas que vemos hoy en día (por ejemplo, el movimiento
de los indignados en España) es que si esa voluntad no tiene traducción
en efectos de una reestructuración del sistema político eso conduce a
una dispersión de esa voluntad.
O sea que yo pensaría que no hay
un principio democrático opuesto al principio de representación, sino
una construcción política que corta transversalmente el momento de
constitución básico de la voluntad popular y el momento representativo. (...)
El problema de la democracia para mí en este sentido, aceptando en parte
argumentos de Jacques pero con diferencias, es que son necesarias
formas de mediación política que atraviesen la distinción
Estado/sociedad civil.
Todo lo que sea radicalizar la distinción entre
estos dos términos conduce, o bien a un parlamentarismo socialdemócrata
inane, si se enfatiza el momento puramente estatal, o al
ultra-libertarismo de una voluntad popular mítica constituida
enteramente fuera del Estado. (...)
Jacques Rancière
Siempre hubo poder y hay muchas formas de poder que no son
políticas: el poder del jefe, el del maestro, el del patrón, el del
amo... Son poderes privados, poderes de relación de autoridad que
funcionan socialmente. Lo que me interesa es pensar cómo se puede fundar
de modo general la idea misma de lo político.
Y lo que me interesa
verdaderamente es el modo en que el principio democrático funciona en sí
mismo siempre como un desafío con respecto al principio estatal. Porque
el principio estatal, a pesar de todo, siempre funcionó como un
principio de confiscación y privatización del poder colectivo.
Para pensar el tema de la representación hay que partir del hecho de que
hoy, quizá sea muy distinto y formidable en Argentina pero al menos en
los países europeos es así, el principio representativo del Estado está
totalmente integrado en los mecanismos de una oligarquía que se
reproduce. No funciona en absoluto como una mediación para una
construcción de voluntad popular. Quizá fue así en el pasado de los
Estados europeos, pero desde luego ya no es el caso.
La representación
está casi vacía. Este sería el primer punto. En segundo lugar,
otro aspecto importante es que estamos de acuerdo en este aspecto doble o
bifaz del sistema representativo, pero hay que ver de qué lado va a
caer la balanza. Desde luego, yo prefiero un sistema representativo a
otro, un sistema en el que los mandatos sean cortos, no sean renovables,
ni acumulables, etc. (...)
No se trata de oponer a la representación la presentación directa de la
gente en la calle. Lo que ocurre es que el único medio de oposición a
esta privatización estatal permanente son efectivamente las formas de
manifestación autónoma del pueblo, una presencia autónoma del pueblo. El
único modo de que no sólo exista el Estado, de que no sólo exista el
modo representativo absorbido por el Estado, es que haya formas de
existencia autónomas de otro poder.
No diría una multitud reunida por
una voluntad homogénea, sino un movimiento fuerte de acción que encarne
un poder que es el poder de todos y de cualquiera. Ese el principio
mismo de la existencia de la democracia y de la política. Y para mí eso
es lo que hoy es fundamental. (...)
¿Qué significa el poder de cualquiera? Significa orientar una acción
según el pensamiento de una capacidad que verdaderamente es de todos,
de cualquiera. Si se baja a las calle para defender los derechos del
grupo Clarín, no se baja a la calle en nombre de ese principio
democrático, sino en nombre de otros principios: que hay quien sabe
informar y quien no, etc.
No quiere decir que cualquiera que baje a las
calles va a tener la razón. Hablar de poder de cualquiera es tomar
partido por lo universal. El poder de cualquiera quiere decir que hay
una capacidad que no puede ser acaparada por ningún grupo que diga que
le pertenece. Ni por la oligarquía ni tampoco por la “clase obrera”.
Ningún grupo representa la capacidad universal, la política.
Hay
principios de discriminación para pensar ese cualquiera. ¿Cuál es el
principio de la acción que se está desarrollando, aquí y ahora? Pues hay
que poner en marcha una serie de formas de investigación y de balance
para poner a prueba este discriminante, para discernir si ese cualquiera
es una figura de lo universal o representa intereses privados.
Otra
pregunta inquiere si es posible realmente vivir en una democracia real o
si siempre vamos a vivir con oligarquías que nos dominan y pequeños
intervalos de manifestaciones populares. (...)
La primera condición de otro futuro es que ampliemos aquí y ahora
esferas de iniciativa de un pensamiento compartido, de modos de decisión
compartida, de focos de autonomía que den poder a cualquiera. ¿Dónde
están las condiciones de otros futuros que no sean la reproducción del
presente? En el presente.
¿Dónde va a llevar esto? Yo no lo sé. Lo que
sí sé es que lo que puede llevar a otra cosa distinta al presente es la
constitución de otros focos de poder y expresión autónomos, de otras
formas de uso de las capacidades de los anónimos. Es decir, que
mantengamos o renovamos las formas de existencia de un poder que no es
un poder oligárquico. (...)
Ernesto Laclau
No hay afuera radical del campo de la representación política. La
construcción de las oposiciones van a tener que darse dentro del campo
de la lógica de la representación.
Esa lógica de la
representación puede conducir a formas oligárquicas. O bien, a través de
las estrategias que pueden desarrollarse dentro del campo
representativo, puede inaugurarse una democracia más radical.
No
comparto que la democracia es un afuera de lo político y que lo político
es algo que está opuesto al Estado. Al Estado bajo las formas actuales
desde luego que sí. Pero hay algo en la lógica estatal que escapa a los
Estados cristalizados que estamos enfrentando. Es “la parte de los sin
parte” de que habla Jacques, es decir, la gente que está en guerra con
el sistema y a la que es necesario llevar a participar y a tener una voz
de manera distinta. Pero yo creo que esto pasa necesariamente por una
construcción política y por los mecanismos representativos.
Jacques Rancière
Pienso que no hay presentaciones originales, ni pueblos originales, ni
voluntades populares originales u homogéneas. Por supuesto. Pero siempre
habrá gente que irá a la calle y dirá “nosotros somos el pueblo” y esto
es para mí la democracia. No que todo el pueblo esté reunido allí
literalmente, sino que allí se presente “una figura del pueblo”. Una
figura del pueblo es la puesta en acto de una capacidad que no es la de
ningún grupo determinado, de ninguna vanguardia determinada, de ninguna
ciencia política determinada, sino la capacidad de todos, de cualquiera.
No hay ciencia de la política, sólo hay ciencias del gobierno. Y
se piensa que la ciencia del gobierno (o de las encuestas) es la
ciencia de la política. Pero no hay ciencias de la política, sólo
presentaciones, presentificaciones de la política, casos. Lo podríamos
llamar tal vez representaciones pero mucho cuidado con los equívocos,
porque lo que se llama representación, esto es el juego electoral, sólo
es una entre varias formas de presentación. Tiene que haber otras,
formas de presentación autónomas de un poder alternativo, sobre todo
cuando la representación de tipo parlamentario se convirtió en casi
nada. Y esto hay que decirlo muy claro."
(Discusión entre Jacques Rancière y Ernesto Laclau sobre Estado y democracia. Este artículo no hubiera sido posible sin las aportaciones de Mariela Singer, Verónica Gago y Jordi Carmona. La posición expuesta aquí por Ernesto Laclau está desarrollada más extensamente en este texto. , Amador Fernández-Savater , eldiario.es, en Rebelión, 15/05/2015)
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