"Desde tiempos remotos la gestión del agua ha constituido un serio
problema en España. Tenemos unas precipitaciones inferiores a la media
de los países de nuestro entorno y nuestros recursos hídricos están
irregularmente repartidos en el tiempo y en el espacio, con sequías
recurrentes.
Gracias a la política de construcción de obras hidráulicas
del siglo pasado se ha incrementado la disponibilidad de agua hasta
niveles similares, de media, a los de los países de nuestro entorno. Con
todo, cada vez que se reducen significativamente las precipitaciones,
incluso en un año, como ha ocurrido los últimos meses, se generan
problemas cada vez más graves de suministro, con impactos serios sobre
la agricultura y la ganadería y conflictos sectoriales, territoriales y
ambientales.
El cambio climático intensifica y adelanta la naturaleza y la
gravedad del problema; es sabido que la Península Ibérica es una de las
regiones más afectadas del planeta, en particular en su régimen
pluviométrico. Se proyectan para los próximos años disminuciones
significativas de las precipitaciones, y una mayor frecuencia e
intensidad de las sequías. Lo que estamos sufriendo este año, con
lluvias inferiores a la media, es solo una pequeña muestra de lo que nos
espera.
Estas proyecciones nos dicen que periodos de cuatro o cinco
años como el actual serán más probables en el futuro y tendrán impactos
muy duros para nuestro país. El sistema de regulación del agua en España
se convertirá, si no le ponemos remedio antes, en un sistema muy
vulnerable.
Las políticas tradicionales de incremento de la oferta de agua,
basadas en la construcción de presas e incluso de trasvases, han sido
hasta ahora claves para el desarrollo económico y social de nuestro
país, pero hay serias dudas de que lo sigan siendo en el futuro. Por
tres razones básicas: porque en el caso de España, los ríos ya están muy
regulados; por el impacto ambiental de las obras, y por el rechazo
social y las tensiones territoriales que generan.
Es probable que, en
ciertos casos, sea necesario construir nuevas presas para hacer frente a
problemas muy específicos, pero es evidente que hay que buscar
soluciones alternativas más sostenibles desde el punto de vista
económico, social y sobre todo ambiental. A continuación planteo tres
medidas que considero que podrían resolver una parte importante del
problema.
Cualquier solución al problema del agua tiene un foco inevitable en
la mejora de la eficiencia y el ahorro en todos los ámbitos. Y el sector
clave es la agricultura: representa cerca del 85% del uso del agua en
nuestro país y tiene un muy significativo potencial de ahorro. En España
existen dos grandes tipos de regadíos: los centrados en cultivos
intensivos (hortofrutícolas) con un sistemas de riego localizado; son
muy eficientes: aunque solo usan un 30% del agua del sector, generan
casi el 70% de su valor añadido. Y los de cultivos semi-intensivos
(algodón, remolacha) y extensivos (cereales, arroz, maíz..), en los que
predominan los sistemas de riego por gravedad (muy ineficientes) o
aspersión, que utilizan el 70% del agua pero que solo generan el 30% del
valor añadido.
De acuerdo con varios estudios, el potencial de ahorro de agua en
estos últimos es muy relevante: demuestran que se podrían liberar
recursos hídricos de gran valor social. Para ello deberían tomarse
medidas tales como la aplicación de políticas tarifarias que incentiven
un uso eficiente del agua e introduzcan racionalidad al sistema
(estableciendo pagos por el agua en función de su consumo en vez de la
superficie regada), planes de apoyo a la introducción de sistemas de
riego y gestión del agua más eficientes, o incluso políticas de
incentivos de abandono de los regadíos menos rentables desde el punto de
vista económico y social, acompañados por planes de desarrollo rural
que mantengan la sostenibilidad del territorio.
La segunda medida que propongo es la reutilización de aguas residuales
urbanas tratadas para usos que no requieren una calidad elevada como son
la agricultura, la industria, la jardinería, los riegos de campos de
golf e incluso para usos ambientales. En España se reutiliza solo un 15%
de las aguas residuales mientras que en países o regiones con parecidos
problemas del agua, como Israel o California, este porcentaje es el
70%. Se ha calculado que en España existe un potencial de reutilización
del 50% de las aguas residuales, por lo que teniendo en cuenta que el
uso urbano representa en 10% del total, esta medida podría generar
ahorros relevantes.
La tercera medida es la desalación, en particular para zonas urbanas
costeras que pueden experimentar un incremento de la demanda de agua, y
que se encuentran en una especial situación de vulnerabilidad ante
escenarios de reducción de precipitaciones y sequías prolongadas.
En estas circunstancias, cuando no hay alternativas tradicionales, la
desalación se presenta como una de las pocas opciones de suministro
seguro a un precio cada vez menor. El problema tradicional de esta
opción ha sido el energético dado que el proceso implica un elevado
consumo de electricidad. En el pasado, con un sistema eléctrico basado
en combustibles fósiles, esto suponía un problema ambiental, de coste y
de incremento de la dependencia energética. Sin embargo, en los últimos
años, la revolución de las tecnologías renovables, y su reducción de
costes, modifica, para mejor, el escenario. En el futuro inmediato, un
sistema eléctrico fundamentalmente renovable, supondrá una reducción del
coste de la desalación y la solución de su principal impacto ambiental.
Además, la demanda eléctrica de la desalación encaja de forma
“natural” en el nuevo escenario de generación básicamente renovable de
producción intermitente. Permite aprovechar una energía eléctrica
abundante durante muchas horas del año con elevada producción eólica o
fotovoltaica y baja demanda a un coste muy bajo (en ocasiones cercanos a
cero), y parar la desalación cuando la aportación renovable sea menor y
el coste mayor. De alguna forma, el proceso de desalación puede
contribuir a compensar la variabilidad de las energías renovables
almacenando agua desalada, aportando así flexibilidad a la demanda de
energía eléctrica. La desalación con renovables es un binomio atractivo
en un país con poca agua y elevado potencial solar y eólico.
Todos los modelos de proyección nos anuncian que el cambio climático
va a incrementar el estrés hídrico de nuestro país. Tenemos un sistema
de regulación del agua avanzado que sin embargo no está para preparado
para estos nuevos escenarios. No hay que ser alarmistas, hay que ser
previsores. Aún estamos a tiempo para adaptarnos. Hay políticas viables
para lograr un uso más sostenible del agua que evite que se convierta en
un problema de primer orden para nuestra sociedad. Hay que actuar
cuanto antes, porque las medidas planteadas solo darán resultados a
medio plazo. Y porque cuanto más tarde actuemos, más complejo será el
problema y mayor el coste de las medidas para todos. Este es el momento
de la acción, del pacto, del acuerdo, cuando aún podemos observar con
racionalidad y equilibrio el problema de los años de sequía que nos
esperan. No nos acordemos de Santa Bárbara cuando truene."
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