25/10/23

Agamben: "¿A qué somos fieles, qué significa tener fe? ¿Creer en un código de opiniones, en un sistema de ideas formulado en una ideología o en un "credo" religioso o político? Si así fuera, la fidelidad y la fe serían un triste asunto... La idea de que el creyente es una especie de funcionario de su fe es tan repugnante que una muchacha, que había soportado torturas para no revelar los nombres de sus compañeros, a quienes elogiaban su fidelidad a sus ideas respondía simplemente: "No lo hice por eso, lo hice por capricho"... Somos fieles a una experiencia de la Palabra que sentimos tan cercana que no cabe separarla de lo que dice. La fe es, ante todo, otra experiencia de la palabra

 "¿A qué somos fieles, qué significa tener fe? ¿Creer en un código de opiniones, en un sistema de ideas formulado en una ideología o en un "credo" religioso o político? Si así fuera, la fidelidad y la fe serían un triste asunto, nada más que el deber monótono y complaciente de cumplir unas prescripciones a las que por alguna razón nos sentimos vinculados y obligados. Una fe así no sería algo vivo, sería letra muerta como la que el juez o el policía se sienten aplicando en el cumplimiento de sus deberes. La idea de que el creyente es una especie de funcionario de su fe es tan repugnante que una muchacha, que había soportado torturas para no revelar los nombres de sus compañeros, a quienes elogiaban su fidelidad a sus ideas respondía simplemente: "No lo hice por eso, lo hice por capricho".

¿Qué quería decir la muchacha, qué experiencia de fidelidad quería expresar con sus palabras? Una reflexión sobre esa fe por excelencia, que hasta hace pocas décadas se consideraba todavía fe religiosa, puede darnos pistas y evidencias para una respuesta.

Tanto más cuanto que fue precisamente en este ámbito donde la Iglesia, a partir del Símbolo de Nicea (325 d.C.), consideró necesario fijar el contenido de la fe en una serie de dogmas, es decir, proposiciones verdaderas, cuyo desacuerdo constituía una herejía condenable. En la carta a los Romanos, Pablo parece decirnos exactamente lo contrario. En primer lugar, vincula la fe a la palabra ("la fe viene del oír por la palabra de Cristo") y describe la experiencia de la palabra que está en juego en la fe como una cercanía inmediata de la boca y el corazón: "Cerca (eggys, literalmente a la mano) de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, ésta es la palabra de la fe... Porque con el corazón se cree en la justicia, con la boca se profesa para la salvación". Pablo retoma aquí un pasaje del Deuteronomio que afirmaba esta misma proximidad: "la palabra está muy cerca en tu boca y en tu corazón, y está en tus manos llevarla a cabo".

La experiencia de la palabra que está en juego en la fe no se refiere a su carácter denotativo, a su correspondencia con hechos y cosas externas: es, más bien, la experiencia de una cercanía que tiene lugar en la correspondencia íntima entre la boca y el corazón. Dar testimonio de la propia fe no significa hacer afirmaciones factualmente verdaderas (o falsas), como se hace en un juicio. No somos fieles, como en el credo o el juramento, a una serie de afirmaciones que se corresponden o no con los hechos. 

Somos fieles a una experiencia de la Palabra que sentimos tan cercana que no cabe separarla de lo que dice. La fe es, ante todo, otra experiencia de la palabra que la que creemos utilizar para comunicar mensajes y significados externos a ella. Somos fieles a esta palabra porque, en la medida en que no podemos separar la boca y el corazón, vivimos en ella y ella vive en nosotros. 

Es una experiencia así la que debió de tener en la cabeza aquella muchacha bereber que, cuando un día le pregunté qué la unía tan fuertemente a un hombre al que decía haber amado y con el que había vivido un año en una cabaña de las montañas rumanas, me contestó: "No le soy fiel a él, soy fiel a la nieve de Rumanía".                 (Giorgio Agamben, Sinistrainrete, 23/09/23; traducción DEEPL)

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