"¿Y tú, cómo aprendiste a follar?”. Con esta pregunta, la
actriz, directora y productora de películas porno Silvia Rubí sacudió
las redes sociales en el vídeo promocional del Salón Erótico de
Barcelona 2018.
De alguna manera, el Salón se conjuraba a un cambio de
enfoque argumentando que “en una sociedad sin educación sexual, era
obligatorio que el porno cambiara”. Coincido con el diagnóstico de esa
frase, así que este año he ido a visitar el Salón Erótico, para ver si
este cambio se había producido.
En el porno mainstream las mujeres pocas veces tienen la
iniciativa. Los hombres son activos, decididos y las mujeres pasivas,
cuando no serviles. Los cuerpos de actores y actrices responden a un
canon de belleza tan estricto como inalcanzable para la mayoría. Esta
pornografía puede agradar a muchas personas (entre ellas mujeres) y esto
no tiene nada de malo. Las preferencias individuales no son
condenables.
El problema es que este porno mainstream –que es
la enorme mayoría del que se consume– transmite una imagen del sexo
estereotipada y alejada de la realidad. Esto significa que la mayoría de
niñas, niños y adolescentes aprenden a tener relaciones sexuales a
partir de una ficción que crea expectativas irreales y promueve un
reparto de roles y prácticas que parecen inamovibles, donde el placer de
la mujer está supeditado al mandato masculino.
Por eso, el primer mérito del cambio que ha iniciado el Salón Erótico
es romper el silencio sobre el porno y, más generalmente, sobre el
sexo. Los vídeos del año pasado y de este pusieron a mucha gente a
hablar de la posibilidad de otra pornografía y estoy segura de que
quienes hayan asistido al evento este año también le habrán dado muchas
vueltas al tema. Donde antes hacían colas decenas de hombres para ver un
gangbang, este año ha habido algunos espectáculos sexuales
antinormativos y charlas de educación sexual repletas de gente.
Donde se
reproducía el porno heterosexual súper normativo, ahora hay
espectáculos llenos de diversidad sexual y de género, donde el reparto
de roles varía de una forma inimaginable hace solo unos años. Y sexo
tántrico. Y prácticas de dominación sexual, BDSM, sadomasoquismo…
prácticas que pueden gustarnos o no. Pero ese, ya es otro debate.
Hay quien defiende que el objetivo de las feministas debería ser
hacer desaparecer esta industria. Que daña la dignidad de las mujeres y
sería mejor que las y los jóvenes no fuesen espectadores de este tipo de
práctica sexual. De hecho, cada vez que alguien habla de pornografía en
el debate público –a no ser que sea para condenarla sin paliativos– se
produce un gran revuelo. Si queremos que los jóvenes tengan relaciones
sexuales igualitarias, reforcemos la educación sexual, dirán algunas. De
acuerdo, pero no es suficiente.
Yo estuve escolarizada en un colegio de monjas y, como para muchas
personas de mi generación, la sexualidad solo existía como un peligro:
el de quedarte embarazada, el de contraer una infección de transmisión
sexual… Nunca nos hablaron de sexo desde una perspectiva de libertad y
de placer.
Es obvio que algo de este pensamiento persiste hoy en día en
nuestro país, aparentemente tan abierto y moderno, lo que explica las
resistencias a introducir en las instituciones educativas una educación
sexual que vaya más allá de la prevención en salud. Diría, incluso, que
seguimos estancados en el modelo del tabú que me acompañó a mí en la
adolescencia y que fue una losa para nuestros padres y madres.
Es obvio que necesitamos una educación sexual más completa, y esto es
responsabilidad de las instituciones, pero no es suficiente. Por mucho
que reforcemos la educación sexual en los centros educativos, seguirá
siendo mayor la influencia de los contenidos pornográficos que
encontrarán fácilmente en Internet, a través de móviles y ordenadores.
En cada estudio que pone luz sobre el consumo de pornografía, la edad de
inicio se avanza. Los últimos estudios ya sitúan en nueve o diez años
la edad a la que algunas niñas y niños empiezan a ver pornografía,
coincidiendo con el adelanto de la edad a la que se tiene el primer
móvil. Y mientras la edad del primer móvil se reduce rápidamente, en el
abordaje completo y educativo de la sexualidad no vamos tan rápido.
Por eso también hay que cambiar el porno. Por eso es una buena
noticia que este año el Salón Erótico de Barcelona haya iniciado un
cambio, alejándose de las grandes productoras y dejando espacio a una
pornografía alejada del estricto reparto de roles del porno mainstream.
Este porno, que a veces llamamos “feminista”, incluye otros tipos de
cuerpos, también los que salen del binarismo hombre-mujer, y los que
salen de la idea hegemónica de “cuerpo perfecto”, que tantas falsas
expectativas crea.
Es hacia aquí hacia donde se debería apuntar: cambiar
el porno y fomentar una educación sexual completa y valiente. Entender
el porno como un aliado potencial de la educación sexual, no como un
enemigo.
Como explica Bel Olid en su libro Follem?, nos falta mucho
para llegar a un mundo donde las sexualidades se puedan vivir
libremente. Nos queda mucho camino por recorrer y mucho que hablar. Por
eso, en lugar de condenar la pornografía y eventos como el Salón Erótico
sin paliativos, vale la pena estar atentas a los cambios que se
producen en este sector, que –nos guste o no– tiene más influencia en la
sexualidad que cualquier política educativa, por importante que estas
sean." (Laura Pérez Castaño, teniente de alcalde de Barcelona, CTXT, 09/10/19)
1 comentario:
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