"(...) un artículo de opinión
que directamente justificaba el actual papel hegemónico que Alemania
juega en la Unión Europea, en las raíces de cuya configuración se sitúa
la bendita “reunificación”.
¿Qué relación puede haber? ¿Resulta
descabellado establecer una relación entre aquel suceso y la actual
situación europea? En absoluto. Sin la “anexión” de 1990 no hay
posibilidad de comprender la UE actual. Conociendo aquella se alumbran
muchos de los elementos que caracterizan la actual etapa (desde la
integración europea hasta el saqueo definitivo de Grecia comprometido en el último memorándum).
La lógica que conecta una cosa y la otra es completamente válida. Sólo
hay que darle la vuelta a unas premisas cargadas de ideología de la peor
especie para llegar a una conclusión radicalmente opuesta a la leyenda
que el mencionado diario contribuyó a reproducir hace pocos días.
La
llamada reunificación alemana podrá ser muchas cosas, pero difícilmente
podría caracterizarse como un modelo a seguir. Y esto es especialmente
relevante en días en que el “modelo alemán” (con varios significados) se
convierte en un recurso reiterado para justificar agresiones que van
desde el alargamiento de la edad de jubilación a la devaluación
salarial, pasando por la asunción de la precariedad como modelo laboral y
los recortes sociales.
Con la efeméride coincide también la
publicación (mucho más modesta) de otro material de sumo interés: una
traducción al español (por parte de “konkreto” para "Jaén, Ciudad
Habitable") del libro del italiano Vladimiro Giacché “Anschluss. La anexión. La unificación de Alemania y el futuro de Europa” (2013).
El título resulta bastante revelador: hablar de “anexión” en lugar de
“reunificación” significa de por sí un desafío al relato mítico impuesto
sobre la incorporación de la RDA a la República Federal Alemana (...)
Si importante es la fecha del 3 de octubre (en la que se produce la
unión política), la fecha realmente clave para explicar el proceso es la
del 1 de julio de 1990, cuando entra en vigor la unión monetaria que
precede a la política.
En la memoria impuesta por elaboraciones
edulcorantes de quienes arrollaron en todo el proceso, la reunificación
de Alemania tiene que ver fundamentalmente con el levantamiento de un
pueblo harto de las carencias materiales y limitaciones democráticas que
derribó pacíficamente el comunismo, al igual que en el resto de la
Europa del Este que presentaba regímenes de socialismo real.
Sin
embargo, lo que resultó al final tiene muy poco que ver con las
motivaciones iniciales de los alemanes orientales movilizados: los
movimientos de oposición se manifiestan por la democratización del
Estado pero también por el mantenimiento de la independencia nacional y
del carácter socialista de la RDA, impidiendo “la venta de nuestros
valores materiales y morales” y la reincorporación de la RDA a la RFA”,
como se expresaba el manifiesto “Por nuestro país”, encabezado por
exponentes de la vida pública de la Alemania oriental y firmado en enero
de 1990 por 1,2 millones de personas. En ese tiempo, un sondeo
encargado por Der Spiegel revelaba que el 73% de los alemanes orientales optaba por el mantenimiento de la soberanía de la RDA. (...)
El gobierno de la RDA encabezado por Hans Modrow se comprometió con
la oposición en un impulso de reformas que, por desgracia, no llegaría
muy lejos ante el golpe de efecto decidido por el canciller federal
Helmut Kohl, orientado a desbaratar de inmediato cualquier obstáculo a
la incorporación política y de la economía oriental a la República
Federal y garantizarse con ello la reelección en unas cercanas
elecciones que, hasta entonces, se presentaban una perspectiva nada
favorable.
Antes estaban previstas las primeras elecciones en el Este,
en las que su partido, la CDU, no albergaba mejores expectativas. El
golpe de efecto no sería otro que la propuesta de una inmediata unión
monetaria (la extensión del marco occidental al este), lo que generaría,
en la población oriental, las expectativas necesarias para desbordar
las aspiraciones democráticas de la oposición de la RDA y orientar los
anhelos de las masas hacia otros objetivos, bajo el supuesto de que el
bienestar de la Alemania occidental vendría de la mano de su moneda.
El
golpe no pudo ser más efectivo: la CDU arrasó en las elecciones de marzo
de 1990 en la RDA, y entre los aplastados por ese rodillo se encontraba
aquella sociedad civil que había organizado y participado en las
manifestaciones masivas de pocos meses antes contra el inmovilismo de
Honecker conquistando un importante espacio político y social, aquellos y
aquellas que se la jugaron y padecieron la demencial actividad de la
Stasi.
Ahora, la idea de mantener la independencia de la RDA y su
carácter social frente al capital alemán había saltado por los aires
ante la perspectiva de un paraíso que vendría de la mano de la
conversión de los ahorros orientales.
La forma de dar cuerpo
jurídico a la promesa, con la CDU ya en el gobierno de la RDA, fue el
“Tratado sobre la unión monetaria, económica y social” entre las dos
Alemanias, en cuya negociación, por la parte occidental, destacaron las
personalidades de Hans Tietmeyer (que sería presidente del Bundesbank
desde 1993 y, por ello, uno de los principales negociadores alemanes del
euro) y el más que conocido actual ministro alemán de finanzas
(entonces de interior) Wolfgang Schauble.
Dicho Tratado acordaba la
unidad económica y monetaria inmediata, en contra, conscientemente, de
todas las recomendaciones, que hacían previsibles las consecuencias de
una pérdida irreversible de competitividad de la economía de la RDA al
impedírsele devaluar la moneda y sufrir, además, un aumento anormal de
los precios de las mercancías producidas (finalmente de hasta un 450%)
que las dejaba fuera del mercado.
Nada de lo que devino fue inesperado;
el ministro Schauble conocía perfectamente las implicaciones, ajenas a
cualquier criterio de conveniencia económica, al igual que un cuarto de
siglo después conoció las del último memorándum impuesto a Grecia.
Entonces y ahora se trataba de una motivación muy clara: hacer morder el
polvo. Que uno de los malos de ambas películas sea el mismo
protagonista también da que pensar sobre la continuidad y el sentido de
acontecimientos aparentemente desconectados.
Gracias a la unión
monetaria los ciudadanos de la RDA pudieron acceder a las mercancías
occidentales, pero a un precio mucho más alto (el coste de la vida
creció un 26,5% en 1991) y a costa de sacrificar su propia producción:
de golpe, las empresas de la RDA perdieron el mercado del Este, el del
RFA y el mercado interno, invadido por los productos del Oeste.
La
producción industrial se redujo (en 1991 era 2/3 menor que antes de la
introducción del marco) y, como consecuencia, a partir del 1 de julio el
número de desempleados creció al increíble ritmo de 40.000 por semana.
Realizada esta “unificación”, la unificación política era un mero
trámite sobre la base de un nuevo Tratado sin contrapartidas (y con
Schauble otra vez desempeñando un papel de primer orden) que implicaba,
simple y llanamente, “el ingreso de la RDA en el campo de aplicación de
la Ley Fundamental de la RFA.
Lo gordo no estaba sino por llegar: la liquidación de toda una
economía a través de la Treuhandanstalt, la institución fiduciaria, sin
obligaciones respecto al Parlamento, a la que se le confirió la mayor
parte del patrimonio de la RDA con el fin de privatizarlo lo antes
posible (a pesar de que su propósito, cuando se creó por el gobierno de
Modrow, era precisamente el de protegerlo).
La Treuhand se adueñó de las
fábricas y empresas estatales que empleaban a 4 millones de personas,
poniéndose de golpe y porrazo a disposición de un plantel de compradores
que incluía no sólo a empresarios del Oeste con voluntad de apropiarse
del mercado (como el dueño de la cadena de grandes almacenes Kaufhof,
que fue nombrado, con grandes beneficios, presidente del consejo de
vigilancia de la Treuhand), sino también a estafadores con condenas y a
especuladores inmobiliarios que compraban empresas a un precio muy
inferior a su valor sólo para vender los terrenos en los que se alojaban
después de desmantelarlas, mecanismo por el que se liquidó a una
multitud de empresas (y cientos de miles de puestos de trabajo)
perfectamente sostenibles.
El simple sueño de eliminar a la
competencia estuvo también entre las motivaciones centrales de los
monopolistas del Oeste que intervinieron en la operación. Uno de los
casos más significados fue el del productor de frigoríficos Foron.
Esta
empresa estatal de la RDA fabricaba más de un millón de unidades al año y
exportaba a treinta países, tanto del Este como del Oeste. En 1992
llegó a desarrollar y producir el primer frigorífico que no contribuía
al agujero de ozono ni al calentamiento global, llegando a recibir cien
mil pedidos rápidamente.
En ese momento los productores occidentales
(Siemens, Bosch, AEF, Miele, Electrolux,...) publicaron un comunicado
conjunto presionando a los concesionarios a no comprar esa mercancía,
por lo que, a base de mentiras, consiguieron eliminarla del mercado.
Pocos meses después, ellos mismos consiguieron repetir esa tecnología y
comenzar a venderla. Foron fue privatizada y vendida a un fondo de
inversiones que la llevó al abismo. Hoy en día sólo queda un museo en su
recuerdo en la ciudad donde operaba.
El proceso fue demoledor:
Birgit Beuel, presidenta de la Treuhand después del asesinato del algo
más cauto anterior presidente (la trama podría hacer las delicias de
cualquier buen guionista de series o películas policiacas) declaraba con
orgullo que “en sólo 4 meses hemos vendido 1.000 empresas.
La señora
Thatcher privatizó solamente 25 en dos años. (…) Ninguna otra
institución del mundo habría podido hacer lo que hemos hecho nosotros”.
En el camino se habían dilapidado miles de millones de marcos de dinero
público en gastos injustificables y se habían destruido, hasta 1994, 2,5
millones de puestos de trabajo.
Sin embargo, el desmantelamiento
de la economía de la RDA no se agotó con la Treuhand. Mecanismos
adicionales menos conocidos contribuyeron, en su medida, a dicho saqueo:
una de ellas fue la manera de regular las “antiguas deudas” de las
empresas respecto al Estado, que consistió en convertir las deudas de
las empresas públicas de la RDA con el banco estatal (que respondían a
un circuito de transferencias que nada tenía que ver con la relación
capitalista entre entidades independientes) en deudas con los bancos
occidentales a cuyos balances se incorporaron con la privatización del
banco estatal, con un valor duplicado por la unión monetaria y con unos
tipos de interés mucho más elevados.
Las consecuencias para las empresas
orientales fueron un desastre, pero un negocio delicioso para los
bancos occidentales: como ejemplo, el Berlinés Bank adquirió el
Instituto de Crédito Berlinés Stadtbank (de la RDA) por 49 millones de
marcos, con una cartera de antiguas deudas de !11.500 millones!
Con
todo esto, el PIB de Alemania del Este era en 1991 un 44% más bajo que
en 1989, y la producción industrial y las exportaciones un 67% y un 56%
menores respectivamente, una barbaridad sin parangón en país alguno de
Europa del Este. Significativo es el crecimiento inversamente
proporcional de las exportaciones de la RFA en ese periodo.
En 1993 la
devastación en la antigua RDA era total, habiéndose conseguido convertir
a un país industrial y autosuficiente en uno de los territorios más
subdesarrollados de la Unión Europea en el plazo record de tres años. En
este mismo tiempo se destruyeron 3,7 millones de puestos de trabajo a
tiempo indeterminado, sin que la tendencia se detuviera en los años
posteriores.
El porcentaje actual de desempleados en el Este dobla al
del Oeste, y eso teniendo en cuenta que el saldo negativo de movimientos
de población con el Oeste es de 1,7 millones, un saldo que cuenta a los
occidentales que fueron al Este a ocupar puestos de poder y
responsabilidad. 4 millones de alemanes del Este (jóvenes y mujeres bien
formados en su mayoría) abandonaron su territorio despoblando las
ciudades y dinamitando las posibilidades de futuro y desarrollo del
mismo.
Toda esta desolación supuso, por contra, un espléndido
festival en la otra parte, que fue bautizado como “el boom de la
reunificación”: los beneficios empresariales aumentaron en un 75%, la
economía creció a un ritmo de un 4% anual entre 1990 y 1992 (una tasa
muy superior a la tendencia anterior de la RFA y a la media en un
contexto de debilidad coyuntural) y el número de empleados en 1,8
millones, gracias a la conquista del mercado oriental (alemán y europeo)
por las empresas occidentales.
Casi la mitad del crecimiento del PIB de
Alemania occidental en esos años se explica por el aumento de las
exportaciones a una Alemania oriental que se hace con un déficit
comercial nada menos que del 45%.
En realidad, y dado que la compra de
bienes producidos en el Oeste se financiaba con transferencias del Oeste
al Este (transferencias “solidarias”), una vez destruida la autonomía
económica del territorio de la RDA (requisito además para esa
conquista), lo que de hecho se ha venido produciendo es una masiva
transferencia de recursos públicos de asistencia para sostener un
consumo que acaba revirtiendo en el sector privado alemán. Una carga
para el Estado y para los contribuyentes alemanes, pero un enorme
beneficio para sus capitalistas. (..)
Jueces, profesores (el 70% en la universidad), militares, etc., eran
relevados de sus puestos y sustituidos por occidentales en una dinámica
propia de una pura y simple ocupación colonial.
El sistema educativo fue
destruido para sustituirlo sin más por el occidental, sin criterio
educativo alguno y dando lugar a sucesos hechos verdaderamente
estrambóticos: cuando en el año 2000, Alemania salió mal parada del
primer informe Pisa, ministros, pedagogos y periodistas viajaron a
Finlandia a conocer los secretos del éxito de su sistema.
Debió de ser
divertido, y un poco embarazoso, que los finlandeses contestaran que uno
de sus principales referencias venían de las enseñanzas de pedagogos de
la RDA. Si no se hubiera eliminado al grueso de la intelectualidad por
razones puramente políticas, de borrar un país entero de la Historia,
seguramente podría haberse evitado un ridículo innecesario.
La
relación que pueda establecerse entre aquel acontecimiento de hace un
cuarto de siglo y fenómenos actuales dentro de la UE tiene básicamente
dos vertientes que tienen que ver entre sí: una causal y otra de
semejanza.
La última, dado el paralelismo de recetas aplicadas para
favorecer al capital alemán (frente a los países del sur de Europa) a
partir de la unión monetaria europea y consecuencias de las misma.
La
primera, en la medida en que la Alemania reunificada alterara las
relaciones de fuerza dentro de la UE y facilitara la secuencia de una
dinámica expansiva ventajosa que ya contaba con un experimento previo
“de éxito”." (Francisco Sánchez Del Pino/Manuel Montejo López, "Jaén, Ciudad Habitable" , en Rebelión, 21/10/2015)
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