"El pasado 16 de octubre, la empresa Fagor Electrodomésticos,
perteneciente al Grupo Mondragón, anunció que entraba en pre-concurso de
acreedores, al haber acumulado una deuda de más de 800 millones de
euros.
Días más tarde, el 31 de octubre de 2013, la Corporación
Mondragón anunciaba en un comunicado que no podía continuar apoyando
económicamente a Fagor, lo que significa dar por hecho el cierre
definitivo de la empresa. Pero lo sucedido en Fagor, nos obliga a hacer
algunas reflexiones.
La quiebra de Fagor Electrodomésticos supone la destrucción de más de
4000 empleos, entre puestos de trabajo directos (socios cooperativistas y
trabajadores asalariados) e inducidos, y afectará principalmente a la
comarca guipuzcoana del Alto Deba aunque también repercutirá en otras
zonas de Hegoalde y de otros países europeos. Además, Fagor era un
símbolo del Grupo Mondragón, y uno de los principales referentes del
cooperativismo vasco a nivel mundial. (...)
Algunos sectores de izquierda también han idealizado y mitificado la
organización de cooperativas. Incluso entre la izquierda soberanista
vasca han surgido algunos neo- socialistas utópicos que consideran a las
cooperativas como si fuesen una especie de “islas” de socialismo, a
partir de las cuales se podría llegar a “construir” el poder de los
trabajadores, sin necesidad de arrebatárselo a la burguesía.
Esta visión idílica de las cooperativas ha sido echada por tierra, de
forma cruda y descarnada, por la propia realidad objetiva. Aunque las
cooperativas que se desarrollan en el marco socio-económico del
capitalismo tengan algunos aspectos positivos (como el posibilitar el
autoempleo en periodos de crisis; o el demostrar, en la práctica, que
los propios trabajadores pueden controlar y gestionar las empresas sin
necesitar a los patronos); lo cierto es que se encuentran sometidas a
las leyes del mercado y que, para sobrevivir, necesitan competir, de
forma despiadada con otras empresas y también con otras cooperativas.
Por ello, se ven forzadas a abaratar sus costes de producción y mejorar
su productividad, para lo que deben incorporar los últimos avances
técnicos y científicos (I+D+i) al proceso productivo.
Al mismo tiempo,
también se ven obligadas a buscar nuevos mercados (ya sea en el plano
nacional o en el internacional). Todo lo cual las lleva a requerir una
creciente financiación externa, para lo que deben recurrir cada vez con
mayor frecuencia a los créditos bancarios.
En fin, bajo el
capitalismo, las cooperativas se ven sometidas a la acción de una serie
de factores que condicionan su propio funcionamiento interno, que las
llevan a adoptar formas organizativas y de gestión cada vez más
complejas y, en definitiva, a alejarse cada vez más de sus iniciales
principios democráticos y asamblearios; a requerir del trabajo de
“expertos” que acaban resultando imprescindibles y que llegan a
constituir una verdadera élite de tecnócratas que se superpone al
conjunto de los trabajadores-cooperativistas y acaban gestionando las
cooperativas según sus propios intereses.
Es decir que las cooperativas,
lejos de ser esas idílicas “islas” de socialismo, tienden a reproducir
las relaciones de producción capitalistas y, como consecuencia de ello, a
generar contradicciones entre el trabajo físico e intelectual, entre el
trabajo de ejecución y el de dirección.
Esto es, ni más ni
menos, lo que ha ocurrido con Fagor Electrodomésticos, según denuncian
algunos de sus propios cooperativistas. De hecho, esta cooperativa opera
a través de 12 marcas comerciales, posee plantas de producción y
filiales en varios países (España, Francia, Marruecos, Irlanda, Italia,
Polonia, China, etc.) y vende sus productos en 130 países.
Está
integrada en el grupo Fagor que, a su vez, forma parte de la Corporación
Mondragón (séptimo grupo empresarial del Estado español y el mayor
grupo cooperativo del mundo) cuya producción supuso en 2010 el 3,1% del
PIB de la CAPV y el 7,4% de su PIB industrial .
En el 3er.
Congreso del Grupo Mondragón (1991), se creó la Mondragón Corporación
Cooperativa, que se constituyó como una federación. En 1993, el
Parlamento Vasco aprobó la Ley de Cooperativas de Euskadi, que respondía
a las necesidades del Grupo Mondragón y que permitía que las
cooperativas pudieran disponer de nuevos medios de financiación, entre
ellos la emisión de “participaciones especiales” y obligaciones, con lo
cual se asemejaron más y más a otras empresas capitalistas. Algunas
cooperativas, como ULMA, no se integraron en MCC.
El cambio en
la legislación vino a favorecer la articulación sectorial de las
cooperativas, así como su integración vertical, al mismo tiempo que se
debilitaba la autonomía de las cooperativas individuales en beneficio
del grupo, al facilitar la concentración y centralización de los órganos
de decisión dentro del MCC.
A partir de ese momento, los
órganos básicos de gobierno del Grupo Mondragón fueron el Congreso, el
Consejo General y el Consejo Permanente, situándose inmediatamente
después los órganos de las divisiones.
Al mismo tiempo que perdía peso
la Asamblea General, por reducción de competencias, lo ganaban las
cooperativas más representativas del grupo (Fagor, Eroski, Ikerlan,…) a
través de las Agrupaciones Sectoriales. Con ello, el poder de decisión
quedaba cada vez más alejado de las asambleas de base de las
cooperativas y las decisiones más importantes escapaban a su control. (...)
Por último, el “pinchazo” de la burbuja inmobiliaria que tuvo lugar en
2008, afectó considerablemente a Fagor Electrodomésticos ya que de los
aproximadamente 700.000 pisos que en aquella época se construían en el
Estado español, la mayor parte estaban equipados con electrodomésticos
de dicha empresa.
Ello hizo que de tener una facturación anual de unos
1.800 millones de euros en los años 2006 y 2007, ese año bajase a unos
500 millones, con unas pérdidas adicionales de 60 millones." (Santi Ramirez , Rebelión, 18/11/2013)
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