"En el Hôtel de Soubise,
sede de los Archivos Nacionales, en pleno Marais parisiense, el
mariscal Pétain da la bienvenida al visitante junto a la efigie
circunspecta del mismo Adolf Hitler.
La colaboración 1940-1945
es una muestra de pasillos estrechos y escenografía oscura que permite
recordar, hasta el 5 de abril, lo sucedido durante el lustro que duró la
colaboración con la Alemania nazi. Lo hizo Francia acomodándose a las
exigencias del invasor, antes de abrazar su proyecto de civilización a
través de una legislación manifiestamente antisemita.
El régimen de
Vichy, fundamentado en valores como "el trabajo, la familia, la patria,
la piedad y el orden", excluyó a los judíos de la vida en común,
prohibiéndoles ejercer oficios como los de funcionario, banquero,
profesor, médico o artista.
A partir de 1942, les obligó a lucir la
funesta insignia amarilla y participó en su exterminio en nombre de la
reconversión aria de Europa, con la deportación de 75.000 personas que
residían en el territorio francés.
Los cientos de documentos, en su mayoría desclasificados por primera
vez por las autoridades francesas, permiten reexaminar la actitud de los
autóctonos durante la ocupación y los distintos grados de implicación
que tuvieron en el avance del nazismo, desde el compromiso convencido e
incondicional con la causa hitleriana a un acercamiento circunstancial y
no necesariamente sincero.
El objetivo es demostrar que el
colaboracionismo pudo tener distintos grados, pero también que en ningún
caso se trató de un fenómeno marginal. "La colaboración no fue solo
política, sino también económica, administrativa, policial, militar,
ideológica y cultural. Vichy no fue una simple sucursal alemana, sino un
sistema plenamente francés, ligado a la tradición de la extrema derecha
local", afirma el historiador Denis Peschanski,
comisario de la muestra y uno de los grandes especialistas en el
periodo. El comisario lleva tres décadas investigando sus complejos
mecanismos, así como sus repercusiones en términos de memoria e
identidad colectiva.
Peschanski desconfía ante quienes sostienen que toda Francia fue
colaboracionista, igual que de aquellos que creen que todo el país
sostuvo a la Resistencia. Más que esa minoría plenamente implicada en
cada bando –"que no sumaba más de un millón de personas en cada lado",
según el historiador–, el comisario se ha interesado por el
comportamiento de las masas. "Hubo quienes se acomodaron a las
circunstancias, pese a no ser colaboracionistas, básicamente por motivos
económicos.
Y después están los que rechazaron las delaciones, pese a
no participar abiertamente en actos de resistencia, pero que fueron
capaces de decir no. Este último grupo fue, claramente, el mayoritario".
El itinerario es extenso y no se amedrenta ante los tabúes
históricos. Arranca en junio de 1940, cuando la Asamblea Nacional otorgó
los plenos poderes a Pétain, como recoge el acta constitucional que lo
erigió en jefe de Estado, presente en la exposición. "He estado con
vosotros en los días de gloria. Lo seguiré estando en los días oscuros.
Permaneced a mi lado", clamó entonces ante sus conciudadanos, como
recoge una postal conmemorativa.
Además, la muestra recoge por primera
vez fotografías inéditas del encuentro entre el mariscal Pétain, su
vicepresidente Pierre Laval y el embajador alemán Otto Abetz a pocas
horas del famoso apretón de manos entre Pétain y Hitler en Montoire, a
la orilla del Loira. El trayecto termina con algunos de los 300.000
expedientes de purga política creados tras la liberación para
represaliar al colaboracionismo.
Entre los castigos ejemplares, figuraba
la pena de muerte a Laval y la cadena perpetua a Pétain, desterrado a
un fuerte en la Isla de Yeu, enclave de la costa atlántica convertido
hoy en destino turístico para burgueses izquierdistas. Sin ir más lejos,
dos ministros de Hollande veranean allí.
Entre el inicio y el final, se multiplican los ejemplos de la
violenta propaganda ejercida contra judíos y bolcheviques, además de
numerosas fichas de los servicios policiales, que recogían las
delaciones ciudadanas registradas durante esos cuatro años. Una carpeta
contiene las denuncias contra la familia Cohen cerca de la Bastilla.
Otra, la referente a los Blibaum en la rue Corbeau, y otra más, a los
Bromberg en el barrio de Belleville.
Forman parte de las más de 250.000
fichas que la policía parisiense aspira a desclasificar entre 2015 y
2019, al concluir el plazo de confidencialidad de 75 años que contempla
la ley. Decenas de documentos e imágenes dan cuenta de ese régimen de
terror cotidiano contra los judíos.
Recogen historias como la del médico
que exige a la policía que interviniera para evitar que su hijo se
casara con su prometida judía. O como esa fotografía que describe el
cambio de propietarios de una tienda de bolígrafos en 1940: "A partir
del 1 de noviembre, la dirección será católica y francesa, igual que el
personal".
La exposición también se detiene en la colaboración de los artistas.
Contrariamente a lo que se cree, no fueron minoría. Ni tampoco "vivieron
en una soledad amarga y deshonrada", como ya dijo Lucien Rebatet, autor de Les décombres, panfleto antisemita que se convirtió en un superventas en los tiempos de la ocupación.
Además del conocido caso del escritor Louis-Ferdinand
Céline, la muestra refleja la implicación de Pierre Drieu La Rochelle,
Paul Morand o Ramón Fernández, que incluso fueron invitados por Goebbels
al congreso de Weimar. El resto de artes tampoco se quedaron cortas: un
reciente documental televisivo reveló el papel ambiguo que tuvieron
personalidades tan conocidas como Maurice Chevalier, Edith Piaf, Sacha
Guitry o Coco Chanel.
La cultura popular francesa lleva años interesándose por el fenómeno. Una serie de éxito, Un village français,
que ya alcanza la sexta temporada en la televisión pública, se centra
en esa muchedumbre sin etiqueta, a la que la historia en mayúsculas no
ha prestado suficiente atención. "Me interesa ese 95% de ciudadanos que
no se identificaban ni como resistentes ni como colaboracionistas, que
no eran ni monstruosos ni heroicos, sino simplemente humanos", ha dicho su creador, Frédéric Krivine.
Peschanski señala otros ejemplos del ardor que este oscuro episodio sigue despertando entre los franceses, como el último premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano
–premiado explícitamente por "desvelar la vida cotidiana durante la
ocupación", según la Academia sueca– o el reciente escándalo originado
por Le suicide français, exitoso ensayo del polemista Éric
Zemmour, decidido a rehabilitar al régimen de Vichy, recordando que
"salvó" a un 75% de los judíos franceses y se limitó a deportar a los
extranjeros, argumento habitual en las filas de la extrema derecha
francesa.
Hoy supera las 300.000 copias vendidas. "Más que un trauma
histórico, la ocupación constituye una obsesión francesa, porque se
trata un capítulo definitorio de nuestra identidad como pueblo", afirma
Peschanski." (
Álex Vicente
, El País, París
31 MAR 2015)
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