"Tanto en la Proposición de Ley sobre la protección jurídica de
las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad
sexual y expresión de género, presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea el 2 de marzo de 2018, como en el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, y también en la Ley de Protección a la Infancia,
presentada el 9 de junio del 2020 en el Consejo de Ministros, aparece
el concepto “identidad de género” y queda reconocido el derecho a la
misma. Tomaré, en primer lugar, la definición que aparece en la
Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans
citada justo al comienzo de este texto:
“«Identidad de género»: Aquella vivencia interna y personal del
género tal y como cada persona la siente y determina, que puede o no
corresponder con el sexo asignado al nacer, e incluye el sentido y
vivencia personal del cuerpo a través o no de modificaciones en la
apariencia o funciones corporales, a través de prácticas farmacológicas o
quirúrgicas, siempre desde la autodeterminación personal.”
Para saber si debe existir un derecho a la identidad de género,
primero deberíamos preguntarnos qué es el género. Una vez definido,
podremos dilucidar si identificarse con él debe ser o no un derecho del
individuo.
La teoría feminista lo ha conceptualizado como el conjunto de
normas, estereotipos, prohibiciones y prescripciones que el patriarcado,
en tanto que sistema de dominación que impone una radical jerarquía
sexual que subyuga a las mujeres en tanto que hembras de la especie
humana, dicta para cada sexo. El género es, pues, la
manifestación evidente de la opresión patriarcal. El género es
herramienta para reproducir los valores patriarcales. El género es la
expresión de la dominación que sufrimos las mujeres por el hecho de ser
mujeres viviendo bajo el yugo del patriarcado que es un sistema
universal.
Por eso, en su día se consideró conveniente llamar a
la violencia patriarcal violencia de género, ya que en dicho concepto,
al menos tal y como se definía entonces, se apuntaba a la causa que
hacía a las mujeres receptoras de una violencia específica contra ellas
sólo por pertenecer al sexo femenino, esto es, por el hecho mismo de ser
mujeres.
En buena lógica, el feminismo pide la abolición de los géneros.
El feminismo impugna la existencia de los géneros y exige su inmediata y
completa erradicación. El feminismo lucha por una sociedad sin género
y, en consecuencia, en contra de que el género pueda producir y
establecer identidades. Esto es, el feminismo reclama una sociedad en la
que ninguna virtud o capacidad humana sea monopolio de un único sexo y
en la que ningún defecto ni deficiencia sea adjudicada a las mujeres
sólo por el hecho de serlo.
El feminismo vindica que todas las virtudes:
la bondad, la inteligencia, la justicia, la solidaridad, la diligencia,
la sensibilidad, la fortaleza, la valentía, la determinación, la
delicadeza y las demás imaginables están igualmente disponibles y al
alcance para ambos sexos; del mismo modo, subraya que los defectos no
pueden ser explicados porque el individuo que los posea sea una mujer
tal y como se ha hecho y se hace bajo el patriarcado. El feminismo, por
tanto, desactiva el género e impide que cualquier individuo, hombre o
mujer, pueda o tenga que identificarse con él.
Por eso mismo, reivindicar el reconocimiento de la identidad
de género supone propugnar la plena vigencia y la continuidad del
sistema patriarcal. Cuando se defiende la legitimidad de la
identidad de género se reivindica la permanencia del sexismo aun cuando
se haga desde una postura aparentemente crítica con el binarismo y se
propugne la existencia de identidades intermedias entre los dos polos
opuestos, género masculino y género femenino.
En palabras llanas: Si yo, Ana, de sexo femenino, esto es, mujer, es
decir, hembra de la especie humana, digo que soy cisgénero o, lo que es
lo mismo, que mi sexo se corresponde con la identidad de género
femenina estoy diciendo que me siento perfectamente cómoda con todas las
subordinaciones, explotaciones, prejuicios, violencias, estereotipos,
roles, etc. que el patriarcado, a través del género como exponente de
todos esos elementos de opresión, tiene reservadas para mí y para el
resto de mujeres por el hecho mismo de haber nacido mujer. Sin embargo,
ninguna mujer es “cisgénero”, porque, como brillantemente sentenció
Ángeles Álvarez y por eso lo cito de nuevo “lo contrario a una mujer
cisgénero es una mujer feminista”, y porque ninguna mujer puede ni debe
identificarse con sus cadenas; ninguna mujer puede ni debe identificarse
con el exponente de sus miserias.
Si, por el contrario, de nuevo yo, Ana, de sexo femenino, sostengo
que, de acuerdo a una vivencia interna, subjetiva e incomunicable
(adjetivos con los que se define la esencia de la identidad de género),
percibo que no me identifico con el género que se me ha impuesto al
nacer, sino con una identidad de género masculina, estaría afirmando que
no me siento cómoda con el género femenino al que me han prescrito
pertenecer y que, por el contrario, me gustaría pertenecer al género
masculino, esto es: desearía poder formar parte activa del grupo opresor
y ser miembro de pleno derecho del mismo, para gozar de los privilegios
que el patriarcado otorga a los hombres como grupo.
Si, no conforme con ninguna de las dos opciones, afirmo que no me
identifico con ninguno de los dos géneros de forma permanente sino que
mi identidad es mutable y transita de uno a otro, lo que afirmo es que
en ocasiones me gustaría asumir los privilegios, los roles, la conducta y
la estética que el patriarcado dispone para los hombres y que, en otras
ocasiones, preferiría asumir las restricciones, subordinaciones,
estética y roles que el patriarcado prevé para las mujeres. Esto
segundo, a todas luces, es tan indeseable como las dos opciones
anteriores. Porque ni conculca la injusticia ni niega que haya
prescripciones y prohibiciones específicas para cada sexo.
Y si, por último declaro que no me siento de ningún género y reclamo
que se me reconozca individual y subjetivamente como persona agénero,
realizo, como en las otras tres opciones, un ejercicio lingüístico
perfectamente inútil porque el género no es un
sentimiento individual y, por tanto, no está sujeto a libre
determinación o asunción por parte de cada individuo sino que es una
estructura de poder que se impone a todos los individuos de la especie
humana dividiéndolos en opresores y oprimidas aun cuando individualmente
pugnen por abandonar las prescripciones, subordinaciones o privilegios
que el patriarcado les haya adjudicado. El modo de acabar con
el género no depende de una declaración subjetiva sino de una
transformación política radical y colectiva.
Depende de dicha transformación y lucha colectiva porque el género es
una estructura de poder; porque el género es un sistema de dominación. Y
ningún ser humano que quiera ser justo consigo mismo y con el
resto de la humanidad puede querer identificarse con el género opresor o
con el género oprimido, ni la sociedad puede permitirse tal pervivencia
si quiere considerarse justa, libre, solidaria e igualitaria.
El sexo en sí mismo es un dato biológico, un hecho, una realidad
material. Ni buena ni mala. Lo que se enjuicia críticamente es la
desigualdad política que se crea a partir del dato biológico.
Por eso mismo, no es menos patriarcal defender o desear la
proliferación de identidades intermedias (los llamados géneros fluidos,
también reconocidos en los textos legales que previsiblemente, y si el
feminismo no lo impide, se aprobarán en un futuro cercano) que
reivindica la teoría queer. De hecho, dicha proliferación, al darse como
fruto de la combinación de elementos de los dos extremos tradicionales,
es tan patriarcal como los extremos mismos.
Así, estas identidades
supuestamente transgresoras intermedias, recogidas en la Proposición de
Ley de Podemos bajo el nombre de queer o género fluido, son tan
patriarcales como la “feminidad” o la “masculinidad” más puras y
clásicas, pues se sitúan en puntos intermedios que, por serlo, también
están definidos en función de los extremos ideados por el patriarcado.
Por ello, eliminar el patriarcado no pasa por hacer que proliferen
distintos modelos que se miren en el género masculino, en el femenino o
en una mezcla indefinida de ambos, sino neutralizar los géneros completa
y radicalmente.
El género como identidad no es vindicable, ni deseable, ni
justa, ni digna de gozar de reconocimiento ético y político, ni tampoco
de ser reconocida y estabilizada por las leyes tal y como desea el
patriarcado.
La identidad de género implica asumir que hay unos estereotipos,
modas, actitudes, comportamientos, habilidades, virtudes, prohibiciones y
exigencias prescritos para cada sexo y otro tanto prohibido. Implica
asumir que hay y debe haber juegos, ropa, actitudes, comportamientos,
trabajos, estudios, habilidades, etc. dispuestos para un sexo y
prohibidos para el otro, tal y como han defendido las cabezas más
sexistas de nuestra Historia. De hecho, esto es, precisamente, lo que se
quiere exigir por ley.
En la citada Proposición de Ley sobre la
protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre
determinación de la identidad sexual y expresión de género (y, por
extensión de todas las que reivindiquen la identidad de género), que, si
no lo impedimos antes, será el espejo en el que se miren las leyes
previstas actualmente ya citadas al comienzo, se afirma, en su artículo
25, apartado F que las administraciones educativas deben ocuparse de “la
detección en alguna persona integrante del alumnado de conductas que
manifiesten una identidad sexual [en esta ley se utiliza como sinónimo
de identidad de género] no coincidente con el sexo asignado al nacer.”
Es decir, una niña jugando al fútbol en el patio del colegio o un
niño recolectando alimentos para jugar a cocinar no serían ya, si se
asumen los postulados que admiten la existencia esencialista de la
identidad de género, menores jugando libremente sin imposiciones de
género, sino posibles “menores trans” y potenciales individuos a los que
reajustar: o su sexo a su comportamiento mediante el tratamiento
clínico correspondiente o su comportamiento su sexo mediante férreas
coacciones de su libertad o negándoles su legítima pertenencia a su
propio sexo. ¿Puede haber algo más absolutamente sexista, conservador y
retrógrado?
En síntesis, lo que reivindico es la igualdad entre hombres y
mujeres en cuanto que sexos de la especie humana que poseen una plena
igualdad de capacidades, habilidades y disposiciones. La misma
capacidad de bondad, de inteligencia, de sensibilidad, de resolución, de
desenvolvimiento racional, el mismo sentido de la justicia, del deber,
de la libertad; igualmente capaces de lo mejor.
Reivindico, en fin, la
total impugnación de estereotipos y prescripciones sexistas, sean
introducidas, por ejemplo, por Kant al considerar a las mujeres el
“bello sexo” y, por tanto, el simple adorno estético de la humanidad. o
sean introducidas por formaciones pseudoprogresistas que, abdicando en
apariencia de la terminología conservadora del sexismo, practican, no
obstante, la más absoluta fidelidad al sistema patriarcal, convirtiendo
en identidad legítima y conservable legalmente la opresión y la
subordinación de las mujeres contra la que el feminismo lleva batallando
más de tres siglos. Recuerdo, para finalizar, que sustentar la “identidad
de género” en nada beneficia al colectivo transexual. Al contrario,
esencializa y refuerza el sistema de opresión patriarcal del que también
son víctimas directas.
Reivindico un mundo donde se impugne el género y la identidad de género.
Porque eso implicaría, ni más ni menos, el derrocamiento del
patriarcado y, con ello, la plena igualdad entre los sexos, condición sine qua non para posibilitar la plena libertad individual y colectiva. Quien se aferra a la identidad de género, se aferra al patriarcado. Impugnarla es condición necesaria para una sociedad feminista: igualitaria y libre." (Ana Pollán, elComún.es, 15/06/20)
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