28/6/22

"Europa está en peligro": la protección de las relativas islas del bienestar que aún subsisten constituye un momento central de las estrategias imperialistas, reforzando las medidas securitarias y de control que alimentan un autoritarismo en auge... Un autoritarismo de la escasez que conecta con la subjetividad del no hay suficiente para todos que décadas de shock neoliberal han construido entre grandes capas de la población... Ante la falta de amenazas militares tradicionales que justificasen mayores gastos en defensa, la securitización de las fronteras exteriores de la UE se había convertido durante todos estos años en una mina de oro para la industria de defensa europea... lo más parecido a un ejército europeo que hasta ahora ha tenido la UE ha sido Frontex, la agencia que se encarga de administrar el sistema europeo de vigilancia de las fronteras exteriores como si de un frente militar se tratase... Al imaginario de invasiones bárbaras de la Europa Fortaleza y su deriva autoritaria, ahora hay que sumarle el peligro del nuevo imperialismo ruso... La invasión de Ucrania se está convirtiendo en un trauma que promete reconfigurar el futuro de Europa... Un shock político similar al que sufrió EE UU tras el ataque yihadista del 11-S o la propia Europa tras la caída del muro de Berlín... emerge una nueva Europa, que por desgracia tiene mucho que ver con la consecución de los viejos anhelos de las élites europeas

 "(...) Borrell había presentado el Plan Estratégico para la Defensa Europa, afirmando que "Europa está en peligro". Hasta ahora ese peligro parecía provenir fundamentalmente de los flujos migratorios que han sido abordados desde la securitización de las fronteras de la Europa Fortaleza.

Una dinámica que, como define Tomasz Konicz, es consustancial al imperialismo de crisis del siglo XXI, que ya no solo es un fenómeno de saqueo de recursos, sino que también se esfuerza por aislar herméticamente los centros de la humanidad superflua que el sistema produce en su agonía. De modo que la protección de las relativas islas del bienestar que aún subsisten constituye un momento central de las estrategias imperialistas, reforzando las medidas securitarias y de control que alimentan un autoritarismo en auge (Konicz, 2017: 187-188). Una buena muestra de ello es el endurecimiento de las leyes migratorias de la UE en las últimas décadas.

 Un autoritarismo de la escasez que conecta perfectamente con la subjetividad del no hay suficiente para todos que décadas de shock neoliberal han construido entre grandes capas de la población. Este sentimiento de escasez está en el tuétano de la xenofobia del chovinismo del bienestar que conecta perfectamente con el auge del autoritarismo neoliberal del sálvese quien pueda en la guerra de los últimos contra los penúltimos.

 Ante la falta de amenazas militares tradicionales que justificasen mayores gastos en defensa, la securitización de las fronteras 2/ exteriores de la UE se había convertido durante todos estos años en una mina de oro para la industria de defensa europea. Se trata de las mismas compañías de defensa y seguridad que se lucran vendiendo armas a la región de Oriente Medio y África, alimentando los conflictos que son la causa de la que huyen muchas de las personas que llegan a Europa buscando refugio. Las mismas empresas que luego proporcionan el equipamiento a los guardias fronterizos, la tecnología de vigilancia para monitorizar las fronteras y la infraestructura tecnológica para realizar el seguimiento de los movimientos de población. Todo un “negocio de la xenofobia” en palabras de la investigadora francesa Claire Rodier. Un negocio que, dada su opacidad y márgenes difusos, cuenta con cada vez más partidas presupuestarias en la UE disfrazadas de ayuda al desarrollo o de “promoción de buena vecindad”. De hecho, podríamos decir que lo más parecido a un ejército europeo que hasta ahora ha tenido la UE ha sido Frontex, la agencia que se encarga de administrar el sistema europeo de vigilancia de las fronteras exteriores como si de un frente militar se tratase.

 

La propia Frontex señaló el año pasado a Bielorrusia por permitir los cruces ilegales de frontera a Polonia y Lituania, acusándola de utilizar los flujos migratorios como “arma política” con la intención de desestabilizar a la UE. Una estrategia que analistas del Centro de Excelencia de Amenazas Híbridas de la UE y la OTAN no dudaron en titular como parte de las llamadas guerras híbridas. Incluso se ha llegado a dar un importante debate en el seno de la Alianza Atlántica sobre si este tipo de actos híbridos pueden invocar el artículo 5 de la OTAN, que estipula la defensa mutua. No sabemos cómo ni hasta qué punto terminó ese debate en el marco de la OTAN, lo que sí ha sucedido es que la Alianza Atlántica mandó diversos batallones disuasorios a cada país báltico (Estonia, Letonia, Lituania) además de a Polonia, mientras los países de la UE comenzaron la construcción de nuevas vallas fronterizas de concertinas en los cientos de kilómetros de la frontera comunitaria con Bielorrusia.

Al imaginario de invasiones bárbaras 3/ de la Europa Fortaleza y su deriva autoritaria, ahora hay que sumarle el peligro del nuevo imperialismo ruso. La coartada perfecta sobre la que construir el nuevo proyecto neo-militarista europeo que refuerce aún más el neoliberalismo autoritario europeo. Nada cohesiona y legitima más que un buen enemigo externo. “Europa está hoy más unida que nunca” es el nuevo mantra en los pasillos de Bruselas. Un mantra que se repite para alejar los fantasmas de crisis recientes y proyectar hacia el exterior que Europa vuelve a tener un proyecto político común.

Una Europa en crisis en busca de un proyecto común

Desde las sendas derrotas en referéndum del proyecto de Constitución Europea en Francia y Países Bajos, la UE perdió el horizonte de un proyecto de unidad política. El sueño federalista de un Estado europeo parecía desvanecerse. El rechazo popular al modelo de integración europea no solo fue desoído desde las instituciones y élites europeas, sino que, por el contrario, se aceleró el paso de las reformas estructurales con la máxima de mejor decretar que preguntar. En ausencia de una constitución política, se ahondó en el constitucionalismo de mercado en el conjunto de las normas comunitarias, destacando el Tratado de Lisboa que, aunque no tiene formalmente el carácter de una Constitución, se erigió como un acuerdo entre Estados con rango constitucional. Una especie de Constitución económica neoliberal que consagra las famosas reglas de oro: estabilidad monetaria, equilibrio presupuestario, competencia libre y no falseada.

Así, como sostiene Pierre Dardot:

“En ausencia de un Estado europeo, existe una expresión concentrada del constitucionalismo de mercado en el conjunto de las llamadas normas comunitarias que prevalecen sobre el derecho estatal nacional. La ecuación que se impone es la misma que la que formuló Hayek en su tiempo: primacía del derecho privado, garantizada por un poder fuerte. Esta primacía está consagrada en los tratados europeos; el poder fuerte encargado de velar por el respeto de esta primacía lo encarnan diversos órganos que se complementan, como el Tribunal de Justicia, el Banco Central Europeo (BCE), los Consejos interestatales (de jefes de Estado y de ministros) y la Comisión 4/.”

Órganos a los que tendríamos que sumar el Eurogrupo, que en la crisis de la deuda griega jugó un papel fundamental. Mecanismos de decisión institucionales no sometidos a ningún control democrático a escala supranacional, en donde el Parlamento Europeo no deja de ser un mero maquillaje.

Con todo, la ausencia de un proyecto político europeo más allá del rebuscado máximo beneficio de los mercados, de la constitucionalización del neoliberalismo y de la consagración de un modelo de autoridad burocrática protegida de la voluntad popular, ha ido erosionando poco a poco el apoyo social a la UE. Un proceso acelerado a raíz del encadenamiento de crisis en el seno de la UE que han afectado a su legitimidad e incluso a su propia integridad. Fundamental en este sentido ha sido la radicalización neoliberal del austeritarismo como respuesta a la crisis de 2008 y, sobre todo, sus consecuencias: un brutal aumento de la desigualdad, la aceleración en la destrucción de los restos del Estado del Bienestar y la expulsión de millones de personas trabajadoras de los estándares preestablecidos de ciudadanía. Y, sin embargo, hasta la fecha ha sido el Brexit la crisis que ha golpeado más traumáticamente a la eurocracia bruselense. Por primera vez, la UE no solo no ampliaba el club sino que perdía a uno de sus miembros. Y no a uno cualquiera. Así, la salida del Reino Unido hay que leerla no como una crisis más, sino como el síntoma mórbido de la profunda crisis que sufre la mutación neoliberal del proceso de integración europea. Una ruptura con la UE, hegemonizada desde la derecha, en clave de repliegue nacional y de un mayor acercamiento si cabe a EE UU.

Europa rompe su tabú militar

La dura, larga y no exenta de problemas negociación para aplicar el artículo 50 del Tratado de Lisboa por el que se ejecutaba la separación británica de la UE aumentó la melancolía de unas instituciones europeas que parecían asistir impasibles a su lento desmoronamiento. Pero, a la vez, la salida del Reino Unido del club europeo abría una posibilidad hasta entonces bloqueada por los británicos: la integración militar. En su discurso sobre el estado de la Unión de 2016 5/, con el referéndum del Brexit aún caliente, el ex presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, rompió el tradicional tabú europeo en cuestiones militares para hablar de un fondo de defensa común, un "cuartel general europeo" y una "fuerza militar común" para "complementar a la OTAN". De esta forma se abría paso en los pasillos de Bruselas una vieja aspiración de gran parte de las élites, defendida ardientemente por una Francia necesitada de un ejército europeo que vele por sus intereses neocoloniales en África.

 (...) ya en 2017 esa ya era la gran (y por lo visto única) apuesta estratégica de las élites europeas: la militarización de la UE. Un proyecto ni mucho menos nuevo que se asentaba sobre la lógica de: si ya no podemos ofrecer bienestar y democracia, al menos sí seguridad ante las amenazas que surgen y crecen por todo el mundo. Y, para ello, se empieza a desarrollar la “cooperación reforzada” entre los Estados Miembros que así lo deseen, con el objetivo de crear un Fondo Europeo de Defensa, una industria común militar y armamentística y una mayor coordinación policial y militar para, quién sabe si más temprano o más tarde, ver por fin nacer el tantas veces anunciado ejército europeo. (...)

Un informe reciente del diario francés Le Monde mostró un ejemplo instructivo del efecto de la guerra de Ucrania en la opinión pública y en la financiación de la industria armamentística: citando a Armin Papperger, jefe de Rheinmetall, uno de los principales fabricantes de armas de Alemania que en enero se quejó de la renuncia de los fondos de inversión a colaborar con su empresa, el periódico señalaba cómo el cambio radical de atmósfera ha permitido que el Commerzbank, uno de los principales bancos alemanes, anunciara su decisión de dedicar una parte de sus inversiones a la industria de armamento. Algo impensable hace tan solo unos meses por el impacto que podría tener en la opinión pública. Algo, sin embargo, perfectamente pasable ahora mismo en el contexto de la guerra en Ucrania.

En Francia, donde la presión ciudadana originó una tendencia creciente a la desinversión de la industria de armamento por motivos de responsabilidad ética (especialmente a la luz de la repugnante contribución de las armas occidentales a la destrucción de Yemen por parte del ejército de Arabia Saudí), Guillaume Muesser, director de asuntos de defensa y económicos de la Asociación de la Industria Aeroespacial, explicó a Le Monde que “la invasión de Ucrania ha cambiado el tablero de juego. Demuestra que la guerra sigue en el orden del día, ante nuestras puertas, y que la industria de defensa es muy útil” 7/

La militarización de la UE como proyecto de integración

Aunque la propuesta de rescatar el proyecto de integración de la UE en torno a la re-militarización de Europa es un proceso que lleva años en marcha, nadie puede negar que la invasión de Ucrania lo ha acelerado dramáticamente y le ha dado un soporte de legitimidad popular nunca soñado meses antes. Un buen ejemplo de ello es el reciente referéndum en Dinamarca por el que el país escandinavo abandona después de 30 años la cláusula de exclusión voluntaria de las políticas de defensa de la Unión Europea. Esto implica, entre otras cosas, que Dinamarca se convertirá en miembro de pleno derecho de la Política Común de Seguridad y Defensa; que los soldados daneses podrán ser enviados a operaciones militares de la UE si así lo ratifica la mayoría del Parlamento de Dinamarca; y que el Gobierno danés podrá incrementar en 7.000 millones de coronas (unos 940 millones de euros) el gasto en defensa en los dos próximos años. (...)

Por cierto, el aumento del gasto militar hasta el 2% del PIB no es una cifra baladí: ha sido una demanda del gobierno estadounidense a todos sus aliados de la OTAN desde la cumbre de Gales en 2014 y, especialmente, tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, quien hizo la suya hasta el punto de amenazar a sus socios europeos con reducir sus aportes a la Alianza Atlántica si no aumentaban sus presupuestos militares hacia ese horizonte. El cambio europeo más drástico ha sido el del Gobierno alemán, que gastará 100.000 millones de euros más en defensa y aumentará el presupuesto por encima del 2% del PIB a partir de 2024. Con ello, Alemania sobrepasará a Reino Unido, que el año pasado fue el segundo país de la OTAN y el tercero del mundo en gasto militar. Un aumento que supone casi el doble del presupuesto de defensa ruso, que en 2020 fue de 55.494,3 millones de euros. (...)

La guerra como doctrina del shock

La invasión de Ucrania se está convirtiendo en un trauma que promete reconfigurar el futuro de Europa. Un cambio de paradigma en la defensa y en su relación con Rusia, su vecino nuclear. Un shock político similar al que sufrió EE UU tras el ataque yihadista del 11-S o la propia Europa tras la caída del muro de Berlín. Un auténtico acontecimiento entendido como una quiebra disruptiva en donde emerge una nueva Europa, que por desgracia tiene mucho que ver con la consecución de los viejos anhelos de las élites europeas. (...)

Pues si la gestión de la pandemia fue la excusa, la guerra de Ucrania se está convirtiendo en una coartada perfecta para aplicar una auténtica doctrina del shock. Porque la UE no solo se está remilitarizando para poder hablar el “lenguaje duro del poder” en un desorden global en donde las disputas por los recursos escasos son cada vez más agudas. También se está acelerando la agresiva agenda comercial europea con el pretexto de la guerra. Porque todo vale cuando estamos en guerra. Un buen ejemplo de ello es lo rápido y fácil con que el maquillaje verde de la UE ha saltado por los aires al decretar la Comisión Europea que el gas y la nuclear pasaban a ser consideradas energías verdes con el pretexto de romper con la dependencia energética rusa.

Estrategias como la recientemente aprobada de la “granja a la mesa”, uno de los pilares del Pacto Verde Europeo, que prometía triplicar la superficie dedicada a la agricultura ecológica, reducir a la mitad los pesticidas y recortar los fertilizantes químicos en la UE en un 20% para 2030, se ha desvanecido en cuestión de semanas. Porque en guerra todo vale (...)

Es innegable que la brutal invasión rusa ha supuesto el inicio de una guerra injusta contra Ucrania, pero no hay que olvidar que el país lleva al menos ocho años inmerso en una guerra civil entre la oligarquía pro-occidental y la pro-rusa con el telón de fondo de una intensa disputa inter-imperialista por el control geopolítico y geoeconómico del país. Esta disputa, aunque localizada fundamentalmente en el este del país, en las regiones de Donetsk y Luhansk, ha costado 14.000 muertes antes de 2022. Que la oligarquía pro-occidental controle el poder en Kiev es fundamental para entender el decidido apoyo material, logístico, económico y político de la Alianza Atlántica al gobierno ucraniano. Como explicó hace poco la vicesecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland: “Estados Unidos se ha gastado en Ucrania más de 5000 millones de dólares en promover el “cambio de régimen” vía organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y compra de lealtades. 15/

La criminal invasión de Ucrania ha sentenciado definitivamente el final de la globalización y sus mecanismos de gobernanza, para volver a una disputa de bloques y áreas de influencia. Una desglobalización, al menos parcial, que lleva años produciéndose y que se ha turboalimentado a raíz de la pandemia de la COVID19 que ha acelerado un descenso de las interconexiones y de la interdependencia de las relaciones mundiales, y que ha engendrado el preludio de un nuevo orden global. En donde la economía mundial globalizada parece estar escindiéndose poco a poco en una especie de regionalización conflictiva y en disputa entre dos principales áreas de influencia: una zona bajo EE UU y otra zona bajo la órbita de China, en donde a su vez conviven con potencias regionales subalternas de uno y otro bloque como son la propia UE y Rusia. Aunque quizás lo más paradigmático de esta desglobalización sea el desplome de los mecanismos multilaterales de gobernanza, especialmente significativo el colapso de la Organización Mundial de Comercio (OMC) (...)"                         (  , Viento Sur, 24 junio 2022)

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