11/10/19

El porno como aliado potencial

"¿Y tú, cómo aprendiste a follar?”. Con esta pregunta, la actriz, directora y productora de películas porno Silvia Rubí sacudió las redes sociales en el vídeo promocional del Salón Erótico de Barcelona 2018. 

De alguna manera, el Salón se conjuraba a un cambio de enfoque argumentando que “en una sociedad sin educación sexual, era obligatorio que el porno cambiara”. Coincido con el diagnóstico de esa frase, así que este año he ido a visitar el Salón Erótico, para ver si este cambio se había producido.

En el porno mainstream las mujeres pocas veces tienen la iniciativa. Los hombres son activos, decididos y las mujeres pasivas, cuando no serviles. Los cuerpos de actores y actrices responden a un canon de belleza tan estricto como inalcanzable para la mayoría. Esta pornografía puede agradar a muchas personas (entre ellas mujeres) y esto no tiene nada de malo. Las preferencias individuales no son condenables. 

El problema es que este porno mainstream –que es la enorme mayoría del que se consume– transmite una imagen del sexo estereotipada y alejada de la realidad. Esto significa que la mayoría de niñas, niños y adolescentes aprenden a tener relaciones sexuales a partir de una ficción que crea expectativas irreales y promueve un reparto de roles y prácticas que parecen inamovibles, donde el placer de la mujer está supeditado al mandato masculino.

Por eso, el primer mérito del cambio que ha iniciado el Salón Erótico es romper el silencio sobre el porno y, más generalmente, sobre el sexo. Los vídeos del año pasado y de este pusieron a mucha gente a hablar de la posibilidad de otra pornografía y estoy segura de que quienes hayan asistido al evento este año también le habrán dado muchas vueltas al tema. Donde antes hacían colas decenas de hombres para ver un gangbang, este año ha habido algunos espectáculos sexuales antinormativos y charlas de educación sexual repletas de gente.

 Donde se reproducía el porno heterosexual súper normativo, ahora hay espectáculos llenos de diversidad sexual y de género, donde el reparto de roles varía de una forma inimaginable hace solo unos años. Y sexo tántrico. Y prácticas de dominación sexual, BDSM, sadomasoquismo… prácticas que pueden gustarnos o no. Pero ese, ya es otro debate.

Hay quien defiende que el objetivo de las feministas debería ser hacer desaparecer esta industria. Que daña la dignidad de las mujeres y sería mejor que las y los jóvenes no fuesen espectadores de este tipo de práctica sexual. De hecho, cada vez que alguien habla de pornografía en el debate público –a no ser que sea para condenarla sin paliativos– se produce un gran revuelo. Si queremos que los jóvenes tengan relaciones sexuales igualitarias, reforcemos la educación sexual, dirán algunas. De acuerdo, pero no es suficiente.

Yo estuve escolarizada en un colegio de monjas y, como para muchas personas de mi generación, la sexualidad solo existía como un peligro: el de quedarte embarazada, el de contraer una infección de transmisión sexual… Nunca nos hablaron de sexo desde una perspectiva de libertad y de placer. 

Es obvio que algo de este pensamiento persiste hoy en día en nuestro país, aparentemente tan abierto y moderno, lo que explica las resistencias a introducir en las instituciones educativas una educación sexual que vaya más allá de la prevención en salud. Diría, incluso, que seguimos estancados en el modelo del tabú que me acompañó a mí en la adolescencia y que fue una losa para nuestros padres y madres.

Es obvio que necesitamos una educación sexual más completa, y esto es responsabilidad de las instituciones, pero no es suficiente. Por mucho que reforcemos la educación sexual en los centros educativos, seguirá siendo mayor la influencia de los contenidos pornográficos que encontrarán fácilmente en Internet, a través de móviles y ordenadores. 

En cada estudio que pone luz sobre el consumo de pornografía, la edad de inicio se avanza. Los últimos estudios ya sitúan en nueve o diez años la edad a la que algunas niñas y niños empiezan a ver pornografía, coincidiendo con el adelanto de la edad a la que se tiene el primer móvil. Y mientras la edad del primer móvil se reduce rápidamente, en el abordaje completo y educativo de la sexualidad no vamos tan rápido.


Por eso también hay que cambiar el porno. Por eso es una buena noticia que este año el Salón Erótico de Barcelona haya iniciado un cambio, alejándose de las grandes productoras y dejando espacio a una pornografía alejada del estricto reparto de roles del porno mainstream. Este porno, que a veces llamamos “feminista”, incluye otros tipos de cuerpos, también los que salen del binarismo hombre-mujer, y los que salen de la idea hegemónica de “cuerpo perfecto”, que tantas falsas expectativas crea. 

Es hacia aquí hacia donde se debería apuntar: cambiar el porno y fomentar una educación sexual completa y valiente. Entender el porno como un aliado potencial de la educación sexual, no como un enemigo.


Como explica Bel Olid en su libro Follem?, nos falta mucho para llegar a un mundo donde las sexualidades se puedan vivir libremente. Nos queda mucho camino por recorrer y mucho que hablar. Por eso, en lugar de condenar la pornografía y eventos como el Salón Erótico sin paliativos, vale la pena estar atentas a los cambios que se producen en este sector, que –nos guste o no– tiene más influencia en la sexualidad que cualquier política educativa, por importante que estas sean."         (Laura Pérez Castaño, teniente de alcalde de Barcelona, CTXT, 09/10/19)                        

1 comentario:

Mexico dijo...

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