"(...) Haití es también un lugar con mucho que ofrecer, un país donde a pesar de estar en la ruta de los ciclones, sobre fallas sísmicas y con problemas estructurales inmensos, “en la vida real nada ha impedido a la gente bailar, reír y construir una vida muy confortable”. (...)
Los pueblos no son problemas que busquen solución. Hay una riqueza a pesar de todo. Hay un mundo vibrante. Conozco a montón de lectores y personas en todo el mundo que habrían querido vivir en un espacio tan vibrante como el que narro en mi libro. Por supuesto nadie quiere una dictadura, pero describo una noche, mi última noche, en la que no nos aburrimos.
El joven protagonista debe huir y lamenta la situación, claro que sí, pero también piensa en el jazz, está enamorado, va al teatro a ver Antígona traducido al creole. Evidentemente no pasa la noche esnifando cocaína en plan baudelairiano en los baños de las discotecas como los jóvenes de su edad en Norteamérica y Europa. Está atrapado en un asunto candente, convulsivo. Y eso es también Haití.
(...) Me he pasado toda la vida viendo que se trata mal a los haitianos de forma individual y colectiva. En Haití y en el exterior. Por eso me impresionan esas personas que, a pesar de todo, logran tener una vida rica en emoción, en sentimientos. Una vida intelectualmente rica. Esa gran elegancia de las relaciones humanas en Haití, pese a la violencia endémica y las catástrofes.
(...) los que asistimos a la gran epopeya haitiana sabemos que lo lograrán superar. En dos semanas nadie hablará de estas imágenes de Texas, como nadie habla ya del terremoto, del asesinato del presidente o lo que sea. Todo lo que queda es el espectáculo en televisión, y el espectáculo siempre es fugaz. Pero los haitianos quieren energía, no lágrimas. Ofrezcan energía, si es posible. Porque cuando el problema se olvide, ellos siempre estarán ahí, enfrentados a él. (...)" (Berna G. Harbour, El País, 27/09/21)
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