7/6/22

Enzo Traverso: Dialéctica del irracionalismo... Lukács entre el nazismo y el estalinismo

 "El ensayo "Dialéctica del irracionalismo" de Enzo Traverso (ombre corte, 2022), que acaba de llegar a las librerías, fue publicado el año pasado en inglés como introducción a la nueva edición de "La destrucción de la razón" de György Lukács, para Verso. La traducción fue editada por Gigi Roggero, revisada y actualizada por el autor. Con motivo de su publicación para ombre corte publicamos aquí la Introducción. Agradecemos al autor y al editor su disponibilidad.

 Hay muchas razones que sugieren una relectura de La destrucción de la razón de Lukács hoy, setenta años después de su primera publicación. Para los filólogos e historiadores de la filosofía, son evidentes: se trata de redescubrir una de las obras más ambiciosas de uno de los grandes pensadores del siglo XX. Hay otros, igualmente obvios, que derivan del interés intrínseco de este libro, profundamente polémico pero rico en ideas. Todo el mundo reconoce que fanáticos legitimistas como Joseph de Maistre y Donoso Cortés, un filósofo fascista como Giovanni Gentile, pensadores conservadores comprometidos con el nazismo como Martin Heidegger y Carl Schmitt, merecen ser leídos y reflexionados. ¿Por qué no deberíamos dar un tratamiento similar a Lukács?

 Se pueden extraer lecciones útiles de las obras de los malos maestros, pero para ello hay que saber leerlas, no para seguir sus enseñanzas, sino para ir más allá de la simple condena que se deriva de una interpretación estrecha y estéril. La apología del estalinismo que impregna La destrucción de la razón, publicada en Berlín por Aufbau Verlag en 1953, parece hoy indigna y culpable, pero hay que explicarla y entenderla en su sentido. No para justificarlo o "perdonarlo" -como hizo Hannah Arendt en 1970, recordando el pasado nazi de Heidegger-, sino porque no es anecdótico; arroja luz sobre una etapa fundamental del recorrido de su autor y también, más allá de Lukács, del marxismo y la cultura de izquierdas durante los años más oscuros de la Guerra Fría. En definitiva, hay que aprender, utilizando la fórmula de Leo Strauss, a "leer entre líneas", interpretando una obra como La destrucción de la razón no sólo como un manifiesto, sino también como un síntoma. Este es el ejercicio que intentaré realizar en las siguientes páginas.

Hay una fotografía de Lukács, fechada el 18 de febrero de 1952, en la que el filósofo húngaro, de 67 años, insinúa una tímida y casi imperceptible sonrisa, con el sempiterno puro en la mano izquierda, junto a una Anna Seghers más alegre, que sostiene un ramo de flores que acaba de recibir. La foto fue tomada en el aeropuerto de Budapest, donde el escritor alemán acababa de llegar de Praga. A su alrededor, otras figuras sonríen. El estilo, la ropa, la pose, evocan irresistiblemente la atmósfera del socialismo real: un mundo en el que todo es gris y todos deben esforzarse por parecer felices. Sin embargo, de la mirada del filósofo y escritor emana una innegable tristeza. Lukács rara vez sonríe en los más famosos retratos de juventud en los que hace gala de una orgullosa confianza, casi una actitud de desafío. Una foto de 1919 le muestra en una manifestación, cuando era Comisario del Pueblo para la Cultura, en la época de la revolución húngara: sostiene su puro de la misma manera, lleva bigote, se dirige a la multitud y se ven soldados detrás de él.

 Entre ambas imágenes hay una distancia de treinta y dos años, formada por revoluciones derrotadas, terror nazi, una nueva guerra mundial, "revoluciones desde arriba" aplicadas por un ejército de ocupación y represión estalinista. La fotografía de febrero de 1952 es un espejo bastante fiel del clima que dominaba en los países del socialismo real en el apogeo del estalinismo. La triste sonrisa de Lukács esconde un sentimiento de miedo: Laszlo Rajk ha sido ejecutado en Budapest en 1949 y Rudolf Slansky acaba de ser detenido en Praga, de donde llega Anna Seghers. Y esta triste sonrisa está hecha de muchos silencios: silencios sobre el Gulag y la represión estalinista, sobre la colectivización forzosa del campo soviético y la detención y deportación de tantos exiliados antifascistas, desde comunistas alemanes hasta republicanos españoles. Lukács había escapado milagrosamente de la deportación cuando vivía en Moscú durante la guerra y había sido testigo de toda la persecución estalinista, de la que temía no poder escapar en Budapest.

 El socialismo real era un mundo de miedo y pesadillas, al que la inmensa mayoría de los intelectuales se sometía de buen grado, sin pensar ni remotamente en rebelarse, participando en la puesta en escena del poder. Era un mundo que habían contribuido a crear luchando contra un mundo aún peor, el del nazismo, cuyas huellas seguían siendo omnipresentes, cuyo recuerdo y condena pesaban como una advertencia permanente. El socialismo real era una prisión, pero esta jaula de hierro parecía justificada por profundas razones históricas. El estalinismo era la antítesis de todo aquello por lo que habían luchado, pero poseía la legitimidad de una teleología histórica de la que la derrota del nazismo parecía ser la confirmación. Este es el trasfondo de la triste sonrisa de Lukács en 1952. Una obra controvertida como La destrucción de la razón debería ser revalorizada, más allá del aura demoníaca y oscura que la impregna, asignándole el lugar destacado que merece en la historia del pensamiento del siglo XX. En 1953, año de su primera publicación en Alemania, la Guerra Fría hacía estragos y las diatribas sobre los orígenes del nacionalsocialismo se habían calmado. En Occidente, el libro fue considerado un sofisticado ejemplo de propaganda estalinista, objeto de una condena sumaria más que de un examen crítico, mientras que la intelectualidad comunista ortodoxa veía con recelo la obra de un marxista poco fiable, rodeado todavía de un aura de herejía, cuya reputación seguía manchada por una antigua excomunión: la condena oficial soviética de Historia y conciencia de clase (1923).

 Los estudiosos suelen distinguir al menos cuatro etapas en la trayectoria intelectual de Lukács. En primer lugar está el momento juvenil, premarxista, romántico, en cierto modo mesiánico y ciertamente idealista, representado por obras aclamadas como El alma y las formas (1912) y Teoría de la novela (1916). Le siguió un segundo momento "extremista", cuando Lukács se hizo comunista y participó en la revolución húngara de Bela Kun, en la que produjo lo que se considera su obra marxista más creativa: Historia y conciencia de clase. El tercer momento es el del estalinismo, entre los años 30 (precedido en 1928 por las "Tesis de Blum") y la revolución húngara de 1956, en la que el viejo filósofo estuvo, una vez más, directamente implicado. Esta es la fase más larga, oscura y productiva, vivida en la Unión Soviética y en la Hungría de posguerra, países en los que Lukács escribió sus principales obras de filosofía y crítica literaria, desde La novela histórica (1936) hasta El joven Hegel (1948, pero terminada en 1938), y sus numerosos estudios sobre el realismo literario. Luego hay una fase final, desde 1956 hasta su muerte en 1971, en la que abandonó el estalinismo y creó la "Escuela de Budapest", en la que tomó forma una nueva generación de pensadores críticos. Durante este periodo, Lukács escribió su última gran obra, Ontología del ser social (1972). La destrucción de la razón pertenece a la tercera fase, el estalinismo, del que es un espejo elocuente. Escrito en gran parte durante la Segunda Guerra Mundial y terminado a principios de los años 50 -la introducción está fechada en noviembre de 1952-, el libro resume un estudio al que había dedicado sus energías intelectuales desde la llegada de Hitler al poder.

El periodo estalinista de Lukács ha caído en una especie de limbo, menos investigado que sus creaciones románticas de juventud o sus aventuras dialécticas en la época del bolchevismo revolucionario. Es un olvido comprensible pero injusto, porque el Lukács de aquellos terribles años fue, sin embargo, un pensador extraordinario, cuyas obras arrojaron luz sobre el propio estalinismo, su significado y su siniestra "grandeza", de la que tantos intelectuales quedaron prisioneros. No estoy sugiriendo de ninguna manera "rehabilitar" a Lukács o trivializar sus responsabilidades, y mucho menos restar importancia a los crímenes del estalinismo. El estalinismo, sin embargo, no fue ni una patología ni una simple "regresión"; fue un intento -este es el secreto de su "grandeza"- de crear una "nueva civilización" por medios autoritarios. Según Stephen Kotkin, un agudo historiador conservador, "el estalinismo no era sólo un sistema político, y mucho menos el gobierno de un individuo. Era un conjunto de valores, una identidad social, un modo de vida". En el ámbito del arte, el realismo socialista -componente fundamental de esta civilización- fue más que una mera sacralización del poder. Ciertamente fue la celebración estética de un régimen político despótico, pero también fue, como señala Boris Groys, una "radicalización dialéctica de la vanguardia" destinada a canonizar la revolución y producir un arte orientado al futuro. Del mismo modo, el estalinismo era también una filosofía de la historia, de la que Lukács encarna una de las expresiones más interesantes.

Esta dialéctica de la historia es el núcleo de La destrucción de la razón. La visión antitotalitaria de Friedrich Hayek y François Furet, para quienes Hitler y Stalin eran enemigos intercambiables del liberalismo y la sociedad de mercado, se convirtió en un lugar común a finales del siglo XX. Entre 1941 y 1945, sin embargo, nadie estaba dispuesto a tomar en serio los axiomas de la filosofía neoliberal, que parecían dogmáticos e irreales, expresión de la impotencia política de un grupo de doctrinarios que predicaban en el desierto. Reconciliarse con el estalinismo en lugar de limitarse a condenarlo con argumentos éticos y políticos; comprender sus raíces históricas sin olvidar, menospreciar o condonar sus crímenes: ésta es la tarea a la que, tres décadas después del fin de la Unión Soviética, nos invita la relectura del libro de Lukács. Ni para reír ni para llorar, sino para comprender: una relectura de La destrucción de la razón debería fijarse este objetivo."                   (Enzo Traverso, Sinistrainrete, 04/06/22)

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