"Falta poco para las tres de una soleada tarde de viernes, y el parque
Laugardalur, cerca del centro de Reikiavik, se encuentra prácticamente
desierto. Pasa algún que otro adulto empujando un carrito de bebé, pero
si los jardines están rodeados de bloques de pisos y casas
unifamiliares, y los críos ya han salido del colegio, ¿dónde están los
niños? (...)
Hace un par de minutos hemos pasado por dos salas
dedicadas al bádminton y al pimpón. En el parque hay también una pista
de atletismo, una piscina con calefacción geotérmica y, por fin, un
grupo de niños a la vista jugando con entusiasmo al fútbol en un campo
artificial.
En este momento no hay jóvenes pasando la tarde en el
parque, explica Gudberg, porque se encuentran en las instalaciones
asistiendo a clases extraescolares o en clubs de música, danza o arte.
También puede ser que hayan salido con sus padres.
Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la
clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida
saludable. (...)
“Estuve en el ojo del huracán de la revolución de las
drogas”, cuenta Milkman mientras tomamos un té en su apartamento de
Reikiavik. A principios de la década de 1970, cuando trabajaba como
residente en el Hospital Psiquiátrico Bellevue de Nueva York, “el LSD ya
estaba de moda, y mucha gente fumaba marihuana. Había un gran interés
en por qué la gente tomaba determinadas drogas”.
La tesis doctoral de Milkman concluía que las
personas elegían la heroína o las anfetaminas dependiendo de cómo
quisiesen lidiar con el estrés. Los consumidores de heroína preferían
insensibilizarse, mientras que los que tomaban anfetaminas preferían
enfrentarse a él activamente.
Cuando su trabajo se publicó, Milkman
entró a formar parte de un grupo de investigadores reclutados por el
Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos para que
respondiesen a preguntas como por qué empieza la gente a consumir
drogas, por qué sigue haciéndolo, cuándo alcanza el umbral del abuso,
cuándo deja de consumirlas y cuándo recae.
“Cualquier chaval de la facultad podría responder a
la pregunta de por qué se empieza, y es que las drogas son fáciles de
conseguir y a los jóvenes les gusta el riesgo. También está el
aislamiento, y quizá algo de depresión”, señala. “Pero, ¿por qué siguen
consumiendo? Así que pasé a la pregunta sobre el umbral del abuso y se
hizo la luz. Entonces viví mi propia versión del “¡eureka!”. Los chicos
podían estar al borde de la adicción incluso antes de tomar la droga,
porque la adicción estaba en la manera en que se enfrentaban a sus
problemas”.
“¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque
con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente
quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de
las drogas?”
En la Universidad Estatal Metropolitana de
Denver, Milkman fue fundamental para el desarrollo de la idea de que el
origen de las adicciones estaba en la química cerebral. Los menores
“combativos” buscaban “subidones”, y podían obtenerlos robando
tapacubos, radios, y más adelante, coches, o mediante las drogas
estimulantes. Por supuesto, el alcohol también altera la química
cerebral. Es un sedante, pero lo primero que seda es el control del
cerebro, lo cual puede suprimir las inhibiciones y, a dosis limitadas,
reducir la ansiedad.
“La gente puede volverse adicta a la bebida, a los
coches, al dinero, al sexo, a las calorías, a la cocaína… a cualquier
cosa”, asegura Milkman. “La idea de la adicción comportamental se
convirtió en nuestro distintivo”.
De esta idea nació otra. “¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque
con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente
quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de
las drogas?”
En 1992, su equipo de Denver había obtenido una
subvención de 1,2 millones de dólares del Gobierno para crear el
Proyecto Autodescubrimiento, que ofrecía a los adolescentes maneras
naturales de embriagarse alternativas a los estupefacientes y el delito.
Solicitaron a los profesores, así como a las enfermeras y los
terapeutas de los centros escolares, que les enviasen alumnos, e
incluyeron en el estudio a niños de 14 años que no pensaban que
necesitasen tratamiento, pero que tenían problemas con las drogas o con
delitos menores.
“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop,
arte o artes marciales”. La idea era que las diferentes clases pudiesen
provocar una serie de alteraciones en su química cerebral y les
proporcionasen lo que necesitaban para enfrentarse mejor a la vida.
Mientras que algunos quizá deseasen una experiencia que les ayudase a
reducir la ansiedad, otros podían estar en busca de emociones fuertes.
Al mismo tiempo, los participantes recibieron
formación en capacidades para la vida, centrada en mejorar sus ideas
sobre sí mismos y sobre su existencia, y su manera de interactuar con
los demás. “El principio básico era que la educación sobre las drogas no
funciona porque nadie le hace caso. Necesitamos capacidades básicas
para llevar a la práctica esa información”, afirma Milkman. Les dijeron a
los niños que el programa duraría tres meses. Algunos se quedaron cinco
años.
En 1991, Milkman fue invitado a Islandia para hablar
de su trabajo, de sus descubrimientos y de sus ideas. Se convirtió en
asesor del primer centro residencial de tratamiento de drogadicciones
para adolescentes del país, situado en la ciudad de Tindar. “Se diseñó a
partir de la idea de ofrecer a los chicos cosas mejores que hacer”,
explica. Allí conoció a Gudberg, que por entonces estudiaba Psicología y
trabajaba como voluntario. Desde entonces son íntimos amigos.
Al principio, Milkman viajaba con regularidad a
Islandia y daba conferencias. Estas charlas y el centro de Tindar
atrajeron la atención de una joven investigadora de la Universidad de
Islandia llamada Inga Dóra Sigfúsdóttir. La científica se preguntaba qué
pasaría si se pudiesen utilizar alternativas sanas a las drogas y el
alcohol dentro de un programa que no estuviese dirigido a tratar a niños
con problemas, sino, sobre todo, a conseguir que los jóvenes dejasen de
beber o de consumir drogas.
¿Has probado el alcohol alguna vez? Si es así,
¿cuándo fue la última vez que bebiste? ¿Te has emborrachado en alguna
ocasión? ¿Has probado el tabaco? Si lo has hecho, ¿cuánto fumas? ¿Cuánto
tiempo pasas con tus padres? ¿Tienes una relación estrecha con ellos?
¿En qué clase de actividades participas?
En 1992, los chicos y chicas de 14, 15 y 16 años de
todos los centros de enseñanza de Islandia rellenaron un cuestionario
con esta clase de preguntas. El proceso se repitió en 1995 y 1997.
Los resultados de la encuesta fueron alarmantes. A
escala nacional, casi el 25% fumaba a diario, y más del 40% se había
emborrachado el mes anterior. Pero cuando el equipo buceó a fondo en los
datos, identificó con precisión qué centros tenían más problemas y
cuáles menos. Su análisis puso de manifiesto claras diferencias entre
las vidas de los niños que bebían, fumaban y consumían otras drogas, y
las de los que no lo hacían.
También reveló que había unos cuantos
factores con un efecto decididamente protector: la participación, tres o
cuatro veces a la semana, en actividades organizadas –en particular,
deportivas–; el tiempo que pasaban con sus padres entre semana; la
sensación de que en el instituto se preocupaban por ellos, y no salir
por la noche.
“En aquella época había habido toda clase de
iniciativas y programas para la prevención del consumo de drogas”,
cuenta Inga Dóra, que fue investigadora ayudante en las encuestas. “La
mayoría se basaban en la educación”. Se alertaba a los chicos de los
peligros de la bebida y las drogas, pero, como Milkman había observado
en Estados Unidos, los programas no daban resultado. “Queríamos proponer
un enfoque diferente”.
El alcalde de Reikiavik también estaba interesado en
probar algo nuevo, y muchos padres compartían su interés, añade Jón
Sigfússon, compañero y hermano de Inga Dóra. Por aquel entonces, las
hijas de Jón eran pequeñas, y él entró a formar parte del nuevo Centro
Islandés de Investigación y Análisis social de Sigfúsdóttir en 1999, año
de su fundación. “Las cosas estaban mal”, recuerda. “Era evidente que
había que hacer algo”.
Utilizando los datos de la encuesta y los
conocimientos fruto de diversos estudios, entre ellos el de Milkman, se
introdujo poco a poco un nuevo plan nacional. Recibió el nombre de
Juventud en Islandia.
Las leyes cambiaron. Se penalizó la compra de tabaco
por menores de 18 años y la de alcohol por menores de 20, y se prohibió
la publicidad de ambas sustancias. Se reforzaron los vínculos entre los
padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y
padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con
consejos escolares con representación de los padres.
Se instó a estos
últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho
tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad”
esporádicamente, así como a hablar con ellos de sus vidas, conocer a sus
amistades, y a que se quedasen en casa por la noche.
Asimismo, se aprobó una ley que prohibía que los
adolescentes de entre 13 y 16 años saliesen más tarde de las 10 en
invierno y de medianoche en verano. La norma sigue vigente en la
actualidad.
Casa y Escuela, el organismo nacional que agrupa a
las organizaciones de madres y padres, estableció acuerdos que los
padres tenían que firmar. El contenido varía dependiendo del grupo de
edad, y cada organización puede decidir qué quiere incluir en ellos.
Para los chicos de 13 años en adelante, los padres pueden comprometerse a
cumplir todas las recomendaciones y, por ejemplo, a no permitir que sus
hijos celebren fiestas sin supervisión, a no comprar bebidas
alcohólicas a los menores de edad, y a estar atentos al bienestar de sus
hijos.
Estos acuerdos sensibilizan a los padres, pero
también ayudan a reforzar su autoridad en casa, sostiene Hrefna
Sigurjónsdóttir, directora de Casa y Escuela. “Así les resulta más
difícil utilizar la vieja excusa de que a los demás les dejan hacerlo”.
Se aumentó la financiación estatal de los clubs
deportivos, musicales, artísticos, de danza y de otras actividades
organizadas con el fin de ofrecer a los chicos otras maneras de sentirse
parte de un grupo y de encontrarse a gusto que no fuesen consumiendo
alcohol y drogas, y los hijos de familias con menos ingresos recibieron
ayuda para participar en ellas. Por ejemplo, en Reikiavik, donde vive
una tercera parte de la población del país, una Tarjeta de Ocio facilita
35.000 coronas (250 libras esterlinas) anuales por hijo para pagar las
actividades recreativas.
Un factor decisivo es que las encuestas han
continuado. Cada año, casi todos los niños islandeses las rellenan. Esto
significa que siempre se dispone de datos actualizados y fiables.
Entre 1997 y 2012, el porcentaje de adolescentes de
15 y 16 años que declaraban que los fines de semana pasaban tiempo con
sus padres a menudo o casi siempre se duplicó –pasó del 23 al 46%–, y
el de los que participaban en actividades deportivas organizadas al
menos cuatro veces por semana subió del 24 al 42%. Al mismo tiempo, el
consumo de cigarrillos, bebidas alcohólicas y cannabis en ese mismo
grupo de edad cayó en picado.
“Aunque no podemos presentarlo como una relación
causal –lo cual es un buen ejemplo de por qué a veces es difícil vender a
los científicos los métodos de prevención primaria– la tendencia es muy
clara”, observa Kristjánsson, que trabajó con los datos y actualmente
forma parte de la Escuela Universitaria de Salud Pública de Virginia
Occidental, en Estados Unidos. Los factores de protección han aumentado y
los de riesgo han disminuido, y también el consumo de estupefacientes.
Además, en Islandia lo han hecho de manera más coherente que en ningún
otro país de Europa”.
El caso europeo
Jón Sigfússon se disculpa por llegar un par de
minutos tarde. “Estaba con una llamada de crisis”. Prefiere no precisar
dónde, pero era una de las ciudades repartidas por todo el mundo que han
adoptado parcialmente las ideas de Juventud en Islandia.
Juventud en Europa, dirigida por Jón, nació en 2006
tras la presentación de los ya entonces extraordinarios datos de
Islandia a una de las reuniones de Ciudades Europeas contra las Drogas,
y, recuerda Sigfússon, “la gente nos preguntaba cómo lo conseguíamos”.
La participación en Juventud en Europa se hace a
iniciativa de los Gobiernos nacionales, sino que corresponde a las
instancias municipales. El primer año acudieron ocho municipios. A día
de hoy participan 35 de 17 países, y comprenden desde zonas en las que
interviene tan solo un puñado de escuelas, hasta Tarragona, en España,
donde hay 4.200 adolescentes de 15 años involucrados.
El método es
siempre igual. Jón y su equipo hablan con las autoridades locales y
diseñan un cuestionario con las mismas preguntas fundamentales que se
utilizan en Islandia más unas cuantas adaptadas al sitio concreto. Por
ejemplo, últimamente en algunos lugares se ha presentado un grave
problema con las apuestas por Internet, y las autoridades locales
quieren saber si está relacionado con otros comportamientos de riesgo.
A los dos meses de que el cuestionario se devuelva a
Islandia, el equipo ya manda un informe preliminar con los resultados,
además de información comparándolos con los de otras zonas
participantes. “Siempre decimos que, igual que la verdura, la
información tiene que ser fresca”, bromea Jón.
“Si le entregas los
resultados al cabo de un año, la gente te dirá que ha pasado mucho
tiempo y que puede que las cosas hayan cambiado”. Además, tiene que ser
local para que los centros de enseñanza, los padres y las autoridades
puedan saber con exactitud qué problemas existen en qué zonas.
El equipo ha analizado 99.000 cuestionarios de sitios
tan alejados entre sí como las islas Feroe, Malta y Rumanía, así como
Corea del Sur y, muy recientemente, Nairobi y Guinea-Bissau. En líneas
generales, los resultados muestran que, en lo que se refiere al consumo
de sustancias tóxicas entre los adolescentes, los mismos factores de
protección y de riesgo identificados en Islandia son válidos en todas
partes. Hay algunas diferencias. En un lugar (un país “del Báltico”), la
participación en deportes organizados resultó ser un factor de riesgo.
Una investigación más profunda reveló que la causa era que los clubs
estaba dirigidos por jóvenes exmilitares aficionados a las sustancias
para aumentar la musculatura, así como a beber y a fumar. En este caso,
pues, se trataba de un problema concreto, inmediato y local que había
que resolver.
Aunque Jón y su equipo ofrecen asesoramiento e
información sobre las iniciativas que han dado buenos resultados en
Islandia, es cada comunidad la que decide qué hacer a la luz de sus
resultados. A veces no hacen nada. Un país predominantemente musulmán,
que el investigador prefiere no identificar, rechazó los datos porque
revelaban un desagradable nivel de consumo de alcohol.
En otras ciudades
–como en la que dio lugar a la “llamada de crisis” de Jón– están
abiertos a los datos y tienen dinero, pero Sigfússon ha observado que
puede ser mucho más difícil asegurarse y mantener la financiación para
las estrategias de prevención sanitaria que para los tratamientos.
Ningún otro país ha hecho cambios de tan amplio
alcance como Islandia. A la pregunta de si alguno ha seguido el ejemplo
de la legislación para impedir que los adolescentes salgan de noche, Jón
sonríe: “Hasta Suecia se ríe y lo llama toque de queda infantil”.
A lo largo de los últimos 20 años, las tasas de
consumo de alcohol y drogas entre los adolescentes han mejorado en
términos generales, aunque en ningún sitio tan radicalmente como en
Islandia, y las causas de los avances no siempre tienen que ver con las
estrategias de fomento del bienestar de los jóvenes. En Reino Unido, por
ejemplo, el hecho de que pasen más tiempo en casa relacionándose por
Internet en vez de cara a cara podría ser uno de los principales motivos
de la disminución del consumo de alcohol.
“Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”
Sin embargo, Kaunas, en Lituania, es un
ejemplo de lo que se puede conseguir por medio de la intervención
activa. Desde 2006, la ciudad ha distribuido los cuestionarios en cinco
ocasiones, y las escuelas, los padres, las organizaciones sanitarias,
las iglesias, la policía y los servicios sociales han aunado esfuerzos
para intentar mejorar la calidad de vida de los chicos y frenar el
consumo de sustancias tóxicas.
Por ejemplo, los padres reciben entre
ocho y nueve sesiones gratuitas de orientación parental al año, y un
programa nuevo facilita financiación adicional a las instituciones
públicas y a las ONG que trabajan en la mejora de la salud mental y la
gestión del estrés. En 2015, la ciudad empezó a ofrecer actividades
deportivas gratuitas los lunes, miércoles y viernes, y planea poner en
marcha un servicio de transporte también gratuito para las familias con
bajos ingresos con el fin de contribuir a que los niños que no viven
cerca de las instalaciones puedan acudir.
Entre 2006 y 2014, el número de jóvenes de Kaunas de
entre 15 y 16 años que declararon que se habían emborrachado en los 30
días anteriores descendió alrededor de una cuarta parte, y el de los que
fumaban a diario lo hizo en más de un 30%.
Por ahora, la participación en Juventud en Europa no
es sistemática, y el equipo de Islandia es pequeño. A Jón le gustaría
que existiese un organismo centralizado con sus propios fondos
específicos para centrarse en la expansión de la iniciativa. “Aunque
llevemos 10 años dedicados a ello, no es nuestra ocupación principal a
tiempo completo. Nos gustaría que alguien lo imitase y lo mantuviese en
toda Europa”, afirma. “¿Y por qué quedarnos en Europa?”
El valor del deporte
Después de nuestro paseo por el parque Laugardalur,
Gudberg Jónsson nos invita a volver a su casa. Fuera, en el jardín, sus
dos hijos mayores –Jón Konrád, de 21 años, y Birgir Ísar, de 15–, me
hablan del alcohol y el tabaco. Jón bebe alcohol, pero Birigr dice que
no conoce a nadie en su instituto que bebe ni fume.
También hablamos de
los entrenamientos de fútbol. Birgir se entrena cinco o seis veces por
semana; Jón, que estudia el primer curso de un grado en administración
de empresas en la Universidad de Islandia, practica cinco veces. Los dos
empezaron a jugar al fútbol como actividad extraescolar cuando tenían
seis años.
“Tenemos muchos instrumentos en casa”, me cuenta
luego su padre. “Hemos intentado que se aficionen a la música. Antes
teníamos un caballo. A mi mujer le encanta montar, pero no funcionó. Al
final eligieron el fútbol”.
¿Alguna vez les pareció que era demasiado? ¿Hubo que
presionarlos para que entrenasen cuando habrían preferido hacer otra
cosa? “No, nos divertía jugar al fútbol”, responde Birgir. Jón añade:
“Lo probamos y nos acostumbramos, así que seguimos haciéndolo”.
Y esto no es lo único. Si bien Gudberg y su mujer
Thórunn no planifican conscientemente un determinado número de horas
semanales con sus tres hijos, intentan llevarlos con regularidad al
cine, al teatro, a un restaurante, a hacer senderismo, a pescar y, cada
septiembre, cuando en Islandia las ovejas bajan de las tierras altas,
hasta a excursiones de pastoreo en familia.
Puede que Jón y Birgir sean más aficionados al fútbol
de lo normal, y también que tengan más talento (a Jón le han ofrecido
una beca de fútbol para la Universidad Metropolitana del Estado de
Denver, y pocas semanas después de nuestro encuentro, eligieron a Birgir
para jugar en la selección nacional sub-17), pero, ¿podría ser que un
aumento significativo del porcentaje de chavales que participan en
actividades deportivas organizadas cuatro veces por semana o más tuviese
otras ventajas, además de que los chicos crezcan más sanos?
¿Puede que tenga que ver, por ejemplo, con la
aplastante derrota de Inglaterra por parte de Islandia en la Eurocopa de
2016? Cuando le preguntamos, Inga Dóra Sigfúsdóttir, que fue votada
Mujer del Año de Islandia 2016, responde con una sonrisa: “También están
los éxitos en la música, como Of Monsters and Men
[un grupo independiente de folk-pop de Reikiavik]. Son gente joven a la
se ha animado a hacer actividades organizadas. Algunas personas me han
dado las gracias”, reconoce con un guiño.
En los demás países, las ciudades que se han unido a
Juventud en Europa informan de otros resultados beneficiosos. Por
ejemplo, en Bucarest, la tasa de suicidios de adolescentes ha descendido
junto con el consumo de drogas y alcohol. En Kaunas, el número de
menores que cometen delitos se redujo en un tercio entre 2014 y 2015.
Como señala Inga Dóra, “los estudios nos enseñaron
que teníamos que crear unas circunstancias en las cuales los menores de
edad pudiesen llevar una vida saludable y no necesitasen consumir drogas
porque la vida es divertida, los chicos tienen muchas cosas que hacer y
cuentan con el apoyo de unos padres que pasan tiempo con ellos”.
En definitiva, los mensajes –aunque no necesariamente
los métodos– son sencillos. Y cuando ve los resultados, Harvey Milkman
piensa en Estados Unidos, su país. ¿Funcionaría allí también el modelo
Juventud en Islandia?
¿Y Estados Unidos?
Trescientos veinticinco millones de habitantes frente
a 330.000. Treinta y tres mil bandas en vez de prácticamente ninguna.
Alrededor de 1,3 millones de jóvenes sin techo frente a un puñado.
Está claro que en Estados Unidos hay dificultades que
en Islandia no existen, pero los datos de otras partes de Europa,
incluidas ciudades como Bucarest, con graves problemas sociales y una
pobreza relativa, muestran que el modelo islandés puede funcionar en
culturas muy diferentes, sostiene Milkman. Y en Estados Unidos se
necesita con urgencia. El consumo de alcohol en menores de edad
representa el 11% del total consumido en el país, y los excesos con el
alcohol provocan más de 4.300 muertes anuales entre los menores de 21
años.
Sin embargo, es difícil que en el país se ponga en
marcha un programa nacional en la línea de Juventud en Islandia. Uno de
los principales obstáculos es que, mientras que en este último existe un
compromiso a largo plazo con el proyecto nacional, en Estados Unidos
los programas de salud comunitarios suelen financiarse con subvenciones
de corta duración.
Milkman ha aprendido por propia experiencia que aun
cuando reciben el reconocimiento general, los mejores programas para
jóvenes no siempre se amplían, o como mínimo, se mantienen. “Con el
Proyecto Autodescubrimiento parecía que teníamos el mejor programa del
mundo”, recuerda. “Me invitaron dos veces a la Casa Blanca; el proyecto
ganó premios nacionales. Pensaba que lo reproducirían en todos los
pueblos y ciudades, pero no fue así”.
Cree que la razón es que no se puede recetar un
modelo genérico a todas las comunidades porque no todas tienen los
mismos recursos. Cualquier iniciativa dirigida a dar a los adolescentes
estadounidenses las mismas oportunidades de participar en la clase de
actividades habituales en Islandia y ayudarlos así a apartarse del
alcohol y otras drogas, tendrá que basarse en lo que ya existe.
“Dependes de los recursos de la comunidad”, reconoce.
Su compañero Álfgeir Kristjánsson está introduciendo
las ideas islandesas en Virginia Occidental. Algunos colegios e
institutos del estado ya están repartiendo encuestas a los alumnos, y un
coordinador comunitario ayudará a informar de los resultados a los
padres y a cualquiera que pueda emplearlos para ayudar a los chicos. No
obstante, admite que probablemente será difícil obtener los mismos
resultados que en Islandia.
Se reforzaron los vínculos entre
los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres
y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con
consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos
últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho
tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad”
esporádicamente
La visión a corto plazo también es un
obstáculo para la eficacia de las estrategias de prevención en Reino
Unido, advierte Michael O’Toole, director ejecutivo de Mentor, una
organización sin ánimo de lucro dedicada a reducir el consumo de drogas y
alcohol entre los niños y los jóvenes. Aquí tampoco existe un programa
de prevención del alcoholismo y la toxicomanía coordinado a escala
nacional.
En general, el asunto se deja en manos de las autoridades
locales o de los centros de enseñanza, lo cual suele suponer que a los
chicos solamente se les da información sobre los peligros de las drogas y
el alcohol, una estrategia que O’Toole coincide en reconocer que está
demostrado que no funciona.
El director de Mentor es un firme defensor del
protagonismo que el modelo islandés concede a la cooperación entre los
padres, las escuelas y la comunidad para ayudar a dar apoyo a los
adolescentes, y a la implicación de los padres o los tutores en la vida
de los jóvenes. Mejorar la atención podría ser de ayuda en muchos
sentidos, insiste. Incluso cuando se trata solamente del alcohol y el
tabaco, abundan los datos que demuestran que, cuanto mayor sea el niño
cuando empiece a beber o a fumar, mejor será su salud a lo largo de su
vida.
Pero en Reino Unido no todas las estrategias son
aceptables. Los “toques de queda” infantiles es una de ellas, y las
rondas de los padres por la vecindad para identificar a chavales que no
cumplen las normas, seguramente otra. Asimismo, una prueba experimental
llevada a cabo en Brighton por Mentor, que incluía invitar a los padres a
asistir a talleres en los colegios, descubrió que era difícil lograr
que participasen.
El recelo de la gente y la renuencia a comprometerse
serán dificultades allá donde se proponga el método islandés, opina
Milkman, y dan de lleno en la cuestión del reparto de la responsabilidad
entre los Estados y los ciudadanos. “¿Cuánto control quieres que tenga
el Gobierno sobre lo que pasa con tus hijos? ¿Es excesivo que se
inmiscuya en cómo vive la gente?”
En Islandia, la relación entre la ciudadanía y el
Estado ha permitido que un eficaz programa nacional reduzca las tasas de
abuso del tabaco y el alcohol entre los adolescentes y, de paso, ha
unido más a las familias y ha contribuido a que los jóvenes sean más
sanos en todos los sentidos. ¿Es que ningún otro país va a decidir que
estos beneficios bien merecen sus costes?" (Emma Young , El País, 07/10/17. Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Mosaic Science)
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