9/2/23

La clase media es mayoritaria, más allá de la autopercepción, porque el proyecto sobre el que se fundó todavía funciona en el imaginario social, y funciona tanto para las capas medias como para la clase trabajadora... Hay que entender que cuando la gente dice ser de clase media no solo fija una posición, también subraya el tipo de sociedad en la que desea vivir... hoy, lo que organiza el orden social ya no es la promesa de seguridad, ni la creencia en el progreso personal y colectivo, sino el temor. El sentimiento en el que se asientan los pilares no es el de una prosperidad creciente, sino la amenaza de desclasamiento y el miedo a quedarse fuera... El horizonte de lo peor, aquello que no suele nombrarse, está presente para buena parte de la sociedad... La pérdida del imaginario de progreso desorganiza políticamente la sociedad más que cualquier otro factor... Sería relativamente sencillo recomponer la confianza a través de acciones económicas, impulsadas por los gobiernos, que mejorasen el nivel de vida, restaurasen cierta seguridad y ofrecieran la sensación de que el futuro no se juega en el mero azar. Sin embargo, es bastante complicado actuar de esa manera cuando los modelos de pensamiento dominantes operan únicamente desde la eficiencia y su medición... el de esa pobreza intelectual... Las clases medias, por tanto, están menguando en términos muy superiores a lo que los gráficos y los números puedan señalar, porque la confianza en el funcionamiento correcto de la sociedad es cada vez menos firme, porque el imaginario al que aspiraban queda cada vez más distante, y porque las promesas de mejora fueron sustituidas por las amenazas de desclasamiento (Esteban Hernández)

 "La gran diferencia entre el retrato que se hace de nuestra sociedad y la realidad que la recorre surge de un marco de pensamiento, de una manera de ver el mundo que atribuye carácter de verdad a una serie de preceptos económicos que se utilizan para describir el mundo. La clase media es un buen ejemplo de esa manera de pensar: es un segmento social del que se habla con frecuencia, que se considera el esqueleto de la sociedad y que, sin embargo, lleva mucho tiempo perdiendo.

Esa divergencia entre su necesidad y su debilidad proviene desde la observación de la clase media a través de un Excel, lo que hace que se pierda gran parte de lo que significa. Si únicamente se considera en términos cuantitativos, desde los recursos que posee y del número de personas que la integran, entendemos poco de la sociedad actual, en su vertiente política y en la económica.

La clase media implica mucho más que contar con un nivel de ingresos. Para empezar, la autopercepción como clase media es generalizada en la sociedad española, a pesar de que el nivel de vida con el que se cuenta no ratifica a menudo esa impresión. Ahí suele aparecer la economía para mostrar una serie de datos que concluyen que la gente se está engañando. Pero reducir la vida a términos puramente económicos es falsearla, no arrojar luz. Buena parte de las posiciones políticas recientes han consistido, a veces por caminos torcidos y otras no, en una reacción firme de la mayoría de la gente contra estas consideraciones absurdas de lo humano como puramente cuantificable.

De la esperanza al temor

La clase media es mayoritaria, más allá de la autopercepción, porque el proyecto sobre el que se fundó todavía funciona en el imaginario social, y funciona tanto para las capas medias como para la clase trabajadora. Unos estratos intermedios amplios conllevan una estructura que ofrece opciones de permanencia y de mejora; en la que se pueden hacer planes de futuro porque la inestabilidad no es común; en la que el salario permite vivir en condiciones dignas; que permite creer en un futuro mejor. Hay que entender que cuando la gente dice ser de clase media no solo fija una posición, también subraya el tipo de sociedad en la que desea vivir.

Esta aspiración es ampliamente compartida, y no suelen discutirla ni las izquierdas ni las derechas. Pero ese no es el mundo en el que nos desenvolvemos. Lo que organiza el orden social ya no es la promesa de seguridad, ni la creencia en el progreso personal y colectivo, sino el temor. El sentimiento en el que se asientan los pilares no es el de una prosperidad creciente, sino la amenaza de desclasamiento y el miedo a quedarse fuera.

Los jóvenes lo notan especialmente, pero también los mayores de 50; e incluso en los espacios relativamente privilegiados esa mirada está de fondo. Cada vez hay mayor conciencia de que las posiciones son eventuales: quizá hoy tengas un buen trabajo, pero mañana puede ser de manera muy distinta; quizá hoy tus ingresos sean satisfactorios, pero en unos meses o en unos años puede que desciendan bruscamente.

El horizonte de lo peor, aquello que no suele nombrarse, está presente para buena parte de la sociedad. En estos tiempos bifurcados, únicamente una estrecha capa social puede mirar el futuro con esperanza porque sabe que, por sus recursos o por su posición, su vida está asegurada. La mayoría de la gente se encontrará cara a cara con la incertidumbre en algún momento; unos lo olvidan, otros lo tienen presente, pero todos saben de su existencia.

La importancia política de esta inestabilidad ontológica es grande, porque ha tejido buena parte de las elecciones durante mucho tiempo. Las clases medias altas y las altas, los funcionarios y los jubilados, que contaban con mayor seguridad, eran conservadoras; no en el sentido de que votasen a izquierda o derecha, sino de que sus opciones eran básicamente continuistas. Eran las más interesadas en que no hubiera grandes cambios, en especial en lo económico. Hoy esa tendencia sigue presente, pero encuentra algunos matices importantes, porque la desorganización política es grande, e incluso en esas capas hay movimientos incipientes hacia partidos que abogan por transformaciones sustanciales, sobre todo en la derecha.

La brecha política de fondo, la que recorre las distintas opciones, y que va más allá de izquierda y la derecha, es la que nos muestra a amplias capas de la población que siguen creyendo en las promesas que el término clase media traía consigo, pero que ya las ven difícilmente realizables. Es un imaginario que está comenzando a desvanecerse y a dejar paso a una posición descreída, que no confía en el futuro y que percibe un deterioro generalizado. La pérdida del imaginario de progreso desorganiza políticamente la sociedad más que cualquier otro factor.

El pensamiento binario

Sería relativamente sencillo recomponer la confianza a través de acciones económicas, impulsadas por los gobiernos, que mejorasen el nivel de vida, restaurasen cierta seguridad y ofrecieran la sensación de que el futuro no se juega en el mero azar. Sin embargo, es bastante complicado actuar de esa manera cuando los modelos de pensamiento dominantes operan únicamente desde la eficiencia y su medición.

Esa pobreza intelectual la define expresamente Alain Supiot en un libro que acaba de publicarse en nuestro país, El trabajo ya no es lo que fue (Ed. Clave Intelectual). Parte de una tecnociencia económica que "proyecta sobre las sociedades humanas el funcionamiento binario característico de las arborescencias lógicas que funcionan en nuestras máquinas inteligentes del tipo si p… entonces q, si no p… entonces x. No se excluye que algún día estas máquinas tengan la capacidad de calcular todo lo que es calculable; pero es cierto que la reducción de las relaciones entre los hombres a operaciones de cálculo de utilidad o de interés solo puede conducir a la violencia. Como señaló Gilbert Keith Chesterton, son las vacas, las ovejas y las cabras los seres que viven como puros economistas".

Ese razonamiento binario que se hace pasar por concluyente, y que termina por considerar al ser humano como cabras, vacas y ovejas, está en la raíz de nuestros problemas. La sociedad es mucho más que ese vivir en una pura acción mecánica. Pero es el único que se puede medir, y es el que articula las soluciones económicas que se ponen en marcha. Desde esta perspectiva no es posible entender la importancia del desgaste social que supone la desconfianza, pero tampoco imaginar qué significa para mucha gente tener que afrontar un gasto imprevisto de 500 euros, o que les suban la hipoteca o el alquiler 300 euros al mes, o que el precio del combustible se encarezca. Desde ese marco, las decisiones son obvias: que se vayan a una vivienda que puedan pagar o que utilicen la bicicleta para ir al trabajo, que además es ecológico. Oveja, si no tienes dinero para estar en este prado, vete a pastar a otro.

Esta actitud aumenta la sensación de injusticia, en la medida en que no son acciones propias las que justifican la pérdida de nivel de vida, sino elementos teóricamente incontrolables que siempre acaban por afectar para mal a los mismos: cuando hay que pagar alguna crisis (da igual su causa: las malas apuestas de financieros millonarios, las grandes inversiones fracasadas, la reconversión verde o la guerra rusa), siempre están ahí aquellos que se creen de clase media para hacer frente a la factura.

Las clases medias, por tanto, están menguando en términos muy superiores a lo que los gráficos y los números puedan señalar, porque la confianza en el funcionamiento correcto de la sociedad es cada vez menos firme, porque el imaginario al que aspiraban queda cada vez más distante, y porque las promesas de mejora fueron sustituidas por las amenazas de desclasamiento. La confianza en el futuro solo la conserva una capa fina de la sociedad, y por eso dicen ser optimistas, pero el resto sabemos que las buenas posiciones son eventuales y las malas tienden a cronificarse. Y eso tiene consecuencias políticas evidentes, sin las cuales no puede entenderse las tensiones que estamos viviendo. Las clases medias, y es irrelevante que lo sean o que se lo crean, están empezando a enfadarse. Hasta ahora, el descontento está organizado desde una hostilidad creciente, pero encauzada en un marco sistémico. Con el tiempo, dejará de ser así."                   (Esteban Hernández, El Confidencial, 04/02/23)

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