"Cuando
la economía está en crisis, ¿a quién le pedimos ayuda? A las empresas
no, pero sí a los gobiernos. Pero cuando la economía florece ignoramos a
los gobiernos y dejamos que las empresas acaparen los beneficios.
Esta
fue la historia de la crisis financiera de 2008. Un historia similar se
está desplegando hoy. Los gobiernos han gastado billones en paquetes de
estímulo económico sin crear estructuras –como un dividendo ciudadano,
que incentivaría el gasto público– que tornen los remedios
cortoplacistas en medios para una economía inclusiva y sostenible.
Esto
lleva al corazón de lo que aumenta la desigualdad: socializamos los
riesgos pero privatizamos los beneficios. Según esta opinión, solo las
empresas crean valor; los gobiernos meramente facilitan el proceso y
arreglan “fallos del mercado”.
La crisis del coronavirus
ofrece una oportunidad para cambiar esta dinámica y requiere un acuerdo
mejor. Pero para conseguirlo debemos redefinir el concepto mismo de
valor. Hasta ahora, hemos confundido precio con valor, y esa confusión ha dado alas a la desigualdad y ha distorsionado el papel del sector público.
Nuestra
comprensión del valor proviene de economistas y responsables de
política pública que lo ven meramente como una cuestión de intercambio:
esencialmente, solo algo que posee un precio es valioso. Esta
perspectiva sobrevalora los bienes y servicios etiquetados con un
precio, los cuales conforman a su vez el producto interior bruto, el
propulsor de la política pública. Esto tiene efectos perversos. Una mina
de carbón que disemina carbono en la atmósfera aumenta el PIB, y de
este modo es valorada. (La contaminación que causa no se tiene en
cuenta). Pero el cuidado de los hijos por parte de sus padres en casa no
va etiquetado con un precio y por eso no es valorado.
Esto
también funciona a nivel individual. La gente que gana mucho dinero
parece ser muy “productiva”. En 2009 Lloyd Blankfein, el director
ejecutivo de Goldman Sachs, afirmaba que los trabajadores del banco se encontraban
“entre los más productivos del mundo”. Lo dijo tan solo un año después
de la crisis financiera de 2007-2008 –un año después de que la empresa
hubiera recibido un rescate de 10 mil millones de dólares del gobierno
(posteriormente devueltos)–.
Claramente, el valor no se
mide mejor por el precio o el pago. Es más, los gobiernos crean valor
cada día, del cual se benefician los ciudadanos y las empresas. Se
benefician de estructuras "básicas" como carreteras, educación y otros
bienes y servicios esenciales, pero también de las tecnologías que dan
forma a nuestra economía.
La financiación pública de la investigación y el desarrollo nos ayudó trayendo innovaciones como
la tecnología GPS que impulsa a Uber y el internet que hace posible
Google. Lo mismo es cierto para muchos medicamentos de gran éxito, que
recibieron fondos de alto riesgo del gobierno
para la investigación temprana, y para las fuentes de energía renovable
como la solar y la eólica, que también fueron financiadas por los
contribuyentes en su desarrollo. De hecho, este también fue el caso del fracking.
Por
ello, algo como un dividendo ciudadano –en el que los ciudadanos poseen
participaciones iguales en un fondo vinculado a la riqueza nacional–
transformaría la historia de la intervención gubernamental y crearía una
economía más equitativa. Dando a la población una participación directa
en el valor que produce un país, ayudaría a establecer un mejor
sistema: las inversiones públicas para las empresas y la investigación
también producirían recompensas para los ciudadanos. Eso ayudaría a
reducir la desigualdad y a socializar tanto los riesgos como los
beneficios.
Desde 1982, por ejemplo, Alaska ha estado pagando un dividendo ciudadano
a través de su Fondo Permanente basado en el petróleo. El estado está
entre los más igualitarios del país. Y en California, el gobernador
Gavin Newsom ha pedido que se pague un "dividendo de datos" a los
ciudadanos del estado por el uso de su información personal, lo cual es
apropiado para un estado que alberga a multimillonarios de la tecnología
que no podrían haber ganado su dinero sin inversiones públicas.
Un
dividendo ciudadano (a veces llamado fondo de riqueza pública) es una
forma de reequilibrar nuestra economía. Las participaciones mediante
acciones es otra. Cuando el gobierno rescata empresas privadas o les
presta fondos públicos, debe estructurar esos acuerdos de manera que los
intereses públicos estén protegidos y las ganancias sean proporcionales
a los riesgos. Los ciudadanos podrían entonces adquirir participaciones
en empresas que reciben apoyo gubernamental de alto riesgo, como las que reciben rescates como parte de la recuperación del coronavirus.
No
es un concepto nuevo. Durante la gran depresión, el gobierno de EE.UU.
tenía acciones en empresas a través de la Corporación Financiera de
Reconstrucción, una agencia gubernamental casi independiente que ayudó a
financiar el New Deal.
¿Esto es socialismo? No, es
simplemente admitir que el Estado, un inversor en primera instancia,
puede beneficiarse pensando más como un capitalista de riesgo en torno a
objetivos sociales, como por ejemplo una transición verde. En lugar de
culpar al gobierno por las malas inversiones, la verdadera cuestión es
cómo asegurarse de que el país se beneficie de las buenas.
Por
ejemplo, durante la administración Obama, el Departamento de Energía
hizo varias inversiones en compañías verdes, incluyendo 500 millones de
dólares en préstamos garantizados a la compañía solar Solyndra y 465
millones de dólares a Tesla. Cuando Solyndra quebró, los contribuyentes
la rescataron. Pero cuando Tesla creció, los contribuyentes no
participaron de los beneficios.
Peor aún, el Estado
estructuró el préstamo de Tesla de modo que tenía la opción de obtener
tres millones de acciones en la empresa si Tesla no pagaba el préstamo.
Si hubiera hecho lo contrario (pedir a Tesla que pagara tres millones de
acciones cuando sí devolviera el préstamo) el gobierno habría cubierto la pérdida de Solyndra y tendría más fondos para futuras inversiones.
Esto ha sucedido en otros lugares. En Dinamarca, el gobierno ofreció a las empresas generosas compensaciones salariales con la condición de que no pudieran hacer despidos por razones económicas; también se negó a rescatar a las empresas en paraísos fiscales
y prohibió el uso de fondos para dividendos y la recompra de acciones.
En Francia, los rescates a las aerolíneas estaban supeditados a que
estas alcanzaran ambiciosos objetivos en materia de emisiones.
Finalmente, el precio debe ponerse al servicio del valor, no al revés. La carrera por una vacuna contra el coronavirus ofrece una buena oportunidad. Para empezar, el precio que los ciudadanos pagan por los productos farmacéuticos no refleja la enorme contribución pública –en 2019, más de 40 mil millones de dólares– a la investigación médica. Gilead está cobrando desde esta semana 3.120 dólares por cada tratamiento para su medicamento contra el Covid-19, remdesivir, que fue desarrollado con una subvención de alrededor de 70 millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses.
El
precio de las vacunas contra el Covid-19 debe tener en cuenta las
asociaciones público-privadas en las que se basa la investigación
financiada con fondos públicos y asegurar que las patentes en torno a
las vacunas se compartan en un fondo común de modo que la vacuna esté
disponible universalmente y sea gratuita.
Para
socializar los riesgos y los beneficios de verdad y que tenga un
impacto sobre la desigualdad, necesitamos comenzar por preguntas
sencillas: ¿qué es el valor y cómo se crea? ¿Cómo podemos socializar
tanto los riesgos como los beneficios?
Es fundamental
reconocer que no solo las empresas generan valor. También los
trabajadores y las instituciones públicas en todos sus niveles lo hacen.
Una vez hagamos esto será más sencillo asegurar que los esfuerzos de
todo el mundo son remunerados adecuadamente y que los beneficios del
crecimiento económico se distribuyen más equitativamente."
(Mariana Mazzucato es profesora de economía de la innovación y valor público, y
directora del University College London Institute for Innovation and
Public Purpose. Sin Permiso, 04/07/20)
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