16/4/12

Hace unas semanas, la ministra de trabajo italiana Elsa Fornero afirmó que, de existir una renta básica en Italia, “la gente se pondría cómoda y se dedicaría a comer pasta al pomodoro”... La renta básica universal nos permitiría acceder al trabajo remunerado, desarrollar actividades fuera del trabajo y gozar de un mayor nivel de consumo

"Hace unas semanas, la ministra de trabajo italiana Elsa Fornero afirmó que, de existir una renta básica en Italia, “la gente se pondría cómoda y se dedicaría a  comer pasta al pomodoro”. Como respuesta a dicha afirmación, Giuliano Battiston realizó esta entrevista realizada a Philippe Van Parijs, fundador de la Basic Income Earth Network (BIEN) y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso

La idea de que el derecho a un ingreso deba estar ligado al trabajo o a la disposición a trabajar; la asociación, en definitiva, entre trabajo e ingreso, derivada de consideraciones éticas, antes que económicas, no se limita a los países del llamado modelo ‘bismarckiano’. También está presente en el mundo anglosajón, y yo diría que en todas las sociedades del mundo. 

A este respecto, es interesante destacar una singular analogía con la relación ética que durante mucho tiempo diversas sociedades han instituido entre sexo, gratificación sexual y reproducción. 

En todas aquellas sociedades en las cuales, en razón de la elevada mortalidad infantil, era esencial alcanzar un elevado nivel de procreación, era común la existencia de un vínculo ético entre gratificación sexual y “riesgo”, al menos, de procrear, es decir, de contribuir eventualmente a la supervivencia de la comunidad.

 Por razones análogas, yo diría que desde hace mucho tiempo ha arraigado la idea de que sólo se puede acceder a la gratificación del consumo, y por tanto, del ingreso, a condición de estar dispuesto a contribuir a la producción (el equivalente de la reproducción, en el ejemplo de la gratificación sexual).

 Lo que ocurre es que hoy vivimos en condiciones tecnológicas y económicas muy distintas, gracias a las cuales ya no es necesario ni que todas las actividades sexuales estén ligadas a la posibilidad de procrear, ni que el acceso al ingreso esté condicionado a la contribución a la productividad, y por consiguiente, al trabajo.

 Lo que pretendo señalar es sencillamente que es posible concebir una organización social que no esté basada en este tipo de ética del trabajo. Soy consciente, en todo caso, de que este discurso solo muestra la posibilidad de una organización alternativa, pero no que esta sea justa o deseable. 

 Esto último exige mucho trabajo pedagógico y la superación de numerosos obstáculos culturales, tanto a la derecha como a la izquierda. Me parece curioso, de todos modos, que en todos estos años la objeción ética a la renta básica haya primado sobre las objeciones técnicas, es decir, aquellas vinculadas a las posibilidades de su financiación y a su viabilidad política. (...)
 
 Lo primero que hay que plantearse es: ¿quiénes son los pobres? Si se adopta una definición muy simplista de la pobreza en términos de diferencias, alguien es pobre cuando su ingreso es inferior a un cierto umbral, arbitrario, de pobreza, definido como nivel de ingreso real. 

¿Y cuál es el modo más eficaz para eliminar esta pobreza monetaria? Aumentar un poquito la carga fiscal de los ricos, sin volverlos pobres, sin que los ricos acaben por debajo de dicho umbral de pobreza, y utilizar el dinero recaudado para distribuirlo entre la gente pobre, de manera que todos estén en condiciones de sobrepasar dicho umbral.

 En el vocabulario de los especialistas en política social este método se denomina target efficiency, y alude a un uso de los recursos capaz de abolir la poverty gap, la diferencia existente entre ingreso y umbral de la pobreza. 

Se trata, empero, de una aproximación algo miope, ya que la target efficiency máxima crea necesariamente una imposición fiscal marginal sobre los ricos, al tiempo que incide en un 100 por ciento sobre los pobres. 

De hecho, cuando una persona pobre trata de salir de su situación de pobreza o de desocupación a través de un trabajo declarado que le da algo de dinero, se la castiga por su esfuerzo con la supresión de un porcentaje proporcional de los subsidios que recibe.

 Esto significa que para los ricos la imposición marginal es del 50 por ciento como máximo – o del 40 por ciento en ciertos países- mientras que para los pobres es del 100 por ciento, ya que pierden todo lo que ganan.

 El único modo de evitar este mecanismo perverso es asegurar incluso a aquellos que disponen de un ingreso primario que no equivale a cero una transferencia de dinero que les permita aumentar su ingreso por encima del umbral de la pobreza.

 De este modo, es verdad, la target efficiency no será perfecta, pero su imperfección, es decir, la focalización en los pobres, es la condición necesaria de una política inteligente de lucha contra la pobreza que sea, al mismo tiempo, una estrategia contra la exclusión del mercado de trabajo. 

La fórmula más simple y sistemática para llevar adelante una política de este tipo, si bien no es la única, pasa por el subsidio universal, por la transferencia bruta de una misma cantidad tanto a los que trabajan como a los que no trabajan.

 De ese modo, quien siendo pobre decidiera trabajar, obtendría un ingreso más alto en relación a los periodos en los que decidiera no hacerlo.  (...)
 
Los sistemas actuales que diferencian el nivel de las prestaciones sociales a partir de la composición del núcleo familiar tienden a conceder más ingresos y beneficios a dos individuos que vivan separados que a los que lo hagan juntos. 

La individualización vinculada a mi interpretación de la renta básica, en cambio, se traduciría de entrada en un estímulo a la unión, ya que si estos dos individuos quisieran permanecer juntos, o unirse a otros, no serían penalizados. 

Desde este punto de visto, el subsidio universal constituiría un incentivo a la vida comunitaria y familiar, sobre todo si se compara con sistemas de seguridad social alternativos. 

Por otra parte, y frente a quienes argumentan que es irrazonable conceder un ingreso sin contrapartida alguna, o sin la garantía de la disposición a trabajar, lo cierto es que la renta básica podría funcionar también como apoyo sistemático a las actividades no asalariadas.

Comprendo la preocupación “comunitarista” por una vida colectiva activa y participativa, pero creo que incluso desde esta perspectiva la renta básica universal es una alternativa mejor a las tradicionales políticas “trabajistas”. 

Hay, en todo caso, otra objeción comunitarista, que apela al ligamen indisoluble existente entre derechos y deberes, que es el que hace posible que una comunidad pueda funcionar de manera eficaz y que me parece importante. 

También yo, debo decir, creo que los ciudadanos tienen que tener obligaciones, y que en algunos casos estas obligaciones deben tener una adecuada traducción legal. Es más, creo que incluso allí donde estos deberes no estén consagrados jurídicamente, los ciudadanos tendrían la obligación de participar en la vida pública.

 Lo que ocurre es que, en mi opinión, la renta básica facilitaría el cumplimiento de este deber, de manera que su existencia es perfectamente coherente y compatible con dicho vínculo entre derechos y deberes. (...)

La justicia no es solo una cuestión de ingreso sino también de poder. Esto comprende la posibilidad de escoger qué hacer con la propia vida, tanto si se trata de dedicar menos horas al trabajo retribuido como de disponer de un acceso más sencillo al trabajo remunerado. 

Es lo que, en otros términos, he definido como la libertad real de actuar, en el trabajo y fuera de él. Incluso cuando hablamos de un ingreso, esto es, de un recurso monetarizable, las ventajas no se limitan al bienestar material de las personas sino también al uso que podamos hacer de nuestro tiempo. 

La renta básica universal nos permitiría acceder al trabajo remunerado, desarrollar actividades fuera del trabajo y gozar de un mayor nivel de consumo.  

 Al ser incondicionada, en efecto, contribuiría a combatir la exclusión del trabajo y a escoger entre trabajos diversos y entre diferentes actividades no estrictamente laborales. 

Son todos estos elementos los que harían posible un matrimonio con la justicia. Para comprender, por otro lado, su relación con la eficiencia, deberíamos en cambio reconocer que en muchos países la cuestión central reside en la gestión y creación inteligente de capital humano, y que el ingreso es el instrumento que mejor facilita la circulación y la movilidad entre las esferas del trabajo, de la formación y de la familia. 

Cuando se dispone de un ingreso individual, universal e incondicionado, es más fácil decidir en un momento dado disminuir o interrumpir el ritmo laboral para dedicarse mejor a los hijos, esto es, a la creación de capital humano para las generaciones futuras. 

O para profundizar la propia formación y adptarse mejor a las estructuras siempre cambiantes del mercado de trabajo. De este modo, se podría trabajar más y, al haber recibido una formación complementaria más avanzada, cambiar más fácilmente de profesión. 

Se trata, obviamente, de una medida que exige numerosas reformas complementarias en el sistema educativo.

 Pero creo que la introducción de un ingreso mínimo universal podría constituir la base, el núcleo duro de una política capaz de facilitar una mejor circulación entre las esferas antes aludidas y de afrontar los cambios económicos estructurales y la crisis coyuntural por la que atravesamos.      (...)

 Defiendo esta concepción minimalista de la justicia para dar sentido al concepto de justicia global, pero eso no significa negar la necesidad de alguna forma de funcionamiento democrático global. 

Se trata, en realidad, de una objeción a las posiciones de quienes, como Thomas Nagel o Ronald Dworkin, entienden que el concepto de justicia igualitaria solo tiene sentido si existe una comunidad democrática.

 Ciertamente, un marco democrático de este tipo aumentaría las probabilidades de avanzar hacia la realización de esta concepción. Pero la ausencia de una democracia global no nos impide pensar la justicia en términos globales. 

Por lo que respecta al futuro inmediato y al más lejano, creo que las instituciones más adecuadas para conseguir democracia y justicia en diferentes escalas deberían ser del tipo “cappuccino”: en la escala central va la base fuerte de café, la que da “solidez” a la estructura institucional en su complejidad, ya que sin café no habría cappuccino.

 Pero como tampoco este existiría sin leche y sin cacao, estos ingredientes se distribuyen de modo descentralizado, en el nivel nacional, en el caso de una estructura de tipo europeo, o en el regional, a partir de los municipios, de las asociaciones, y así sucesivamente.

 El hecho de que las exigencias de estabilidad de la arquitectura institucional y la necesidad de evitar la competencia en el plano fiscal y social demanden una fuerte centralidad incluso en los países federales, con competencias diferentes en ámbitos más descentralizados, no debería impedirnos imaginarnos formas de articulación más ambiciosas, más originales y experimentales. 

Estas formas de articulación deberían estar moldeadas a partir de circunstancias y ámbitos concretos. El campo de la sanidad, por ejemplo, podría operar de manera mucho más descentralizada.

 En todo caso, la estabilidad del conjunto solo se reforzará si quienes contribuyen a la redistribución se sienten implicados y comprometidos con una comunidad que lleva adelante un proyecto original.

 Y si, junto a esa base fuerte y amplia de redistribución para todos, existen instrumentos suplementarios y más circunscritos de solidaridad, que promuevan, justamente, un patriotismo solidarista.

 En otros términos, pienso que es posible estar convencido de la importancia de tener instituciones de distribución a nivel europeo, e incluso mundial, que representen una base para todos, y al mismo tiempo adherir a proyectos de cohesión social más ambiciosos en un ámbito más circunscrito.

 Todo esto, en cualquier caso, será posible cuando, en lugar de realizar aproximaciones oportunistas, podamos madurar la adhesión orgullosa a una comunidad política en la que vida sea mejor gracias a la participación común en un proyecto social.  "                (Sin Permiso, 02/04/2012, 'Espaguetis y surf: razones para una renta básica universal en la crisis actual del capitalismo. Entrevista Philippe van Parijs)

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