"(...) Como bien lo afirma Bauman
(2003), la promesa de satisfacción de un producto es atractiva cuanto
menos sea conocida su necesidad específica, es muy divertido vivir
experiencias y eso es concretamente lo que ofrece el mercado, es decir,
experiencias y sensaciones destinadas a olvidarse prontamente para que
vayamos a por otras.
Es así que el universo de lo simbólico crece y
crece principalmente en propagandas y el ser humano es un náufrago cada
vez más pequeño dentro del mismo. Cada vez se acumulan más y más
significados y significantes en diferentes esferas de la vida, como la
jurídica, la científica o la artística. (...)
Cada vez más y más lo simbólico le gana terreno a lo biológico en cuanto al momento de definirnos como seres humanos. Pero lo peor de todo es que lo simbólico como ya se había dicho, es hoy sumamente difuso, sin cimientos y a causa de ello bien podemos decir que está hoy altamente relativizado. No hay verdades esenciales y fundamentales.
Y, por tanto, si el ser humano es
cada vez más simbólico, el ser humano en consecuencia también se
relativiza. Ya no sabemos por ende qué somos con exactitud. De esta
forma, la mayor tragedia de una especie que en un principio era una
entidad biológica cuyos procesos mentales le permitían poco a poco poder
crear y mejorar cierto número de técnicas para poder ocupar un puesto
de superpredador en la cadena trófica, ha devenido hoy en que aquellos
procesos han construido un revistiemiento simbólico no natural.
Vivimos
hoy rodeados por una serie de códigos que nos circundan y nos definen
y que han hecho de nuestra especie lo que Gianni Vattimo (1990) llama
un consumidor consumido, que no es otro más que aquel que es incapaz de
ofrecer resistencia.(...)
Existen por tanto demasiados
sentidos, tantos qué no sabemos cómo resistirnos ante ellos. Demasiadas
formas de definirnos, ya sea como pobres o como estudiantes o como
médicos o como pertenecientes a un partido político o a una etnia o a
una familia o a un país, o como portadores de zapatillas de una marca,
usuarios de una música, de una empresa de galletas o de lácteos.
Hay
demasiadas formas de categorizar, demasiadas formas de nombrar y nombrar
es siempre la forma más básica de poder, de apropiación, de dominio. Pero ¿sería el universo simbólico tan vasto y tan difuso si no existiera el sistema industrial?
(...) ¿produce aquel exceso de
códigos, categorizaciones, dispositivos, mecanismos y técnicas algún
tipo de estrés social? Y si es así, ¿cómo afrontamos ese estrés en el
día a día respecto al terreno de la ética y de la compresión hacia los
demás seres humanos? (...)
De forma que nuestra noción de justicia contemporánea, por ejemplo, no gira en torno al hecho de que nuestras democracias sean meras fachadas y la pobreza esté bastante extendida. Nuestra idea de justicia gira en torno al hecho de que si alguien se sale de los patrones usuales de comportamiento ahí estará la comunidad para juzgar de forma inclemente y sin piedad.
Ahí estará la
comunidad con ansias de construir excluidos sociales, de construir
parias, de colaborar con la deshumanización del mundo, muy a sabiendas
de que el alejamiento de los centros de poder y configuración
identitaria son formas de exclusión, represión y castigo.
Lo único que
nos queda es por tanto señalar sin ninguna conmiseración, sin respeto
por la otredad y con el dedo a otros que un momento determinado dejan de
compartir un código simbólico o identitario o un patrón de conducta
determinada. Es decir, estamos sobresaturados de códigos simbólicos, y
esto nos vuelve menos humanos, menos biológicos, menos sensitivos, menos
comprensivos. (...)
Si consideramos la socialización como un proceso mediante el cual incorporamos a la intersubjetividad códigos culturales y simbólicos de todo tipo, bien podemos decir que hoy en día vivimos en una inmensa marejada de dichos códigos.
Que hayan peleas contemporáneas, de hecho ideológicas, entre si
se prefiere el Real Madrid o el Barcelona, o Adidas o Nike, en lugar de
preocuparnos en construir democracia es una buena muestra de ello, ya
que como recuerda Zizek (2003), el consumo también es ideológico.
Las
marcas y el consumo le han ganado terreno a la misma humanidad y sus
componentes biológicos, e incluso a su ética. Eso
sí, quizás muchos dispositivos y mecanismos actuales los podamos
utilizar para nuestra propia construcción, a la manera de “las
tecnologías del yo” que menciona Foucault.
Sin embargo, debemos tener en
cuenta, tal cual como no lo han hecho ver las teorías de varios
analistas latinoamericanos que hacen parte de lo que Boaventura de Sousa
llama “epistemologías del sur”, la gran mayoría de dichos dispositivos y
técnicas giran en torno al fetichismo de la mercancía. Para finalizar,
me gustaría compartir una metáfora comparativa que se me ocurre.
Creo
yo, y de acuerdo con lo que venido mencionando, que si en algún mundo
hay una especie con mayor grado de progreso técnico, esta tendrá sin
duda mayor tecnología. Pero si por otra parte, hay en algún otro mundo
alguna especie con mayor desarrollo ético, cognitivo, cultural y social,
muy probablemente sus integrantes ya hayan abandonado el sistema
industrial y a sus dioses simbólicos y regresado a un estado epocal
previo en cuanto a lo que a condiciones materiales de existencia atañe,
pero conservando eso sí el saber y las lecciones obtenidas durante su
trascurrir histórico por los derroteros de la industria a gran escala y
la acumulación desenfrenada y desconsiderada de capital." (Miguel Ángel Guerrero Ramos, Sociólogos, 17/05/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario