"Las condiciones de la incorporación de España,
de Portugal y de Grecia al proyecto europeo no son comparables con las de los
países fundadores.
A diferencia de Italia, el cuarto país del sur cuyas
estructuras sociales y culturales pueden resultar comparables con las del resto
de los países mediterráneos, el proceso de modernización o liquidación de sus
respectivos sectores tradicionales fue mucho más rápido y estuvo
comparativamente poco acompañado por medidas reguladoras.
Esto les dio menos
tiempo de adaptación a lo que en la década de los años 1980 ya era un espacio
económico altamente desarrollado y firmemente insertado en el bloque militar y
político nordatlántico. Esta realidad explica muchas similitudes que hoy se dan
entre estos tres países en el plano económico y social. (...)
En el caso de España, este proceso fue
particularmente rápido y “radical” debido a la evolución ideológica de las
élites franquistas y postfranquistas,
así como como a la temprana conversión del PSOE al socialliberalismo,
aunque también influyeron otros aspectos particulares como la lucha armada de
ETA.
Todo ello facilitó el pacto para forzar una transición no rupturista y la
creación de una gran coalicion de facto en temas económicos y productivos. Este
ambiente explica la continuidad del régimen en dos temas clave altamente
relevantes para comprender su sistema productivo: el derecho societario y la
regulación de la propiedad del suelo.
A pesar de que la consitución de 1978 incluye
el derecho a la participación de los trabajadores en la empresa y el derecho a
una vivienda, y antepone el
interés general a la especulación con el suelo[1], esto no se tradujo en un cambio en el
modelo productivo ni en una reducción de los derechos de la propiedad privada
sobre el suelo heredados del franquismo.
Mientras la sociedad se democratizaba
y se ponía en marcha un sistema fiscal progresivo para financiar un Estado del
Bienestar políticamente impostergable, los gobiernos democráticos se
abstuvieron de prácticar políticas industriales activas, de forzar un nuevo
derecho societario, implementar
nuevas culturas empresariales y de desarrollar políticas de vivienda y de
ordenación urbana más basadas en el interés general.
Todo ello habría generado un modelo productivo más sostenible, menos destructivo con el
mediambiente, con mercados de trabajo internos más desarrollados y con más
capacidad de crear y estabilizar el empleo, de adaptarse a los cambios
tecnológicos de las décadas siguientes.
En este contexto, y con el fin de financiar un
Estado del Bienestar, los sucesivos gobiernos de centro-izquierda y de
centro-derecha fueron cayendo en una dependencia creciente de los mercados
financieros y del poder de los grandes grupos inmobiliarios.
Los primeros permitían finanzarlo con gasto público una vez asegurada la
permanencia del país en el bloque atlántico. Los segundos creaban empleo aunque
a costa de una destrucción ambiental sin precedentes y de alimentar una burbuja
especulativa con una gran capacidad de generar prácticas corruptas en las
administraciones locales.
La creciente dependencia de los intereses
financieros, fuertemente unidos a los inmobiliarios, permitieron reflotar así
el poder político de las oligarquías rentistas, de los “inversionistas sin función” (J. M. Keynes). No es posible
entender la particular virulencia de la crisis de 2008 -alto desempleo, crisis
inmobiliaria, erosión de la legitimidad política, problema nacional etc- sin
tener en cuenta estos factores. (...)" (Armando Fernández Steinko, 02/10/2013)
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