"Que los Estados Unidos representa la “tierra de los libres”, donde
“todos los hombres son iguales”, es un mito. Esta narrativa no solo
elimina o desplaza la historia de las comunidades indígenas, negras,
chinas, mexicanas, e inmigrantes, sino que además coloca a los grupos
blancos, considerados superiores, sobre otras etnias y razas.
En 2020, las grandes manifestaciones contra el racismo han comenzado a remover los símbolos de la supremacía blanca. En el Reino Unido,
los manifestantes lanzaron al río Avon el monumento de Edward Colston
cuya fortuna se atribuye al comercio de esclavos; en Amberes (Bélgica),
la estatua del Rey Leopoldo II fue blanco de ataques; y en Nueva Zelanda, fue removida la figura de John Hamilton, conocido por ser artífice de la guerra contra el pueblo Māori. En 1965, Malcolm X auguraba: “Al final, los oprimidos y los opresores se enfrentarán”.
Así comienza a escribirse una nueva historia
¿Quiénes son los que niegan la historia, el racismo, y la violencia
racial? Negar la historia es ocultar la verdad, pero lo que se ha
callado volverá a conocerse. La violencia racial se sustenta y expresa a
través de un lenguaje racista. Tal como señala el escritor Ralph Ellison,
“la forma de segregación más insidiosa y menos comprendida es la de la
palabra. Porque si la palabra tiene la potencia de revivir y hacernos
libres, también tiene el poder de cegar, encarcelar y destruir”.
La retórica de la supremacía blanca ha existido desde los inicios de
Estados Unidos. Surgió en el mundo Atlántico en el siglo XVI. Ibram X. Kendi
señala que fueron los españoles (siglo XVI) los primeros en llevar la
ideología racial a América del Norte, seguidos, un siglo después, por
los ingleses.
En las trece colonias, tanto las tradiciones religiosas como las
teorías científicas justificaron la esclavitud. Los colonizadores
europeos, explica Ronald Takaki, percibían a los indígenas como bárbaros y salvajes incivilizados, y los asociaban con el demonio.
Americanos blancos superiores
Durante el período de la Ilustración, el nuevo pensamiento científico incorporó las ideas raciales y propulsó el racismo científico.
Filósofos como Benjamin Franklin, Carolus Linnaeus, John Locke y Thomas Jefferson
creían que los americanos blancos eran superiores a las personas
esclavizadas provenientes de África, los negros libres y la población
indígena.
A fines del siglo XVIII, las revoluciones atlánticas cuestionan el
colonialismo europeo y expanden nuevas ideas políticas, pero solo la
revolución haitiana (1791-1804) culmina con el fin de la esclavitud. En
Estados Unidos, la constitución fue escrita por hombres blancos para
hombres, una carta fundamental que excluyó a las mujeres, los negros y
los pueblos originarios.
Bajo la influencia del darwinismo social, personalidades como Samuel Cartwright reforzaron la creencia de que la raza blanca era superior.
A comienzos del siglo XIX, el Nordicismo,
la idea de que los pueblos nórdicos pertenecían a una raza superior, se
expandió. Los textos de Arthur Schopenhauer, filosofo alemán que
atribuía a la raza blanca una supremacía cultural, tuvieron gran
recepción en Estados Unidos.
Los contenidos de los cursos de historia no solo omiten la verdad,
sino que además sostienen una interpretación racista del pasado que
enaltece a los hombres blancos como héroes de la historia.
Si bien la Guerra Civil (1861-1865) terminó con la esclavitud,
surgieron grupos terroristas como el Ku Klux Klan que utilizaban la
violencia extrema para defender la hegemonía de la supremacía blanca y
establecer la segregación racial. Estos grupos aterrorizaban a la
población negra.
Separados pero iguales
En 1896, la Corte Suprema, en el famoso caso Plessy v. Ferguson, declaró que la práctica “separados pero iguales” no contradecía la Constitución.
En los años siguientes, se aprobaron numerosas leyes que segregaron los espacios públicos, también se construyeron monumentos y memoriales. El mito de la causa perdida
influyó sobre la memoria colectiva de los estados del sur y se
convirtió en la base de una nueva interpretación histórica sobre la Confederación y la Guerra Civil.
En Richmond, Virginia, por ejemplo, un grupo de mujeres blancas creó la Confederate Memorial Literary Society, institución que tenía como solo objetivo construir una narrativa positiva sobre la esclavitud y enaltecer la confederación en la memoria colectiva.
De hecho, durante este período, que se inicia a partir de 1896, los neo-Confederados introdujeron la teoría de los derechos de los estados y “enseñaron que la supremacía blanca era la forma correcta de organizar la sociedad”.
Expansión de las ideas raciales en el Caribe y el Pacífico
La conmemoración de la Confederación y la conservación del poder de
los grupos blancos en los estados del sur ocurrió al mismo tiempo que
Estados Unidos expandía su imperio y sus ideas raciales en el Caribe y
en Pacífico.
El mundo académico es cómplice de esta historia, y algunas
disciplinas han contribuido a sostener ideológicas racistas y a
fortalecer “este territorio que niega” la historia.
La antropología cultural surgió de la mano del racismo científico,
mientras que la historiografía, hasta la década de 1970, excluyó la
historia de negros, centroamericanos, mexicanos, y otras personas racializadas.
Durante una reunión de la Sociedad Americana de Archivistas, en 1970,
el historiador Howard Zinn señaló que “por mucho tiempo los archivos
olvidaron a gran parte de la sociedad y privilegiaron a los ricos y
poderosos”.
En los cursos sobre “civilización occidental” no se abarca con
profundidad la historia de la violencia racial o cómo surgió el lenguaje
racista que la sustenta.
Diana Roberts acusa a académicos como Michael Hill, fundador de la
Southern League en 1994, de “convertir la bandera confederada en un
fetiche. Y a los confederados en héroes”.
En 2017, el historiador William Scarborough invocó el “patrimonio histórico” para justificar su apoyo a la bandera confederada en Mississippi. Dinesh D’Souza utiliza un lenguaje cargado de connotaciones racistas y, con frecuencia, ataca a historiadores como Kevin Kruse. Académicos como Steven Pinker buscan relativizar la relación que existe entre racismo y ciencia, mientras Martin J. Medhurst,
experto en retórica, ha recibido duras críticas de parte de importantes
académicos por sus intentos de menoscabar la existencia del racismo
estructural.
En twitter se puede seguir este debate, así como la experiencia de académicas y académicos negros.
Estados Unidos pertenece a los americanos… blancos
A comienzos de junio 2020, Trump defendió el derecho de algunas bases militares
a llevar el nombre de generales de la confederación ya que era su
derecho a conmemorar el pasado; pero esta actitud solo contribuye a
reafirmar que Estados Unidos pertenece a los americanos blancos.
En discursos y editoriales se continúa utilizando la retórica de la
supremacía blanca, lo que refuerza la narrativa del racismo y la
discriminación y la violencia racial en los Estados Unidos. Este
discurso no sólo busca influir en la opinión pública, sino reescribir
una historia que minimiza el impacto y el legado de la discriminación
racial y la violencia racial.
En las redes sociales y foros virtuales, políticos, líderes
mundiales, y académicos han refinado la retórica racial; sus
declaraciones, controvertidas y agresivas, han resonado con amplios
sectores de la población.
Después de las elecciones presidenciales de 2016, resurgió un lenguaje racista que no es siempre explícito, pero que busca llegar a las bases políticas de Trump.
Este discurso apela a sus partidarios que van desde los sectores evangélicos hasta grupos racistas violentos, como los Boogaloo Boys.
El discurso de Trump
Durante su campaña, Trump “se distanció renuentemente” de David Duke,
ex lider del Ku Klux Klan y político de Luisiana. En lugares públicos,
conferencias de prensa, y en Twitter, Trump ataca a musulmanes,
inmigrantes, académicos, religiosos anti-racistas, disidentes y críticos
con su administración.
Este discurso racista y anti-inmigratorio no es nuevo. Estados Unidos prohibió el ingreso de musulmanes en la década de 1790 y las leyes de Extranjería y Sedición definieron la composición racial aceptable de los Estados Unidos.
Los ataques de Trump contra China recuerdan un pasado xenófobo relacionado con la prohibición a la inmigración china en 1882 y la deportación de residentes chinos en 1889.
El acoso se extiende a otras comunidades de inmigrantes. Durante una
reunión sobre inmigración en 2018, Trump declaró que no quería que
llegaran inmigrantes provenientes “de países de mierda”, como Haití, El Salvador, y países de África.
Trump también ha atacado a los inmigrantes mexicanos, un discurso que resuena en su base de seguidores. Al describir a los inmigrantes mexicanos como “animales”, Trump utiliza la misma ideología racial que Shakespeare usó para describir Calibán en La Tempestad, y que siglos más tarde impulsó la violencia de los ingleses hacia las comunidades indígenas.
Trump se ha destacado por convocar a los nacionalistas blancos y
afirmar que Estados Unidos es un país de hombres blancos. Como señaló Roxanne Dunbar-Ortiz, “los nacionalistas blancos no son marginales en el proyecto estadounidense; deben ser entendidos como los descendientes espirituales de los colonos”.
El eslogan Make America Great Again se basa en el deseo de
retroceder en el tiempo. Volver al país anterior a la Ley de Derechos
Civiles de 1964 y la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965.
Para las actuales organizaciones de supremacistas blancos y grupos
racistas, estas leyes simbolizan el fin de una época. Utilizan
conceptos como “genocidio blanco”, “despojo blanco”, y “la gran teoría del reemplazo” para crear miedo y legitimarse.
También utilizan los mitos de “crímenes de negros contra negros” para validar las ideologías raciales y la idea del Renacimiento estadounidense,
que es impulsada por una organización seudo-académica que difunde el
mito de la criminalidad negra, el racismo científico y la eugenesia.
Trump recurre con frecuencia a la frase “ley y orden”. Su forma de
criticar a la izquierda, condenar a la prensa, y describir lo Antifa
son un fiel reflejo de su visión racista de la historia. Al describir a
la prensa como enemiga del pueblo y reprimir a los manifestantes que
protestaban en los alrededores de la Casa Blanca, Trump nos recuerda la
censura y las tácticas represivas utilizadas por Augusto Pinochet y el presidente brasileño Jair Bolsonaro.
Racismo presidencial
Trump no es el primer político en utilizar un lenguaje racista. Los gobernadores George Wallace (Alabama), Orval Faubus (Alabama) y Ross Barnett (Mississippi) fueron famosos por sus tácticas de amedrentamiento y acoso.
Ronald Reagan criticó la cultura que existía en la Universidad de California en Berkeley. Al igual que Wallace, Reagan jugó con las ansiedades y los temores, y usó un lenguaje racista para describir a los delegados de la ONU de Tanzania: para él eran “monos”.
Cuando Richard Nixon
anunció en 1971 una “guerra contra las drogas”, esta se dirigió contra
los “hippies” y los negros. En 1981, el estratega republicano Lee Atwater
reveló durante una entrevista la estrategia de utilizar un lenguaje
específico para atraer a los racistas, una estrategia que había
comenzado en 1940 cuando los demócratas dejaron de apoyar la legislación
racista.
George Bush padre
utilizó la historia de Willie Horton para cuestionar la entrega de
permisos de salida a presos. El comportamiento de Trump tampoco es
nuevo. Fue acusado de prácticas discriminatorias en la vivienda en 1973 y publicó un anuncio de página completa en apoyo de la pena de muerte tras el arresto de los Central Park Five, un grupo de adolescentes afroamericanos y latinos acusados de golpear y violar a una mujer blanca.
Hoy somos testigos de un importante realineamiento del mundo. En una
entrevista reciente con la televisión británica, Angela Davis afirmó que
en este momento de la historia somos testigos de un “cuestionamiento
global del racismo”. Prestemos atención."
(La versión original de este artículo fue publicada por el Centro de Investigación Periodística (CIPER) de Chile. Dawn A. Dennis, Historiadora. Experta en raza y etnicidad, The Conversation)
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