Varias personas buscan entre la basura de Los Ángeles (EE UU). / AFP
"(...) No me refiero, o no solamente, al desprecio de la derecha por los
pobres, aunque el predominio del conservadurismo incompasivo es un
espectáculo digno de contemplar. Según el Centro de Investigación Pew,
más de tres cuartas partes de los conservadores creen que los pobres “lo
tienen fácil” gracias a las ayudas públicas; solo uno de cada siete
cree que la vida de los pobres sea “difícil”.
Y esta actitud se traslada
a la política. Lo que deducimos de la negativa a ampliar Medicaid (la
asistencia sanitaria a los mayores de 65 años) en los estados bajo
control republicano —aun cuando el Gobierno Federal pagaría esa factura—
es que castigar a los pobres se ha convertido en un fin en sí mismo,
algo que vale la pena defender aunque perjudique, más que beneficie, al
presupuesto estatal.
Pero dejemos a un lado a los autodenominados conservadores y su
desdén por los pobres. Lo que de verdad resulta llamativo es la
desconexión existente entre el sentido común centrista y las realidades
de la vida —y la muerte— de gran parte del país.
Fíjense en el ejemplo perfecto que representan las posturas sobre la
Seguridad Social. Durante décadas, la disposición manifiesta a recortar
las ayudas de la Seguridad Social, sobre todo aumentando la edad de
jubilación, ha sido casi una postura obligada —una muestra de seriedad—
para los políticos y los expertos que quieren parecer sensatos y
responsables.
Al fin y al cabo, la gente vive más tiempo, así que ¿por
qué no debería trabajar más tiempo también? ¿Y no es la Seguridad Social
un sistema anticuado, desconectado de las realidades económicas
modernas?
Mientras tanto, el hecho es que vivir más tiempo en esta sociedad más
desigual que nunca es, en gran medida, algo propio de cierta clase
social: la expectativa de vida a los 65 años ha aumentado mucho entre
los ricos, pero apenas ha cambiado entre quienes se sitúan en la mitad
inferior de la distribución salarial, es decir, entre quienes más
necesitan la Seguridad Social.
Y aunque el sistema de pensiones que creó
Roosevelt pueda parecerles anticuado a los profesionales adinerados, es
casi literalmente un salvavidas para muchos de nuestros conciudadanos.
La mayoría de los estadounidenses mayores de 65 años reciben más de la
mitad de sus ingresos de la Seguridad Social, y más de la cuarta parte
de ellos depende casi por completo de esos cheques mensuales.
Puede que estas realidades por fin estén penetrando en el debate
político, hasta cierto punto. Últimamente, parece que no se oye hablar
tanto de recortar la Seguridad Social y hasta vemos que se presta cierta
atención a las propuestas de incrementar las ayudas, dada la merma de
las pensiones privadas. Pero tengo la impresión de que Washington sigue
sin tener ni idea de las realidades de la vida de los que todavía no son
ancianos. Y aquí es donde entra en juego el estudio de la Reserva
Federal.
Este es el segundo año en el que se realiza este estudio, y la
edición actual ofrece de hecho la imagen de un país que se recupera: en
2014, a diferencia de 2013, una mayoría relativa de los entrevistados
afirmaba que le iba mejor que hace cinco años. Pero llama la atención el
escaso margen de error que tienen muchas vidas estadounidenses.
Nos encontramos, por ejemplo, con que tres de cada diez
estadounidenses no ancianos declaran que no tienen pensiones ni ahorros
de jubilación, y la misma fracción afirma habérselas apañado sin ninguna
clase de atención médica el año pasado porque no podía permitírsela.
Casi la cuarta parte afirmaba que ellos mismos o un familiar habían
pasado apuros económicos en 2014.
Y algo que me asustó incluso a mí: el 47 % afirmaba que no tendría
los recursos necesarios para afrontar un gasto extra de 400 dólares.
¡Cuatrocientos dólares! Tendrían que vender algo o pedir dinero prestado
para cubrir esa necesidad, en caso de que pudieran hacerlo.
Claro está que podría ser mucho peor. La Seguridad Social está ahí, y
deberíamos alegrarnos mucho de que así sea.
Mientras tanto, la
cobertura por desempleo y los vales para alimentos han contribuido en
gran medida a proteger a las familias desfavorecidas de lo peor durante
la Gran Recesión. Y Obamacare, aun siendo imperfecta, ha reducido
inmensamente la inseguridad, sobre todo en aquellos estados cuyos
Gobiernos no han intentado sabotear el programa.
Pero aunque las cosas podrían ir peor, también podrían ir mejor. La
seguridad perfecta no existe, pero las familias estadounidenses podrían
fácilmente tener mucha más seguridad de la que tienen. Tan solo haría
falta que los políticos y los expertos dejasen de hablar alegremente de
la necesidad de recortar las “ayudas sociales” y empezaran a fijarse en
cómo viven realmente muchos de sus conciudadanos." (
Paul Krugman , El País,
30 MAY 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario