17/6/15

Economía Colaborativa: un salto cuántico. La solución lógica del sistema es la cooperación

"Rachel Botsman define la Economía Colaborativa como “Una economía basada en redes difusas de individuos y comunidades conectados,  frente a instituciones centralizadas, transformando la manera en que podemos producir, consumir, financiarnos, y aprender”[1]. (...)

Creo que no podemos hablar todavía de Economía Colaborativa como un Sistema Económico, definido por oposición a la “Economía Competitiva”, que caracteriza los regímenes económicos capitalistas y comunistas. 

La diferencia  estriba en que el sistema de economía competitiva – tanto capitalista como comunista – basa su estructura productiva en un cuerpo de decisores concreto y restringido que toma las decisiones de producción[2] y el sistema de economía colaborativa basa su relación y estructura en un contrato social distinto sobre los medios de producción, con otras reglas de relación, que llamamos Procomún (Commons, en inglés). 

El concepto de Procomún no es nuevo – tiene varios siglos -, pero el desarrollo de la economía en red, permite su redefinición y adaptación, al no estar ya limitado por restricciones geográficas y haber quedado desbordadas las limitaciones legales por las tecnologías de información y comunicación. 

Los procomunes colaborativos están constituidos por comunidades de “geometría variable”, donde cada individuo tiene capacidad de decisión autónoma y directa sobre la aportación y utilización del procomún. 

 Adicionalmente, las iniciativas colaborativas no son solo mercantiles o estatales, más bien al contrario: propenden a la apertura de espacios de acción y relación – infraestructuras – no mercantiles ni estatales, superpuestas y coincidentes  con los escenarios productivos estatales y mercantiles tradicionales, con la ambición no oculta de sustituir suavemente algunos de estos actores.
 
 Las iniciativas de Economía Colaborativa, aisladas pero en gran crecimiento, no constituyen por sí mismas – todavía – un Campo de Fuerza social donde quedaran patentes y públicas estas nuevas reglas de relación: estas actividades, aunque generalizadas y con gran difusión, simplemente coexisten en el Campo de Fuerza de la economía tradicional competitiva, subsumidas en él. 

Y el cambio, la nueva correlación de fuerzas hacia un entorno que podamos denominar “predominantemente colaborativo” se dará cuando las fuerzas resultantes en este campo social hayan mutado según nuevas potencias de pensamiento y actuación.

Si bien no hemos alcanzado una “Sociedad de Economía Colaborativa”, lo que sí podemos afirmar de las sociedades occidentales es que estamos viviendo en una Economía de la Información en Red[3], donde se promueven iniciativas colaborativas, que podrán mutar el sistema si consiguen una masa crítica suficiente[4]

En ese momento, la economía colaborativa, apalancada en la extensión del coste marginal nulo[5] sobre la producción de bienes e información, constituiría  una evolución de la economía de la información en red, como mutación paulatina de una economía de producción centralizada y altamente asimétrica a un sistema económico de información, conocimiento, aprendizaje y producción difusos más equilibrado. Y aquí reside la piedra angular de dicho cambio: en cómo estas alteraciones modifican nuestro concepto y uso de la libertad.

Según Yochai Benkler, hablando de la economía de la información en red, “El conocimiento, la información y la cultura son cruciales para la libertad y el desarrollo humano”[6].Dice el DRAE que libertad es la  Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. (...)

El primer cambio diferencial en la economía masiva centralizada hacia la descentralización se dio en el concepto de valor añadido: a las sucesivas capas de diseño, servicio, investigación, desarrollo, innovación, organización o mercadotecnia que se añaden al producto básico se les denomina valor añadido. Este valor añadido es aportado en su mayor parte por habilidades intelectuales. 

Progresivamente, a las destrezas físicas en la producción se añadían otras habilidades que tenían más que ver con la condición intelectual[9]. Esta revalorización de la importancia del conocimiento humano logra la reformulación del concepto de “trabajo”, que pasa a denominarse “capital intelectual”. (Dicho de paso, esta diferenciación es lo que permite la brecha creciente entre las remuneraciones de los “trabajadores” y los “capitalistas intelectuales”, y es realizada de forma arbitraria y subjetiva en muchas empresas).

Otro salto diferencial posterior en la configuración del espacio social se da gracias a la economía de la información en red, que posibilita la conexión real de una gran parte de la humanidad, con la obvia capacidad de advertir esta conectividad y la facultad de interrelación directa y sin intermediarios. 

La transmisión libre y sin coste marginal de información, cultura y conocimiento, permite la difusión del capital intelectual sin las rigideces discrecionales y restricciones impuestas por los propietarios del capital financiero, a la hora de valorar las aportaciones del capital intelectual a la producción. Muchas personas deciden compartir mutuamente – también con extraños – su capital intelectual de forma libre y fuera del ámbito mercantil o estatal. 

Esto provoca que el estrecho marco de las relaciones laborales y mercantiles en relación con la retribución del valor del capital intelectual quede desbordado por flujos conjuntos de capital intelectual (también mutado en capital cultural y social), circulando libremente y sin coste por la red.

La paradoja aparente de la transición entre capital intelectual competitivo y colaborativo nos la resuelve de forma elegante Esko Kilpi: el capital intelectual se incorpora al mercado como una “sexta fuerza competitiva” en el esquema de Porter. Y como el trabajo intelectual es especializado, aparece un nuevo rol: la complementariedad. 

Esto lo hemos comprobado todos, por ejemplo, en los diálogos entre parejas de humoristas, que consiguen mayores cotas de ingenio en esta cooperación intelectual que trabajando a solas. Kilpi cita a Barry Nalebuff para explicarlo más gráficamente: “La gente valora más un perrito caliente cuando hay mostaza”. 

La economía de la información en red posibilita la extensión “multi-recíproca” de la complementariedad intelectual de forma explosiva, cambiando nuestro sistema de trabajo: parte de nuestra ocupación consiste en encontrar el capital intelectual complementario para el desarrollo de nuestra actividad. Y la forma de encontrarlo, pasa por exhibir y compartir nuestro conocimiento e información abiertamente[10].  (...)

Durante muchos años, la ventaja del capital financiero residía en su liquidez: la capacidad de circulación y transformación en otros tipos de capital con gran velocidad, favorecida por la desregulación financiera de los años 80.

 Esta extraordinaria y asimétrica fluidez relativa (frente a otros tipos de capital), junto con el curioso sistema de generación de la masa monetaria – cuya soberanía ha sido entregada a las instituciones financieras y especulativas privadas -, es lo que provocó la crisis financiera privada, resuelta con una crisis de deuda pública, en una constatación palmaria de la asimetría decisora tanto en el ámbito público como el privado[12]

Ahora, gracias a la economía de información en red, esta fluidez no es una cualidad exclusiva del capital financiero. Y sin duda la constatación general de la incertidumbre económica individual ha acentuado el enfoque de muchas personas hacia iniciativas colaborativas.

La economía de la información en red pone en marcha otro paradigma: la configuración de las redes sociales de información, conocimiento, consumo y producción, al principio muy centralizadas[13], hace innecesaria la “masa crítica”: los individuos compartimos -podemos compartir con total fluidez – nuestra energía productiva (capital humano, intelectual y social, y parte del capital comercial e infraestructuras) de forma directa[14]

Al igual que la energía – que fluye en forma de ondas a gran velocidad, en cualquier dirección, y se concreta en partícula al interactuar con la materia –, los seres humanos podemos poner en común e interrelacionar nuestras potencias en un ecosistema adhocrático de pactos no jerárquicos, basados en el procomún, en los que nuestra cesión de soberanía – sobre los rendimientos de nuestras acciones, pero también sobre nuestra implicación social, laboral, mercantil y personal en manera y cantidad – es explícita, voluntaria y matizada.

 Ya no necesitamos cesiones incondicionales e imprecisas (normalmente asimétricas) de soberanía a ciertas instituciones públicas o privadas, en aras de equilibrio social (o “productividad”). En este sentido, la reasignación de la soberanía y el poder de conocimiento y decisión hacia el individuo se acerca a una estructura más anarquista (o liberal libertaria, como la llama Y.Benkler[15]).

Esta reorganización y difusión del poder – de la libertad – en la sociedad y los mercados, desde las empresas e instituciones políticas hacia los individuos se denomina “empoderamiento personal” por los expertos (como derivación del “empowerment” inglés). Prefiero la palabra “refuerzo” que a su significado de vigorización o fortificación, añade el sentido psicológico de “estímulo del comportamiento”.

El refuerzo individual, consecuencia de cambios en el campo social hacia un sistema de economía colaborativa, solo puede ir en detrimento del poder acumulado por otros agentes sociales. Aquí la resistencia al cambio dependerá de la “Gravedad Institucional” de cada organización. 

La gravedad institucional en los sistemas sociales vuelve a ser una resultante del tamaño, posición, energía potencial (exposición a la obsolescencia tecnológica y organizacional) y energía cinética (ostentación de privilegios – como externalidades no equivalentes al bienestar social aportado al sistema[16] – productos de la inercia). 

Pero también cuentan los bosones de la libertad individuales – las miradas conscientemente libres – campando y observando por el campo social con otro sentido de la libertad, condicionando con fuerza creciente este espacio social.  (...)

Estoy hablando de la oportunidad de plantear y estudiar abiertamente las regulaciones legales que incorporen de derecho el estatus colaborativo al sistema socio-económico, lo que ya viene ocurriendo de hecho

Aquí encontraremos especiales resistencias. La primera (y principal) consiste en la autolimitación que deberán realizar instituciones estatales, cediendo poder y acción a los individuos auto-organizados, pero tutelando la “renegociación de las condiciones de libertad, justicia y productividad” [18] en la economía colaborativa. 

Los ejemplos que tenemos no son muy alentadores: referido a la regulación de las criptomonedas en Nueva York, por parte del Departamento de Servicios Financieros (NYDFS), Brian Forde nos indica que la tentación de burocratización en la propuesta presentada por parte del superintendente es enorme, en aras de una pretendida defensa del consumidor.  (...)

Después de la regulación, otro paso simple pero no fácil: aplicar los sistemas difusos de economía de la información en red también a la gobernanza política y a la información y conocimiento en tiempo real de la gestión de las instituciones públicas. 

Esto no significa el gobierno asambleario, sino la responsabilidad directa y transparente de los gobernantes sobre las decisiones: escrutinio abierto sobre la res publica. Una vez implantado este mecanismo, los sistemas públicos de decisión tenderán a disminuir sus externalidades hacia estamentos privilegiados.

La segunda muralla de resistencia la constituyen los grandes grupos de presión, ergo, las grandes corporaciones, que pretenden mantener mercados y posiciones oligopolistas, ya sea por la inercia de antiguos monopolios naturales o gracias a oligopolios creados artificialmente mediante legislaciones ad hoc (como la regulación energética en España, por ejemplo). 

Un ejemplo evidente lo constituye el sector de la intermediación cambiaria de divisas, altamente especulativo y extractivo (por lo tanto, altamente ineficiente) que va a ser rápidamente puesto en obsolescencia por la irrupción de las cripto-monedas y otros sistemas monetarios estables de compensación.   (...)

Estamos atrapados en un planeta que pensábamos ilimitado, al que seguimos sin reparar las costuras abiertas del hambre, la desigualdad, la contaminación y el deterioro ambiental, las guerras y la explotación sin piedad de personas y recursos. La inercia de instituciones y poderes que hemos puesto en marcha, espoleadas por el espíritu competitivo y la codicia nos acerca peligrosamente al límite. 

Las estructuras centralizadas (masivas) tradicionales nos atrapan en un Dilema del Prisionero, en el que algunos juegan falazmente con ventaja, pues son a la vez carcelero y prisionero. Digo falazmente, porque no hay salida para unos pocos si el planeta se rompe.

Gracias al Sistema de Economía Colaborativa, podemos dar un salto cuántico y resolver el dilema de forma lógica: con todos los prisioneros conectados y con igual grado de información, el dilema desaparece y la solución lógica del sistema es la cooperación."        (Joaco Alegre, Economistas frente a la crisis, 04/06/2015)

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