4/8/20

Una manera distinta y democrática de pensar el trabajo

"(...) El pensamiento social ha tenido que inventar nuevos conceptos para encajar los cambios en la realidad capitalista de las relaciones sociales actuales: Capital Intelectual[v], cuya composición es “El Capital humano[vi]  de sus miembros, más los procedimientos y tecnologías de coordinación de esas habilidades humanas”.

 Es decir, know-how e ingeniería, más el conocimiento acumulado por el conjunto de la sociedad, y transmitido en sus sistemas de educación. Intangibles que posibilitan la cooperación entre las personas que trabajan en una empresa, y coordinación entre las empresas que combinan sus capacidades de hacer, con las de otros colectivos que conectan con las necesidades del gran público, explícitas o aún no expresadas e incluso por inventar. Todo un conjunto complejo de fines y construcción tecnológica, cuyos propósitos acaban depositados en personas que persiguen una ganancia financiera a corto plazo.

Los que crean y hacen posible que las cosas ocurran, no deciden el futuro del conjunto, y los que lo deciden no necesitan saber cómo se hace.  Esa es la realidad del trabajo sometido al capitalismo financiero; un sistema que ha utilizado las capacidades liberadas por la globalización para blindarse contra la mayoría, es decir contra la democracia. Por lo tanto, un objetivo vital para los trabajadores es conseguir que la democracia entre en los sistemas organizativos donde desempeñan su capital más importante, las habilidades para hacer cosas socialmente útiles, sus empleos.

Existen experiencias previas, incluso en nuestro país, de democracia empresarial. Por no remontarnos y quedarnos en la historia reciente, las cooperativas de producción, de servicios e industriales, como los grupos vascos y las diferentes experiencias de cooperativas y sociedades laborales que salvaron miles de empleos durante los años ochenta y noventa del siglo XX. 

Ellas demostraron que la gestión delegada en técnicos cualificados o en gestores intuitivos y con capacidad de aprendizaje, realizada por los trabajadores socios y evaluada por órganos de su representación, redundaba en un aprendizaje común de una de las principales aportaciones culturales del mundo moderno: la empresa mercantil, en lo que tiene de organización y cooperación del trabajo para conseguir hacer cosas, buscar a sus destinatarios y hacérselas llegar.

Como toda experiencia humana, el cooperativismo ha tenido éxitos, equivocaciones y fracasos, y alguna consecuencia dramática de pérdidas de empleo y ahorros; incluida la penetración de la ideología neoliberal en forma de operaciones financieras. Pero, en general, dado que la mayoría de experiencias tuvieron lugar en sectores y actividades muy maduras, las empresas del sector social demostraron una resiliencia ante las crisis industrial y de empleo de los últimos cuarenta años, superior a sus competidoras. 

Estas sociedades han conocido en los más de treinta años de experiencia, un proceso de mejora de sus órganos de administración y dirección ejecutiva. Dirigidas por sus órganos representativos, sus socios trabajadores más voluntariosos y emprendedores se formaban en la práctica de gestión, rotaban en los consejos, y el ejercicio de la función seleccionaba entre ellos a los más aptos y sensibles a la problemática común.

Esas experiencias nos enseñan que las clases trabajadoras de nuestro país han alcanzado un nivel organizativo que les permitiría acceder sin necesidad de transiciones traumáticas o violentas, a los niveles de democracia industrial alcanzados por sus colegas alemanes y nórdicos tras las guerras del siglo XX, es decir a la cogestión: el derecho a participar en igualdad de voto en los Consejos de Administración de las empresas, tener voz en la formación de sus estrategias y en la selección de sus principales directivos; conocer y opinar sobre los resultados y cuentas trimestrales, en el caso de grandes empresas,  y anuales, en todas ellas. 

Pedir explicaciones y conocer de primera mano las decisiones trascendentes de sus directivos, participar en la negociación de sus remuneraciones y exponer sus criterios sobre los límites a la desigualdad en las remuneraciones dentro de las empresas.

 Por las mismas razones, no tiene sentido que la gestión de las empresas y servicios públicos sea solo motivo de negociación entre partidos políticos; como si fueran el producto de actividades mecánicas servidas por autómatas. Muchos de los problemas asociados a la corrupción de la democracia provienen de la mezcla entre servicio o empresa pública, y clientelismo político o financiación de los partidos.

 La democracia no es solo delegación deliberativa, también es participación; en la gestión de servicios y empresas públicas están interesados los usuarios, los trabajadores y la sociedad en su conjunto. 

Su administración debería incluir el abanico completo del interés público, mediante la autogestión, reflejada en los organismos de dirección ejecutiva, en cooperación con el control político y de los usuarios, implementado en la composición del Consejo de administración de las empresas de accionariado público."              (José Candela, Economistas frente a la crisis, 04/06/20)

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