"Pero es realmente en la década de los 50 cuando se aplica mayormente  el
 criterio de la “obsolescencia programada”, vinculado a economías  
capitalistas de consumo “en masa” en los que la publicidad y el  crédito
 desempeñan un rol decisivo. 
Las economías norteamericana y  europea 
dieron muestras de vigor hasta finales de los 60 y principios  de los 70
 del siglo XX. Hoy, el modelo ofrece síntomas de palmario  agotamiento, 
según Wim Dierckxsens: “todo está obsoleto apenas lo  compramos; la vida
 útil de las cosas es cada vez más cercana a cero”. 
 El sociólogo 
holandés asimila la inversión de estas lógicas al ingreso  en una nueva 
racionalidad económica postcapitalista.
La “obsolescencia programada” afecta a todos los elementos del proceso productivo. De hecho, la vida útil de los equipos tecnológicos, máquinas y edificios a los que dan uso las empresas es cada vez más corta. Nada que ver con la producción “a largo plazo” que inspiraba, antes de la segunda guerra mundial o del periodo keynesiano, a los tendidos ferroviarios o la máquina de vapor.
La “obsolescencia programada” afecta a todos los elementos del proceso productivo. De hecho, la vida útil de los equipos tecnológicos, máquinas y edificios a los que dan uso las empresas es cada vez más corta. Nada que ver con la producción “a largo plazo” que inspiraba, antes de la segunda guerra mundial o del periodo keynesiano, a los tendidos ferroviarios o la máquina de vapor.
“Se hacían con el  objetivo de que tuvieran ”, 
ironiza el sociólogo. Los  procesos de renovación permanente de 
maquinaria, innovación  tecnológica y creciente caducidad tuvieron su 
exponente máximo en  Estados Unidos y Europa. Hasta que en la década de 
los 70, Japón hizo  bandera de estos procedimientos y, según 
Dierckxsens, “entró en una  crisis de la que no ha podido salir”.
El problema, agrega el investigador neerlandés, es que cuando la duración útil de la tecnología punta se acerca a cero, el capitalista no tiene tiempo (y más aún en un contexto de competencia creciente) de amortizar su inversión. Además, le resulta imposible compensar estos costes tecnológicos aumentando el precio de los productos, pues ello implicaría una mengua de su capacidad para competir.
El problema, agrega el investigador neerlandés, es que cuando la duración útil de la tecnología punta se acerca a cero, el capitalista no tiene tiempo (y más aún en un contexto de competencia creciente) de amortizar su inversión. Además, le resulta imposible compensar estos costes tecnológicos aumentando el precio de los productos, pues ello implicaría una mengua de su capacidad para competir.
Una de las  salidas
 recurrentes consiste en abaratar el coste de la mano de obra o  
“deslocalizarse” hacia países con un abundante “ejército de reserva”  
laboral. Por ejemplo, China, que a juicio del investigador holandés,  
“corre el riesgo de vivir un proceso parecido al de Japón en los 70; a  
China llegan inversiones en tecnología punta de otros países, con una  
vida útil menor, pero que se compensa por que disponen de mano de obra  
más barata”. (...)
 “La unión de los  países productores de metales y minerales cada vez más
 escasos, tarde  o temprano, permitirá invertir las relaciones de poder 
de  negociación”, añade.
Por esta razón, según el sociólogo holandés, nos hallamos en una etapa de transición hacia una nueva racionalidad económica, que se puede romper por el eslabón aparentemente más débil, América Latina.
Por esta razón, según el sociólogo holandés, nos hallamos en una etapa de transición hacia una nueva racionalidad económica, que se puede romper por el eslabón aparentemente más débil, América Latina.
 “La  escasez de recursos 
naturales estratégicos en Occidente obligará a  reciclar los recursos 
escasos y a la prolongación de la vida media de  los productos finales, 
además de un uso creciente de bienes de consumo  comunales”, afirma. 
Esta demanda colectiva de bienes camina en  dirección antagónica tanto 
de las lógicas keynesianas como del  principio de la “obsolescencia 
programada."           (Conferencia del director del Observatorio Internacional de la Crisis, Wim Dierckxsens, Rebelión, 27/05/2013) 
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