"y ahí está Klitschko, el emigrante ucraniano, peleando contra
Mormeck, el emigrante antillano, y aquí estoy yo, el emigrante catalán, rodeado
de emigrantes turcos y árabes y otros que no logro identificar, qué imagen,
dándole vueltas al vaso de cerveza, dándole vueltas a todos los asuntos que me
preocupan.
Según José Ignacio Wert, los que andamos por aquí ni siquiera somos emigrantes, sino latinoamericanos que nos nacionalizamos españoles gracias a (¡todo cuadra!) la Ley de Memoria Histórica. Un amigo mío me asegura que, si las cosas siguen así, si volvemos nos harán fusilar por alta traición. Una gran pérdida, desde luego, parece que no somos.
Cuatro fogonazos mal contados en los medios de comunicación hace unos meses y ya nadie se acuerda de que existimos. Como emigrante no interesas a casi nadie: en el país de acogida nadie se interesa aún por ti, en el país que abandonaste nadie se interesa ya por ti. Somos hombres y mujeres sin patria, nación española a efectos meramente administrativos, deambulando por Europa como “brazos de alquiler”: hoy Alemania, mañana Austria o Suiza, pasado mañana quién sabe.
Cómo tener amigos así, cómo tener pareja así, cómo fundar una familia así, una noticia pasajera, un titular simpático que remite a una película tardofranquista y desdramatiza toda la experiencia. Ya no somos su problema, ahora somos el problema de otros. (...)
Según José Ignacio Wert, los que andamos por aquí ni siquiera somos emigrantes, sino latinoamericanos que nos nacionalizamos españoles gracias a (¡todo cuadra!) la Ley de Memoria Histórica. Un amigo mío me asegura que, si las cosas siguen así, si volvemos nos harán fusilar por alta traición. Una gran pérdida, desde luego, parece que no somos.
Cuatro fogonazos mal contados en los medios de comunicación hace unos meses y ya nadie se acuerda de que existimos. Como emigrante no interesas a casi nadie: en el país de acogida nadie se interesa aún por ti, en el país que abandonaste nadie se interesa ya por ti. Somos hombres y mujeres sin patria, nación española a efectos meramente administrativos, deambulando por Europa como “brazos de alquiler”: hoy Alemania, mañana Austria o Suiza, pasado mañana quién sabe.
Cómo tener amigos así, cómo tener pareja así, cómo fundar una familia así, una noticia pasajera, un titular simpático que remite a una película tardofranquista y desdramatiza toda la experiencia. Ya no somos su problema, ahora somos el problema de otros. (...)
Todos la
habéis visto en los suplementos de cultura y tendencias. Pero seguramente no al
bosnio que recoge colillas en Alexanderplatz, ni los receptores del Hartz IV en
la puerta de mi supermercado bebiendo cerveza y vodka barato a las diez de la
mañana. Tampoco a la mujer turca con la nariz rota de un puñetazo de su marido
que se asoma con miedo a la ventana ni a las putas de Europa del Este que se
apostan en los portales de Hackescher Markt todos los fines de semana.
Sus historias tampoco interesan a los medios de comunicación. Son los perdedores de la historia, nosotros recién acabamos de ponernos en la cola. En la amoralidad del capitalismo las alternativas como emigrante prácticamente se reducen al cinismo o la melancolía.
Te ves obligado a hacer cosas que pesarán sobre tu conciencia, quizá durante años, no decir toda la verdad, decir media verdad, mentir, a tu familia, a tus amigos, a tu casero, a las autoridades, a quien sea, porque, como emigrante, no tienes muchos puntos de apoyo. Tu familia, tus amigos, están fuera.
Los españoles no constituyen ninguna comunidad de emigrantes. Los turcos, los rusos, los judíos, los griegos, los chilenos y los ingleses tienen aquí sus propios clubes, cafés, asociaciones culturales, emisoras de radio. Editan sus propios periódicos. Los españoles miran toda esta actividad asociativa por supuesto con soberano desprecio: ellos viven de sus glorias históricas pasadas y sus glorias futbolísticas presentes y no necesitan más. Y compran El País y El Mundo.
El vacío lo llenan habitualmente con alcohol, drogas, juego, prostitución, de manera más o menos abierta o más o menos escondida, lo que sea para mantener la mente ocupada hasta el siguiente día de trabajo que nos dé algo de dinero para ir tirando. ¿Peor quién quiere leer estas historias? Deprimen.
No interesan a los periodistas que tendrían que escribirlas, ni a los medios de comunicación que tendrían que publicarlas ni a los lectores que tendrían que leerlas. Mejor mostrar a jóvenes profesionales liberales de abultado currículo –que luego, cuando conoces, descubres que de esos cinco idiomas que dicen hablar cuatro lo hacen, como dice mi padre, a alpargatazos, y el propio con faltas gramaticales y de ortografía–, de ésos que siempre quedan bien en la fotografía, que nunca han tenido problemas lumbares ni jaquecas, bohemios digitales, los llaman ahora, que triunfaron allende y ahora –lo he leído en El País– valoran “la meritocracia” social y desean importarla cuanto antes. Y ni siquiera se consideran inmigrantes. (...)
Sus historias tampoco interesan a los medios de comunicación. Son los perdedores de la historia, nosotros recién acabamos de ponernos en la cola. En la amoralidad del capitalismo las alternativas como emigrante prácticamente se reducen al cinismo o la melancolía.
Te ves obligado a hacer cosas que pesarán sobre tu conciencia, quizá durante años, no decir toda la verdad, decir media verdad, mentir, a tu familia, a tus amigos, a tu casero, a las autoridades, a quien sea, porque, como emigrante, no tienes muchos puntos de apoyo. Tu familia, tus amigos, están fuera.
Los españoles no constituyen ninguna comunidad de emigrantes. Los turcos, los rusos, los judíos, los griegos, los chilenos y los ingleses tienen aquí sus propios clubes, cafés, asociaciones culturales, emisoras de radio. Editan sus propios periódicos. Los españoles miran toda esta actividad asociativa por supuesto con soberano desprecio: ellos viven de sus glorias históricas pasadas y sus glorias futbolísticas presentes y no necesitan más. Y compran El País y El Mundo.
El vacío lo llenan habitualmente con alcohol, drogas, juego, prostitución, de manera más o menos abierta o más o menos escondida, lo que sea para mantener la mente ocupada hasta el siguiente día de trabajo que nos dé algo de dinero para ir tirando. ¿Peor quién quiere leer estas historias? Deprimen.
No interesan a los periodistas que tendrían que escribirlas, ni a los medios de comunicación que tendrían que publicarlas ni a los lectores que tendrían que leerlas. Mejor mostrar a jóvenes profesionales liberales de abultado currículo –que luego, cuando conoces, descubres que de esos cinco idiomas que dicen hablar cuatro lo hacen, como dice mi padre, a alpargatazos, y el propio con faltas gramaticales y de ortografía–, de ésos que siempre quedan bien en la fotografía, que nunca han tenido problemas lumbares ni jaquecas, bohemios digitales, los llaman ahora, que triunfaron allende y ahora –lo he leído en El País– valoran “la meritocracia” social y desean importarla cuanto antes. Y ni siquiera se consideran inmigrantes. (...)
como emigrante, la mayor parte de la semana pasas de un
sentimiento a otro totalmente opuesto. Hay días que sueñas (mejor dicho:
anhelas) una vida nueva, romper con todo, una segunda oportunidad. En cualquier
caso, te alegras de no estar allí. Yo mismo recuerdo a todos los que me
complicaron la vida en la universidad, profesores, becarios y hasta personal
administrativo (¿dónde estarán ahora?), gente sin ningún mérito, oportunistas
en su mayoría, imagino su situación actual y pienso: Schadenfreude.
Mejor tú que yo.
Es así, todos aquí piensan en algún momento algo semejante,
por mezquino que sea. Mormeck se enfada, reacciona nerviosamente. Hay días que
preferirías quedarte en casa de puro desaliento. Los tópicos sobre el sur de
Europa, el racismo cotidiano en el Bürgeramt, en el Finanzamt, las miradas
fulminantes en el metro, por la calle, la idea de no poder ayudar a la gente
que dejaste atrás, que sigue allí peleando por salir adelante. (...)
Hace unas
semanas una voluntaria de una ONG, no recuerdo cuál, que pedía dinero en
Alexanderplatz se sorprendió de que no me rascase el bolsillo y contribuyese
con unas monedas porque, a pesar de venir de un país en crisis, según ella la
cosa no tenía que irnos del todo mal viendo mi aspecto y, al fin y al cabo,
siempre hay alguien que está peor que tú. Quizá la troika tenga que
rebajarnos al nivel de pobreza de Liberia para que seamos dignos de compasión
de la izquierda liberal del mundo industrializado.
Quizá hasta nos echen unas
monedas en una hucha, que es como se quitan rápidamente de encima la mala
conciencia de no hacer nada el resto del año, ni siquiera informarse
correctamente de lo que sucede a su alrededor. Con todo, Alemania es una
sociedad tolerante aunque no abierta, todo lo contrario que España, que es una
sociedad abierta pero no tolerante.
No hemos sido una generación afortunada.
Hay quien dice que cuando las cosas vuelvan a ir bien (¿cuándo?), nos llamarán
para que volvamos. Pero, ¿por qué deberíamos hacerlo? Es difícil explicar la
mezcla de rabia, frustración e impotencia. Quien no vive en la desesperación
vive en la falta de esperanzas.
León Felipe escribió, en el exilio, aquello,
muy recordado ahora, de «Tuya es la
hacienda / la casa / el caballo / y la pistola. / Mía es la voz antigua de la
tierra / y me dejas desnudo y errante por el mundo. / Más yo te dejo mudo...
¡Mudo! / ¿Y cómo vas a recoger el trigo / y alimentar el fuego / si yo me llevo
la canción?» Nosotros, ¿nos la hemos llevado? ¿La teníamos antes? Si la
teníamos, ¿acaso le importaba a alguien? ¿Y le importa a alguien ahora que nos
la llevemos? ¿Qué vamos a hacer con ella, si es que podemos hacer algo?
Escribir, decía Adorno, es enviar mensajes en una botella, el océano se llama
hoy Internet. Quién sabe. «Siento que mis fuerzas espirituales han alcanzado su
plena madurez, que ahora seré capaz de hacerlo...» Lo escribió Pushkin en el
destierro, antes de terminar Boris Godunov y Eugen Onegin.
Por
otra parte, Heiner Müller escribía obras de teatro sin público, a la espera de
un público que aún no existe. ¿No llegará demasiado tarde? ¿Pero es que a
alguien le interesa todo esto, a estas alturas? Todo es igual y todo es
diferente.
Todo es en cualquier caso confuso, porque las cosas no me van mal,
pero tampoco me van bien, y desde luego me van mejor que a muchos de los que se
quedaron allá, y ahora aquí estoy yo, en Berlín" (Sin Permiso, 25/03/2012, 'La máquina de combate humana', de Àngel Ferrero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario