22/4/20

La potencia que primero alcance la vacuna hará como Alemania con las mascarillas, la priorizará para su población, sus trabajadores, para tener ventaja competitiva con el resto... Los pobres laboratorios públicos están probando cosas que ya han sido descartadas por otros grupos públicos y privados pero que no son publicadas. La cooperación en ciencia en general es baja o inexistente en algunos ámbitos, y el sistema corrupto de incentivos hace que se fomente la competencia y se vuelva a tropezar una y otra vez con las mismas piedras sin que el resto del mundo se entere. Y no hablemos del racismo institucionalizado en la ciencia... En España hay varios grupos que se dedican a investigar vacunas contra virus y están trabajando mucho en la vacuna contra el SARS-Cov2. Pero están en pañales...

"Biólogo, máster y curso de doctorado en inmunología, doctorado en muerte celular, postdoctoral en Inmunología y metabolismo, y segundo postdoctoral en cáncer. Desde hace algo más de tres años lleva la plataforma de divulgación científica Ciencia mundana. (...) 

Según la OMS, también es una información de estos últimos días, tres vacunas del covid-19 están en ensayos clínicos y otras 70 en desarrollo. Eso sí, una portavoz de la organización, la doctora Margaret Harris, ha advertido de que una vacuna contra el coronavirus tardará al menos 12 meses en llegar. A grandes rasgos, ¿es esta la situación en el asunto de las vacunas? ¿No son muchos intentos dispersos? ¿Por qué no juntar fuerzas? ¿Alguna aportación de algún equipo de investigación español?


Está claro que hay una competencia feroz entre potencias y entre capitales. No por nada la tecnociencia es uno de los elementos principales del imperialismo contemporáneo. Y esta competencia no es solo Huawei o la guerra espacial, sino también la biotecnomedicina. La potencia que primero alcance la vacuna hará como Alemania con las mascarillas, la priorizará para su población, sus trabajadores, para tener ventaja competitiva con el resto.


En un mundo ideal la cooperación entre grupos y potencias se debería dar para alcanzar determinados objetivos tecnológicos como una vacuna. Sobre todo, en las cuestiones más oscuras y patentadas como los adyuvantes, los datos preclínicos y en animales, etc. Los pobres laboratorios públicos están probando cosas que ya han sido descartadas por otros grupos públicos y privados pero que no son publicadas. 

La cooperación en ciencia en general es baja o inexistente en algunos ámbitos, y el sistema corrupto de incentivos hace que se fomente la competencia y se vuelva a tropezar una y otra vez con las mismas piedras sin que el resto del mundo se entere. 


Y no hablemos del racismo institucionalizado en la ciencia, que bien muestra Angela Saini en Superior: The Return of Race Science. Hay médicos franceses que abiertamente hablan de que se tendrían que ensayar las vacunas en los negros. 


En España hay varios grupos que se dedican a investigar vacunas contra virus y están trabajando mucho en la vacuna contra el SARS-Cov2. Pero están en pañales, por más que el ministro Duque haga un ridículo espantoso al afirmar “Vimos desarrollos muy avanzados. Me pareció que allí teníamos un candidato a vacuna o, si no, lo tendremos la semana que viene”.Que lo de la semana que viene no deja de ser un lapsus, pero es significativo. 


Insisto un poco más en el tema. Según parece, la multinacional Johnson & Johnson (JNJ), nada menos que la tercera compañía farmacéutica más grande del mundo, planea comenzar próximamente la producción “a riesgo” de su vacuna de prueba COVID-19 (Creo que planea producirla en los Países Bajos y en una instalación renovada que posee en USA). ¿Qué es una producción “a riesgo”? ¿A riesgo de quién? 
 

Me da la risa. A riesgo supongo que se refieren a que van a empezar a producirla sin estar probada y aprobada. ¿Alguien se cree que no han hecho números? Repito: tienen beneficios estratosféricos, están siendo subvencionados con nuestros impuestos, imponen precios desorbitados a nuestros sistemas sanitarios y después se atreven a hacerse los héroes diciendo que van a producir la vacuna “a riesgo”. Como poco, el impacto en su imagen de algo así es muy grande. Puro marketing.

Se ha suspendido estos días en Brasil, tras la muerte de 11 pacientes, un ensayo para combatir el coronavirus con cloroquina. Las personas que tomaron dosis altas presentaron arritmias cardíacas. ¿Qué pasa con la cloroquina? ¿No se habló de este fármaco como un buen método para enfrentarse al COVID-19?


La cloroquina (CQ) es probablemente uno de los fármacos más antiguos, junto con el ácido acetilsalicílico (aspirina). La quina también sirvió como argumento original para desarrollar el cuento de la homeopatía. Lo que hace este compuesto es impedir la acidificación de unas vesículas de las células necesaria para la “autodigestión” o autofagia. 

No recuerdo el mecanismo, pero impide la proliferación de los parásitos intracelulares como Plasmodium falciparum, el protozoo que causa la malaria. Los indígenas peruanos la utilizaban para ello.

En el caso del Covid todo empezó con un par de artículos que indicaban que la CQ reducía la proliferación del virus.

 Que para liberar su ARN en la célula necesita que unas vesículas se acidifiquen, algo que evitaría la CQ. Y como suele pasar, a unas concentraciones que matarían a cualquiera, no solo al virus. La propaganda hizo el resto. Se empezaron rápidamente ensayos clínicos. En apenas un mes se ha pasado de 6 a 43 ensayos clínicos. Los primeros miraban carga viral y no resultado clínico; tenían muy pocos pacientes, con gran porcentaje de bajas. Un desastre. 


Y efectivamente, la cloroquina es letal cuando por ejemplo se toma con el fármaco contra la diabetes Metformina, y tiene una toxicidad cardíaca enorme. Así que por eso es muy importante que antes de ponerse a probar fármacos, así a lo loco, se hagan los oportunos ensayos de toxicidad. No es lo mismo que la tome una persona joven contra la malaria que una anciana.


Pero donde más indigna este alboroto mediático (hype, como dicen en inglés) es en el asunto Didier Raoult, director de la unidad de investigación en enfermedades infecciosas en Marsella. Este investigador hizo un ensayo con 26 personas, sin los más mínimos controles, no solo no tenía grupo control sino que a 16 de ellos los trató en clínicas distintas. Después hizo algunos “ajustes” como quitar algunos pacientes, se utilizaron distintas técnicas según pacientes para evaluar la carga viral, y publicó finalmente los resultados en una revista que él controla. ¡De nuevo en 24 horas!


A continuación, se puso en marcha la maquinaria mediática y su abogado anunció la cura milagrosa en la cadena de televisión Fox, y de ahí a Trump, que anunció en un tweet que era uno de los hitos más importantes de la historia de la medicina. Las consecuencias no se hicieron esperar. La cloroquina se agota en las farmacias, la gente con diabetes muere por toxicidad. El uso de esos dos fármacos, CQ y el antibiótico Azithromicina, aumentan muchísimo el riesgo de infarto al causar arritmias letales. Los pacientes españoles de Muface autorecetándose CQ, desabastecimiento para otros tratamientos donde sí se ha probado eficacia (Artritis o Lupus). 


La falta de ética de muchos investigadores es enorme. Raoult en febrero, antes de que empezara el “ensayo” dijo “Así, es posible el uso de la CQ tanto como profilaxis como en el tratamiento de la infección por coronavirus que será pronto evaluado por nuestros colegas chinos”. Esto último nunca sucedió. Los ensayos se suspendieron, excepto uno que muestra que no hay diferencias entre pacientes tratados y no tratados, ahí sí se hizo bien: grupo placebo y al azar. 


Pero la bola de nieve no se detiene y de nuevo la cloroquina se convierte en la excusa de otra homeopatía, esta vez impulsada por el sistema científico. (...)

Mala ciencia, especulación y propaganda.

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Estoy notando que se están agudizando dos tendencias. Por un lado, el autoritarismo, por llamarlo de algún modo. La militarización del estado de alarma con muchos abusos policiales y restricción de los derechos humanos. 

Por otro, la fe en el solucionismo tecnológico. Es cierto que se oyen voces que plantean que cuando esto termine tendremos que reivindicar más sanidad pública universal. Sin embargo, hay un fuerte esfuerzo mediático para hacer creer que la pandemia se va a solucionar con medicamentos y vacunas. Solo hay que ver a Jesús Calleja entrevistando a científicos y científicos convertidos en charlatanes

Ese catedrático, José María Fernández, y dueño de la empresa Pharmamar, está pidiendo junto con Calleja que se quiten los controles para aprobar en seres humanos nuevos fármacos. Pero es que ese “fármaco”, lo entrecomillo porque aún no ha servido como tal, ha sido rechazado dos veces por la Agencia europea del medicamento porque no compensa el riesgo. Ahí hay más propaganda liberal y negocio que ciencia. 


Si las ayudas tecnológicas vienen, están basadas en la evidencia científica, son universales y gratuitas, bienvenidas. Pero si van a servir, como parece, para apuntalar la desigualdad internacional, mala “solución”. Hay que reforzar el sistema científico, y una parte sería con más financiación, pero alimentar un sistema corrupto como el actual solo va a profundizar en la desigualdad del reparto. (...)"

(Entrevista a Alfredo Caro Maldonado, Salvador López Arnal, Rebelión, 22/04/20)

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