"Mariana Mazzucato es catedrática de Economía de innovación y valor público en la University College London. (...)
Todos conocemos el relato típico: nuestras economías serían más
dinámicas si el Estado se quitara de en medio. La economista Mariana
Mazzucato sostiene lo contrario: la financiación pública de la
investigación en las etapas iniciales ha permitido en gran parte el
desarrollo de los sectores tecnológico, energético y farmacéutico.
Sin
embargo, el Estado se muestra muy poco eficaz a la hora de llevarse los
laureles y, lo que es más grave, a la hora de rentabilizar su inversión.
Sin embargo, ¿qué habría sido de Uber sin la financiación pública para
el desarrollo del GPS? ¿Qué sería de Google si no se hubiera producido
la financiación pública para el desarrollo de internet?
¿Qué diría ante afirmaciones como que el libre mercado es casi siempre bueno y el Estado casi siempre malo?
Lo primero que preguntaría es qué entendemos por libre mercado. (...)
Lo primero que preguntaría es qué entendemos por libre mercado. Es
curioso que Adam Smith, uno de los primeros economistas de finales del
siglo XVIII, definiera el “libre mercado” no como algo libre de la
intervención del Estado, sino libre de prácticas rentistas y de las
actividades centradas en la extracción de valor.
A aquellas personas que
afirman que necesitamos menos intervención del Estado para generar más
innovación y dinamismo les diría que se fijaran en Silicon Valley. ¿Es
producto del libre mercado o de la mano activa y visible del Estado? Lo
que yo defiendo es que el Estado ha intervenido en prácticamente todos
los aspectos relacionados con Silicon Valley.
Eso no significa, por
supuesto, que no haya tenido algo que ver en todo ello el sector
privado, de hecho, todos conocemos las importantes empresas asentadas
allí. Pero los actores públicos intervinieron a lo largo de toda la
cadena de innovación.
Se refiere a agencias como DARPA, NASA y los National Institutes of Health por ejemplo, ¿verdad?
Sí, me refiero a organismos encargados de desarrollar investigación
puntera como la National Science Foundation, pero también a otros
dedicados a la investigación aplicada, como DARPA y su organización
hermana en los últimos tiempos, ARPA-E. Estas instituciones públicas son
cocreadoras de valor.
Es bastante curioso que nos hayamos acostumbrado a
términos mucho más pasivos para describir al sector público. Hay que
empezar a cambiar el vocabulario que empleamos. En lugar de decir que el
sector público elimina el riesgo del sector privado, hay que decir que
se trata de compartir los riesgos. En lugar de hablar de facilitar y
permitir la actividad empresarial, hay que hablar de liderar la
inversión como inversor preferente.
Uno de los argumentos centrales que defiende es que las
instituciones públicas y cuasi públicas invierten, asumen riesgos y, sin
embargo, apenas participan de los beneficios. ¿Hasta qué punto es esto
problemático?
Es muy problemático y tiene que ver, de nuevo, con cómo hablamos de
las cosas. A menudo recuerdo que ya Platón advirtió de que los
contadores de historias dominan el mundo. De hecho, estos relatos sobre
quién crea valor son los que han creado los relatos que justifican la
extracción de valor.
Déjeme que ponga un ejemplo que creo que ilustra la
idea: después de la crisis, el Gobierno de Estados Unidos decidió
desarrollar una serie de medidas de estímulo fiscal de casi 800.000
millones de dólares. Y parte de esas medidas iban encaminadas realmente a
potenciar la economía verde.
Quizá recuerde que Obama financió a
algunas compañías como Solyndra a través del Departamento de Energía,
mediante un préstamo garantizado de unos 500 millones. La compañía
quebró.
La gente dijo “¡Dios mío, el Gobierno es un caso perdido! Una panda
de burócratas que no saben lo que tienen entre manos. No deberían
apostar a los caballos sino ejercer de mediadores, hacer carreteras,
invertir en educación e infraestructuras y quitarse de en medio”. Para
empezar, este enfoque obvia el hecho de que el Gobierno de Estados
Unidos ha sido el principal financiador en materia de energía solar y
eólica –junto con otros Gobiernos– pero también de la energía nuclear.
El propio fracking recibió financiación pública con
anterioridad.
De hecho, a la par que financiaba a Solyndra estaba
financiando a Tesla con una cantidad similar de dinero. De modo que el
coche Tesla S obtuvo un préstamo garantizado de 465 millones de dólares.
Y cuando digo garantizado, me refiero garantizado por los
contribuyentes. Contribuyentes a los que no les gustaba en absoluto
tener que pagar la factura de la quiebra de Solyndra.
Sin embargo, ¿por
qué no sabían que habían financiado también a Tesla? ¿Acaso eso no
habría cambiado el relato y la percepción de las acciones de aquellos
burócratas de Washington? Lo cierto es que contaban con una cartera,
como cualquier otro inversionista de riesgo. Cualquier inversor de
riesgo te dirá que consigue un éxito entre muchos fracasos.
Sin embargo,
si realmente quieres dedicarte a esto tienes que elaborar una cartera
que te permita obtener alguna ventaja de tus triunfos, precisamente para
poder cubrir los reveses. El Gobierno de EE.UU. no lo hizo. No solo
fracasaron en materia de marketing, no habían sido capaces de comunicar a
la ciudadanía el éxito de algunas de sus inversiones, como en los
componentes de tu iPhone o smartphone, internet, GPS, las pantallas
táctiles, Siri: todos han recibido financiación pública.
Pero en este
caso concreto, la gente no sabía que el propio Elon Musk había recibido
financiación para Tesla. Y Elon Musk, por cierto, ha recibido un total
de 5.000 millones, con sus nueve ceros.
Por lo tanto, defiende que, por un lado, no se le atribuye lo
suficiente el éxito al Estado por sus anteriores inversiones en
organismos como DARPA y la NASA, o en el sector farmaceútico, etc. Y,
por otra parte, defiende también que no está rentabilizando sus
inversiones lo suficiente, todo ello bastante verosímil. Sin embargo,
tampoco ayuda nada que el sector empresarial obtenga altos rendimientos y
pague pocos impuestos. Me gustaría que ilustrara esto con algunos
ejemplos. Me estoy refiriendo, como sabe, a EE.UU., porque ¿dónde están
los Googles europeos? ¿Qué distingue a Estados Unidos de Europa, por qué
no se dan allí compañías como Facebook y Google?
En primer lugar, EE.UU. contaba con un sistema de
innovación que no tienen muchos países europeos, con un sector
financiero paciente, y organismos muy activos orientados a cumplir una
misión y preocupados por los grandes problemas. Para ir a la luna es
necesaria la innovación en distintos sectores, incluido el de la ropa,
no es solo una cuestión de aeronáutica.
También se requieren otro tipo
de instrumentos como los premios y las políticas de compra que permiten
crecer a las startups. Y lo importante es contar con un
sistema, con un ecosistema emprendedor, yo no creo en los emprendedores,
creo en los ecosistemas de emprendimiento, que son los que permiten
escalar a las startups.
Es curioso que Europa haya aprendido lo
peor de la experiencia de Silicon Valley. Y eso se debe en parte al
discurso imperante en Estados Unidos, un país que habla como Jefferson
pero actúa como Hamilton.
Jefferson hablaba de cómo librarse del Estado y
Hamilton, antes de su duelo con Burr, hablaba más bien de una
estrategia industrial activa. Sin embargo, China sí ha aprendido la
lección correcta. China está haciendo por la economía verde lo que
Estados Unidos hizo por la revolución IT. Al mismo tiempo que sucede
esto, Donald Trump desmantela lo que yo llamo el Estado emprendedor.
Pero la pregunta es: ¿a dónde van a parar los beneficios dado que
todo se construye sobre las espaldas de infraestructuras financiadas con
dinero público?
¿A dónde le gustaría que fueran a parar? Si pudiera diseñar y
poner en marcha un marco de colaboración público-privada para los
próximos 50 años, ¿qué mecanismos elegiría para que el Estado obtuviera
rendimientos, que a su vez revertieran sobre los contribuyentes, en
lugar de ver cómo el beneficio sigue fluyendo a manos privadas y de los
accionistas?
Hay distintos mecanismos, no uno sólo. Sería absurdo pensar que sirve
el mismo mecanismo para todos los sectores o las distintas fases del
ciclo innovador. En el caso de las farmacéuticas, lo lógico es recurrir a
los precios.
Los precios que se fijan para los medicinas, los fármacos
que las personas tienen que comprar para poder sobrevivir cuando
contraen esas terribles enfermedades, ya sean diabetes, hepatitis C o
cáncer, deberían reflejar esa aportación pública y así evitar que los
contribuyentes paguen dos veces, por un lado por el gasto en
investigación puntera, y por otro pagando los altísimos precios que fija
la industria farmacéutica. Pero volvemos al tema de los contadores de
historias de Platón.
Si el relato que circula es contrario a ti y te
convierte en un impedimento intervencionista, regulador y no te define
como un inversor preferente, carecerás de la confianza, la seguridad y
el mandato para poder influir sobre los precios.
¿Y teme un retroceso?
Exactamente. Los precios son un ejemplo. Otro sería generar las
condiciones adecuadas para que los beneficios se reinviertan en las
áreas que han recibido gran cantidad de ayudas y fondos públicos. Si las
empresas quieren un libre mercado total, estupendo, que lo tengan, pero
que no reciban un solo céntimo del Estado.
Pero si vas a recibir esas
enormes cantidades de dinero del Estado, entonces habría que imponer
algunas condiciones para la obtención de valor público, porque de lo
contrario, solo se trata de valor privado.
Por muy convincente que resulte su enfoque desde un punto de
vista tanto económico como político, ¿no tiene la sensación de estar
perdiendo la batalla? Porque, hasta dónde yo sé, la mayor parte de los
gobiernos de los grandes países y las mayores industrias están
precisamente empujando en el sentido contrario, ¿no es cierto?
Yo creo más bien que estas ideas están ganando terreno. Creo que
resultaba mucho más difícil hace unos años. Volvamos al ejemplo de las
farmacéuticas. Ya no pueden fingir que los precios elevados se deben al
gasto en I + D porque ya hemos demostrado que eso no es así y que gastan
mucho más en marketing y que su I + D es mucho más downstream que la del sector público.
Bien, para terminar, una pregunta un tanto odiosa. Pide que
se valore más el gasto público, y que haya una mayor inversión en gasto
público y mayores beneficios, pero a la vez es asesora de muchos
Gobiernos y organismos, incluyendo el Gobierno escocés y la Comisión
Europea. Cuando acusa a la empresa privada de estar plagada de
rentistas, convénzame de que ni usted ni sus aliados gubernamentales lo
son.
En primer lugar, y no quiero que parezca que estoy a la defensiva, no
obtengo un solo céntimo como asesora. Quisiera matizar mi punto de vista
para que se entienda bien. Yo no digo que el Estado tenga que invertir
más. Lo que digo es que el Estado tiene que entender cuál es su papel.
No está solo para arreglar los problemas marginales ni para limitarse a
esperar a que las cosas vayan a peor para poner un parche.
Tiene que ser
un co-creador y co-artífice activo. Mi papel ha consistido en mediar
cuando se sientan a hablar el sector privado y el sector público, y que
mantengan una conversación interesante. Y mi papel en el proceso
político es ser la piedra en el zapato, que por desgracia no siempre se
consigue sacar, y la piedra en el zapato de las empresas, para que nos
les resulte tan fácil decir cosas como: “Ah, claro, es que el
cortoplacismo se debe a las presiones del mercado”.
A lo que yo
respondo, “¿Qué quieres decir? ¿Qué el mercado es un resultado, el
resultado de tus acciones? ¿Qué es el mercado?”. Y recibo palos por
todas partes. En mi función de asesora, intento evitar la complacencia
en torno a una mesa, la petulancia de los colectivos tanto públicos como
privados.
Y creo que se avecinan tiempos difíciles a los que solo nos
podremos enfrentar juntos, y eso significa que hay que cambiar las
palabras que empleamos, el relato y la historia hacia la necesidad de
compartir los riesgos y las recompensas, y no de eliminar el riesgo."
(Resumen de la entrevista radiofónica realizada por Stephen J. Dubner a Mariana Mazzucato el 5 de septiembre en Freakonomics y producida por Zack Lapinski. El programa llevaba por título ‘¿Es el Estado más emprendedor de lo que pensamos?’. CTXT , 30/09/18)
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