"Como es sabido, buena parte de nuestro bienestar humano se sostiene
sobre la posibilidad que tengamos de cubrir determinadas necesidades
materiales; necesidades que, bajo una economía de mercado, son cubiertas
a través del consumo.
Sin embargo, las desigualdades existentes en el
mundo hacen que las oportunidades de llevar a cabo acciones de consumo
no sean iguales para todos, siendo siempre mayores en las naciones más
ricas y “desarrolladas”; es decir, en las naciones con mayor PIB per
cápita.
A pesar de que el PIB ha sido tradicionalmente utilizado para hacer comparaciones internacionales de progreso social y de bienestar humano, han sido muchos los investigadores que han criticado esto, preguntándose en qué medida los ingresos medios de un país pueden realmente reflejar el bienestar humano de sus ciudadanos.(...)
A pesar de que el PIB ha sido tradicionalmente utilizado para hacer comparaciones internacionales de progreso social y de bienestar humano, han sido muchos los investigadores que han criticado esto, preguntándose en qué medida los ingresos medios de un país pueden realmente reflejar el bienestar humano de sus ciudadanos.(...)
Estas críticas hacia el PIB como indicador de progreso pueden resumirse
en las siguientes:
a) al tratarse de una media aritmética no contempla
la desigualdad social;
b) no incorpora otros elementos que influyen
mucho en el bienestar como la esperanza de vida, el tiempo de ocio
disponible o la degradación ambiental;
c) no contabiliza la producción
obtenida mediante el trabajo sumergido o la que no está contemplada por
los mercados (como el trabajo doméstico o voluntario);
y d) computa
aspectos que no generan bienestar (como los gastos militares) a la vez
que ignora aspectos que sí lo generan (como el patrimonio artístico).
Aunque existen trabajos que discrepan, los estudios realizados hasta la fecha sobre la relación existente entre los ingresos y el bienestar humano han mostrado cómo a partir de un determinado umbral (situado entre los 13.000 y los 18.000 dólares anuales por persona) el incremento de los ingresos ya no contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas (1).
Aunque existen trabajos que discrepan, los estudios realizados hasta la fecha sobre la relación existente entre los ingresos y el bienestar humano han mostrado cómo a partir de un determinado umbral (situado entre los 13.000 y los 18.000 dólares anuales por persona) el incremento de los ingresos ya no contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas (1).
Es decir, existe un umbral por encima del cual la relación
ingresos–bienestar desaparece, y a partir de aquí más dinero ya no
significa más satisfacción con la vida.
No obstante, es importante resaltar que por debajo de los 13.000 dólares anuales por persona sí que se da esta relación proporcional entre el PIB per cápita y la satisfacción con la vida. En este caso pequeños incrementos en la renta conllevan grandes aumentos en la satisfacción de vida.
No obstante, es importante resaltar que por debajo de los 13.000 dólares anuales por persona sí que se da esta relación proporcional entre el PIB per cápita y la satisfacción con la vida. En este caso pequeños incrementos en la renta conllevan grandes aumentos en la satisfacción de vida.
Es decir,
ingresos y bienestar sí evolucionan de forma paralela, al destinarse en
estos casos prácticamente la totalidad de los ingresos a satisfacer las
necesidades más básicas, que son las que influyen de una forma más
determinante sobre nuestro bienestar (como es comer cuando la
alimentación no es una acción asegurada).
De cualquier manera, una vez que se han alcanzado unos ingresos determinados, necesarios y suficientes para garantizar el acceso a los materiales básicos para una vida buena, el incremento en los mismos ya no lleva aparejado incrementos relevantes en la calidad de vida. En este caso se pueden incrementar enormemente los ingresos sin que ello conlleve respuesta alguna sobre el bienestar humano.
Diener y Seligman calcularon la correlación existente entre la satisfacción media con la vida y el PIB per cápita para aquellas naciones cuyos ingresos medios eran superiores a los 10.000 dólares anuales. La correlación que obtuvieron fue insignificante; lo que confirma el casi nulo efecto que los ingresos tienen sobre el bienestar humano una vez se han cubierto las necesidades más básicas (2).
Las naciones más ricas y “desarrolladas” sobrepasaron este umbral de saturación hace tiempo, pues siendo su ingreso medio anual per cápita bastante superior a los 13.000 dólares, el bienestar humano y los niveles declarados de satisfacción subjetiva con la vida no solo no se han incrementado en las últimas décadas sino que parecen incluso estar descendiendo.
De cualquier manera, una vez que se han alcanzado unos ingresos determinados, necesarios y suficientes para garantizar el acceso a los materiales básicos para una vida buena, el incremento en los mismos ya no lleva aparejado incrementos relevantes en la calidad de vida. En este caso se pueden incrementar enormemente los ingresos sin que ello conlleve respuesta alguna sobre el bienestar humano.
Diener y Seligman calcularon la correlación existente entre la satisfacción media con la vida y el PIB per cápita para aquellas naciones cuyos ingresos medios eran superiores a los 10.000 dólares anuales. La correlación que obtuvieron fue insignificante; lo que confirma el casi nulo efecto que los ingresos tienen sobre el bienestar humano una vez se han cubierto las necesidades más básicas (2).
Las naciones más ricas y “desarrolladas” sobrepasaron este umbral de saturación hace tiempo, pues siendo su ingreso medio anual per cápita bastante superior a los 13.000 dólares, el bienestar humano y los niveles declarados de satisfacción subjetiva con la vida no solo no se han incrementado en las últimas décadas sino que parecen incluso estar descendiendo.
Ejemplos de esta relación han
sido bien reportados en algunos países como EEUU y Japón, donde, a pesar
de haberse triplicado entre 1950 y 2002 el salario medio del primero –y
multiplicado por 5,4 en el segundo entre 1958 y 1988– la felicidad
declarada permaneció prácticamente constante en ambos países (2) (3).
La asunción por parte del actual modelo hegemónico de que el crecimiento de la economía y su asociada capacidad de consumo es la clave para mejorar nuestro bienestar es una gran falacia.
La asunción por parte del actual modelo hegemónico de que el crecimiento de la economía y su asociada capacidad de consumo es la clave para mejorar nuestro bienestar es una gran falacia.
Esta falacia constituye
además uno de los mayores obstáculos para alcanzar un bienestar humano
sostenible y bien repartido en el mundo, pues a medida que determinadas
naciones se hacen más y más ricas no solo no logran mejorar su
bienestar, sino que encima –y bajo una realidad planetaria de recursos
finitos e inequidad– contribuyen a un aumento en la privación de
recursos para el resto del mundo. (...)" (Mateo Aguado, Rebelión, 10/05/2013)
1 comentario:
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