27/12/21

Democracia Económica y estrategia sindical: condiciones para la empresa como «bien común»

 "El autor argumenta sobre la necesidad de enriquecer las estrategias del mundo del trabajo incluyendo la idea de empresa participativa como núcleo de la democracia económica. Asume que se trata de un objetivo válido en todo momento: en situaciones ofensivas (cuando se tiene fuerza) y defensivas (cuando no se tiene) porque es la única que puede aunar los esfuerzos de grupos laborales de perfil variado en torno a una nueva concepción del bien común y una nueva idea de sociedad. Para ello, defiende recuperar las ideas motoras del cambio social. 

Cualquiera que haya trabajado en una empresa habrá escuchado decir a altos mandos, y también a sus jefes y directivos, que “todos estamos en el mismo barco”, que a todos nos interesa que la empresa vaya bien, porque “la empresa somos todos”. Con ello se diluye la existencia de la disputa sobre el reparto del excedente y la existencia de partes confrontadas: se diluye quién decide, quién saca tajada de esas decisiones y a donde nos conducen a medio y largo plazo.

La bandera del “bien común” empresarial es una bandera que despliega la gerencia mientras buena parte de los trabajadores y los sindicatos que los representan parecieran sentirse cómodos solo defendiendo “lo suyo”, es decir,  la defensa de “intereses de parte” (condiciones laborales, salarios, empleo) pero nunca cuestionando o interesándose por los rasgos del proyecto empresarial ni por la “dirección del barco”.  Como señalaba Marx, la realidad capitalista les aliena del producto de su trabajo.

Esa percepción está tan extendida que es usada también en empresas públicas, es decir, en aquellas en las que la empresa es, por definición, un instrumento del interés general en el que los trabajadores no son una parte más, sino una de las principales partes interesadas en vigilar que el producto de su trabajo se materialice en la dirección deseada.  

No todos los trabajadores se posicionan, sin embargo, del mismo modo. Parte de ellos, en particular los grupos más cualificados que ocupan posiciones intermedias, suele ser más sensibles y mostrar más interés por la coherencia de las decisiones y la dirección estratégica, el “adonde vamos”, pero nunca como un todo, sino a nivel individual. De modo que la idea de la empresa como “bien común” no pasa de ser un subterfugio que justifica y oscurece, por un lado, la apropiación del excedente por parte de los accionistas, y, por otro, el monopolio del poder de decisión de la gerencia y las ventajas particulares que obtienen de ejercerlo.

Un futuro alternativo

Imaginemos ahora el futuro. ¿Cuáles son los rasgos que atribuiríamos a la empresa del futuro en un entorno postcapitalista? ¿Cómo imaginamos la producción de riqueza y cómo su interrelación con el tiempo de ocio y el buen vivir? ¿Cómo imaginamos su propiedad y cuales sus mecanismos de control, quiénes sus dirigentes y cómo la forma de elegirlos, cómo se tomarían las decisiones diarias y cómo las estratégicas?

Puede que sea una utopía lejana pero merece la pena esa ensoñación pues no hay cambio social sin una propuesta alternativa de bien común. Hace demasiadas décadas que la sociedad no tiene un referente por el que luchar.

Siguiendo con la utopía abría que vislumbrar cuales serian los rasgos de una transición de ese tipo. Parece difícil asumir que  se produciría “de una vez” como efecto de una revolución mundial, más bien como ocurre en procesos complejos, con idas y vueltas por territorios, en el que las diferentes concepciones de empresa y de sociedad, lo viejo y lo nuevo, coinciden y disputan su hegemonía durante un largo periodo de tiempo. Así fue el transito entre el feudalismo y el capitalismo y así suelen ser los procesos de cambio social.

Y ahora viene la pregunta crucial. ¿Hay elementos, incrustados en la realidad presente, que anticipen ya el futuro deseado? ¿Es posible iniciar desde ya, en la misma sociedad capitalista, la construcción de modelos organizativos que actúen como moléculas de la nueva sociedad, con algunos de los rasgos participativos que deseamos para las empresas del futuro?

 Si contestamos negativamente a las preguntas anteriores puede que nos estemos cegando la marcha de la historia. Pero si contestamos con un sí estamos obligados a definir esas moléculas, que referido a lo que nos ocupa, significa definir cuáles son las condiciones mínimas imprescindibles para empezar a considerar las empresas como un bien común, las que permitirían poder comportarse como si la empresa fuera de todos y disputar a las gerencias actuales su particular visión de las falsedades que engloba la frase «estar en un mismo barco». Significa construir un modo de gobernanza que permita la concertación de intereses compartidos.

Ese escenario nos dibuja un proceso de cambio social que nos lleva a profundizar en el significado de la DEMOCRACIA  ECONÓMICA como forma de repensar la sociedad que queremos. Confrontar el gobierno actual de las empresas con una alternativa que incorpora una nueva institucionalización de intereses compartidos, debería ser uno de los motivos que marcaran las prioridades estratégicas del mundo del trabajo.

Enriquecer la estrategia sindical 

¿Qué cambios en la estrategia sindical deberían producirse para desplegar una bandera que da la vuelta a la idea “la empresa somos todos»? ¿No facilitaría ese planteamiento una mayor permeabilidad en los sectores profesionales e intermedios de los trabajadores, alejados hoy de las meras disputas por el Convenio Colectivo? ¿Cómo incorporar en el lenguaje sindical cargado de objetivos centrados en negociación colectiva la aspiración a reclama unos requisitos mínimos de confianza que permitan ponderar de otra forma los intereses de accionistas, directivos, trabajadores, proveedores, clientes…. suficiente para aceptar el principio de que la empresa “somos todos”?  

La misión de los representantes de los trabajadores sería acceder a ese estadio en el que «sus intereses de parte» encuentran un acomodo vigilante mientras se muestra interés en participar en el “cómo producir” y “qué producir”. Y ello vale tanto en situaciones defensivas en la que toca saber resistir situaciones de crisis o en situaciones ofensivas en los que toca construir un clima laboral que favorezca un entorno innovador y competitivo.

En cualquier caso, conviene asumir que este camino no diluye los conflictos de clase sino que los da perspectiva. Es más hay que asumir que incluso en un estadio avanzado de ese futuro deseado, las empresas no estarán libres de tensiones con grupos de interés enfrentados. Ni en el camino ni en el destino se eliminarán las tensiones que conlleva la realidad social. Ni las luchas consecuentes. La historia nos muestra que siempre hay que estar atento a las injusticias percibidas por unos u otros, que donde hay desigualdad e injusticia hay resistencia. Y que en la medida en que mutan los poderes empresariales, cambian las mismas empresas y las formas de gobierno y, como consecuencia, cambian la naturalezas de los conflictos y la naturaleza de las resistencias.

La transparencia y el debate sobre objetivos en las estrategias de largo plazo, atreverse a disputar el destino del reparto de rentas o la jerarquía de las decisiones, las formas de funcionar o las formas de decidir….serian la expresión de los nuevos conflictos.  Se producirían, en cualquier caso, en organizaciones con una institucionalización del poder democrática, hasta el punto de justificarlas como plasmación de una utopía, una expresión de lo que aspiramos.

Puede que la tarea sea inmensa y cargada de riesgos pero no creo que exista camino alternativo."                   (Ignacio Muro Benayas, Plataforma por la Democracia Económica, 27/11/21)

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