"Planteamos la existencia de dos líneas de pensamiento
y que tendrían una clara conexión entre sí. En primer lugar, estaría el
darwinismo social, que supuso la aplicación de la teoría de la
selección natural de Darwin a las sociedades y a las relaciones entre
Estados y pueblos.
Estas relaciones eran concebidas por los darwinistas
sociales como luchas por la supremacía. Algunas “razas” o pueblos eran
considerados como superiores debido al proceso evolutivo, como ocurriría
en el mundo natural. Los más fuertes lograban imponerse.
De ahí se dio
el paso de considerar que los más aptos y, por lo tanto los
supervivientes eran los que tenían el derecho moral de dominar a los
demás. El darwinismo social se aplicó a las políticas internacional y
colonial a finales del siglo XIX. El premier británico, Lord Salisbury,
explicó esta idea en un discurso de 1898, año clave del triunfo de su
país y de desastres para otras naciones europeas en el ámbito colonial.
La Revolución Industrial y sus aplicaciones tecnológicas y militares
habían producido una división entre los países del mundo. Por un lado,
estarían las naciones vivas, que se irían fortaleciendo cada vez más y,
por otro, las moribundas, cada día más débiles. Por distintas razones
–políticas, filantrópicas o económicas- las naciones fuertes terminarían
por apropiarse de los territorios de las moribundas, provocando
conflictos.
No podemos olvidar, por otro lado y como apuntábamos más
arriba, que el darwinismo social también tuvo su aplicación en el seno
del mundo desarrollado para intentar explicar las diferencias sociales
en pleno triunfo del capitalismo. Estas interpretaciones tuvieron un
evidente protagonismo en la Inglaterra victoriana.
Por otra parte, se desarrolló otra teoría que, aunque
entroncaba con la anterior, cargaba más las tintas en el concepto de
raza. El escritor francés J.A. de Gobineau publicó en 1853 Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, obra donde se recogían gran parte de sus ideas. Para el autor el desarrollo tenía que ver con la raza.
Aquellos pueblos que mantenían su pureza racial
serían superiores. La raza superior por antonomasia era la germana, que
habitaba no sólo en Alemania, sino también en el norte de Francia, los
Países Bajos, Bélgica y el Reino Unido. Era una “raza pura”, que
procedía de los arios, frente a las “razas mestizas” del sur europeo,
mezcladas por su historia vinculada al Mediterráneo. Por debajo estarían
las “razas amarilla y negra”.
Pero la teoría de Gobineau encontró su máximo
desarrollo de la mano del escritor británico H.S. Chamberlain, autor que
influyó muchísimo más en Alemania que en su país natal, especialmente
gracias a que era suegro de Wagner, que se convirtió en uno de sus más
fieles seguidores. Su principal obra, Los fundamentos del siglo XX (1899) fue publicada en alemán.
Chamberlain realizó una interpretación interesada de
la teoría de Darwin para definir una doctrina sobre la existencia de una
raza de amos que habrían desarrollado sus cualidades en un proceso de
selección natural. Esa raza de amos tendría una misión específica que
cumplir. Había que conservar pura la sangre germánica fuera de elementos
extraños e impuros, como los que procedían del judaísmo pero también
del catolicismo.
Estas ideas influyeron claramente en el cambio de la
política exterior de Alemania en tiempos del káiser Guillermo II, cuando
se abandonó la diplomacia bismarckiana por la welpolitik,
que no era otra cosa que actuar de forma agresiva porque Alemania
tendría, efectivamente, una misión que cumplir en el mundo por su
potencia económica, cultural y política.
Aunque es innegable que las
teorías raciales calaron con fuerza en el seno de la burguesía alemana,
ávida de encontrar nuevas metas una vez que se había completado el
proceso de unificación, bien es cierto que también tuvieron éxito en
otras potencias imperialistas, especialmente en la creencia de que la
raza blanca era superior al resto de las razas del mundo.
Estas ideas terminarían influyendo en movimientos y
partidos políticos del siglo XX con las graves consecuencias que todos
conocemos, cargando las tintas en el componente antisemita.
Por fin, mención aparte estarían los planteamientos
ideológicos del racismo en los Estados Unidos en el siglo en el que nos
hemos centrado, y que por la dimensión de dicha potencia y su influencia
internacional merecen que nos detengamos en los mismos. La economía del
Sur se basaba en el sistema de plantaciones de algodón y tabaco,
sostenido con mano de obra esclava.
Toda la riqueza de esta parte de los
Estados Unidos era generada gracias a la esclavitud. La economía y la
sociedad eran dominadas por una oligarquía de familias terratenientes,
inmensamente ricas. Este grupo se fue configurando durante el siglo
XVIII y no cuestionó el empleo de esclavos para mantener e incrementar
su riqueza y poder.
Asociado a esto se fue generando una determinada
mentalidad que se construyó sobre una serie de supuestos: un origen
aristocrático británico frente a los blancos del norte que descenderían
de los puritanos y radicales ingleses. La supuesta aristocracia sureña
elaboró, además, toda una construcción ideológica para justificar no
sólo sus diferencias con el Norte, sino, sobre todo, la existencia de la
esclavitud.
Sus planteamientos mezclaban argumentos pseudocientíficos
con otros de tipo religioso. Los negros, siempre según esta teoría, eran
inferiores a los blancos en inteligencia, como demostraría la
incapacidad que habían manifestado para salir de la barbarie si no
hubiera intervenido el hombre blanco.
La situación de dependencia
establecida habría sido bendecida por Dios. Por su parte, los blancos
pobres del Sur también defendían la existencia de la esclavitud porque
les permitía mantener una posición social superior en función del color
de la piel." (Eduardo Montagut, Nueva Tribuna.es, 2701/16)
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